Torrecilla del Ducado

sábado, 28 febrero 1981 3 Por Herrera Casado

 

Hacía tiempo que tenía interés por visitar uno de los enclaves que hoy pertenecen a la provincia de Guadalajara, y que más alejados están de su capital, como es el lugar de Torrecilla del Ducado, en el partido judicial de Sigüenza. Tarea que en el plano no parecía demasiado difícil, luego en la realidad se complicó, pues a la lejanía del enclave se sumaron lo imperfectas de las comunicaciones, con caminos irregulares que han de salvar una serranía cuajada de robledal.

Este pueblecito es un nuevo ejemplo -¡hay tantos!- de lo irreflexiva que fue la división en provincias de la Península Ibérica allá por el año 1833, a costa del ministro Jaime de Burgos. Se trata de un núcleo de población incluido en una zona o comarca serrana totalmente uniforme de la provincia de Soria. Su historia es sencilla: territorio ocupado hace muchos siglos por núcleos celtibéricos, que en esta fría comarca tuvieron su asiento principal, luego fue yermo y montaña vacía, hasta que en los días de la reconquista por parte del reino cristiano de  Castilla, allá en la primera mitad del siglo XII, se repobló con gentes norteñas, que le pusieron nombre relativo a la existencia en aquel lugar de algún pequeño torreón de vigía. En principio quedó como aldea del amplio alfoz de Medinaceli, cabeza de uno de los Comunes más amplios de la Extremadura castellana… Este territorio, posteriormente ampliado pasó en la época de las concesiones señoriales a ser señorío de los duques de Medinaceli, tomando el nombre genérico de «el Ducado» que hasta hoy ha conservado esta comarca.

Cuando la citada división de España en provincias, el ducado de Medinaceli se partió en dos, sin más miramientos, y a pesar de formar una comarca bastante homogénea y definida. Parte de ella quedó en Soria, incluyendo allí a la capital, la villa de Medinaceli, entonces pueblo próspero y cargado de historia. Otra parte quedó en Guadalajara. Y en nuestra provincia permaneció esta Torrecilla del Ducado, pequeñísima aldea que se sitúa en un alto y estrecho valle, paso obligado para viajar de una a otra de las mesetas de Castilla, y por lo tanto ocupado de castilletes y torreones vigías. Es este alto valle el que domina la villa del Miño del Ducado, hoy provincia de Soria, en cuyo término en cuyo término existen algunas que dan nacimiento al río Torete o de Alcubilla. Junto a Miño se levantan las ruinas ínfimas de un castillo, originalmente construido en los días de la repoblación, y luego reforzado por los duques en la Baja Edad Media. Junto al castillo, el marqués de Cerralbo excavó una necrópolis que luego resultó ser medieval. También en este alto valle se encuentran los pueblos de Conquenzuela y Yela, a escasos kilómetros entre sí, y de Torrecilla del Ducado.

La situación de esta minúscula aldea, en la que hoy no quedan más familias de las que puedan contarse con los dedos de una mano, es en un altozano orientado al norte, con lo que puede suponerse el estado gélido en que durante todo el invierno se encuentra. No puede calificarse aquel altozano sino de inhóspito e inhabitable, y sólo se comprende que allí se plantará un pueblo, si se admite previamente que se hizo en torno a un torreón vigía de importancia estratégica clave. En el extremo septentrional del pueblo, se alza la iglesia parroquial, de la que junto a estas líneas doy su imagen gráfica, y que remonta su origen al siglo XII, cuando en el momento de su poblamiento se alzara. Es de un rudo estilo románico, plenamente rural, con espadaña de remate triangular, fuertes muros de argamasa, ábside semicircular y portón de entrada con sencillísimo arco. Empotradas en el muro se ven algunas estelas talladas, funerarias, que proceden del cementerio medieval que se puso junto al templo. El resto del enclave no presenta nada más de artístico, y la conversación -rápida y fugaz, por lo frío de la tarde-con un vecino que cruzó una callejuela, no pudieron aclarar más datos de la realidad de Torrecilla, que, por otra parte, se explica sola con acercarse hasta allí.