El campamento romano de Anguita

sábado, 2 enero 1982 0 Por Herrera Casado

El campamento romano de Anguita

 La provincia de Guadalajara tiene múltiples recursos, de tipo turístico general (y particularmente paisajísticos, monumentales y folclóricos) que la hacen ideal emplazamiento para el viaje, la excursión, la aventura incluso. Uno de esos recursos que se abren ante la mirada y la interrogación del curioso que quiere conocer nuestra tierra a fondo es la Arqueología. El acúmulo de datos, de ruinas, de objetos hallados en forma de vasijas cerámicas, cuchillos de hierro o monedas, forman hoy ya una verdadera «enciclopedia» de razones arqueológicas con la que se puede apuntar firme hipótesis en torno a la vida y población de la tierra de Guadalajara durante diversos siglos antes de nuestra Era. Otro día haremos recuento de castros y necrópolis, especialmente de aquellos que sobre el cogollo de las serranías del Ducado, marcan el hábi­tat de los celtíberos y explican con elocuencia sus formas de vida, sus lujos y sus miserias.

Lanzados al campo no hace mucho un grupo de amigos, arribamos en un claro día del otoño al pequeño pueblo de Aguilar de Anguita, donde el espíritu celtíbero parece aún latir retratado en cada piedra y en cada perfil suave de la sierra del Ducado. Buscábamos, campo a través, uno de los más curiosos restos arqueológicos de nuestra provincia: el llamado «Campamento romano de la Cerca», en los límites de Anguita y Aguilar, a 1.200 metros de altitud, dominando el «valle romano» y el Tajuña, cuando aún son suaves hondonadas abrigadas de álamos y matizadas de robles sus orillas.

No es difícil llegar a tan apasionante enclave de la antigüedad. Para cuantos viajeros quieran contemplar este monumento, que recomiendo como aleccionador de nuestra historia más primitiva. Por la carretera asfaltada que va desde Aguilar de Anguita a Anguita, a medio camino se ve salir a la derecha un carril de tierra que lleva hasta la misma base del suave cerro en que asienta el monumento. También puede irse por detrás, siguiendo el camino que arranca de la ermita que hay a la entrada de Anguita. En cualquier caso, es fácil acceder a «la Cerca», pues es terreno el más eminente de los contornos y sus amon­tonamientos de Piedras de muralla se ven a larga distancia.

Una vez junto al campamento, el visitante ha de entretenerse en reconocer todo su trayecto, siguiendo la muralla en toda su extensión se encuentra enclavada y puesta de relieve a partir de excavaciones que en ella hizo el marqués de Cerralbo en el año 1913. El conjunto de la muralla, que en sus puntos mejor conservados presenta hasta tres o cuatro hiladas de sillares unas sobre otras, cierra un espacio amplísimo, de 12 hectáreas, en el que no se ven sino escasos enebros, y alguna mata de juníperas, resistentes al frío y a la sequía. Siguiendo, como nosotros hicimos, todo el contorno de la gran muralla, se encuentran cuatro puertas de acceso, por las partes más cómodas y accesibles, esto es,  por la ladera oeste y norte, mostrando dichos accesos la curiosa estructura militar de portón en zig-zag que evitaba el asalto frontal y en masa. A trechos, en la parte interior de la muralla, se ven torreones de refuerzo, rectangulares, con el inicio de escaleras para subir a su altura y acceder así a lo que sería una larga barbacana almenada. Sólo en la punta oriental del campamento se ve más alta la muralla, con diversas alturas de hiladas de sillar.

La historia y el significado de este enclave son también dignos de recordarse y ser comentados. Pienso que, de todos modos, lo que merece un viaje y una visita es contemplar el monumento, gozar del paisaje en torno, y evocar las edades remotas en que tal conjunto fue construido y utilizado. Hicieron falta muchos meses y muchos brazos para levantar una muralla que en total mide varios kilómetros, con todos sus detalles de portones, torres, escaleras y demás elementos que le hicieran útil para la defensa. Pero si el lector se anima a repetir el paseo que aquí se ofrece, conviene que lleve en la cabeza, simplemente, algunos datos y consideraciones.

«La Cerca» fue descubierta, en el verano de 1912, por el arqueólogo español Aguilera y Gamboa, marqués de Cerralbo, emparentado en Sigüenza, y gran investigador de la cultura celtíbera por las altas tierras de Soria, Zaragoza y Guadalajara. Realmente, no fue un hallazgo casual, pues los pastores y aldeanos del contorno, de siempre habían admirado aquella portentosa «cerca» o murallón, de 12 Has, de extensión y varios kilómetros de largo, que no acababan de comprender su significado. El marqués excavó durante tres veranos el contorno de la muralla, poniendo de relieve la fuerza del muro (casi 2 metros de ancho en todo su trayecto), su trazado irregular, en cierto modo pentagonal, adaptado al relieve del terreno, con cuatro puertas de entrada. Todo lo hizo ayudado de obreros que él personalmente pagó. En su «diario» de excavaciones, que quedó manuscrito, dejó sólo constancia de su hallazgo, excavación, y del encuentro en el interior del recinto de «curiosos materiales» de hierro y cerámica que no llegó a describir ni detallar, y que, a pesar de haber dejado en donación al Museo Arqueológico Nacional de Madrid, hoy se consideran perdidos.

La hipótesis sobre el significado de este monumento se centraron desde el primer momento en una dirección: campamento militar romano. Pero Cerralbo en su «Diario» dice que aquello era un fortín o castro ibero-romano. Es más tarde el alemán Schulten el que visita el lugar y confirma que aquello no puede ser más que un campamento de la época de la República romana. Es más, apoyado en los escritos de Tito Livio, dice que sirvió de base de operaciones al ejército de Catón, en los comienzos del siglo II a. de C. para la conquista de Segontia (que está a una jornada de marcha) y para el acoso de la Celtiberia más enriscada (Numantia, Termantia, etc.). No ha vuelto a encontrarse ningún resto arqueológico en su interior que pueda aclarar datación, ocupación y significado real de tan gran obra.

A cualquier viajero que por allí se acerque, le está permitido elaborar toda suerte de teorías. En terreno tan poco abonado ¿no puede crecer cualquier sugerencia? Nuestro grupo se preguntó muchas cosas, y encontró otras, que pueden servir de apoyo a futuras y más razonadas cuestiones: en una comarca que, durante los siglos V a II antes de Cristo, está densamente poblada, con múltiples castros y ciudades celtíberas dominando un valle, breve pero estratégico, que pone en comunicación la cuenca del Tajo (río Tajuña) con la del Ebro (río Jalón), sobre un punto de relieve geológico aparece el resto clarísimo de una muralla enorme, muy fuerte, que costó tiempo y hombres el construirla. Su interior, vacío. Lo lógico es que en ese interior se colocaran tiendas portátiles, se metieran caballos y víveres, y se vigilara el contorno.

Pero, y con esto acabo, con patearse el terreno simplemente durante una mañana, y en plan de absoluto aficionado, pudimos encontrarnos los evidentes restos de un poblado celtíbero en la vertiente poniente del interior de «la Cerca», con muros de casas, alineaciones de calles, etc. En esa zona, y en la superficie del suelo, aparecen con profusión cerámicas que revelan ser del período celta (siglos V al II a. de C.), así como hojas de cuchillo de hierro y alguna que otra herradura. Cerca, se ve el gran agujero de una «nevera» o «pozo de las nieves» para almacenar alimento fresco. Evidentemente, la «Cerca» de Anguita fue algo más que un campamento militar romano. Ahí está, desde hace más de dos mil años, y a la espera de que la ciencia arqueológica se ponga de una vez a estudiar, en serio, su mensaje y su significado.

De momento, puede ser el justificante para una excursión en la que, además de evocar el pasado de nuestra tierra, se pueden oxigenar bien los pulmones.