El Señorío de Molina, un viaje obligado

sábado, 21 agosto 1982 0 Por Herrera Casado

 

El Señorío de Molina es una amplia comarca, comprendida en la provincia de Guadalajara, que tiene unas características muy peculiares en cuanto a su historia, paisajes, etnología y monumentalidad se refiere. Situada sobre un territorio de aproximadamente 3.000 Kilómetros, y a respetable altura una media de 1.200 metros) sobre el nivel del mar, muestra la variedad de paisajes, que van del llano monótono a la serranía alborotada, tan típicos de Castilla.

La forma de llegar al Señorío molinés radica exclusivamente en las comunicaciones por carretera, pudiendo hacerse el camino, desde Guadalajara, directamente por la radial II y luego por la nacional 211 desde Alcolea del Pinar, o bien, desde Sacedón y Trillo, por la comarcal 204 a través del Puente de San Pedro, en el Tajo. Desde Aragón hay más comunicaciones, y así por las carreteras comarcales 202, desde Calatayud, y 211, desde Daroca, e incluso por la N‑211 desde Teruel y Monreal del Campo, se accede fácilmente al Señorío.

Aunque cualquier época es buena para visitar esta tierra, fundamentalmente el verano se presta a recorrer sus inacabables caminos y rincones de singular belleza. El clima molinés es muy frío en invierno, y agradablemente tibio en el verano. Los paisajes que se prestan a ser admirados y recorridos, a lo largo de las cuatro sesmas en que se divide, alcanzan en la época veraniega sus condiciones mejores. Estas sesmas toman sus nombres de la dominancia paisajística de sus horizontes: la del Sabinar muestra grandes bosques de esta planta, tan antigua, y de pinares; el Campo es auténtico granero del Señorío, el Pedregal tiene recursos de pesca y minería por doquier, y la Sierra enseña su amplio muestrario de bosques, roquedales, caminos y bellísimos paisajes, entre los que destaca gran parte del Parque del Alto Tajo.

En ningún caso dejará de admirar el viajero algunos excepcionales entornos ecológicos y ambientales de Molina: el valle del río Mesa, desde Mochales a Algar; el barranco de la Hoz alberga la ermita del mismo nombre, y se forma por una larga y profunda garganta rocosa que labró el río Gallo a lo largo de siglos. Se llega desde Molina y Corduente por cómoda carretera. El barranco y ermita de Montesinos, de salvaje belleza y riqueza forestal, es accesible por caminos desde Cobeta y Torremocha del Pinar. También los pueblos de Checa y Orea disponen en su término de amplios pinares y dehesas, donde todo está preparado, con merenderos, refugios y aun barbacoas, para facilitar al turista su día campestre. Por supuesto que el Alto Tajo, en lo que su Parque Natural tiene de recorrido por el Señorío molinés, ofrece encantos sucesivos e inacabables en todo su curso acantilado, con bosques, fuentes, y rincones solitarios. Recuérdese, fundamentalmente, los siguientes: en Peralejos de las Truchas, el Puente del Martinete; la laguna de Taravilla más abajo; el camino que desde Poveda y Peñalén lleva hasta el Puente de San Pedro, pasando por fuente de la Escareruela; la cascada del tío Campillo, los meandros de Buenafuente del Sistal; los hondos cauces de Huertapelayo, el puente de la Tagüenza, y mil vericuetos más a los que se accede desde los Pue­blos molineses situados en las orillas del gran río.

En cuanto a la monumentalidad e interés artístico de esta comarca, es amplia y guarda interesantes muestras del pasado: especialmente en la capital Molina de Aragón, sede del condado y cabeza del Señorío desde los años de su constitución, en la primera mitad del siglo XII, abundan los edificios de interés artístico. Es el más destacable el Castillo o alcázar, que fue levantado inicialmente por los árabes, y reedificado en la Edad Media por los Lara. Su silueta majestuosa, y el vigor de sus torres (la de Armas, la de doña Blanca, la de veladores) convierten a este imponente castillo en uno de los más llamativos de España. En la misma ciudad, que baña el Gallo sobre la suave hondonada de su valle, se admiran un puente de época  románica; la iglesia de Santa Clara, construcción también, del siglo XII con fachada de influencia francesa y severo interior bien conservado; el convento de San Francisco, renacentista y barroco, con la torre del Giraldo en su extremo; y diversos palacios (el del virrey de Manila, el del obispo Díaz de la Guerra, el esquileo, etc.) muy característicos de la zona.

Son diversos los pueblos molineses que deben ser visitados por cuanto encierran de monumentalidad. Así, son los castillos en una ocasión los que pueden servir de bases para una ruta: Se han de ver los de Villel de Mesa, Estables, Fuentelsaz, Embid, la torre de Cobeta, el de Zafra en término de Campillo de Dueñas, y los de Castilnuevo y Santiuste en las cercanías de la capital, sobre la misma vega del río Gallo.

En cuanto a iglesias de estilo románico rural, hay también en el señorío molinés diversos elementos interesantes: se visitarán las parroquias de Rueda de la Sierra, Tartanedo, Teroleja, Labros, más la ermita de Santa Catalina en término de Hinojosa, la de la Virgen de la Carrasca en término de Castellar de Muela y el gran monasterio cisterciense de la Buenafuente del Sistal, en Villar de Cobeta, obra capital del estilo bernardo en estas tierras, todavía hoy ocupado por una comunidad, viva y dinámica, de monjas, y llevada por una asociación que promueve de continuo actividades culturales y religiosas, así como una labor social encomiable en el entorno. Tampoco dejará el viajero de saborear las múltiples «casonas molinesas» que hasta por los más remotos pueblos aparecen, siendo en este sentido destacables los conjuntos de Milmarcos, Hinojosa, Tartanedo, Fuentelsaz, Tortuera y Embid, sin olvidar las de la capital, Molina, y la casa grande de Valhermoso, singular edificio barroco de gran carácter.

Como edificios de singular atractivo, deben también visitarse las iglesias parroquiales de Alustante,  con gran retablo renacentista de la escuela seguntina, y la de Milmarcos, que también muestra un altar de grandes dimensiones y valor escultórico. No olvidar tampoco la parroquia de Tartanedo de altares barrocos con buenas tallas y pinturas, y el castillo‑casa fuerte de los Arauz en la Vega de Arias, término de Tierzo.

Pero el Señorío posee aún muchos otros recursos turísticos que no deben ser desaprovechados en el viaje con prisas. Deportes al aire libre pueden practicarse por sus ríos y montes; en los primeros, la pesca de diversas especies de agua fría, y los cangrejos: el Mesa, el Gallo, el Bullones y el Cabrillas son los principales objetivos, a lo largo de cientos de kilómetros poco frecuentados. Para la caza, las llanuras de la sesma del Campo, y los eriales del Pedregal, son buenas reservas de perdiz, volatería diversas, y conejos. El jabalí es cada vez más frecuente, organizándose grandes batidas contra él. En cuanto a otros deportes, la marcha y el excursionismo, el camping libre y el simple picnic, pueden dar largas jornadas de inolvidable turismo por esta hermosa tierra.

Dentro del capítulo del costumbrismo, conviene recordar algunas fiestas de señalado interés, como son las que la ciudad de Molina celebra a comienzos del mes de junio, en su primer domingo, para honrar a la Virgen de la Hoz, celebrándose ante su santuario la Loa y las danzas de tradición celtibérica; en la misma ciudad, el día 16 de julio, festividad de la Virgen del Carmen, desfila por sus calles la Cofradía militar del Carmelo, con hombres vestidos a la usanza militar del siglo XVIII. Es muy curiosa también la Soldadesca de Hinojosa, una lucha de moros y cristianos con textos poéticos antiguos, que se celebra en el mes de junio.

Y en cuanto al folclore que se mantiene vivo a diario, y es apetitoso como pocos, podemos recordar algunas de las especialidades gastronómicas de esta tierra encantadora y no tan lejana como muchos piensan: en la ciudad de Molina deber probarse el cordero asado al horno, las manitas blancas de cordero, el cabrito al aji‑oli, la codorniz enfunda y la perdiz «a la Bea». De sus ríos no pueden olvidarse los cangrejos, servidos en tortillas de colas, o las truchas salmonadas, y entre sus dulces son famosos y nunca cansan las patas de vaca, los huevos de dulce y la leche frita.