El arte de la orfebrería

sábado, 25 octubre 1980 0 Por Herrera Casado

 

Clasificada tradicionalmente entre las artes menores, la orfebrería es una ocupación antiquísima que ha seguido los pasos de las clases más poderosas de cada tipo de sociedad, realizando para ellas joyas y piezas de arte que en reducido número han llegado hasta nuestros días, procedentes de antiguas épocas y culturas. Hoy se encuentran como objetos de culto, o en las vitrinas de los Museos, a la contemplación de los curiosos. El estudio de la antigua orfebrería, supone hacer un repaso y una nueva valoración de las ciudades en las que existía el gremio de los orfebres, saber la potencialidad económica de la población por el número de piezas realizadas, y en definitiva, seguir el rastro, por otra vía, a la evolución de los estilos artísticos de cada momento de la historia.

En la provincia de Guadalajara existe hoy un acopio más que mediano de obras de orfebrería, que si bien es una parte muy reducida del gran arsenal que en tiempos pasados hubo, aún nos permite seguir con relativa comodidad la trayectoria de centros productores, maestros orfebres, estilos e influencias. Hoy se encuentran fundamentalmente estas obras en las iglesias parroquiales de los pueblos y en el Museo Diocesano de Arte Antiguo, de Sigüenza. Tan solo la iglesia ha sido capaz de guardar estas preciadas joyas, pues las familias nobles de Guadalajara y provincia, que en gran número tenían piezas de orfebrería (los Mendoza, -sabemos por algunos documentos y relaciones antiguas-tenían una inmensa fortuna en objetos de oro y plata, labrados por los mejores orfebres del país en su palacio de Guadalajara) las perdieron en ventas y almonedas.

En cuanto a los centros productores, tres están documentados en nuestra tierra. Sigüenza tuvo un importante auge en los siglos XV al XVII. Al abrigo de su catedral y su riquísimo episcopado, muchos plateros acudían a instalar su taller en las callejas cercanas al templo mayor. Algunos eran vascos otros castellanos. Los nombres de Juan Vizcaíno, los hermanos Oñate (Hernando Y Juan), Alonso de Lezcano, Matías Bayona y Gabriel Navarro nos indican sus orígenes norteños. Los más destacados, sin embargo, fueron castellanos, incluso alcarreños. En el siglo XVI destacaron los talleres seguntinos de los Valdolivas (padre e hijo: Diego y Mateo respectivamente); de Pedro de Frías, que fue platero oficial del Cabildo, y produjo muchas obras (cruces, custodias) para parroquias del obispado de Sigüenza, de Osma, y aun más lejos: suyas son las cruces de la parroquia de Villar de Cobeta, y otra de las conservadas en la Colegiata de Covarrubias (Burgos): Pascual de la Cruz fue también platero del Cabildo a finales del siglo XVI y comienzos del XVII. Hizo varias cruces para iglesias de la diócesis. Y quizás el más importante y sublime de los orfebres seguntinos de esta época fue Martín de Covarrubias, hermano del arquitecto Alonso de Covarrubias. Fue también el encargado por el Cabildo de realizar las obras y reparaciones precisas al tesoro de su sacristía. En 1543 ya ocupaba dicho cargo. Todavía en 1578 aparece en él, arreglando unas cadenas de plata. En 1548 hizo la cruz de la parroquia de San Gil, de Medinaceli (Soria), y a mediados de esa centuria realizó con su clásica maestría las cruces parroquiales de La Toba, Alustante y Pastrana, piezas que hoy se conservan todavía. Otros muchos orfebres y plateros, de menor entidad, tenían sus tiendas y talleres en la Travesaña baja sitúa dos, y allí acudían-o al Mercado semanal de la plaza-gentes venidas de toda la diócesis, especialmente de la Sierra, de Atienza y del Señorío de Molina, a comprar y arreglar sus piezas de plata.

Otro de los grandes centros de orfebrería de nuestra provincia fue la ciudad de Guadalajara. Tenemos documentación de que, al menos desde el siglo XV, se trabajó la plata en la ciudad del Henares. Muchos e ilustres nombres pusieron su arte y su trabajo en esta nómina. El gremio estaba radicado en las callejas circundantes a la iglesia de San Ginés (la antigua, que ocupaba el solar en que hoy asienta el palacio de la Diputación Provincial), y más concretamente en una vía que hasta esa plaza llegaba desde la puerta del Mercado (coincidente, más o menos, con las calles de Calnuevas y vizcondesa de Jorbalán). Aunque sobre el gremio y figuras de la platería en Guadalajara he de publicar próximamente en la revista «Wad‑al‑hayara» un estudio documental más detallado, vayan aquí los nombres más destacados de estos artistas arriacenses en el siglo XVI: Juan de Ciudad, que vivía en 1555; Francisco Gutiérrez, quien hacia 1573 realizó la cruz procesional de Marchamalo; Bartolomé Sánchez, quien en 1576 hizo su magnífica custodia para la parroquia donde tenían su gremio San Ginés; y Marceliano de Sotomayor, «platero de oro y plata» cómo se le cataloga en varios documentos, y al mismo tiempo fuerte comerciante en estas materias. También sabemos de la existencia del contraste Salamanca que tenía oficina propia en la calle mayor.

En cuanto al tercer centro productor, fue Pastrana, villa muy rica desde el siglo XVI, en la que asentaron diversos plateros, no de tanto renombre y buen arte como los de Sigüenza y Guadalajara, pero sí prestos a llenar con sus obras los pueblos de la Alcarria. Para los orfebres pastraneros, la competencia del centro productor de Alcalá de Henares fue muy fuerte, y por ello nunca pudieron llegar a sobresalir.

En cuanto a obras destacadas de la orfebrería en nuestra provincia, hemos de mencionar aquí, como orientación solamente para el aficionado a este tema, algunas de las piezas más bellas y notables. Repito que todavía afortunadamente existen muchas cruces, custodias cálices por ahí de gran Valor. Otras desaparecieron para siempre (la cruz y custodia de El Casar de Talamanca, la de Torija, etc.) pero aún puede el viajero acercarse a Alustante, en el confín del Señorío de Molina, y admirar la cruz que tallara en 1565 Martín de Covarrubias. O ir al pueblecito de La Puerta, y allí contemplar la obra grandiosa, quizás lo mejor de toda la platería alcarreña actual, que hizo Francisco Becerril, conquense, en el siglo XVI. Son especialmente bellas, y muy parecidas en su estructura y detalles, quizás del mismo autor, las cruces de Ciruelas y de Valfermoso de Tajuña, todavía con resabios góticos, y una gran colección de figuras y escenas talladas con singular cuidado. En Peñalver se conserva también una bella cruz del siglo XVII, con detalles escultóricos en la macolla de gran calidad. Y en Uceda sorprende la enorme y bellísima cruz parroquial que hizo el artífice toledano Abanda. En la zona de la sierra del Ocejón, la influencia de los orfebres segovianos es notable. Y así, la cruz de Valverde de los Arroyos es debida al punzón del famoso platero Diego Valle, que también hizo la de El Cardoso (hoy en el Museo de Sigüenza), o la cruz de La Huerce debida al también segoviano Francisco Ruiz. Muy bella es la cruz de Cifuentes, obra del platero madrileño del XVII Onofre de Espinos y sobre todas las piezas resalta la custodia de la catedral de Sigüenza, magnífica pieza salida de los talleres de platería de Alcalá de Henares. Este hecho curioso (que con tener Sigüenza gremio de plateros y artífices propios su Cabildo, sean los complutenses los que hicieran su custodia) se debe al hecho de que la original (que de todos modos realizó el madrileño Juan Rodríguez Bavia, platero real) se perdió en guerras, y la actual fue entregada modernamente a la catedral. No olvidaremos las cruces de Mondéjar y de Pastrana, en las que puso su arte el magnífico orfebre toledano Juan Francisco, quien asimismo realizó el cáliz de Viñuelas. Y entre las obras antiguas, románicas, de la orfebrería en nuestra tierra, son muy de tener en cuenta las cruces de Albalate de Zorita (la cruz del perro) y de Embid de Molina.

El brillo de la plata sobredorada aparece así en cada rincón, por remoto que parezca, de nuestra tierra. Un capítulo más de nuestro riquísimo patrimonio artístico que solamente así, estudiándolo a fondo, valorándolo, dando a conocer, es como mejor podrá ser defendido ante el futuro.