La conquista de Molina según Sánchez Portocarrero

sábado, 15 agosto 1981 0 Por Herrera Casado

 

En esta tercera, y ya última, revisión de crónicas acerca de la reconquista y repoblación de la ciudad de Molina y su amplio territorio circundante, vamos a repasar el texto de la más amplia y completa historia del Señorío molinés hasta ahora escrita, en concreto la del regidor don Diego Sánchez Portocarrero, elaborada a mediados del siglo XVII. Hay que hacer constar que este escritor, que elaboró la mayor parte de su obra mientras residió en su casona de Hinojosa, sigue en este tema fielmente a Zurita; pero como le parecen pocas las noticias que el riguroso historiador aragonés proporciona en torno a Molina, él las aumenta y redacta ampulosamente, hasta llegar a emplear varias páginas para decir lo mismo que Zurita en pocas líneas. E incluso, y como sintiéndose obligado a proporcionar a sus lectores mayor caudal de datos en torno a un tema que se le antoja crucial, como es el de la iniciación de la repoblación molinesa, Sánchez Portocarrero aporta cuantas fabulosas leyendas le han sido transmitidas por la tradición a los autores poco rigurosos. Teniendo esto en cuenta, facilitaremos aquí las líneas generales de la información que nos transmite, y comentaremos algo más ampliamente las leyendas que sobre el tema nos transmite.

En el capítulo XIX de su «Historia del Señorío de Molina», habla Sánchez Portocarrero de la «Guerra y conquista del Cid en el distrito de Molina y sus contornos». Sigue en este tema al licenciado Núñez, que comentábamos la pasada semana, y se limita a glosar el «Cantar de Mió Cid» a través de otros autores, como Garibay, Escolano, Mármol y otros. Se explaya en referir la travesía que el Cid hace por el territorio molinés a finales del siglo XI, y viene a insistir en que el caballero castellano sometió a los moros de la comarca, cobrándoles parias. Se fundamenta en el pasaje del poema cidiano en que se refiere que el Cid acampó durante varias semanas en el «Poyo» o cerro cercano a Monreal, guerreando desde allí a los moros que finalmente se le entregaron. Nuestro autor también refiere la posibilidad que el asiento de Rodrigo Díaz en ese Poyo lo tuviera junto a Hinojosa.

En el capítulo XXI, Sánchez Portocarrero va siguiendo de manera completa los «Anales de la Corona de Aragón», de Zurita, en lo que ha ce referencia a la reconquista de la Celtiberia por Alfonso I de Aragón. Añade nuestro autor, sin embargo, un dato curioso, que pudiera hacer variar la cronología sobre la conquista de Molina. Dice así: «hallábase en Molina el Reya don Alonso de Aragón en el mes de Diciembre del año 1125, no se averigua si de paz o de guerra», y luego siguiendo a Zurita añade que en el año 1126 «continuó el Rey don Alonso de Aragón la guerra por las fronteras de Molina y Cuenca contra los Moros de aquellas ciudades». Señala que en los dos años siguientes se enfrentaron en guerras los dos reyes Alfonsos de Castilla y Aragón, y finalmente sería en 1129 cuando el Batallador aragonés terminaría definitivamente la reconquista de la ciudad y el territorio molinés. Copia Sánchez Portocarrero el texto de Zurita, y luego añade por su cuenta que dicha guerra debió ser muy sangrienta y cruel pues por sus efectos, que dejaron a Molina totalmente desierta, puede colegirse, añadiendo que fue así como se la encontró diez o doce años después su primer señor don Manrique de Lara.

En cuanto al tema de la repoblación, nuestro autor vuelve más adelante a señalar este hecho de la despoblación radical en el momento de la conquista, y el hecho de que quedaran tan pocos pobladores y moradores, que 12 años después se hizo preciso traer gentes a Molina venidas de Castilla, de Vascongadas, que se mezclarían a esos escasos cristianos mozárabes que habitaban entre los moros, y a los propios árabes que no quisieron marcharse.

Donde Sánchez Portocarrero emplea más tiempo, ya en el capítulo XXII de su obra, es en comentar, por una parte, las guerras entre los reyes de Castilla y Aragón en torno a este territorio, y la última solución de ser ocupada y repoblada por la familia de los Lara. Señala nuestro autor que durante diez años, de 1129 a 1139, Alfonso VII de Castilla guerreó con los aragoneses Alfonso I y Ramiro II en torno a Molina. Ya veíamos en el relato riguroso de Zurita lo que ocurrió en estos años: las apetencias del castellano sobre gran parte de la Celtiberia, ganadas primero en incursión guerrea y luego entregadas a los aragoneses tras la condición de reconocerle vasallaje. Molina siempre quedó en poder del castellano, que finalmente se le entregó en señorío para su guarda a uno de sus mejores cortesanos, don Manrique de Lara. Como no podía ser menos, Sánchez Portocarrero se hace eco de la leyenda introducida por el Conde don Pedro de Portugal en su «Libro de las Genealogías» que escribió hacia 1310, creyéndola a pies juntillas y dándola por argumento clave de su historia. Creo que merece la pena copiar aquí el texto de don Diego Sánchez Portocarrero en su «Historia del Señorío de Molina» a este respecto, como curiosidad notable:

«El Rey de Castilla, e el de Aragón, havíanse contienda sobre Molina, uno dezía que era suya e lo mismo el otro, e el Conde Don Manrrique que suso dicho era Vasallo del Rey de Castilla e su natural, e era compadre del Rey de Aragón e mucho su Amigo, e viendo la contienda que entre ellos era pesóle mucho, e díxoles que pusiesen en él este fecho a contienda que entre ellos havía, e que él daría en ellos su sentencia qual viese que era buena, e derecha, e los Reyes ambos dixeron que lo otorgaban, e que prometían estar por al sentencia que él diese e él después que tuvo los poderes dio esta sentencia. Que el Derecho que los Reyes tenían, que lo revocaba e lo ponía todo en sí, e que de allí adelante que quedase Molina a él para siempre, e a los que del descendiesen quedando como Mayorazgo; e los Reyes otorgaron la dicha sentencia, e el Rey de Castilla dixo, que él quería muy bien labar la villa a so costa, e así lo fizo, e el Rey de Aragón dixo, que él quería labrar el Alcazar su costa e así lo fizo, e el Conde Don Manrique ovo la en toda su vida».

Esta mezcla de historia y leyendas son las que constituyen el fundamento de lo que hasta hoy mismo se ha venido diciendo en torno a esos 10‑12 años primeros del Señorío de Molina. Aragón y Castilla, de un modo u otro, en sus inicios. Y ya a partir de 1139 en que don Manrique de Lara asienta como señor en el territorio, concediendo luego en 1154 su famoso Fuero, es cuando la historia de Molina cobra sus perfiles más ciertos y firmes, formando a lo largo de los siguientes siglos un rimero de aconteceres, heroísmos, consecuciones y riqueza muy destacables, y de todos conocido.