Jodra del Pinar: tierras y gentes

sábado, 21 noviembre 1981 0 Por Herrera Casado

 

La historia de muchos de nuestros pueblos (algunos, como el que hoy nos trae, Jodra del Pinar, casi desiertos) es mínima y siempre puesta en relación con las villas y ciudades de su cercanía. Un cúmulo de pocas casas, en el silencio de la emigración sumidas ahora, cobijadas bajo el bello templo parroquial románico, parecen dar poco de sí a la hora de hacer una historia de Jodra. Su origen en el momento de la repoblación su inserción desde el siglo XII en el Común de Villa y Tierra de Medinaceli, y el silencio secular solo poblado de trabajos agrícolas, ganaderos y ritos familiares o religiosos, parecen ser lo máximo a lo que una crónica de este breve enclave guadalajareño puede aspirar.

Pero cualquier papel, por ajado, viejo, ilegible y humilde en apariencia que sea, puede dar razón bastante de otros detalles de un pueblo, y abrir los cauces de su conocimiento, sumar datos que amplíen tan breve historia, poner palabras y referencias que vayan haciendo a nuestra tierra, por mejor conocida, más amada. Hace algunos meses cayó en mis manos, de manera casual, uno de estos papeles, que por estar casi ilegible, polvoriento y sucio, llevaba el seguro destino de la basura. Leyendo con paciencia, no fue el relato de una batalla ni la declaración de un siglo crucial lo que apareció, sino un rutinario apeamiento de las tierras pertenecientes a la «memoria de las Animas» del lugar de Jodra del Pinar. Sencillo capital documental del que aún se han podido rescatar nombres (que siempre encierran la objetiva belleza de su sonido al viento) personas, instituciones y, en fin, un breve y dulce trago de historia sencilla, real, cotidiana y firme de nuestra tierra.

El documento es de la segunda mitad del siglo XVIII. En esos momentos, Jodra es todavía un «lugar» y pertenece a la jurisdicción de la «villa» de Medinaceli, dependiendo de ella en lo administrativo y teniendo territorios de aprovechamiento común con otros lugares de lo que en el Medievo fue su alfoz o «Común de Villa y Tierra». El lugar de cejo, que tenía su sede en la Casa Consistorial. Las autoridades de este Concejo o ayuntamiento, siempre surgidas de una elección entre los vecinos, eran en ese momento: dos regidores (Bartolomé Albir y José Guijarro) un procurador general (Vicente Delfa) y un jurado (Santiago del Amo). El esto eran simples vecinos. En esa época había solamente quince vecinos u hogares. También, como autoridad religiosa, había un cura, que residía en Saúca. Y nada más. Las ocupaciones de sus gentes eran, casi con exclusividad, la agricultura. Poca ganadería y alguna escasa explotación del pinar.

Las tierras del término de Jodra eran escasas, muy pequeñas, estando su propiedad realmente atomizada. La mayor parte sólo era susceptible de ser medida en fracciones de fanega: o bien en medias, o bien en celemines. De algo más de una fanega, había escasas propiedades y de dos o más, casi ninguna. Había prados comunales y otros de los propios del Concejo. La vega (o «val» como entonces se la llamaba) era lo único productivo del término, con porciones de huerto. Las formas de medir la capacidad de una tierra, como digo, eran: la fanega, su fracción la media, y el celemín. Las distancias se medían en pasos o varas. La forma de delimitar una propiedad era denominando el nombre de su dueño, la cabida de la tierra, los linderos que tenía, y la señalización de mojones en sus límites o extremos.

La propiedad del término de Jodra estaba repartida entre no muchas personas o instituciones. Por supuesto, todos los vecinos empadronados en el lugar tenían tierras en él. También poseían terrenos agrícolas algunos vecinos particulares de Saúca, Estriégana, Sigüenza, Sotodosos, Alcuneza y Tartanedo, así como el curato de Horna, y, por supuesto, el propio concejo de Jodra. Otras instituciones, todas ellas religiosas, se repartían la gran mayoría del término. Eran éstas: el Cabildo catedralicio de Sigüenza, el Colegio Seminario de Sigüenza, la capellanía de San Valero de la Catedral de Sigüenza, la parroquia del lugar de Jodra, las monjas de Santiago de Sigüenza, las monjas de San Román de Medinaceli, y las ermitas de Nuestra Señora de la Salud de Barbatona y de Nuestra Señora de los Quintanares en Horna. Este detalle tan explícito, de que la tierra de un pequeño término como Jodra estuviera en más de un cincuenta por ciento bajo la propiedad y administración de la Iglesia (por lo tanto, sin pagar impuestos al Estado) explica que, repetido a nivel de la nación toda, la Desamortización puesta en marcha en el siglo XIX por Mendizábal era una salida prevista ya desde muchos decenios antes.

Cuando un día de enero del siglo XVIII, varios hombres de Jodra se lanzaron al campo -que ellos tan bien conocían, pues se trataba sencillamente de una extensión de sus propios hogares-para realizar el «apeo, deslinde y amojonamiento» de la «memoria de las Animas» (que alguien, siglos atrás, había instituido, y luego se había ido aumentando por donaciones y añadidos de los piadosos vecinos del lugar, que ya habían tomado costumbre de dejar, a la hora de su muerte, algún pedacito de sus posesiones, como para con ella rescatar una temporada de purgatorio) lo hacen manejando el simple, bello y monumental idioma castellano con el que a diario denominaban sus tierras, lo que en realidad venía a ser su íntimo y personal espacio vital. Ellos describen su ambiente con esos trazos concretos: hay arreñales, heras, cercados de piedra seca; hay una cabezada rocosa, una acequia (o varias) un barranco y algunos prados; unos cendachos también. Y hay senderos y sendas, hazas y arboledas. Pero todas ellas, además, elevan sus nombres propios, con nombres que la tradición ha bautizado con la sonoridad del uso, con el cariño de lo tradicional y realmente querido. De ese viejo, casi inservible y polvoriento papel, surgen las cuatro esquinas de Jodra, los nombres con los que, todavía hoy, algunos hombres y mujeres ponen términos a su nostalgia. Esta es, ya para terminar, la relación escueta, sonora, bellísima: el manzano, la solana del val, la fuente del val, la cabezada del val el portillo, la muelezuela, matarranas, caramedina, valrrubio, la pililla, el alto de la varga, la hoya cardosa, el mojonazo, la canalilla, navafría, los tajones de navafría, el lomo de la umbría, la hoya en la calera, las gallegas, la cuesta de la villa, la entrada del pozuelo, la fuente del pozuelo, el horcajo, carratortonda, la hondonada del río y la hoya de Álvaro.