Posadas de la Alcarria

viernes, 16 septiembre 1983 0 Por Herrera Casado

 

En la tierra de Guadalajara, no saben lo que es un mesón, tampoco un parador. Aquí solamente existen posadas. O existían, porque con los tiempos modernos, han ido evolucionando a hoteles por un lado, y a pensiones o casa de huéspedes por otro, y aquel sabor del tráfico arriero, comercial o viajero ha desaparecido de las esquinas de los pueblos. Se acabaron las posadas son que nadie encontraran un réquiem para ellas.

Quizás uno de los últimos cantores de estos lugares ha sido Camilo José Cela. En su insuperable «Viaje a la Alcarria» visitó algunos, de los que quedaban en los años cuarenta, y los des­cribe con mano genial. Refres­quemos la memoria dando un vistazo sobre el libro que se re­lee siempre con gusto:

En Torija duerme el viajero en su parador, donde hay una «cama de hierro, grande, hermo­sa, con un profundo colchón de paja». Será luego en Gárgoles de Abajo, donde parará en el case­rón de junto a la carretera. Cela sigue llamándole «parador» y se da cuenta que por poco se queda sin albergue por no llamarlo po­sada. En adelante es ese el úni­co nombre que utiliza. El de Gár­goles «tiene una gran puerta claveteada, noblemente antigua, que parece la puerta de un casti­llo». Más abajo, en Trillo, en­cuentra posada. Es allí donde se encontró con dos viajantes de comercio: uno de ellos, el más viejo, «leía un periódico que se llama «Nueva Alcarria».

Pasado el Tajo, Cela viajero si­gue encontrando posadas en su camino. En La Puerta, pero no hay en ella qué comer. Duerme sin embargo en «una habitación inmensa, destartalada, en una cama con cinco colchones de pa­ja y grande como una plaza de toros». Tras tanta grandiosidad, de la posada de Budia no dice nada el viajero. En Pareja des­cansa en la fonda, y allí traba conocimiento de las mocitas Ele­na y María, que le dan pie a es­cribir las más hermosas páginas del libro. Luego en Casasana en­cuentra también una humilde posada y en Sacedón se alberga en la «posada de Francisco Pé­rez» que a la sazón regentaba su hijo Antonio Pérez, lo que alegró mucho al escritor. De Tendilla, donde Cela recogió ma­las caras solamente, nos refiere que existía una fonda «muy peripuesta, con baldosines en el suelo y retratos con marco do­rado en las paredes». Y es en Pastrana, donde con don Móni­co y don Paco se adentra en las profundidades de la historia y el arte, donde Cela da remate a su viaje durmiendo en la fonda de la plaza.

Para hacer la historia o glosa de las posadas de la Alcarria, las páginas de Cela serán en su día valiosísimas. Como lo son las que escribió en el siglo XIV Tomás de Iriarte en un breve «Viaje por la Alcarria» en el que aparecen vivas estas instituciones aldea­nas. O lo que de ellas refieren en sus crónicas otros viajeros de si­glos pasados, apareciendo retratadas en general como lugares sórdidos, pero alegres; oscuros, pero llenos de vida. Con un ir y venir de gentes, con un escu­charse continuo de canciones, de viejas historias, de mil y un mis­terios.

El viajero que hoy recorra la Alcarria va a encontrar ya muy pocas posadas en funcionamien­to. En pie permanecen algunas, pero sin su vaivén de gentes de antaño. En el recuerdo aparece­rían, si nos pusiéramos a rebus­car entre los viejos papelotes de los archivos, algunas famosas posadas y ventas de camino: en la ciudad de Guadalajara, y según documentos del Archivo de Protocolos Provincial, se encuen­tran datos, a veces minuciosos, sobre dos famosas ventas que en el siglo XVI había. Por supuesto, estaban a la entrada del burgo, recibiendo el tráfico de gentes que por aquí pasaban y hacían su camino. Era una de ellas la po­sada de San Juan, pegada a los muros de la puerta de Bejanque. Y otra el mesón del León, en el arrabal de San Francisco. Sus dueños, o arrendatarios en su caso, figuraban como personas adineradas. En aquella época, se trataba de un floreciente nego­cio tener posada abierta en un cruce de caminos.

Todavía puede el viajero o cu­rioso encontrar hoy algunas po­sadas en pie. Generalmente cerradas, medio hundidas, dedicadas a vivienda exclusivamente.

­Parecen sombras grises y pardas de otros días de bullicio. La posada del Cordón, en Atienza, en la calle cuestuda que sube hacia las plazas, es un bello ejemplar de los tiempos góticos. Aquí ve­mos dibujada la ventana doble desde la que arrieros y caballeros mirarían el paisaje bravío de las sierras atencinas. Sobre su portón principal, un grueso cordón franciscano tallado. Algunas ventanillas apuntadas, y este va­no tan hermoso, con letras góti­cas indescifrables, unas llaves signo de curato y un escudo sin armas. Hoy está desmontada es­ta ventana, la guardan en el ayuntamiento descompuesta en piezas. Espera (y lleva a años esperando) que la Diputación Provincial reconstruya el edificio y lo acondicione para Parador u Hostal como se acordó en su día.

Otras posadas, viejas y ame­nazantes de ruina, encontrará el viajero por las Alcarrias: la grande de la plaza de Gárgoles de Abajo, todo un monumento a la arriería; la del Reloj en Gua­dalajara, viva y útil como pocas; la del Sol en Sigüenza, vieja co­mo la que más, abandonada y triste; la de San Juan en Alove­ra, junto a la carretera nacional, cerrada desde hace años, pidien­do su reapertura y acondiciona­miento a los tiempos actuales, la de Torija, soñadora la del Pu­ñal en los altos de la Alcarria, sólo con el nombre antiguo; la que a la salida de Molina direc­ción a Monreal puso el Consejo desde siglos… y tantas otras, por las que merece echarse a los ca­minos y revivir sus estampas, sus historias, su pálpito de otros días.