Plateros y orfebres (I)

sábado, 5 septiembre 1981 0 Por Herrera Casado

 

Entre los múltiples artesanos que han poblado a lo largo de los siglos nuestra tierra, podríamos contar entre aquellos más populares,-por lo vistoso y condicionado de su producto- a los plateros y orfebres, que en el trabajo de obras de arte sobre el oro y la plata se les iba el tiempo. Si han sido bien estudiadas, y hoy son ampliamente conocidas, las escuelas de plateros de Sevilla, de Córdoba, de Zaragoza, o Cuenca, en nuestra tierra hubo también prolíficos centros de esta artesanía que hasta ahora habían pasado completamente desapercibidos: Sigüenza Guadalajara, Pastrana…, tuvieron figuras, escuelas, talleres y barrios dedicados a estos menesteres, y de ellos salieron cantidad ingente de obras de arte que acreditan plenamente su calidad. Vamos a recordar, sin entrar tampoco en profundidad de datos, estos centros de orfebrería, sus nombres capitales, sus fechas y cifras. No merece la pena, en este glosario, entrar en detalles sobre la técnica artesanal de los metales nobles: el repujo como elemento común, la talla como el más delicado y el molde como proceso industrial más moderno: todos ellos fueron tratados en las tierras de Guadalajara por sus núcleos plateros.

Toda la producción de cruces, custodias, cálices, piezas varias, etc., que hubo (hoy quedan escasos restos) en nuestro territorio provincial, provenían fundamentalmente de dos núcleos elaboradores: uno propiamente provincial, en el que se incluyen lugares como Guadalajara, Sigüenza y Pastrana; y otro de fuera de estos límites: artesanos de Madrid, Toledo, Alcalá de Henares, Zaragoza, Cuenca y Segovia, elaboraron numerosas y famosas piezas para las iglesias y catedrales de nuestro entorno

1 -El taller de Sigüenza

El más importante centro de orfebrería en nuestra tierra fue Sigüenza. Hasta ahora no se sabía que la ciudad del alto Henares había sido un importante núcleo productor de este arte. Pero ello era lógico de pensar, pues desde el mismo momento de la reconquista, el impulso dado por sus primeros obispos franceses a todo tipo de construcciones y actividades artísticas, no hizo sino empujar en siglos posteriores el cultivo del arte en la ciudad que llegó a su cenit en los años del Renacimiento (fines del siglo XV y todo el XVI entero). La prosperidad del arte arquitectónico, escultórico y pictórico fueron marco adecuado para que orfebres y plateros surgieran y crearan también una auténtica escuela, cuyos productos invadieron el territorio asignado a la diócesis. Desconocemos por ahora las calles o barrio donde tuvo asiento esta «platería», pero es lógico pensar que los diversos artesanos que en esa época trabajaron, lo hicieran en un entorno breve y común. Estas son las principales figuras de la orfebrería seguntina en el siglo XVI: Martín Covarrubias, era ya en 1543 platero del Cabildo catedralicio de Sigüenza. Aparte de muchas otras obras desconocidas o desaparecidas fue autor de la cruz parroquial de San Gil de Medinaceli (1548), de la cruz de La Toba, de Alustante (1565) y Pastrana. La molinesa es la mejor cruz salida de las manos de este artista: esa obra de Alustante, con el valiente trazo de las figuras que a decenas cubren su superficie, es una de las cumbres de la orfebrería de nuestro territorio, y Covarrubias se eleva, así, a la categoría de primer buril de la misma. Pedro de Frías fue también platero del cabildo catedralicio seguntino, ocupando el puesto en 1543. En él se ocupó de limpiar y reparar el tesoro de plata de la catedral. Hizo también algunas cruces para el Cabildo y otras piezas menores. Se conoce y conserva hoy la cruz parroquial de Villar de Cobeta, por él firmada, obra de serena y sencilla composición, muy bella y original. Heredero de los anteriores en estilo y trazas fue el también admirable Diego de Valdeolivas, que ocupó el puesto de platero del Cabildo seguntino en el último tercio del siglo XVI. Desde 1569 ostentó la responsabilidad de cuidar y limpiar el tesoro catedralicio, pero se sabe que elaboró varías cruces muy interesantes para parroquias del territorio: así la de Languillas (Segovia) y Madrigal (Guadalajara) que guarda el estilo sobrio pero de alta minuciosidad que sus antecesores. Sin ostentar el cargo de platero capitular, pero con tiendas y talleres abiertos para las necesidades de eclesiásticos y particulares del territorio seguntino, debemos mencionar a Francisco de Madrid, activo a mediados del siglo XVI, natural y vecino de Sigüenza; a Juan Vizcayno; a Juan de Torres, que en 1601 hizo la custodia de plata de la iglesia de San Gil de Molina; a Juan de Oñate, que en 1552 hizo una cruz de plata para la parroquia de San Andrés de Medinaceli; a Martín Osca, miembro también del gran talles seguntino de plateros, que a comienzos del siglo XVI fabricó la maravillosa cruz dorada de Ciruelas, y la no menos impresionante de Valfermoso de Tajuña; a Bernardino Peña, a Gabriel Navarro, que en 1519 hizo un cáliz para la parroquia de San Nicolás de Medinaceli; a Alonso de Lezcano, que trabajó en la segunda mitad de la centuria en gran número de piezas para algunas parroquias de Medinaceli, de varios pueblos de la comarca de Atienza, así como las custodias de Villel de Mesa (Guadalajara) y Arcos de Jalón (Soria); a Diego de Elgueta, que en 1560 hizo una buena cruz de plata para la catedral seguntina, hoy perdida; e incluso Juan de Morales, miembro también de la escuela seguntina en el siglo XVI, que alcanzó entre los años 1588 y 1597 el cargo de platero del cabildo seguntino, aunque no hizo sino limpiar el tesoro.

En el siglo XVII, el importante taller seguntino produjo también gran cantidad de obras, aunque ya no en tan espectacular riqueza y variedad de formas. Como pasa, en general, en toda la orfebrería hispana, el Siglo de Oro vive de las rentas de la época renacentista. Esta época renacentista. Esta época contemplar en Sigüenza una pléyada de artesanos dedicados a elaborar piezas rutinarias para el culto. Pero ello no le resta vigor en modo alguno al taller ya fuertemente enraizado en la ciudad. De entre sus hombres, tenemos noticia de los siguientes: Matías Bayona, que en 1608 hace la cruz parroquial de Setiles, en 1632 una custodia para San Martín de  Molina, y otras distribuidas por el Señorío de Molina y por la Alcarria (El Olivar); Diego Caballero, autor de un cáliz en 1636 para la parroquia de Alustante; Pascual de la Cruz, que ocupó en los primeros años de esa centuria el cargo de platero oficial del Cabildo, y que además de numerosos arreglos del tesoro catedralicio, hizo varias cruces procesionales para pueblos de la diócesis, entre ellas la de Casas de san Galindo, muy en la línea estructural de los plateros seguntinos del siglo anterior; Juan García, también platero del Cabildo, solo dejó obras menores; Cristóbal Oñate, que trabajó por encargo para la catedral, arreglando piezas de su acerbo, construyendo obras para la diócesis: así un cáliz para Setiles (1650) y otro para San Martín de Molina (1644); Hernando Oñate, posiblemente hermano del anterior, que trabajó también para algunas iglesias del Señorío; Juan Sanz, que en 1653 hizo un incensario para San Gil de Molina; Mateo de Valdeolivas, que como su padre ocupó el puesto de platero oficial del Cabildo, y algunos más de escaso relieve. Vemos, pues, que el taller de Sigüenza, en los siglos XVI y XVII, fue realmente activo y pleno de vigor. Decayó luego rápidamente, al compás de la vida gremial y económica del país. En el Catastro del Marqués de la Ensenada, realizado a mediados del siglo XVIII, no se menciona ni un solo platero en la ciudad. El taller había desaparecido.