Los duques del Infantado (I)

sábado, 11 octubre 1980 0 Por Herrera Casado

 

Puestos a recordar las estirpes más preclaras y las familias que durante los pasados siglos tuvieron en Guadalajara el señorío de tierras o la potencia del dominio, justo será poner en memoria de todos uno de los títulos de la prolífica corriente de los Mendoza, que fue durante siglos su cabeza y guía: los duques del Infantado, que aquí en Guadalajara tuvieron su nacimiento y su asiento durante los días de mayor gloria. Poder e inteligencia; tierras y obras de arte; figuras de la guerra, de la santidad, de la política y del escándalo: todo eso y mucho más dieron y tuvieron los Infantados de Guadalajara.

Vamos, pues, a dar un repaso general a la lista, cuajada de curiosidades.-de personalidades gloriosas, de personajillos ridículos- y de hechos protagonizados por los detentadores de tan alto título, siempre interesantes para completar con ellos una visión más justa de la historia de España y de Guadalajara. Visión rápida, muy panorámica, que se detendrá algo más en los primeros duques, porque fueron los partícipes de mayores y más sonadas hazañas patrias; pasará más rápidamente sobre figuras posteriores, pero dará en todo caso un equilibrado rimero de noticias que formen esta columna fuerte y multicolor que son, que han sido, los duques del Infantado. Está claro que han sido otros autores quienes, con sus investigaciones exhaustivas, meticulosas, meritísimas, han conseguido desentrañar biografías y fundir hechos suprageneracionales. De ellos bebemos, y a ellos remitirnos al lector que desee una información más amplia (1).

Duque 1

D. Diego Hurtado de Mendoza

Primogénito de don Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana. Nació don Diego en Guadalajara, año 1417, y murió en Manzanares, en 1479. A la sombra política de su hermano el Gran Cardenal don Pedro González de Mendoza, lo mismo que sus otros parientes, formó la casa de Mendoza monolítico bloque de enorme peso durante los años difíciles del reinado de Enrique IV, al que sirvieron fielmente hasta su muerte pasando enseguida al bando de Isabel, ya casada con Fernando de Aragón, quienes serían los unificadores del país y los que alzarían a límites insospechados a esta casa mendocina. Batallas, conjuraciones alzamientos y un intranquilo vivir, hicieron que su valer literario no diera el fruto que de haber gozado vida más tranquila nos hubiera proporcionado. Entre los honores territoriales concedidos por Enrique IV, contaba don Diego las villas de Salmerón, Valdeolivas y Alcocer, con sus aldeas, integrantes de, la hoya ribereña del Guadiela, en plena Alcarria, que llamaban del Infantado. Le viene el nombre a este pequeño territorio de haber pertenecido en siglos anteriores a diversos infantes de la corona castellana. Fue primero de doña Mayor Guillén, amante de Alfonso X, y pasó de ella a su hija Beatriz, casada con el rey de Portugal Alfonso III, y posteriormente a la hija de esta, la infanta doña Blanca abadesa de las Huelgas, quien lo vendió al infante don Juan Manuel, de cuyas manos anduvo luego por breves temporadas en las de unos y otros, hasta parar en las del condestable don Álvaro de Luna, del que lo tomó el rey Enrique IV a su muerte, y lo entregó en 1471 al segundo marqués de Santillana. Poco tiempo después, los Reyes Católicos afirman de don Diego Hurtado de Mendoza que vos sois el prencipal grande caballero de nuestros Reynos que conservan nuestro Estado e sostienen nuestra Corona, y estando en los preámbulos de la batalla de Toro contra el rey de Portugal, el 22 de julio de 1475, señalan que avemos acordado e deliberado de vos fazer e fazemos Duque de las vuestras villas de Alcozer, Salmerón e Valdeolivas que se llaman del Infantado. E queremos e nos plasce que de aquí adelante para en toda vuestra vida seades llamado e intitulado e vos llamedes e intituledes Duque del Infantadgo, e despues de vos aquel o aquellos de vuestra Casa e mayoradgo hereden, para siempre jamás…

Duque 2

D. Iñigo López de Mendoza

Primogénito del anterior, nació en Guadalajara el año de 1438, pasando a mejor vida el 14 de julio de 1500. Fue casado en 1460 con doña María de Luna, hija del condestable don Álvaro. Dedicado exclusivamente al ejercicio de la guerra, entonces tan fácil de llevar a cabo, puso en todas sus actividades el sello de su amor al lujo y a la ostentación más exacerbadas, unas veces organizando copiosos y desmesurados banquetes, otras llevando a la batalla a su hueste engalanada como para un torneo o exhibición colorista de su corte. Por que ni más ni menos fue eso lo que reunió en su torno: una lucidísima corte como no la tenía ni tan siquiera el rey de Castilla. Fiestas, justas, caza frecuente, encuentros de poetas y alarde de obras artísticas, ocupaban los días de este gran señor y sus familiares en la Guadalajara de fines del siglo XV. En 1480 inició la construcción del nuevo palacio, en el solar del anteriormente utilizado por sus antecesores y por él mismo, y después de algunos años de febril actividad constructiva y ornamental, ya lo ocupaba en 1496.

Duque 3

D. Diego Hurtado de Mendoza

Hijo primogénito del anterior, nació en la fortaleza de Arenas, en 146, y murió en 1531. Dedicóse al aumento interno, y ornamentación y traída de ricos muebles, del palacio que levantara su padre. A poco de comenzar su actuación como duque, don Diego recibió un su casa arriacense a Felipe el Hermoso y doña Juana príncipes de castilla. Era el año 1502 y ya para entonces lucía en toda su fastuosidad, casi terminado el gran palacio ducal. La vida de este duque fue más reposada que la de sus antecesores, dedicado casi en exclusiva al lucimiento continuo, mediante fiestas y palaciegas demostraciones, de su casona. A don Diego Hurtado de Mendoza le tocó afrontar la rebelión de las Comunidades en su ciudad de Guadalajara. A pesar de los buenos oficios realizados ante los insurrectos y ante el emperador, la actitud de los primeros se hizo tan tajante que el duque se vio precisado a utilizar la fuerza, venciendo y ahorcando públicamente al carpintero Pedro de Coca. Incluso a su hijo y heredero don Iñigo López de Mendoza, conde de Saldaña, le tuvo que deportar de su palacio y enviarle a residir a Alcocer, por haberse aliado el joven con don Francisco de Medina, abogado de su padre, procurador de los comuneros de Guadalajara y uno de los principales miembros de la Junta sublevada. Don Diego Hurtado, a quien llamaron el gran Duque, tuvo en sus últimos años pasiones que le desacreditaron e hicieron que el total de la familia le creara un vacío en torno. Se enamoró, a la vejez viruelas, de una muchacha de su servidumbre, llamada María Maldonada, hija del aguador del palacio, y al fin casó con ella, trasladándola a las habitaciones ducales y obligando a todos a que la dieran el tratamiento que, por su matrimonio la correspondía. Fue su otra pasión la religiosa: dio en oír frecuentes misas, transformar en ostentosa capilla el grandioso salón de linajes, comprar reliquias de santos, por raros y desconocidos que fueran, al primero que se las brindaba, organizar procesiones y otras lindezas por pasillos y corredores.

Duque 4

D. Iñigo López de Mendoza

Hijo del anterior, nació en 1493 y fue educado en el palacio de su abuelo, aprendiendo, con las primeras letras, el latín y las humanidades saliendo al fin muy aficionado a lecturas e historias antañonas. Revoltoso en política, como hemos visto, se mantuvo, ya en su madurez fiel al monarca Carlos V, que le visitó en su palacio repetidas veces, y a su hijo Felipe II, quien a pesar de ello, nombró señora de Guadalajara a su tía doña Leonor, viuda de Francisco I de Francia, y dispuso que residiera en el palacio de los Duques. Don Iñigo, lógicamente ofendido, se retiró a las casas mendocinas de la plaza de Santa María, y allí esperó la muerte de la señora. Quizás por desagraviarle, dispuso don Felipe que en el palacio de Guadalajara se celebrasen sus bodas con la princesa Isabel de Valois. Los últimos años de su vida, que por ser larga le hizo ganar el sobrenombre de el duque viejo, los pasó don Iñigo en su palacio rodeado de libros, acrecentando enormemente la biblioteca de su tatarabuelo, el primer marqués de Santillana, leyendo, escribiendo e incluso publicando cosas. Se hacía así, una vez más, casa de cultura y ateneo humanista este palacio ducal del Infantado. Mantuvo íntima amistad con el sabio Alvar Gómez de Castro, y dio acogida a otros muchos ingenios, poetas y científicos de esa época hirviente de saberes que fue por la segunda mitad del siglo XVI. El mismo, llevado de su afición a la historia, escribió un libro titulado Memorial de cosas notables, que imprimieron, en 1564, Pedro de Robles y Francisco de Comellas, en una imprenta que, traída de Alcalá, instalaron en los salones del palacio arriacense. Murió el duque en 1566, rodeado de un gran número de hijos e hijas.

Duque 5

D. Iñigo López de Mendoza

Nieto del anterior, pues su padre murió siendo, todavía conde de Saldaña. Heredero de los estados del Infantado, en 1560. Este don Iñigo nació en Guadalajara, en 1536, y al casar, dieciséis años después, con la hija del almirante de Castilla, doña Isabel Enríquez, trasladó su residencia a Medina del Rioseco, hasta que en 1566 murió el duque viejo y regresó al palacio de Guadalajara, en el que poco después acometería profundas y poco afortunadas reformas. No se dedicó en toda su vida a otra cosa que dar fiestas en su casa y acudir a las que otros magnates daban en las suyas. De unos y otros gastos, casi siempre estériles, dejó en malas condiciones económicas a la casa ducal del Infantado. Murió en 1601.

Duquesa 6

Doña  Ana de Mendoza de la Vega y Luna (1554‑1633)

Hija primogénita del anterior, nació en Medina de Rioseco, en el palacio de sus abuelos los Almirantes de Castilla. Fue mujer que casó dos veces: la primera con su tío, el hermano de su padre, don Rodrigo de Mendoza, gentilhombre de la Cámara de Felipe II. La seguridad, al perder a sus hermanos varones, de que ella heredaría todos los estados del Infantado, determinó a su padre a hacer tal boda. Pero enviudó pronto y casó de segundas con su primo don Juan de Mendoza, séptimo hijo de la casa marquesal de, Mondéjar. De ambas uniones sólo la quedaron a doña Ana varias hijas, la mayor de las cuales, doña Luisa de Mendoza, casó con don Diego Gómez de Sandoval, perdiendo ahí los Infantado el primero y tradicional apellido mendocino. Fue doña Ana mujer línea de bondad y simpleza. Pasó su vida entera recluida en su palacio de Guadalajara, en el que hizo algunas feas ampliaciones, dedicada a sus hijas y a sus oraciones. La Corte de vez en cuando, a visitar familiares, y un trasiego de frailes, monjas, imágenes y misas por su palacio. Ella construyó la magnífica cripta de la iglesia de San Francisco de Guadalajara para enterramiento de su linaje.

(1) Layna Serrano, F.: Historia de de Guadalajara y sus Mendozas en los siglos XV y XVI, 4 tomos; Madrid 1942 Arteaga y Falguera, C.: La Casa del Infantado, 2 tomos; Madrid 1941 1944.