Caminos del románico

sábado, 3 octubre 1981 0 Por Herrera Casado

 

Tiene la provincia de Guadalajara mil caminos por recorrer, inacabable sucesión de sorpresas en sus paisajes y en sus pueblos, en las formas de celebrar las fiestas sus gentes, y de entender la vida por sus infinitos vericuetos. Siempre dispuestos a sacar de esta tierra nuestra la sal más pura, la gracia más sonora, vamos a lanzarnos hoy por los caminos del románico rural, a renovar recuerdos o a descubrir nuevas formas en esta tarea apasionante de encontrarnos con las viejas piedras, el arte autóctono, de esta Guadalajara.

Una imagen que acompaña a estas líneas, la iglesia parroquial de Luzaga, puede servir como inicio a tan sugestivo paseo. Es este pequeño monumento uno más de las varias decenas que se distribuyen por los pequeños pueblos de nuestras sierras, alcarrias y campiñas. Y sobre los que escasas atenciones han recaído, pues las reformas y los seculares abandonos han transformado casi por completo la esencia de tan entrañables edificios. Conservan su uso como templos cristianos, pero han perdido en parte su aire medieval y recoleto. De lo que queda debemos servirnos para enriquecer nuestro conocimiento sobre el tema.

El territorio actual de la provincia de Guadalajara, sometido al dominio de los árabes durante casi cuatro siglos de la Edad Media, fue reconquistado por el ejército y los modos culturales y sociales de Castilla a lo largo del final del siglo XI y todo el siglo XII. Es la cultura castellana, con su lengua, su modo de organización política, su religión cristiana, y con sus gentes venidas de la montaña cántabra y valles burgaleses y riojanos, la que paulatinamente se implanta en nuestra tierra. Será así que se organizan en «Comunes de Villa y Tierra» todos los territorios de en torno al Tajo, Tajuña, Henares y Jarama. La diócesis de Sigüenza retomará su protagonismo espiritual. Los reyes de Castilla darán importantes privilegios a los hombres y las villas de nuestro entorno, protegiendo sus modos de vida, sus cultivos, sus ferias y mercados, y tratando de hacer llevaderas sus cargas fiscales. En lo artístico, el influjo de Castilla va a ser claro y contundente: el arte románico se implanta decidido, cuajando en los pequeños templos de aldeas mínimas más que en grandes catedrales o palacios.

La serranía del Ducado, perteneciente en el siglo XII al Común de Villa y Tierra de Medinaceli, se repobló en seguida con gentes venidas del Alto Duero, añadidas a las que ya formaban parte del territorio desde hacia siglos. Fueron surgiendo pueblos con sonoros nombres nuevos: Torrecuadrada de los Valles, Torremocha, Torresaviñán, Laranueva, Cortes, Canales, Torrecilla, Pelegrina, y otros recibieron en herencia de antigua civilización sus apelativos tradicionales: Luzón, Luzaga, que recordaban al pueblo de los lusones que los levantaron. En estos lugares, los nuevos pobladores pusieron por primera piedra de la comunidad su iglesia donde celebrar no sólo los ritos litúrgicos de un cristianismo puro y en cierto modo oscuro (por la ignorancia intelectual de aquel tiempo), sino que el templo se utilizaba también para reuniones del pueblo todo y como sede de las deliberaciones concejiles, especialmente en su atrio orientado al sur.

Todas las iglesias de esta comarca de geografía serrana, fría y abrupta, que hoy denominamos «el Ducado» son similares, y más o menos alteradas han llegado hasta nosotros en su estructura románica. Muy poco conocidas del gran público, aquí quisiera reseñarlas para que sirvan de justificación y primer paso a que tantos amantes de la arquitectura rural como hay entre nosotros se lancen a su examen.

La primera podría ser ésta de Luzaga que acompaña estas líneas. Tras una portalada de piedra que permite entrar a un cementerio o atrio descubierto, surge el muro sur del templo, que posee una portada sencilla y típica, consistentes en abocinados arcos en derrame, con baquetones semicilíndricos apoyados en diversos capiteles de tema vegetal muy simple. Poco bastardeada, pero ingenua en su primitivismo, esta portada de Luzaga es bella porque es sencilla, y nos entusiasma porque conserva sin trastoques la esencia medieval del primer instante en que fue levantada. El hálito que expresa de ruralismo, de vida sincera, de cristianismo hondo y popular, es fácil de captar por quien hasta ella se acerca con el sereno ánimo de entrar en el juego de las sinceridades. Añade en su cabecera un ábside de planta semicircular, todo él levantado con sillar y sillarejo de la zona, y en su centro una ventanilla tipo saetera, aspillerada, con diversas marcas de cantería en forma de flechas. El interior, ya muy bastardeado, aún permite vislumbrar su estructura antigua.

Por la serranía del Ducado son muchas otras las iglesias románicas que deben admirarse. Es una de ellas la de Cortes de Tajuña, aguas abajo de Luzaga. La portada es sencillísima, de varios arcos semicirculares decrecientes, bien conservada durante siglos bajo un amplio atrio que le confiere una atmósfera casi hogareña y abrigadora. Su ábside, semicircular, muestra la planta, la ventanita central y los modillones del alero como prueba de haber sido erigida en el siglo XII. A su vez, la de Canales del Ducado, en remoto enclave de esta serranía, conserva todo su cuerpo románico íntegro: la gran espadaña triangular sobre el muro de poniente; la portada de arcos semicirculares bajo atrio; el ábside… merece el viaje acercarse a Canales, no sólo por ver su interesante templo, sino por vivir el aire recóndito de su plazal ancho, de su popular fuente, de sus desiertas callejas solitarias en un ámbito de salvaje naturaleza boscosa.

Laranueva mostrará al viajero un templo parroquial con múltiples perspectivas, pues luce su espadaña barroca sobre un muro en el que asienta un atrio cegado con varios arcos semicirculares, portón de entrada, y graciosa puerta de ingreso en el mismo estilo. Renales también, bastardeada como todas, muestra su iglesia con arquerías románicas. Torrecuadrada de los Valles es quizás de los mejores ejemplos del románico rural en el Ducado. La iglesia se encuentra aislada en un otero sobre el pueblo, y parece mostrar con desafío su gracia pura: la espadaña triangular, el portón de entrada con arquería semicircular y adornos jaqueados, el ábside semicircular con modillones y canecillos; todo en ella es original, románico auténtico, siglo XII en puridad.

Y por si aún le parece poco al asombrado lector este cúmulo de ejemplares románicos en nuestra provincia que aún puede visitar, quedan por citar dos ejemplares soberbios, cual son el de Villaverde del Ducado, con piedra arenisca rojiza que confiere a la arquería del pórtico un valor plástico inigualable, y el de Tortonda, con muchos parches de siglos posteriores, pero con un resto de atrio orientado al norte en el que sobresalen capiteles decorados, una portada, y una torre almenada de pureza medieval. También debe contemplar el viajero que recorra el Ducado la iglesia de Pelegrina y aun la de Jodra, magníficas en su valor arquitectónico; la ermita de San Bartolomé, en término de Villaverde, que hizo de iglesia parroquial de un pueblo ya desaparecido, y que es una auténtica joya del románico rural aislada en un pinar recóndito; y Torrecilla del Ducado, en fin, con su simplicidad de líneas y su encanto de siglos viejos.

Aún hay más. Se puede decir que el antiguo Común de Medinaceli, densamente poblado en los siglos XII al XV, guarda en todos sus pueblos algún vestigio del románico rural que el viajero gustador de es estilo debe correr a admirar sin falta.