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diciembre, 1982:

La Catedral de Sigüenza

 

Estos días de descanso, pueden servir a algunos para continuar visitando la provincia, y pudiera ser una buena meta llegarse hasta la catedral de Sigüenza, a saborear con tranquilidad el magno recinto, donde la piedra y el silencio se conjugan con la luz antigua para dar cabal imagen del Medievo. La catedral de Sigüenza es uno de los monumentos capitales del arte español. Tanto por su construcción y edificio catedralicio propiamente dicho, como por las obras de arte tan singulares que encierra Fueron puestas sus primeras piedras poco después de la reconquista de la ciudad a los árabes, en 1124. Promotor de este inicio fue el primer obispo seguntino, don Bernardo de Agén, y sus sucesores continuaron paulatinamente la empresa, que en el aspecto arquitectónico, duró hasta el siglo XVI; y en el ornamental, hasta el XVIII, debiendo añadir las importantes obras de reconstrucción y restauración llevadas a cabo tras la guerra civil de 1936‑39, en que este edificio sufrió como pocos el duro impacto de la contienda.

El estilo de esta catedral es fundamentalmente gótico cisterciense, con detalles románicos. El influjo recibido de la arquitectura francesa, fundamentalmente languedociana y borgoñona, es muy notable; y ello es lógico teniendo en cuenta que los cinco primeros obispos eran franceses, y de sus tierras trajeron ideas y constructores. La primitiva planta de la Catedral es de cruz latina, con tres naves, y crucero, al que se abrían cinco ábsides semicirculares, que posteriormente fueron derribados para construir un solo ábside rodeado de amplia girola, de la cual surgen capillas y sacristías.

De la primitiva época románica, son las portadas principales en el muro de poniente, los pilares del crucero, algunos de la nave central, y los muros exteriores del cuerpo principal. Asimismo, es románico el gran rosetón que surge en el muro de mediodía, sobre la plaza mayor: es uno de los más bellos del arte románico español.

La fachada del templo, de aspecto imponente y tipo militar, muestra un paramento central con tres puertas de arco semicircular, profusamente ornamentadas en sus arquivoltas, con elementos vegetales, geométricos, etc., de cierto aire mudéjar. También aparecen en esta fachada ventanales románicos, un gran rosetón, y un relieve colocado en 1713 representando la Imposición de la Casulla por la Virgen a San Ildefonso. Remata en balaustrada también barroca, y se escolta de dos fuertes torres almenadas, de carácter militar: fueron iniciadas en el siglo XII por don Bernardo, siendo acabadas en el siglo XIV la de la derecha, y en el XVI la de la izquierda, conservando el estilo primitivo. Una impresionante colección de campanas, y un espléndido panorama de la ciudad, puede contemplar el viajero que se anime a subir a ellas. Esta fachada principal Se precede de amplio atrio descubierto, limitado por buena reja barroca, que patrocinó en 1775 el obispo Francisco Delgado Vengas, y que se encargó de realizar el artesano M. Sánchez en 1783.

Sobre la fachada del sur, aparecen ventanales de medio punto, y se abre la «puerta del Mercado», de acceso al crucero catedralicio, y que se compone de una entrada románica, con arcos semicirculares, muy restaurada en este siglo, y un pórtico cerrado o cuerpo saliente, de señalado dinamismo neoclásico, mandado poner por el obispo Díaz de la Guerra, y realizado en 1797 por el arquitecto Luís Bernasconi. Junto a ella, la «torre del Santísimo», originalmente construida en 1300, con un objetivo de atalaya militar, con gran vuelo en su altura al estilo de las torres sienesas y que en las restauraciones posteriores a 1939 fue simplificada como hoy se ve. La remata una graciosa veleta zoomorfa.

En el interior, se admira en principio el efecto magnífico de las tres naves, elevadas, esbeltas y sutilísimas. Más alta la central que las laterales. Escasamente iluminadas por ventanales poco amplios, como corresponde a una construcción de tradición cisterciense. Se esperan las naves por enormes pilares, a los que se adosan columnas que rematan en collarines o líneas de capiteles unidos, todos ellos de tema exclusivamente vegetal, y de los cuales arrancan los nervios pétreos que forman las bóvedas de contextura ojival. El efecto de elevación, de ingravidez de la masa arquitectónica, está plenamente conseguido, y es magnífico. Las tres naves (obstaculizado el paso de la central por la existencia de un enorme coro), se abren en el amplio crucero, de anchos brazos, bóvedas nervadas, y linterna central, iluminada por ventanales partidos y apuntados, que fue añadida tras la restauración de 1939, pues anteriormente esta catedral no había tenido este elemento arquitectónico. Dicha linterna le confiere más luminosidad y una gracia aérea al punto central del templo. Frente a la nave central y su coro, se abre la gran capilla mayor, y rodeándola surge la girola o deambulatorio, en la que se abren capillas y sacristías. Adosado al costado norte del templo, está el claustro catedralicio, también interesante de ver.

Pero a esta descripción somera y estructural, el viajero debe de añadir la contemplación de todos los detalles, en número casi infinito, que con su arte pueblan el interior de este templo increíble. Desde las rejas opulentas del renacimiento toledano, a los detalles iconográficos de las cajonerías platerescas cuajadas de simbología humanista. Desde esas cabezas soberbias talladas por Covarrubias y que pueblan en bosque rumoroso el techo de la Sacristía mayor, a esas vidrieras policolores que dan la fragancia severa y pura del Medievo. Quizás sean varios días los que, para conocer en profundidad esta maravilla, se necesiten. Pero alguno tiene que ser el primero. Y este viaje a Sigüenza puede plantearse ya. No defraudará nunca.

Visión histórica del Alto Tajo

 

La zona norte de la provincia de Guadalajara es uno de los ámbitos de la geografía española en que asentaron en mayor densidad los pobladores prehistóricos, especialmente el pueblo celtíbero, distribuidos en numerosas tribus, algunas de ellas muy características de las comarcas serranas de esta provincia. Se considera el área de expansión de dichas tribus hasta la orilla derecha del río Tajo en su primer trayecto: arévacos, lusones, bellos, titos y pelendones situaron sus castros, cuevas y ciudadelas en eminencias del terreno que aún hoy permiten el estudio de tan antiguos pobladores y sus costumbres.

Largos siglos deshabitadas estas comarcas del Alto Tajo, aunque se sabe del trayecto de una «vía romana» que desde Cuenca se dirigía a Sigüenza a través de ellas, los árabes pusieron muy sencillos torreones vigías y ninguna ciudad de importancia se situó en esta zona, hasta que en los años medios del siglo XII el empuje castellano de Alfonso VI hizo progresar la reconquista, y hasta la orilla derecha del río Tajo alcanzó la influencia socioeconómica del Común de Villa y Tierra de Atienza, en tanto que la orilla izquierda quedaba a cargo de la gobernación y repoblamiento del Común de Cuenca. En esta división administrativa y social se mantuvo la zona largo tiempo. Se crearon nuevos puestos de vigilancia y, sobre todo, nacieron a lo largo de la Baja Edad Media abundantes pueblecillos de renovada toponimia.

Las zonas más septentrionales de esta comarca, quedaron también desde el principio bajo el regimiento de otros comunes, como los de Molina -que abarcaba desde Peralejos hasta Armallones- y de Medinaceli, que se disputó con Atienza el dominio de la orilla derecha del Ta­jo por la zona de Huertahernando, Canales y Ocentejo.

En realidad, toda la comarca tuvo un similar estatuto organizativo y social. Acudieron a su repoblación gentes norteñas, implantadas sin dificultad sobre el sustrato primitivo, en todo caso poco abundante, de la población celtíbera. Colonos llegados de la vieja Castilla, de Navarra y Vascongadas, de las tierras en torno al Duero, levantaron los pueblecillos que aún hoy se mantienen.

Pusieron en ellas sus iglesias parroquiales, que por ser obras del siglo XII están en casi todos los casos construidas con arreglo a los patrones estilísticos románicos, y roturaron los terrenos aprovechables, viviendo en su mayor parte de la rentabilidad, también muy dura y muy trabajada, de los abundantísimos bosques del entorno.

En este ámbito geográfico y social, es muy destacable la presencia de un punto específico: el monasterio de Buenafuente del Sistal, puesto por los condes molineses sobre la orilla del Tajo, en los momentos de la primera mitad del siglo XII, en los que la otra orilla del río sigue en el incierto dominio infiel. Es conocida esta norma repobladora de afianzar el territorio reconquistado a Al‑Andalus instalando monasterios en los límites. Aquí se dispuso la venida de un grupo de monjes canónigos regulares de San Agustín, procedentes del bosque de San Bertaldo, en Francia, y que tenían por cometido, similar a las entonces nacientes órdenes militares, el de vigilar la frontera al tiempo que guardar las reglas monásticas con rigor. Su territorio se extendió fácilmente, iniciando la creación de otras casas filiales suyas en el Señorío (Alcallech, Grudes, Peralejos) y aun en la orilla izquierda del río en cuanto les fue posible (en el Campillo de Zaorejas, donde hoy se encuentra el puente de San Pedro). Se construyó un templo románico de clara influencia gala, que aún permanece, y fue ya en el siglo XIII cuando, sin la necesidad perentoria de una expectativa armada en la zona, cambió la orden regente del cenobio, y allí se instalaron monjas del Cister, que hoy continúan su labor oracional.

La vida y desarrollo socioeconómico de esta comarca del Alto Tajo ha tenido a lo largo de los siglos, hasta la actualidad, unas similares características, siempre arropadas por una tranquilidad, -rota en muy escasas ocasiones por las guerras que hasta aquí llegaban con ecos lejanos- y por el trabajo, distribuido fundamentalmente entre los cultivos de cereal en las partes altas, mesetarias, de la zona, y el aprovechamiento forestal de la misma, que durante siglos empleó a muchos de sus hombres en una tarea, hoy ya perdida, pero de recia entidad como era la de los «gancheros» del Alto Tajo, ocupados gran parte del año en transportar sobre las turbulentas aguas del río, las enormes «manadas» de troncos ya pelados haciéndoles llegar hasta las zonas mansas de Aranjuez y Toledo, lo que siempre se llamó las «maderadas». Estos «gancheros» llevaban una vida dura, trashumante, pero conocían palmo a palmo el río y sus orillas. Ellos fueron los pioneros de este Alto Tajo en su dimensión viajera.

Hoy se ha perdido ya este modo de transporte maderero. El medio socio-económico de la zona ha decaído a niveles alarmantes de despoblación, apareciendo muchos campos yermos. Solamente se siguen cuidando los bosques, sobre los que ejerce una especial tutela el Estado, y con la declaración de Parque Natural de todo el territorio, las posibilidades de desarrollo, en el orden turístico, se vislumbran en cierto grado optimistas, pero en todo caso para muy escaso núcleo poblacional. La regresión de la zona parece ser, de todos modos, irreversible.