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junio, 1983:

Los cañamones de Berninches

 

Son cada vez más escasas las celebraciones de cofradías y hermandades en nuestra provincia. La evolución de los tiempos ha ido limando de significado la existencia de estas instituciones, antaño tan vivas y útiles, deján­dolas casi reducidas a la letra muerta de unas constituciones, una misa anual, un recuerdo en­tre los viejos. Las hermandades surgieron en su mayoría durante los siglos XV y XVI, alentadas por la Iglesia, pero con la basa­menta social de un pueblo que tenía fe auténtica en la unión y el apoyo mutuo dentro del con­texto concejil, órgano de convi­vencia netamente castellano y renacentista.

De tales hermandades existe una en la Alcarria que se ha mantenido viva y palpitante. El pasado domingo vino, un año más, y con especial relieve y bri­llantez, a demostrarlo. Se trata de la Hermandad del Santísimo Sacramento, también conocida por la «del Señor» de Bernin­ches. Nadie en el lugar tiene idea concreta de cuándo fue creada. No se utilizan constituciones es­critas. Su funcionamiento es sencillo, multisecular, agrupa a todos los hombres -y ahora mu­jeres- del pueblo que lo desean y se lleva un control administra­tivo sencillo de lista de cofrades, de cargos desempeñados, y de di­neros gastados.

De entre las diversas ceremo­nias a que se someten gustosos los cofrades del Señor de Ber­ninches, y que podrían resumirse en asistir a diversas celebracio­nes litúrgicas en la iglesia del pueblo cada año, pagar sus cuo­tas, y acompañar los entierros de los cofrades muertos, destaca con fuerza la del domingo si­guiente a la festividad del Cor­pus. En ese núcleo del año se centra su vida activa y su reu­nión social más esperada. El Corpus acompañan la procesión por el pueblo; el viernes siguien­te, al que llaman «la octava» po­nen enormes altares de sábanas, flores y cuadros, por las calles, el sábado pagan un gran baile en la plaza, y el domingo «de ca­ñamones» se pagan un ágape sencillo al vecindario en comple­to y a todos los visitantes que se acerquen a la villa, además de celebrar una merienda comuni­taria, que con un sabor de ancestralismo cuidan al máximo.

El ágape a quienes se acercan a curiosear consiste en el repar­to, en la plaza mayor de Bernin­ches, de bolsas con cañamones, anisillos y tostones. En un prin­cipio, esta «caridad» se hacía so­lamente con los chicos del pue­blo. Aún queda la idea, especial­mente entre las personas mayo­res de la villa, de que esto supo­ne la celebración del «bautizo de Dios» al que todos asisten con sus mejores galas y andando de un lado para otro, hablando con los amigos, bebiendo de porrones volanderos, se pasa la tarde de fiesta como si un nuevo cristia­no hubiera llegado al pueblo.

El núcleo de la fiesta de la hermandad, se celebra sin em­bargo, en el atrio de la iglesia. La de Berninches está en alto, presidiendo la plaza, con su por­tada de sillería bellamente talla­da en el siglo XVI precedida de un atrio rodeado de barbacana también de severo sillar. Junto a la puerta, dos sencillas acacias dan sombra que en esta época ya se agradece. Allí se forma un cír­culo cerrado con los bancos de la iglesia, y por un estrecho paso van entrando los cofrades «del Señor», solamente los varones, que se sientan en los bancos, ge­neralmente por orden de edad. Delante de la portada de la igle­sia, se pone la mesa presidencial, cubierta de sábanas bordadas, flores y muchas bandejas en las que hay cañamones, pastas, bo­llos, tortas y mil dulces, así como porrones cargados a tope del vi­no de las bodegas alcarreñas. Esa mesa esta ocupada por el cura párroco el alcalde de la villa, el juez y algún concejal. Este año eran todos gente joven y barba­da, pero amante de sus tradicio­nes como pocos.

Durante unas dos horas, los hombres comparten merienda y conversación. Fuera del círculo, la chiquillería, las mujeres, los forasteros, miran, y en algu­na ocasión, la bota o el porrón que va dando sin parar vueltas por el Círculo, salen de la ronda y pasa a manos de los mirones. Las mujeres de los cofrades van ofreciendo pastas y bollos a los maridos, que sentados se sienten el basamento de la sociedad ru­ral. El aspecto de la fiesta podría parecer a algunos, o algu­nas, un tanto «machista», pero la fuerza de la tradición es res­petada en su integridad, y todos la respetan al máximo. Cuando comienza atardecer, comienza a sonar la música, y chicos y chi­cas (al final todos hasta los más mayores) bailan delante del frontón, mientras los vencejos cruzan, silenciosos y atónitos, el aire transparente del vallejo.

Un domingo después de éste de los cañamones, se reunirán otra vez los cofrades «del Señor» de Berninches, ya sin música ni merienda, y procederán a elegir los cargos para el año siguiente. Conforme a rito antiguo hay seis cargos que se ocupan, en tres de­nominaciones: los portadores de la insignia de la cofradía, que llevarán en procesiones y actos durante el año, dicho emblema, los «cereros» que recogerán la cera que cada cofrade debe aportar para las festividades, y que antaño hilaban las mujeres; y los «trigueros», que en siglos pasados se ocupaban de recoger las «cuotas» de los cofrades, en especie. Hoy se pagan 300 pese­tas al año por ser de la cofradía…

La plaza mayor de Berninches era el domingo pasado una fies­ta, compacta y densa, sonora y amistosa. La tradición de los si­glos (una mujer quería remontar a lejos, muy lejos, este aconte­cer, pero nadie guardó la fecha exacta, porque la hubo de cuan­do empezó todo) se conjugó con el aire desenfadado de hoy. La seriedad del alcarreño en lo que hace, cuando viene de los ma­yores, de los ancestros, se puso una vez más de manifiesto. Y los cañamones corrieron por la plaza, alegraron a los pequeños, dieron motivo para hablar y recordar a todos.

La Soldadesca de Hinojosa

 

El pasado domingo tuvo lugar en la localidad molinesa de Hinojosa la fiesta de «la Soldadesca», repetida una vez más cuando los recios calo­res de junio -y esta vez fueron inusitados- aprietan las carnes y los trigos. Perdida durante los últimos años, el entusiasmo generoso de unos cuantos vecinos ha hecho re­nacer esta festividad que congregó a numeroso público en la villa de la sesma del Campo. La vistosidad de la fiesta, el cariño con que la siguen sus habitantes, y el indudable inte­rés que en el contexto del folclore molinés ofrece, son factores que apoyan la idea de mantener como sea esta celebración, hoy realmente amenazada de volver a apagarse, al resultar muy costosa su realización.

Aunque no contamos con los da­tos documentales suficientes para concretar el origen de «la Soldades­ca», nos inclinamos por darla un origen multisecular. El texto que utilizan en su «auto» los protagonis­tas de la fiesta es realmente moder­no, no más antiguo del siglo XVIII, pero ello puede deberse a una reela­boración de dicho texto en esa fe­cha, a cargo de algún clérigo de la villa, con objeto de hacer compren­sible las palabras de los «moros» y «cristianos» que actúan, y que qui­zás por ser ya muy antiguas, esca­paban en gran parte a la compren­sión de los espectadores.

Pero el hecho de celebrar una fiesta de lucha entre «moros y cristianos» es algo documentado y com­probado en el Señorío molinés, ya en el siglo XVI. El historiador don Francisco Núñez en su «Archivo de las Cosas Notables de Molina», ­escrito en el siglo XVI y hoy todavía inédito, refiere con detalle las luchas entre moros y cristianos que tenían lugar, con gran vistosidad, en la plaza mayor y calles principales de la villa de Molina. No sería nada de extrañar que en ese mismo siglo se celebraran ya esas mismas fiestas en Hinojosa o que en el siglo siguien­te el historiador Sánchez de Porto­carrero, autoridad civil y militar del Señorío, residente en Hinojosa don­de tenía el caserón de sus mayores y donde escribió su «Historia del Se­ñorío de Molina», las trasplantara o alentara. El caso cierto es que tal celebración de «la Soldadesca» cuente ya con varios siglos de exis­tencia.

Si a la celebración que hoy se ha­ce del «auto» sacramental, estricta­mente teatral, añadimos el dato que en el pueblo confirman de haber te­nido en años anteriores el acompa­ñamiento de danzantes que ejecuta­ban «danzas de paloteo y espadas», podríamos incluso remontar su ori­gen a más largo plazo, pues sabido es que dicha celebración ritual, pro­piciatoria de la batalla, es de funda­mento primitivo, celtibérico concre­tamente. Aunque tal punto sea muy difícil de demostrar, nos inclinamos por pensar que tras la celebración de «la Soldadesca» de Hinojosa se esconde un largo camino de ritos paganos y cristianos múltiples veces reelaborados. En definitiva, la esen­cia y el sentir del pueblo se viene desarrollando. Cuando al terminar la celebración ritual, una mujer grita con todas sus fuerzas «¡Viva todos los que han hecho la Soldadesca!» pensamos que se da un nuevo em­pujón a esa corriente antigua y generosa de expresarse, en impulso lúdi­co, todo un pueblo.

Pero vayamos con la descripción de «la Soldadesca», fiesta que es re­comendable contemplar en directo, siguiendo por las calles, ya ordena­das y con buen firme, de Hinojosa. Tras una misa celebrada en la plaza del pueblo, al aire libre, frente a la añeja olmo concejil, y con altar pre­sidido por la imagen barroca de la Virgen de los Dolores, aparece una corte de cuatro jinetes árabes que intentan robar la imagen, mientras otros tantos jinetes cristianos, la de­fienden. Después de una larga bata­lla dialéctica, en la que con versos de sonora rima se insultan y denues­tan mutuamente en sus creencias religiosas, echan finalmente pie a tie­rra y pelean cuerpo a cuerpo con sa­bles y alfanjes, siendo los moros los victoriosos, y quedándose pro­pietarios de la Virgen. Se organiza una procesión con la imagen, estan­dartes y banderas, cruces y cánticos, hasta la parte baja del pueblo, don­de los moros son sorprendidos por la llegada nuevamente de los cristia­nos, que intentan de nuevo adueñarse de la Dolorosa. Otra vez, y a lomos de sus caballos, vociferan y se amenazan. Se bajan de las monturas y pelean cuerpo a cuerpo. Vencen en esta ocasión los cristianos. Los mu­sulmanes quedan no solamente derrotados ahora, sino arrepentidos de su anterior fechoría, y piden humil­demente el bautismo, que les es con­cedido. El capitán de los árabes lle­ga hasta el altar de la Virgen y la ofrece su gorro y un pañolón rojo, en señal de sumisión. Finalmente, y siempre a hombros de los habitan­tes de Hinojosa, que pujan entre sí para llevar las andas, la imagen de la Virgen de los Dolores es introdu­cida en su ermita barroca, construc­ción del siglo XVIII patrocinada por el hijo del pueblo, el obispo García Herreros en el siglo de las Luces, y allí acaba la fiesta religiosa y dramática, continuando luego con ágape comunitario.

Entre las ya escasas manifestaciones de folclore popular que van que­dando en nuestra provincia de Gua­dalajara, «la Soldadesca» de Hinojosa es una de las vistosas y que me­recen ser apoyadas. No solo por lo que de característico y único tiene, pues en toda la provincia no queda celebración de este tipo de «moros y cristianos» que antaño era más frecuente, sino por atender el entu­siasmo, la dedicación y el amor a su pueblo que ponen cuantos en Hino­josa, a lo largo de estos últimos años han venido poniendo en marcha esta fiesta singular. Ojala al año próximo podamos nuevamente ser testigos de tan interesante manifestación costumbrista.