Costumbres de nuestra tierra

sábado, 24 mayo 1980 0 Por Herrera Casado

 

Comienza ahora una temporada -la del fin, culminación, de la primavera-en la que se suceden las más interesantes manifestaciones costumbristas, y folclóricas de nuestra tierra, de la provincia de Guadalajara. Vibrantes expresiones de nuestros pueblos, de nuestras gentes. Mañana mismo, pascua de Pentecostés, la villa de Atienza celebrará sus ocho veces centenaria fiesta de La Caballada. Poco después, en junio, será Valverde de los Arroyos el lugar donde explosione un año más la vena secular de un folclore sin mancha, genuino. Y así pueden desgranarse muchos otros festejos, como la próxima celebración, el primer domingo de junio, de la fiesta de La Loa en el Santuario molinés de, la Hoz, o la romería que, mañana mismo, congregará también a miles de alcarreños sobre el valle tranquilo del Arlés, en torno a la ermita de la Virgen del Collado, patrona de Berninches.

Todas las fiestas le nuestros pueblos guadalajareños, por pequeños que éstos sean, o por insignificantes que aquellas puedan parecer, deben ser protegidas y estimuladas. Es cierto que para algunas ya se ha obtenido una declaración (fiesta de «interés turístico») que les permite aparecer en guías oficiales de folclore, o incluso recibir alguna ayuda económica: éste es el caso de las que ilustran estas líneas, la Caballada y los danzantes valverdeños, pero hay muchísimas otras que sólo se mantienen por el entusiasmo de los vecinos, y nada más. Esto es peligroso, y deberían tomarse algunas medidas, especialmente la lucha atenta, por parte de la administración, que posibilitara tomar una conciencia realista de los auténticos problemas en este sentido.

Para la salvaguardia del folclore, como para la de todo aquello que podemos incluir en el llamado «Patrimonio Histórico, Cultural y Artístico» de España, debe llevarse una sistemática objetiva y sin desmayos. Y ello pasa por una primera etapa de estudio, de clasificación, de valoración meditada. Solamente tras ella se pueden establecer prioridades, urgencias y, en definitiva, decisiones respecto a la protección de unas y otras cosas, fiestas, etc. Es, pues, necesario, que se emprenda con urgencia un inventario de todas las fiestas y hechos costumbristas de nuestra provincia, con su descripción, fotografías, dibujos complementarios, bibliografía, documentos sonoros, materiales, etc. Realización de un catálogo meticuloso, y posteriormente, una campaña amplia de divulgación que haga posible que esto sea, de verdad, un patrimonio común, no sólo existente, sino conocido y con la voluntad de su mantenimiento por parte de la comunidad toda.

Esta defensa de nuestras costumbres, no sólo debe limitarse a las fiestas en sí, como acto completo, sino a todas las expresiones, por mínimas que parezcan, que forman parte de ellas: de las fiestas o de la forma de ser y de vivir de las gentes de la provincia. Ello quiere decir que es necesario realizar meticulosas prospecciones y estudios sobre el tema del habla popular en nuestro entorno, de su paremiología (refranes y dichos), de sus actitudes físicas; de sus relaciones interhumanas y sociales; de su artesanía, etc. También de esas otras parcelas de su diversión  como son las músicas y los bailes, expresión a veces de ritos precristianos de surgimiento mágico, totémico. La entraña remota, hoy arcana de nuestro pueblo, está en su folclore. Es, pues, necesario más que nunca salvarlo a toda costa.

Pero este camino, teórico, no difícil de conseguir, se ve a veces truncado por razones misteriosas, incomprensibles. Cuando de todos costumbrismo autóctono es necesario protegerlo, estimularlo, rescatarlo, y así se está haciendo en todas las regiones de España, surge la anécdota que extraña y asombra a toda una provincia. Un festival de música y folclore castellano -o sea, el nuestro propio‑ se iba a celebrar esta tarde en Atienza, como añadido a la festividad de la Caballada que ha de ponerse en marcha mañana. Estaba previsto que la dulzaina y el tamboril, los instrumentos antiguos y entrañables de nuestra tierra secular, alzaran su voz delgada y hermosa. Estaba previsto, también, que la jota fuerte y decidida que desde hace siglos bailan las gentes de la Celtiberia, pusiera su silueta entre las arcadas pétreas de la plaza del Trigo de Atienza. Era el folclore de Castilla, nuestra expresión más genuina y popular, la que los atencinos, y cuantos hubieran querido sumarse, habrían degustado una vez más, como tantas otras veces se ha hecho. Pero ahora no ha sido posible. Las sospechas -respetables, pero no compartidas- de nuestras autoridades en el sentido de que un festival folclórico castellano, pudieran ocasionar alteraciones del orden público, han hecho que esta expresión de nuestro corazón que es el folclore y el costumbrismo haya quedado suspendida. Muda la dulzaina, acallado el tamboril, rota la cinta de la jota.

Precisamente por nuestro ya antiguo y siempre decidido empeño de defender, a toda costa, el patrimonio cultural y auténtico de Guadalajara, es por lo que, en esta ocasión, quedamos sorprendidos de tal medida. Estamos seguros que tantas otras personas y grupos que en los últimos tiempos se han destacado también en el estudio, la valoración y la defensa de maestro folclore, alzarán su voz en protesta de este paso atrás.

Una vez más, y aunque parezca machaconería inútil, volvemos a recomendar que prosiga el estudio del costumbrismo alcarreño, molinés, serrano. Que se sigan dando, incluso ampliadas, ayudas a los grupos que lo mantienen adelante. Que se editen libros, que se recuperen cánticos, que se recojan leyendas, que se construya el necesario Museo Etnográfico de Guadalajara. Lo único que, en último término y como medida lógica, venimos a pedir, es que no nos hagan tomar como folclore propio algo que siempre fue ajeno a nuestra tierra: concretamente, la caza de brujas.