Historia del franciscanismo en Guadalajara (II)

sábado, 22 mayo 1982 0 Por Herrera Casado

 

Ha habido, a lo largo de la historia, un total de treinta y tres fundaciones franciscanas en Guadalajara. Al menos, las permanentes, las que ha dejado una huella real y una historia concreta. Porque intentos ha habido, y muchos, que no llegaron a cuajar. De esos 33 nombres y figuras de conventos, 20 han sido fundaciones masculinas, y 13 femeninas. Como se ve, ha primado de manera clara la actividad evangélica y apostólica de los hombres, complementada por la actitud contemplativa, recóndita, de las mujeres.

Sumando unas y otras, repasemos ahora el número de creaciones franciscanas guadalajareñas en los diversos siglos, y así encontramos que fue el XVI, la centuria que caracterizó a Guadalajara en su más alta cota de crecimiento y riqueza, la que registró mayor número de fundaciones: un total de 13 son de esa época. Le siguen inmediatamente, ambos con cada uno, los siglos anterior y posterior, esto es: el XV y el XVII. Y luego son los extremos-cuando todavía no andaba la idea franciscana muy propagada por aquí, o cuando ya la religiosidad castellana fue decayendo- los que registraron menor número de fundaciones: el siglo XIII, el de la puesta en marcha, vio nacer cuatro casas pardas, y luego será el XIX, con 3, el XIV con 2 el XVIII con una sola, los que sigan.

 Cuanto al tipo de voluntad fundadora, también es muy aleccionador el recuento estadístico, pues de este modo podemos aproximarnos al conocimiento de las directrices sociales, de las fuerzas creativas que han dado lugar al apoyo y desarrollo del franciscanismo alcarreño. Repasando numéricamente las instancias creadoras de conventos y fundaciones, encontramos con que 13 de ellas han sido debidas a la generosidad de casas nobles; al menos, en señorío civil han surgido, y siempre constancia de haber sido la cabeza del territorio, el señor o su familia más directa, quien ha pagado edificio y gastos primeros de puesta en marcha. Es curioso también reseñar que de esas 13 fundaciones de iniciativa señorial casi la mitad, han sido debidas a los Mendozas, familia que mayor número de tierras acumuló en su poder durante los siglos medios y 3 de ellas fueron fundación de los Silva, condes de Cifuentes. Como de fundación privada, aparecen otros 10 conventos más. Quiere decir esto que fueron personas particulares, acaudaladas, las que emplearon su fortuna y su influencia en poner en marcha esa decena de creaciones franciscanas. Seis de ellas, como antes anticipaba, fueron debidas a la munificencia de los Concejos libres medievales, aunque todavía hasta fecha tan avanzada como el siglo XVIII, vemos al concejo de Almonacid de Zorita, realizar como tal una fundación concepcionista en su territorio. A las órdenes militares débese solamente la creación de un convento, el de los franciscanos de Pastrana, en el siglo XV, que fue patrocinado en su integridad por los Calatravos. Y será la propia Orden franciscana, en 3 casos, la que sin ayuda de nadie, con su propio entusiasmo y sentido social, dé a luz 3 conventos.

Aunque ya no tan explicativo para el repaso sociológico y propiamente histórico que estamos haciendo del franciscanismo en nuestra tierra de Guadalajara, sí puede ser curioso, apuntar la distribución geográfica de las casas creadas en estos siete últimos siglos porque ello viene, en cierto modo, a dar idea de la espiritualidad de nuestras gentes. Hay que añadir, de todos modos, la densidad poblacional de cada comarca y la existencia en ellas de ciudades relevantes que aglomeran un número crecido de fundaciones. De todas formas, destaca con mucho el territorio de la Alcarria, en el que han fundado nada menos que 24 del total de 33 casas franciscanas. Hay que tener en cuenta que incluimos a Guadalajara capital en esta comarca. Le siguen las Sierras con cinco conventos, también señalando que ahí radica Sigüenza. Y son ya finalmente el Señorío de Molina, con 3 fundaciones, y la Campiña del Henares, con una, las que siguen en este recuento.

La conclusión que se obtiene de este rimero de cifras que acabo de exponer, es, por encima de cualquier otra apreciación, lo nutrido y continuado de la atención hacia el movimiento franciscano que la población de Guadalajara y su tierra profesó en todas las épocas. Como resumen de ello, señalar otra vez que la época del siglo XVI, en cuanto cima de la espiritualidad y el humanismo en Castilla, es la que mayor número de fundaciones contempla, y que son los pueblos, villas y ciudades de señorío civil, especialmente y en mayoría los que pertenecen a la familia Mendoza, los que ponen a disposición de la grey parda de San Francisco el mayor número de edificios y medios económicos para establecerse. En cuanto a regiones, en fin, será la Alcarria la tierra que, por antonomasia, se hace franciscana profundamente.

Pero si hemos realizado hasta ahora una visión de conjunto, un avance generalizado de lo que fue, por toda Europa y por nuestro lar alcarreño más concretamente, el nacimiento y asentamiento del franciscanismo, queda ahora por realizar la tarea más pormenorizada, detallista y, quizás, más interesante, cual es la rememoración de todas y cada una de as fundaciones de esta Orden que han existido o aun existen entre nosotros. Si la historia es, al mismo tiempo, empresa que busca datos y los almacena, pero también tarea que interpreta esos datos y los le inserta en un contexto general, la  historia del franciscanismo en Guadalajara necesita también de ese dato concreto, de ese nombre fundador, de esa fecha de arranque, que sumado a otros datos similares que nos dé finalmente el sentido de ese camino ancho y prolífico, recorrido.

Veamos ahora, de una manera forzosamente sucinta y rápida, las fundaciones franciscanas en nuestra tierra, desde que, en el remoto siglo XIII, hasta los olivares y las majadas alcarreñas llegó el mensaje seráfico del Santo de Asís. Haremos este recorrido por un sendero cronológico, tomando el pulso, haciendo vibrar el recuerdo, de cada uno de los conventos mínimos que fueron creándose en el territorio de nuestra actual provincia. Entremezclando los de hombres y mujeres, a los de unas y otras comarcas, los de uno u otro origen fundacional. El hilo de los siglos, metódico y riguroso, será quien nos guíe en este viaje.

La primera de las casas franciscanas estuvo en la Alcarria. Era el año 1260, cuando por los trabajos de una mujer excepcional, doña Mayor Guillén de Guzmán, se erigió en lo que era pago de Liveto o aldea de San Miguel del Monte, un monasterio de «menoretas» que esta mujer sufragó para que las seguidoras de Santa Clara, ya con la regla franciscana, se establecieran y allí hicieran vida santa: en lo que hoy es finca de «los Cabezos» junto a Alcocer. Su estatua, en madera pobre y digna, fue testimonio de antigüedad y razón, Hoy sólo queda el recuerdo ‑unas pocas y desbaratadas piedras por el campo- de aquel cenobio primero.

Cuatro años después en 1264, surge la primera fundación parda masculina. Será en Atienza. Donde hoy se pueden contemplar, con cierto regusto nostálgico, las esbeltas arcadas góticas de lo que fue ábside de su iglesia, estuvo desde esa fecha el convento de «mínimos», que alentó el Concejo real atencino. En el siglo siguiente, la reina de Castilla doña Catalina de Lancaster, rehizo el edificio, sufragó el nuevo templo, y puso las bases económicas de esta próspera comunidad que fue muy querida de los habitantes serranos, quedando desecha en la época de la Desamortización.

En 1284 aparece otra fundación femenina, esta vez en la ciudad de Arriaca, a las orillas del Henares: en ésta que hoy nos alberga. Guadalajara era a la sazón señorío particular de doña Berenguela, hija de Alfonso X el Sabio. Esta mujer fue muy aficionada al naciente franciscanismo, y salpicó la geografía de su reino castellano leonés de conventos de monjas clarisas. El de Guadalajara lo puso primeramente en la cuesta de San Miguel, más o menos por donde hoy andan las Francesas, y luego se trasladó a la parte más baja y cómoda de la ciudad, a la judería, quizás ya con el deseo de realizar un apostolado efectivo entre las gentes de David. Allí levantóse hermoso, suntuoso edificio, y una iglesia en el siglo XIV que aún hoy -Santa Clara la llaman, Santiago es su nombre-muestra en su rigor de ladrillo y ataurique el espíritu recio de la Guadalajara medieval.

Siguió Molina en 1293, la ciudad del Gallo en la que su señora, feudal y comunera a un tiempo, a la sazón doña Blanca de Lara, puso en su testamento las mandas suficientes, generosas y nutricias, para levantar junto al río limpio un cenobio masculino que pronto alcanzó fama y riqueza. La nobleza toda del Señorío tuvo al convento de los franciscanos molineses como su templo familiar y su última morada. El arte gótico y el renacimiento se dieron cita entre sus muros. Los guardianes del cenobio tuvieron épocas que, de tal riqueza acumulada, aventajaban a los nobles en ostentación y boato. Luchas de claustrales y observantes dieron en el siglo XVI pie para una paz impuesta por el Emperador. Luego, la paz y las campanadas del Giraldo sobre Molina.

Durante el siglo XIV, serán dos fundaciones de frailes las que au­menten la nómina del franciscanismo alcarreño: en la capital, Guadalajara, y sobre las ruinas materiales y espirituales que en un alcor del burgo habían dejado los templarios, las infantas Isabel y Beatriz, hijas de Sancho IV de Castilla, y señoras de la ciudad a la sazón, fundan convento de franciscanos que, pasados los siglos, será el bastión más fuerte que los Mendoza alzan frente a la muerte: ello viene a significar que allí pondrán, en su gótico y elegante templo, el panteón mortuorio familiar, donando en cascada tierras y ofrendas para su manutención; obras de arte para adornar sus dependencias, y apoyo continuo para hacerlo el mejor de sus dominios. De allí salieron sabios y santos, escritores y catedráticos, manteniendo durante siglos una Escuela de Arte y Filosofía Moral que venía a ser equivalente a una pequeña Universidad arriacense. El fuego por dos veces intentó acabar con este monasterio que, finalmente, pasó a depender del Ejército y hoy es, como desde el siglo pasado, Fuerte de San Francisco, en las cotas más altas del núcleo urbano.

El otro convento del siglo XIV entra dentro de la órbita de renovación espiritual que se da en esa centuria bajo el trono de los Trastamaras. Se trata del alcarreño enclave de La Salceda, entre los términos de Tendilla y Peñalver, justo en el punto donde dice la tradición que se apareció la Virgen, sobre un sauce, a dos caballeros de la Orden de San Juan que por allí andaban asustados por fuerte tormenta. Fue Pedro de Villacreces quien se instaló en las fragosas tierras de la «garganta del  Diablo», en plena Alcarria salvaje, en forma aun eremítica, reuniendo pronto un notable plantel de sabios y santos en su derredor. Figuras de la Orden seráfica como San Diego de Alcalá o fray Francisco de Cisneros, Cardenal ‑ regente a comienzos del siglo XVI, tuvieron vida y responsabilidad durante muchos años en este convento. De su colección increíble, mítica casi, de obras de arte y edificios, sólo quedan hoy miserables ruinas. El año de su fundación se estima en 1366. El de su muerte, en 1835 cuando la Desamortización.

La Baja Edad Media, y más concretamente el siglo XV, comienza a contemplar el incremento claro de fundaciones pías en nuestra tierra, y concretamente el franciscanismo va a ganar un camino que hasta entonces había recorrido en compañía y en desventaja.

Hasta Alcocer llegan, en 1427, frailes franciscos con la Reforma de la Observancia. Ocuparon primero el despoblado de San Miguel, en los alrededores, y luego pasaron, ya en el siglo XVI, al interior de la población, donde nunca más de una veintena de frailes le dieron vida.

Poco después, en 1437, será Pastrana la que vea acrecentar la progenie del franciscanismo. La villa pertenecía por entonces a la poderosa Orden militar de Calatrava, y vio cómo los nuevos frailes de la reforma observante, dirigidos por fray Juan de Peñalver, que procedía de La Salceda, se instalaron espontáneamente en Valdemorales, a una legua de la villa. Fue en e año señalado cuando el maestre calatravo don Pedro Girón alentó su traslado al burgo, pagándoles casa y ajuar: levantando un convento hermoso, en lo alto del caserío que aún hoy domina con su espadaña de ladrillo e declive violento de Pastrana.

En el mismo siglo XV, otra villa de la Alcarria, Cifuentes, verá instalarse entre sus muros a los franciscanos. Será el año 1484 cuando el tercer conde don Juan de Silva deje larguísimas limosnas», buena librería, objetos de culto, y un nuevo y grandioso convento con su capilla,  para que los frailes mendicantes pongan allí su «convento de la cruz» que cuidará durante siglos la salud espiritual de la comarca: allí fueron a enterrarse, después de ordenar que sus riquezas cuajaran muros y arcas del convento, los más encopetados nobles de la Alcarria, y hasta uno de ellos, el conde cifontino don Fernando de Silva y Meneses Pacheco, en 1659, y viéndose cerca de la muerte, profesó de fraile y como  uno de ellos murió y fue enterrado.

En esa centuria se fundaron aún otros cenobios pardos: en 1488 púsose en Molina de Aragón un beaterio, el de Santa Librada, que fundó don Fernando de Burgos y que desapareció algunos años después. Y será Mondéjar, en 1489, una de las más preciadas posesiones de la casa Mendoza, la villa que vea levantarse nuevo convento en sus acreedores. La fundación de esta casa espiritual tendrá marchamo pontifical, pues el Papa Inocencio VIII firmó un Breve fundacional con las correspondientes licencias y se la entregó a su gran amigo,  embajador y acreditado diplomático de la Corte castellana, don Iñigo López de Mendoza, segundo conde de Tendilla. En su querida tierra mondejana, allá donde la Alcarria corre con ansias manchegas, puso el conde su cenobio, al que vistió con las mejores galas del primer Renacimiento: las estructuras arquitectónicas y los detalles ornamentales que había gustado en Roma y la Toscana, mandó poner entre los olivares y viñedos de su Alcarria: el arquitecto Lorenzo Vázquez diseñó y construyó convento de San Antonio de Mondéjar, hoy declarado, y aunque en lamentable ruina, monumento nacional, y quizás primera muestra del arte renacentista hispano. En el suelo de su templo se enterraron muchos marqueses, y nobles mondejanos, y en unas recientes excavaciones han aparecido sus nobles cráneos, ahora sí ya convertido en polvo para siempre.