Alvargómez de Ciudad Real, el latinisimo

sábado, 21 junio 1980 1 Por Herrera Casado

 

Siempre fue Guadalajara ciudad donde florecieron en abundancia los poetas y literatos. Y fue muy especialmente su siglo de Oro el XVI, cuando de mano de los Mendozas alcanzó la ciudad del Henares su título de «Atenas alcarreña», ocupando calles, plazas y palacios los ilustres varones dedicados a la contemplación de las letras y las ideas; acogidos en el palacio del Infantado, donde la tertulia o Ateneo de humanistas alcanzó su auge a mediados de siglo, cuando era el dueño de la casa don Iñigo López de Mendoza, el cuarto y viejo duque, autor él mismo de un «Memorial de Cosas Notables» que mandó imprimir, y así se hizo, en una imprenta montada al efecto en los salones de su casona. Aquí fueron los Poetas, los pensadores, los historiadores y los exegetas. Aquí corrió con fuerza, sobre la vena galante de los alcarreños, el vino fuerte de la disputa teológica y la suavísima carga ambarina de los poemas. Entre las fibras de ese manto se colaron, hilo a hilo, con fuerza arrolladora, los alumbrados de Ruiz de Alcaraz y María de Cazalla (1). Una preocupación honda por la fe y el dogma, por la salvación del alma y las relaciones humanas y divinas se extendía en Guadalajara a todos los niveles. Preocupaba la forma, se atendía la erudición. Cuantos se daban a pensar, eran admirados.

En esa pléyade de humanistas alcarreños, surge uno de gran fuerza y acusada personalidad. Representante característico del Renacimiento hispano, aquí en Guadalajara nació, murió y dio su obra toda. Perteneciente a familia de nueva nobleza, autodidacta muy posiblemente; crecido y educado en el ambiente intelectual del palacio del Infantado, se ocupó de versificar en lengua latina, y trató de hacer, siguiendo las recomendaciones del humanista italiano Pico della Mirandola, una «teología poética que remedara y aun unificara las grandes creaciones poéticas del clasicismo latino con el cuerpo dogmático cristiano. Nebrija le llamó «el Virgilio cristiano», y Juan Catalina García dice de él que fue «el poeta latino más notable de la gente española de su tiempo» (2). Fue, sin duda ni discusión, un imitador felicísimo, quizás el mejor de su país y época, de de los poetas cristianos (3)

Nació Alvar Gómez de Ciudad Real en Guadalajara, el año 1488. Hijo único y heredero del importante mayorazgo que fundó su abuelo. Este, también llamado Alvar Gómez, ocupó el cargo de secretario real con Juan II, Enrique IV y aun alcanzó la primera época de los Reyes Cristianos. Se distinguió por su capacidad de maniobra política, sabiendo traicionar y quedar bien con todos. El consiguió por trueques y negocios con el Gran Cardenal de España don Pedro González de Mendoza, el señorío de Pioz, Atanzón, el Pozo de Guadalajara, los Yélamos y otros pequeños lugares. La familia fue, en todo caso, de escasos recursos. Fueron sus casas, inicialmente, un palacio o «casas mayores», en la parroquia de San Esteban, que se caían de viejas. El hijo del poeta levantó unas nuevas junto a la iglesia de. San Gines, y puso por fin en práctica el deseo de todos sus antepasados de erigir convento de concepcionistas, cosa que se hizo frente a su nuevo palacio. Con más dinero, se ocupó en erigir nueva iglesia a su villa de Atanzón.

El poeta no parece que fuera a Universidad alguna. Ocupado en su corta hacienda, por sus dotes de poeta y humanista fue muy querido de sus conciudadanos. Ocupó algunos cargos en el gobierno del concejo, y en las cortes de Valladolid en 1518, consta que representó a Guadalajara. Se casó con doña Brianda de Mendoza, hija ilegítima del tercer duque del Infantado. Se ocupó en guerras de las que el Imperio carolino siempre anduvo metido. Y con el César Carlos acudió a Bolonia, formando en la comitiva de su coronación imperial. Allá en Italia, se acercó a los Papas, formó en sus cortes. Al flamenco Adriano dedicó su «Thalichristia», y a Clemente VII la «Musa Paulina», en 1522 y 1529 respectivamente. Una larga temporada pasó en la península itálica, y es muy de notar que ese «exilio» o larga vacación en el extranjero coincidió con el otro ilustre alcarreño, Luís de Lucena, médico de los Papas y preocupado siempre de la hondura cristiana. Las relaciones entre ambos, aun por aclarar, son innegables. Es la época, al unísono, en que se desata en España la persecución inquisitorial contra los alumbrados, cayendo en las garras del Santo Oficio, y luego en sus hogueras, varios personajes de Guadalajara que se habían destacado en los oficios del quietismo, la dexadez y el libre interpretar de libros sagrados. A Alvar Gómez no llegó a tocarle el tribunal severísimo, pero él se mantuvo en Italia, por si acaso. Y con el aprecio de los Sumos Pontífices, como tarjeta. Volvió a España, sin embargo, y aquí murió, en su ciudad natal, el domingo 14 de julio de 1538, siendo enterrado en la iglesia conventual de San Francisco, en la capilla familiar que fundó su abuelo.

La obra de Alvar Gómez de Ciudad Real es amplia, aunque no variada. Todos sus temas coinciden en la inspiración religiosa, cristiana, católica. Usa por norma la lengua latina, y es tal su conocimiento de ella, su maestría en el manejo de su difícil mecanismo, que puede decirse no tenía ningún secreto para él, y algunos de sus traductores afirmaron que era tan difícil de traducir como el más clásico de los romanos. De ese renombre como latino le vino la admiración que le profesó sin duda el mismo Erasmo de Rotterdam, quien con gusto accedió a poner unos versos, también latinos, en la presentación del «De Militia Principis Burgundi» del alcarreño. Es ésta una nueva oportunidad que nos permite sospechar del erasmismo y posible heterodoxia de Alvar Gómez. En realidad, toda su obra poética, y en definitiva su ideario, están aún sin estudiar a fondo.

Vamos a traer aquí una relación cronológica y brevemente descriptiva de sus obras. Será muy necesario, en lo futuro, acometer en profundidad el análisis de esta «opera omnia» del latinismo Gómez de Ciudad Real. No sólo en su aspecto estilístico, gramático, poético puro. Sino en el más capital de lo dogmático, decantando de su brillante dicción aquello que su inquietud humanística le lleva a plantearse como eje de sus vivencias religiosas y espirituales. Quizás sea este ropaje de la forma latina, cuajada de exquisitez, el mismo que utilizó Luís de Lucena en las pinturas de la techumbre de su capilla de Guadalajara: caminos de arte para una expresión profunda de renovación, de renacimiento cultural y religioso (4).

Fue su primera publicación la Thalichristia, dedicada al Papa Adriano, con dos ediciones, en Alcalá, los años 1522 y 1525. Aunque es obra cristiana, son numerosos los recuerdos e invocaciones a las figuras de la antigüedad greco‑romana, y a sus figuras mitológicas, demostrando Alvar Gómez en ese campo una erudición notable. El mismo titulo de la obra parece cristalizar la voluntad del poeta en hermanar lo religioso cristiano (Cristo) con lo mitológico pagano (Thalia, musa de la poesía), tarea, por lo demás, muy común de la época (5). Pocos años después aparece editada su segunda obra poética, la Musa Paulina (Alcalá 1529) que dedica al Papa Clemente VII y que escribe en dísticos latinos, de gran altura estilística. En tercer lugar presenta una obra que viene a engarzar notablemente con el movimiento de indagación bíblico que Erasmo propone y otros muchos siguen, son Los Proverbios de Salomón puestos en verso, y editados primero en Roma, 1535 y luego en Alcalá, 1536. En esa vía de acceso poético a los Libros veterotestamentarios, Gómez de Ciudad Real compone y da a luz (Toledo, 1538) las Septem elegiae in septem penitentiae psalmos. Es el año de su muerte, inesperada, en una madurez granada que aún prometía cosecha larga de sabidurías y elegancias. La admiración y fidelidad de su hijo Pero Gómez permitió que en 1540, la toledana imprenta de Juan de Ayala diera a luz el De Militia Principis Burgundi, dedicada a la glosa de los príncipes de Borgoña, y muy en especial a la historia del Vellocino de Oro. El libro estaba dedicado, como es lógico, al Emperador Carlos, y en sus preámbulos, tras la dedicatoria, figuran unos versos de Erasmo dirigido a Alvar Gómez. Fue traducido este libro por el bachiller Juan Bravo, y publicado con el título de El Vellocino Dorado, ese mismo año, también en Toledo. A la piedad de su hijo débese también que saliera a la pública consideración una obra originalmente compuesta por Alvar Gómez en metro castellano: la Theología descripción de los misterios sagrados, partida en doze cantares dedicada al Cardenal Talavera, impresa en Toledo en 1541. Años más tarde dentro de la antología que Esteban de Villalobos imprimió-era 1604-con el título de Primera parte del Tesoro de Divina Poesía», aparecen las Sátiras morales de nuestro autor, en arte mayor y redondillas, no malas. Y aun es preciso recordar ciertas cosas inéditas, y casi con seguridad perdidas, que Venegas cita en un prólogo a otra obra de Alvar Gómez, como compuestas por el arriacense: De prostiatione bestiarum adversus haeresiarchas, De conceptione Virginis, y De las tres Marías. Obra fecunda meritísima, surgida no sólo del hombre, sino del ambiente, de la ciudad en la que ha crecido y madurado. Guadalajara renacentista, patria chica de Alvar Gómez de Ciudad Real, musa a su vez de este poeta y de su poesía. Hasta aquí su recuerdo. Desde ahora el compromiso de conocerle mejor, de valorarle en su equilibrio.

Notas

(1) Márquez, A.: Los Alumbrados: orígenes y filosofía, Madrid 1972; Serrano y Sanz, M.: Pedro Ruiz de Alcaraz, iluminado alcarreño del siglo XVI. Revista de Arch.: Bibl. y Museos, 7 (1903), 1‑16; 126‑139.

(2) García López, J.C. Biblioteca de escritores de la provincia de Guadalajara, Madrid, 1899.

(3) Marineo Sículo, L.: Cosas memorables de España. Alcalá 1530, fol. 249. Dice así de él: «Más entre los nobles y caballeros señalados en letras Álvaro Gómez poeta singular con razón debe de ser contado. Al gual demás de las obras que a scripto conocimos en su Musa Paulina muy grande ingenio y mayor erudición. En la qual Musa muy ingeniosa assi en la facultad del verso como en la elegancia del estilo igualó a los poetas antiguos».

(4) Herrera Casado, A.: La CapiIla de Luís de Lucena en Guadalajara (revisión y estudio iconográfico), Revista Wad‑al­hayara, 2 (1975), 5‑26.

(5) Pérez de Moya, Filosofía secreta, Madrid 1585.