Brihuega: albores históricos

sábado, 7 noviembre 1981 0 Por Herrera Casado

 

Brihuega es, sin duda, uno de los lugares más interesantes y de rica historia que podemos encontrar en nuestra provincia, y es por ello que nunca viene mal refrescar la memoria de algunas de las numerosas parcelas de su pretérito que todavía resultan de interés conocer. Por una parte, su historia antigua, sus avatares medievales y modernos, su participación señalada en el desarrollo social de la tierra alcarreña; por otra, su patrimonio arquitectónico, rico y numeroso a pesar de haber sido muy dañado en el transcurso de los siglos. Aún quedan en pie varias iglesias, testimonio de la Edad Media creadora y fértil en esta parcela arquitectónica (el estilo de transición entre el románico y el gótico queda fielmente expresado en San Miguel, en San Felipe, en Santa Maria de la Peña) y el mismo castillo voz fuerte de epopeyas antiguas; y sus plazas, edificios barrocos, la textura misma de la villa; todo el aspecto homogéneo del burgo alcarreño, colgante sobre la rojiza peña en un riente valle vegetal, es capaz de entusiasmar a cualquiera que hasta este lugar viaje en busca de entronques nítidos con el pasado.

De su historia hay muchos pasajes interesantes a recordar. Vamos hoy a entrar en la rememoración de los primeros hechos conocidos de su historia, y de algunos detalles sociales que aclaran aquel nebuloso primer camino de la villa. Sobre el asiento en su entorno de algún castro ibérico y posteriormente alguna estación militar romana se ha escrito mucho y no se ha concretado apenas nada. Se encontraron restos cerámicos de alguna necrópolis primitiva, fechable en algunos siglos antes de Jesucristo. El nombre que hasta la misma Edad Media cristiana utiliza el lugar, es plenamente evocador de su origen ibérico, pues todavía en el siglo XII a Brihuega se le nombra «Brioca» o «Castrum Brioca», con etimología yacente de tipo autóctono, pues sabido es que este apelativo quiere decir «fuerte» o «fortaleza» y quizás aún se recordaba su origen en un fuerte castro ibérico o romano, quizás situado donde luego (y hoy todavía) asentaría el castillo medieval.

La historia real de Brihuega comienza en la Edad Media, que es de cuando proceden los primeros documentos a ella referentes. Señala entonces la «Crónica de España» que mandó escribir el rey Alfonso X el Sabio que aquel lugar, entonces prácticamente deshabitado, fue ocupado a finales del siglo XI por Alfonso (que luego sería VI de Castilla‑León) en calidad de préstamo de] rey moro de Toledo, Almamún, al haber refugiado en este territorio por huir de su hermano D. Sancho. Hablando de este Alfonso, dice la referida «Crónica de España»: «En aquel tiempo avié en ribera de Tajo mucha caça de ossos, e de puercos, e de otros venados, e don Alfonso, andando a caça Tajo arriba, falló un logar de que se pagó mucho, que avíe nombre Bryuega: e porque era lugar vicioso e de mucha caça, e avie y buen castiello para contra Toledo, pidió al Rey Alimaimon aquel logar, e diógelo: e puso él allí sus monteros a sus caçadores cristianos: e finco el logar por suyo, e el linage de aquellos finco ay fasta don Juan, el tercero Arçobispo que fue de Toledo, que ensancho el logar a los pobradores, e pobló el barrio de San Pedro». Este es el primer dato objetivo de la historia medieval de Brihuega, y de él debemos partir para cualquier otro examen histórico posterior.

Tras la reconquista de Toledo y todo su reino (Talavera, Guadalajara, Hita, Uceda, etc.) por Alfonso VI en el año 1085, también Brihuega quedó incluida en el territorio conquistado. El hecho de haber vivido allí algún tiempo, hacía que el rey castellano tuviera una especial predilección por el lugar de las riberas del Tajuña. Y cuando al año siguiente, en 1086, crea la diócesis toledana y la dota abundantemente de bienes, y señoríos, concede el de Brihuega a los obispos de Toledo. Así, pues, desde el primer momento de su historia occidental, y tras unos meses de ser pertenencia real, Brihuega es Villa y territorio del Señorío de la mitra episcopal de Toledo. Esto marcaría en adelante toda su historia

Es de todos modos necesario insistir en una cosa: la organización social y territorial de Brihuega y su comarca fue, desde 1085, la similar a los Comunes de Villa y Tierra que en esos momentos marcaban la estructura socio‑económica de Castilla entera. Únicamente, que su señorío lo ostentaba, en lugar del propio rey castellano, como ocurría en otros comunes de los de la Transierra (Guadalajara, Atienza, etc.), un señor, en este caso el obispo de Toledo (igual que en seguida ocurrió con los comunes de Villa y Tierra de Uceda y Alcalá, pertenecientes en señorío a estos mismos obispos). Pero la estructura de la población y su territorio era similar. Los hombres que poblaban Brihuega se distinguen en dos grupos, según lo atestigua el fuero dado en el siglo XIII por el arzobispo D. Rodrigo Ximénez de Rada (y que en realidad venía a ser una confirmación de los usos y costumbres más antiguos del burgo). Estos grupos eran: los hombres de la villa y los hombres de palacio. En el fuero queda clara la definición de «como deve entenderse palacio» o quiénes eran los «hombres de palacio»: «Palacio sea assí entendido: Nos (el obispo de Toledo) et nostras personas (sus representantes) et nostros canónigos et nostros clérigos: mientras morasen en brihuega». El resto de los habitantes briocenses eran «hombres de la Villa» y estaban organizados conforme a la tradición castellana comunera: el pueblo elegía a sus «aportellados» anualmente, el día de San Miguel, y de entre ellos surgía el juez o máximo representante, guardián del sello concejil, así como los alcaldes, jurados, regidores y oficiales del concejo.

El Común de Brihuega fue siempre reducido. Desde el momento de la reconquista, la villa queda adscrita al Señorío de los obispos toledanos, por carta de donación hecha por Alfonso VI el día 15 de las kalendas de enero del año 1086. Las primeras entregas a la mitra son: «Alcoleia in terra de Alcalá, Lousulus in terra de Guadalhajara, Brioca et Almunia». Años después, en el 1230, el arzobispo D. Rodrigo menciona en un documento algunas de las aldeas del Común de Brihuega: Gajanejos, Castilmimbre, Ferreñuela Valdesaz, Tomellosa y San Andrés. La repoblación de este territorio se hizo pronto, y según es tradición, el propio Alfonso VI se encargó de traer mozárabes andaluces para ocupar la villa y su entorno. En el siglo XII ya figura el dato de que un obispo toledano fundó la iglesia y barrio de San Pedro, que quedaban a la parte baja y por el sur de donde asienta e] castillo. Esta última edificación se comenzó a construir en dicho siglo, y ya es del siguiente del XIII, especialmente del generoso gobierno del arzobispo D. Rodrigo Ximénez de Rada, de cuando procede la total repoblación de la villa de Brihuega, con la concesión de su notable Fuero, y con la construcción de varios de sus más hermosos templos parroquiales.

De este modo, la Edad Media veía surgir en nuestra tierra una población, Brihuega, que supo granjearse la preferencia de sus habitantes y de sus señores.

Del inicio del señorío de los obispos toledanos en ella hemos hecho hoy memoria. La semana próxima continuaremos con el tema.