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marzo, 1981:

Palacio y casonas: EL palacio ducal de Cogolludo

 

Presidiendo la plaza mayor, magnífica y amplia, de la villa serrana y campiñera de Cogolludo, se encuentra el palacio de los duques de Medinaceli, monumento histórico-artístico de carácter nacional, y una de las joyas de la arquitectura de la provincia de Guadalajara y aun de toda España.

Fue mandado construir este palacio por don Luís de la Cerda, primero de los duques del título de Medinaceli, en la última década del siglo XV. Se trata de un palacio que refleja ya el nuevo estilo renacentista, no sólo por sus detalles arquitectónicos y ornamentales, sino por el espíritu que revela, olvidando la función castrense que hasta entonces ha tenido el palacio señorial, abandonando torreones y cerrados muros, y adoptando la amable horizontalidad, la alegre apertura toscana: es un lugar para vivir, no para luchar. Se piensa como probable autor del proyecto y director de las obras en el arquitecto Lorenzo Vázquez, que trabajó en Valladolid para el Gran Cardenal Mendoza, y en Guadalajara para su sobrino don Antonio de Mendoza, en la misma época (última década del siglo XV y primera del XVI) y con el mismo estilo. El palacio de Cogolludo presenta una amplia fachada rectangular, hecha para presidir una gran plaza

La planta de este palacio muestra un cuadrilátero muy regular, muy equilibrado, con patio central. La fachada se cubre por entero de sillería almohadillada, al estilo florentino, con imposta a media altura y cornisa alta de óvulos y dentellones. Se corona con un pretil en el que descansan escudos nobiliarios sobre paños de calado follaje y encima una crestería de palmetas y diversas figuras que representan las del juego de ajedrez, todo ello muy en la línea de lo introducido por Vázquez en España de la mano de los Mendozas alcarreños.

En el centro de la fachada luce la portada, que consta del vano adintelado, molduras en su derredor y un par de columnas adosadas cubiertas de relieves vegetales muy finos, rematando en sendos capiteles compuestos. Sobre este vano, aparece un friso con menuda labor de cornucopias y rosetas, y aún encima una cornisa con resaltos. Sobre el vano luce, magnífico, el frontispicio, de figura semicircular algo rebajada. Se ciñe por varias molduras y palmetas, estando orlado en su borde superior por tres grandes imágenes de controvertida iconografía: mientras algunos creen ver tres flores de lis, elemento heráldico de los La Cerda, otros lo interpretan como tres grandes mazorcas de maíz henchidas de grano y orladas de suculentas palmetas, quizás indicativos de la participación del duque de Medinaceli, apoyando los proyectos de Cristóbal Colón, en el descubrimiento de una nueva tierra, América, de donde procede este cereal. Similares motivos, sin embargo, se encuentran adornando las portadas del Colegio de Santa Cruz en Valladolid y del Convento de San Antonio en Mondéjar, obras de Lorenzo Vázquez. Este tema ornamental está tratado anteriormente en Italia por el Brunelleschi, y divulgado por Desiderio.

A los lados de este frontispicio se ven sendos candeleros con escudos de la familia constructora, y en el centro del tímpano aparece un escudo de los Medinaceli tenido por serafines, sobre un fondo reticular de rombos tachonados. Sobre la portada luce un magnífico escudo ducal, tenido por angélicos seres, incluido dentro de gran corona de laurel con sus ataderos.

A lo ancho de esta fachada, y simétricamente dispuestas, se abren seis ventanas de arcos gemelos, partidas por delgadas columnillas, bajo copete florenzado en el que luce también el blasón ducal, y con orlas y penacho de hojarasca gótica.

Se pasa al interior atravesando gran salón, y de ahí se llega al patio, cuadrado, de estructura y decoración renacentista. Hoy sólo queda la serie de columnas, capiteles y arcos correspondientes a la galería inferior. Primitivamente constaba de dicha galería inferior, y otra superior. La escalera surgía desde el lateral norte del patio, arrancando desde dos arcos escoltados de pilastras adosadas, en la misma forma que el palacio de don Antonio de Mendoza en Guadalajara, el Hospital de la Santa Cruz en Toledo, etc. Lo que hoy puede contemplarse es la galería baja, compuesta de cuatro arcos en los lados paralelos a la fachada y de cinco en los otros. Dichos arcos son carpaneles, con molduraje de arquitrabe, posando sobre columnas cilíndricas, y adheridas en los ángulos a machones de sillería. Los capiteles son muy típicos, característicos de lo que se ha dado en llamar «renacimiento alcarreño»: unos jónicos, de alta garganta estriada, corona de hojitas brotando sobre el collarino, y aun flores en los costados del ábaco sobre los roleos de sus volutas; otros son compuestos, con las estrías de la garganta retorcidas en espiral. La galería superior, ya inexistente, aunque con posibilidades de ser reconstruida, tenía columnas que sustentaban zapatas con triples roleos laterales, de tipo toscano, muy adornadas; encima de ellas, dinteles monolíticos con escudos ducales. Aún se ven restos de las sobrepuertas de la escalera y un par de chimeneas decoradas con follajes góticos y tracerías mudéjares.

En el piso superior del cuerpo de fachada, al que se accede por una escalera (reconstruida en lugar inadecuado modernamente) existe un amplio salón en el que destaca la magnífica chimenea realizada a base de labor mudéjar y detalles góticos, en yesería, destacando en su centro gran escudo de los duques de Medinaceli, tenido por un par de alados serafines. Se ve también en este salón un Cristo gótico y una pequeña exposición de pergaminos del Archivo Municipal, referentes a Cogolludo y la Orden de Calatrava.

Es, en definitiva, un buen motivo este palacio que justifica un próximo viaje a Cogolludo, donde además el viajero puede admirar otros monumentos de subido interés, como su iglesia parroquial de Santa María, las ruinas de los conventos de franciscanos y carmelitas, la iglesia de San Pedro, su típica y grandiosa plaza mayor, el castillo, etc. Un día bien empleado en hacer turismo por nuestra tierra, a la que de este modo, todos conoceremos todavía un poco mejor y así seremos capaces de quererla más y defenderla mejor

La esclavitud en Guadalajara en el siglo XVI (Notas documentales) (I)

 

Uno de los aspectos de la historia social de nuestra tierra hasta ahora menos estudiados e indagados es el que hace referencia a la esclavitud en Guadalajara en siglos pasados. Efectivamente, el tema de la condición social de la esclavitud no es sólo patrimonio de los tiempos muy antiguos, romanos, etc. sino que se extiende a lo largo de la Edad Media, y alcanza cómodamente los siglos modernos, en los que adquiere, especialmente en el reinado del catolicísimo monarca Felipe II, sus más altas cotas en cuanto a extensión cuantitativa del tema. Es, efectivamente, la segunda mitad del siglo XVI, cuando en España están censadas mayores cantidades de esclavos, mostrando diversos estudios documentales que lo habitual de cualquier familia acomodada o personaje de posibles, e incluso como una muestra más de prestigio social, era tener esclavos a su servicio. La forma más primitiva y asombrosa de esclavitud era la que en Castilla se daba en esta época: los seres humanos que caían en este estado perdían todos los derechos por mínimos que fueran, y sus vidas dependían por completo de la voluntad de sus dueños. El trabajo más agotador, nunca remunerado, era lo que esperaba el desgraciado que naciera de una esclava, porque a pesar de los mil golpes de pecho que el dueño diera (o incluso por muy eclesiástico, obispo o incluso fraile que fuera) sólo la muerte o un especial y gracioso documento de libertad que se le ocurriera al dueño expedir, podría sacarle de esa cadena en la que lo único que se le garantizaba era el mínimo alimento diario.

La justificación cristiana a este sistema de esclavitud estaba muy bien cimentada en textos doctrinales, haciendo alusión a que todo prisionero hecho en guerra contra enemigo hereje o infiel, podía pasar a la condición de esclavo según admitían las leyes civiles y no contradecían las morales. Era pues, normal, que toda familia de rango, noble o hidalga, dispusiera de uno o varios esclavos en la Guadalajara del siglo XVI. También los eclesiásticos, individualmente o en comunidad monasterial, los tenían habitualmente.

Veremos, en breve repaso, algunos de los conocidos personajes del Renacimiento alcarreño que tuvieron esclavos, y a la luz de algunos documentos inéditos examinaremos diversas circunstancias curiosas en torno a este tema. Ya en el siglo XV vemos como dueña de una serie de esclavos a doña Aldonza de Mendoza, hermanastra del primer marqués de Santillana, señora de Cogolludo y Espinosa de Henares. En su testamento, concedido en esta villa, el año 1435, se refiere a tres esclavos que posee y a los que decide hacerles libres. Dice así en su testamento: «e mando a martinyllo el negro e haçan e audallá mys esclavos que sean todos libres e forros e que sean dados libres e forros e que sea dado a cada uno dellos mill mrys para conque bivan (1)».

También el obispo de Canarias, don Fernando de Arce, hermano del Doncel de Sigüenza y constructor de su capilla, santo y docto varón, compró en 1519 y 1521 tres esclavos, berberiscos, a un mercader de Sevilla: eran Barca de 18 años, Cristóbal, de 15 y Francisco, de 18 (2). Poco después, en 1524, vemos al monasterio jerónimo de San Bartolomé de Lupiana, en posesión de tres esclavos negros (una mujer, un hombre y un niño de 2 meses) que vende a una vecina de Guadalajara (3).

Entre los documentos recientemente hallados que hacen referencia a este interesante tema, sobresale la noticia de la libertad que una mujer de hidalga familia arriacense concede a su esclava. Es concretamente, doña Juana de Guzmán, que heredó de sus padres Francisco de Morales y Urbina, y María de Guzmán, la esclava llamada Isabel de Urbina, a la que en 1578 concede «carta de liber­tad». Era esta esclava natural del reino de Granada, traída entre los prisioneros de la guerra de las Alpujarras (4). Otro documento de 1573, nos muestra al conocido magnate y escritor alcarreño don Bernardino Suárez de Mendoza, dando libertad a otras dos esclavas suyas, madre e hija, habidas «de buena guerra en la rebelión e alçamiento q hizieron los del reyno de Granada» en las Alpujarras, ya cristianizadas, y que con motivo de la boda de la chica, el noble alcarreño decide liberar (5). También encontramos otro curioso documento en el que este mismo señor, en 1574, pone a uno de sus esclavos, el negro Diego, a aprender el oficio de armero con Juan de Orbe de Arieta, en el taller que este tenía en la ciudad de Guadalajara (6). Es frecuente este trato dado por señores de buen corazón a sus esclavos, generalmente obtenidos en guerra o del cobro de alguna deuda: los ponen a aprender algún oficio y luego los dan libertad. Un último documento del mismo año 1574, nos muestra a don Juan de Mendoza, arcediano de Talavera, chantre y canónigo de la iglesia ‑ catedral de Salamanca, vendiendo al noble don Enrique de Mendoza y Aragón, su herma un esclavo llamado Diego Bazquez, «de color negro», de poca barba, de edad de 26 años, de estatura mediana, de buen grosor». Se lo vende en precio total de 80 ducados (7).

En un somero examen estructural y cuantitativo de los datos recogidos en torno al tema de la esclavitud en Guadalajara durante el siglo XVI, podemos señalar los siguientes aspectos de interés:

 Aparecen reseñados un total de siete dueños de esclavos, que poseen, venden, libertan o ponen a trabajar a sus humanas pertenencias. De estos dueños, tres son eclesiásticos (el obispo Arce, el arcediano Juan de Mendoza y el monasterio jerónimo de Lupiana), tres son de estamento noble (doña Aldonza de Mendoza, don Enrique de Mendoza y don Bernardino Suárez de Mendoza) y una persona (doña Juana de Guzmán) es del estado de los hidalgos. La distribución por clases entre los dueños de esclavos en la Alcarria, es en este estudio de: 43 por 100 eclesiásticos, 43 por 100 nobles, 14 por ciento hidalgos.

En cuanto al número de esclavos que se reúnen, son un total de catorce.

Por lo que respecta a la raza de los mismos, declarada en todos los documentos, son las siguientes: siete (50 por 100) son moros o berberiscos; seis (43 por 100) son de raza negra; y uno tan solo (7 por ciento) es de raza blanca, aunque se dice de éste que es natural del reino de Granada, por lo que podemos sospechar fuera morisco de tez clara.

La procedencia de estos esclavos es conocida en varios casos: tres son venidos del reino de Granada, de la rebelión de las Alpujarras, aprehendidos como prisioneros.

Otros tres proceden de Berbería, esto es, del norte de África, quizás aprisionados en algún viaje realizado por mercaderes hispanos que se dedicaban a este increíble negocio.

Las formas de transmisión de algunos de estos esclavos son como sigue: Cuatro de ellos se transmiten en venta; un negro vale 12.000 maravedises (año 1524), una negra y su hijito de dos meses, valen 9.000 maravedises (año 1524) un hombre negro vale 80 ducados (año 1574). Uno de ellos se transmite en herencia; otros dos se adquieren directamente en «justa guerra». Solamente de uno vemos el hecho, en otros estudios generales constatado (8) de ser entregado «en alquiler» a un artesano para que aprenda un oficio.

En cuanto a las formas de concederles la libertad, esto se lleva al cabo por cláusula testamentaria  en que el dueño declara expresamente su deseo de que sus esclavos sean libres (así hace doña Aldonza de Mendoza, quien incluso les entrega una cantidad en dinero para que puedan mantenerse al principio), o bien por concesión  ante notario de una carta de «horro y libertad» que el antiguo esclavo guardará siempre como documento acreditativo de su condición de hombre libre.

Son estos unos breves datos documentales que, nos abren un camino en el estudio de tema tan apasionante como es el de la situación social de la esclavitud en la Guadalajara del siglo XVI, que fue algo habitual y corriente en la vida de la ciudad durante aquella época de renacimiento y esplendor.

(1) LAYNA SERRANO, F. Historia de Guadalajara y de sus Mendozas en los siglos XV y XVI. Madrid, 1942, Tomo I, pág. 313.

(2) FRANCO SILVA, A. La esclavitud en Sevilla y su tierra a fines de la Edad Media, Sevilla, 1979, pág. 286.

(3) QUILEZ MARTI, J. Documentos curiosos para la vida anecdótica del la ciudad, en «Investigación», Guadalajara, 1968, pp. 7‑11.   

(4) Archivo Histórico Provincial de Guadalajara (AHPG), legajo 103, escribano Juan Fernández (Apéndice I Documental I).   (5) AHPG, legajo 114, escrib. Gervasio Pérez (Ap. Doc. II).

(6) AHPG, legajo 114, núm. 2, escrib. Gervasio Pérez (Ap. Doc. III).

(7) AHPG, legajo 140.       

(8) FRANCO SILVA, A.: Op. cit., páginas 195‑7.

Martín de Vandoma, arquitecto y escultor

 

En el contexto riquísimo del arte que se encierra en la catedral de Sigüenza, surgen estilos, corrientes, obras capitales, únicas, y al fin un edificio que maravilla por su variedad conjuntada. Es esta iglesia mayor de la antigua Celtiberia, uno de los ejemplos capitales del arte hispano. Durante varios siglos, los hombres y las ideas han ido cuajando en sus muros, en su atmósfera. Desde el trazado de su planta, a las veletas y desde los enterramientos de sus personajes a las bóvedas, órganos y misales, todo en la catedral seguntina sorprende. Los estilos románico, gótico, renacentista y barroco, en sus líneas generales y en sus revisiones especializadas tienen expresión cumplida. Para ellos han laborado hombres de todas las épocas, de todas las tendencias y mañas. Uno de los artistas más ilustres que han pasado por la historia de esta catedral, dándola forma y vida, ha sido el arquitecto y escultor Martín de Vandoma.

No existe documento que acredite haber nacido en Sigüenza. Sí sabemos, que vivió toda su época de aprendizaje y trabajó maduro en la ciudad del Henares, y allí murió y fue enterrado, en 1578. De su nombre y apellido colegimos su origen europeo. Quizás francés, quizás borgoñón, o neerlandés, vino a Sigüenza atraído por la riqueza de la ciudad, y por el plantel de magníficos artistas  que en ella trabajaban durante la primera mitad del siglo XVI. Alonso de Cobarrubias, Francisco de Baeza, el maestro Pierres, Juan Francés, y otros muchos, estaban dando en esas fechas el más claro grito renacentista en Castilla. Con ellos el estilo plateresco se imponía en un edificio que parecía no iba a salir jamás de la impronta gótica.

De tan abultada nómina surge, en 1554, el nombre de Martín de Vandoma, quien tras un inconcreto período de formación, pasa a tener un cargo de responsabilidad en las obras catedralicias. A la muerte de Nicolás Durango, maestro de obras de la iglesia, en septiembre de 1554, es nombrado nuestro personaje para seguir dirigiendo la obra «del sagrario nuevo» o Sacristía de las Cabezas, que por entonces avanzaba a buen ritmo. El proyecto había sido hecho años antes por Alonso de Covarrubias. Pero sólo estaban levantadas las paredes, y aún quedaba poner la bóveda,  recubrirla con su portentosa colección de esculturas. Esto lo haría, magistralmente, Martín de Vandoma. Durante cinco años trabaja en ello, y ejercita el cargo de Maestro de obras de la catedral. En 1559 surgen desavenencias entre el escultor y los canónigos, quedando desprovisto de trabajo y salario durante un año. En 1560 lo recobró, y hasta su muerte siguió ejerciendo sus facultades en la ciudad y en toda la diócesis seguntina.

En la sacristía de las cabezas trabajó Vandoma ayudado de un equipo numeroso. La elegancia y el concepto del recinto, si en principio de Covarrubias, luego es modificado y puesto en su definitivo aspecto por nuestro artista. A él se debe la dirección y talla directa de los medallones del techo, de las cajonerías, de las contraventanas, de la puerta de ingreso. Allí es donde pone lo mejor de su arte, y donde forma una verdadera escuela que extenderá sus formas por la comarca, dando al renacimiento seguntino un sello propio, con un tanto de italiano y un mucho de fuerza hispana que le hace inconfundible.

La tarea artística de Martín de Vandoma va a cuajar también en la diócesis. En la Colegiata de Berlanga de Duero, dirige y talla con su mano el coro y los púlpitos. La sillería muestra algunos relieves (el central de Santiago matamoros y San Pedro) así como alegorías diversas, que son claramente de su gubia. También la reja de madera que separa ese recinto del ‑crucero. Y, por supuesto, los magníficos púlpitos tallados en madera representando en sus parcelas a los Evangelistas y Santos Padres, con figuras mitológicas mezcladas. Incluso el gran relieve de Santiago que hay en el crucero de esta Colegiata, debe ser atribuido a Vandoma en base a su fuerza y movilidad de figuras, a su no escaso barroquismo en la distribución de la escena. Trabajó en ello hacia 1560. Algo después (1576) hizo el gran retablo de la iglesia parroquial de Caltójar, en la misma diócesis seguntina, ayudado en lo pictórico por Diego Martínez. De la misma época es el retablo mayor de la iglesia de Pelegrina, del que, si no quedan documentos concretos, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que es obra suya, pues viene a ser una copia exacta del anteriormente mencionado retablo de Caltójar. Otros edificios religiosos de la comarca verían su arte equilibrado en ellos impreso, pero por desgracia, la mayoría han desaparecido.

Todavía en la catedral seguntina, en 1574, ejecutó algunas sillas del coro que faltaban para completarle, y que él talló, olvidando su personalidad, en el estilo gótico del resto del recinto. Pero donde quizás se expresó con mayor soltura, dejando bien alto el renombre que siempre le acompañó, fue en su obra magna del púlpito del Evangelio, en el templo mayor de Sigüenza. Desde el 5 de mayo de 1572 al 19 de octubre de 1573. Vandoma ejecutó esta singular obra de arte, tallada en alabastro de Cogolludo, componiendo un conjunto donde lo renacentista se explaya en expresiones paganas junto a dramáticos pormenores de la Pasión de Cristo. Esta se expresa en cinco tableros en que vemos, con patetismo marcado, las escenas siguientes: el prendimiento de Jesús en el Huerto de los Olivos; Jesús ante el Tribunal de Caifás; Jesús conducido al tribunal de Pilatos; Jesús expuesto al pueblo y soldados, que le insultan y Jesús expuesto por Pilatos a la puerta del Pretorio. Fue bien pagada esta obra de arte en 450 ducados. Hoy está totalmente restaurada de las mutilaciones y daños que sufrió en la pasada guerra civil.

Durante veinticuatro años, Martín de Vandoma se mantuvo activo, poniendo el sello de su personal concepto de arte por Sigüenza y su tierra. El último episodio del Renacimiento lo trata él con un sentido clasicista, hispano y personal a un tiempo. Hereda de todos y crea estilo propio, escuela seguntina. Aunque no nacido, quizás, entre nosotros, Martín de Vandoma ha de ser considerado estudiado, y exaltado, entre la nómina preclara de los artistas de nuestra tierra. Porque aquí dejó, con su vida, lo mejor de su espíritu.

Bibliografía

‑ Pérez Villamil, M. Estudios de historia y arte: la Catedral de Sigüenza, 1899.

‑ Pérez Villamil, M. El Renacimiento español: Martín de Vandoma y su Escuela, en «Arte Español» V (1916).

‑ Minguella, T.: Historia de la Diócesis de Sigüenza y de sus Obispos, 1913, volumen 3.°

‑ Herrera Casado A. Glosario Alcarreño, Tomo II «Sigüenza y su tierra» 1 976.

‑ Herrera Casado, A.: Martín de Vandoma, arquitecto y escultor, en «Wad‑al‑hayara», 6 (1979).

‑ García Sánchez, Consuelo. La Colegiata de Berlanga, 1964.

‑ Camón Aznar, J.: La arquitectura  plateresca, C.S.I.C. 1945.