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abril, 1980:

Música y músicos de Guadalajara (yII)

 

Durante el siglo XIX son bastante numerosas las figuras relacionadas con el mundo de la música que produce nuestra tierra. Manuel Sardina (Sigüenza,? ‑ Sigüenza, 1847), fue bajonista en la capilla de la catedral de Segovia, pasando en 1799 a la Capilla Real. Urbano ASPA (Sigüenza, 1809 ­ Madrid, 1884) forma en la serie de los llamados «niño prodigio» por su precocidad en el uso del arte sonoro. En 1833 ya era Maestro de Capilla de la Catedral seguntina, trasladándose a Madrid en 1842 donde se desarrolló su vida. En ella llegó a componer más de 300 obras, algunas de gran envergadura, y todas ellas de carácter religioso: misas, oficios fúnebres, misereres, etc., destacando el «Símbolo de San Atanasio», y «Las Siete Palabras». José Flores Laguna (Las Inviernas, 1817 Madrid 1888). Estudió música y canto en Sigüenza, y en el Coro de Infantes de la catedral hizo las veces de tiple. Todavía joven, obtuvo el puesto de contralto en el prestigioso coro del Convento do las Descalzas Reales de Madrid, y fundó el Centro lírico Sacro ‑ Matritense. Su gran afición, sin embargo fueron los estudios de paleografía musical, la enseñanza del arte del canto, y la composición de obras para coros y orfeones. Como obra de investigación, destaca «Bidiapasones» tonos, tetracordes y signos musicales usados en los primeros tiempos» y la publicación en versión moderna del «Canto de los peregrinos flamencos» contenida en el códice de Calixto II. Entre sus obras didácticas, son de reseñar la «Instrucción teórico ‑ práctica de la música de catedral», «Método de canto llano y figurado», «Grupo de las llaves y transporte de los tonos», «Localidad fija de las siete notas de la escala», «Curso musical teórico – práctico para uso de los orfeones» y muchos otros que le colocan a la cabeza de los teóricos musicales de nuestro siglo XIX. Finalmente, en su faceta de compositor, se le deben múltiples obras para coro, José Casado (Cogolludo, 1831 ‑ ?) se distinguió como profesor de piano en varios colegios de Guadalajara y Madrid, y en su vertiente de compositor dio numerosas obras de tipo religioso y profano. De él recordamos una zarzuela breve «El obsequio», que ganó medalla de bronce en la Exposición Provincial de Guadalajara de 1876 Santiago González Delgrás (Guadalajara, 1780 Algete, 18; 7) fue profesor de trompa en la capilla de la Encarnación de Madrid y de los Guardias de Corps. Gregorio Bueno de la Plaza (Las Inviernas, 1817?) se formó también en el Colegio de Infantes de Coro de Sigüenza, y aunque dominaba la trompa, el violín y el contrabajo, fue su especialidad el órgano. Cubrió por oposición las plazas de organista catedralicio en Berlanga de Duero y en Sigüenza más tarde, quedando de él algunas interesantes composiciones. Dos magníficos pianistas dieron también en este siglo Guadalajara, contribución de nuestra tierra en la época de mayor apogeo de ese instrumento. Antonio María Alvarez Bedekstein (Guadalajara 1815 ‑ Madrid, 1844) cursó con brillantes sus estudios en el recién creado conservatorio madrileño, obteniendo muy pronto una medalla de plata a su calidad interpretativa, y una clientela numerosa. Pablo Barbero Casal (Hita, 1847 ‑?) estudió en los conservatorios de Madrid y París. siendo allí discípulo de Herz. Comenzó a labrarse una sólida reputación de pianista en la capital francesa, obteniendo varias medallas de oro en interpretación y composición, pero enfermó y tuvo que regresar a Madrid. Concertista de fama, recorrió España entera, siempre muy aplaudido. En Guadalajara fue encargado por el municipio de organizar una Banda de Música, consiguiéndolo con 60 voluntarios nacionales a raíz de la Revoluci6n del 68. Luego se estableció en Madrid, donde se dedicó a dar clases de piano y a componer numerosas piezas, zarzuelas como «La Estudiantina» y «Pensión de demoiselles», así como valses, polcas, fantasías, nocturnos, etc. Fue director del sexteto del Teatro de la Comedia (15).

De vida turbulenta y romántica fue el cantante Tirso de Obregón y Pierrad (Molina de Aragón, 1832 ­ Molina de Aragón, 1889) que ingresó en el Conservatorio de Música de Madrid en 1852, dedicando su bella voz de barítono a la zarzuela y a la ópera. Su carrera fue siempre jalonada de clamorosos éxitos. En 1867 fue nombrado director de la Sección lírico‑dramática del Conservatorio madrileño. Ingresó como caballero en la Orden de Carlos III. Y cerramos esta sucinta relación de músicos alcarreños del siglo XIX con la figura de Félix Flores (Guadalajara, 1815) quien de muy pequeño se trasladó a Lupiana e ingresó en el convento jerónimo de San Bartolomé, aprendiendo allí, de la escuela tradicional de música de este cenobio, los rudimentos del solfeo, la composición, y el órgano. Pronto destacó con sus cualidades musicales, diciendo don Hilarión Eslava cuando trabó conocimiento con él «que no había conocido otro que solfease igual» que el padre Flores (16). Dolencias gástricas (¡tanto comían los jerónimos!) le hicieron salirse de la Orden, y reposar una temporada en el Desierto de Bolarque. Después se lanzó a la práctica de la música, en la que descolló claramente (17).

A tan larga relación de siglos y de personajes, hoy podemos añadir figuras notables que han de seguir poniendo muy alto el nombre de Guadalajara dentro de la historia de la música: el pianista seguntino Gerardo López Laguna, los guitarristas molineses Segundo Pastor y José Luís Martínez, y otra larga serie de nombres e instituciones que laboran sin descanso por este arte sin par.

(15) Martín, Alfonso: Pinceladas: Don Pablo Barbero y Casal, Flores y Abejas, número 136, 4 abril 1897, página 4.

(16) Cordavias, L.: Rasgo histórico del Monasterio de Lupiana, Guadalajara, 1922.

(17) Hernando, B.: El Padre Flores, Madrid 1897.

Música y músicos de Guadalajara

 

No es voluminosa la historia de la música en la parcela territorial de Guadalajara. La actividad principal, en este sentido, se centró durante siglos en la catedral de Sigüenza, donde el órgano mayor del templo, los intérpretes y cantantes que acompañaban a la liturgia, ejercitaron no sólo la melodía ya elaborada, sino la composición y adaptación de piezas, casi siempre de tema sacro. Y en cuanto a músicos importantes de la tierra, desde los briocenses hermanos Durón, pasando por Félix Flores hasta nuestro contemporáneo Villa Rojo, bien podemos decir que todos los estilos y las modalidades de la armonía se han ejecutado entre nosotros. Daremos ahora un repaso por personajes, lugares y asuntos musicales de la provincia.

La familia Mendoza, como en tantas otras parcelas del arte y la cultura, fue pionera en Guadalajara del cultivo de la música. Sabeos que en la segunda mitad del siglo XVI, los duques del Infantado mantenían una brillante «capilla» en la que, entre otros, estaban Diego de Montoya, trompetista (1), el músico Castillo (2) y Pedro Suárez, a quien se califica de «músico del duque del Infantado» 3). En tiempos del tercer duque, que en sus largos años de vida hizo de todo, aparece la curiosa figura del cantor Diego de Carmona. Don Diego Hurtado de Mendoza, que había tenido en una gitana un hijo, al que quiso mucho, y que llamaban don Martín el Gitano, «crióle con regalo» y le proporcionó una educación esmerada, para conducirle por la carrera eclesiástica. Y dice antigua crónica que «como el duque don Diego era aficionado a la música de iglesia, deseoso que su hijo don Martín supiesse cantar canto de órgano, hubo notoria que en el Andalucia en Carmona había un cantor muy diestro, y embió por él» (4). Este Diego de Carmona medró en la corte mendocina y en la imperial de Carlos V, llegando a altas cotas en el valimiento de los poderosos, diciendo en su época que todo lo debía a un pacto con el diablo. De todos modos, cantaba muy bien, y alegraría en ocasiones las pétreas arcadas del palacio mendocino de Guadalajara. Murió en 1512. Años después, el cantor de palacio era Rodrigo de Bivar. Corría 1528, y es en ese momento cuando el núcleo de alumbrados es más numeroso en el palacio del Infantado de Guadalajara. Allí están Isabel de la Cruz y Ruiz de Alcaraz, que poco tiempo después serán procesados, lo mismo que el cantor del duque.

Por la ciudad se repartían también numerosos músicos y profesores. Del viejo documento nos llega razón del sacristán de la iglesia Santiago, que se dedicaba a dar clases de órgano y monocordio. Se llamaba Melchor de Soria, y por lo curioso y útil que pueda ser, doy aquí el contrato que hizo con Andrés de Monsalud, vecino de Pareja, para enseñarle la interpretación de esos instrumentos, durante un año: «Sepan quantos esta carta vieren como yo Melchor de Soria Sacristán que soy de la yglesia de Sr. Santiago desta ciudad otorgo e conozco por esta presente carta e me obligo a mostrar a vos Andrés de Monsalud vezino de Pareja questais presente a tañer la tecla en órgano y monocordio todo que se rrequiere saber en él que yo os pudiere mostrar y su avilidad le vastare en un año que corre y se quenta desde el día de san miguel próximo pasado deste presente año hasta el día de san miguel del año que verná de mill e quinientos e setenta e tres años e se entiende que le ha de enseñar para poder oficiar una missa y otros sones diferentes para vísperas y q en todo este tiempo le tengo de dar de comer e bever e cama en que duerma por un mes hasta que la traiga de su tierra e por razón de lo susodicho me a de dar veinte e quatro ducados por todo ello y me obligo que en todo el dicho tiempo o en comedio del no le echaré de la dicha mi casa y le mostraré todo lo que dicho es segund y de la manera que aquí es so pena que luego pueda tomar otro maestro que le muestre el dicho oficio e por lo que más le costare me pueda dar a esecutar y sea creído por su juramento sin otra aberiguación ni declaración alguna…» (5).

En la Guadalajara del siglo XVI sabemos que residían-formando parte de esa renombrada «Atenas Alcarreña» que tanta fama cobró a la sombra de sus Mendozas, algunos músicos madrileños, cortesanos. Así vemos en 1575 a Alonso de Alvarado (6), y en 1581 a Gaspar de Camargo (7), que en sendos documentos aparecen reseñados como «músicos de su Magestad». Y aún queda fama de los magníficos coros que en algunos monasterios de monjas había formados en ese siglo. Así, en el de «Nuestra Señora de la Concepción» era fama «su buena música, pues algunas religiosas son maestras en el canto» (8) y en el de «Nuestra Señora de la Piedad» fundado por doña Brianda de Mendoza, se exhibía un conjunto de voces extraordinarias, destacando entre ellas las de María Clavijo y su hermana Ana María Grandes, «compositoras y ynstrumentistas», hijas ambas del también músico Bernardo Clavijo del Castillo (9).

También fue Sigüenza, desde el siglo XV fundamentalmente, un foco capital del arte de la música. En su catedral se conjuntaban los organistas, los maestros de capilla y los coros de niños cantores, que hasta hoy han mantenido una sólida tradición de música coral y sacra en la ciudad. Sobre los maestros organistas, simplemente reseñar los nombres de algunos muy destacados, como el de Juan Cabezón, que prestó su arte a las bóvedas catedralicias durante 1546, o el de Francisco de Salinas, que en la ciudad del Alto Henares puso su magistral toque, su «son divino»-como le calificara fray Luís de León en conocida oda-por las frías estancias del templo, entre 1559 y 1563 (10). También el alcarreño Diego del Castillo ocupó, durante 15 años, el puesto de primer organista en Sigüenza, en los últimos del siglo XVI. Completa esta lista de grandes intérpretes del órgano de Sigüenza, el madrileño Juan de Aratia, que de 1584 a 1599 puso sonido a las ceremonias seguntinas. Los maestros de capilla Chacón y Pierres son también reseñables, aunque en la primera parte de la centuria renacentista, (11).

Por todos los pueblos de la Alcarria, Serranías y páramos molineses, los siglos mejores de nuestra tierra-los que vieron su riqueza aprovechada y el máximo de gentes de ella asentadas, XVI al XVIII surgieron músicos en las iglesias y los palacios, músicos que la interpretaban y a otros enseñaban a practicarla. Cantantes y organistas, bajonistas y masas corales tuvieron asiento en los núcleos principales. Por poner un ejemplo solamente, vemos la gran iglesia de Mondéjar surtida de un conjunto amplio de músicos que darían prestancia a las liturgias allí celebradas. Como maestros en sus respectivas parcelas, a mediados del siglo XVII aparecen Alonso Cortés, campanero; Alonso del Polo, trompeta; Juan de Alcázar, bajonista; Juan de Sigüenza, organista; un hijo de Alcázar, arpista, que formarían, indudablemente, una curiosa orquesta rural (12). Pero de esos mismos pueblos han ido surgiendo figuras musicales, individuales, que por uno y otro motivo han descollado en el difícil arte de la armonía.

Del siglo XVIII, tenemos noticias que Blas Benito López, nacido en Brihuega, y muerto en la misma villa, en 1815, que alcanzó un puesto en la Capilla Real, y se halla enterrado en la iglesia de Santa María de la Peña, en la que fue bautizado. Miguel Lope nació en Castejón de Henares, y murió en Madrid en 1798. Desde el año 1756 fue primer bajonista de la capilla real, y su fama artística queda acreditada con tan largo reconocimiento. En el mismo puesto, años después, estuvo Manuel Sánchez García (Campillo de Ranas, 1771‑Madrid, 1825) desde septiembre de 1814 en que ganó el puesto.

A la centuria de las Luces pertenece el fraile jerónimo fray Gabriel de Moratilla (Moratilla de los Meleros, 1700‑El Escorial, 1788) quien estudió sus primeros rudimentos musicales en el monasterio de Lupiana, sirviendo luego de cantorcillo en El Escorial. Allí profesó, en 1717, llegando a contralto de la capilla, y dedicándose a la enseñanza de la música durante cuarenta años. Luego fue maestro de la capilla monasterial, llegando finalmente a prior de varios monasterios jerónimos, entre ellos el de Santa Ana de Tendilla. Figura como una de las glorias de la tradición musical jerónima (13). Vicente Pérez Martínez (Cifuentes, primera mitad del siglo XVIII ‑Madrid, 1800) fue un maestro de canto, que se dedicó en la corte a dar clases y formando parte de la Real Capilla, en su calidad de tenor, más de 30 años. De sus dotes didácticas, surgió en 1799 el tomo primero de su obra Prontuario del canto llano gregoriano, corregido todo del mal acento y otros defectos notables en los libros antiguos, apareciendo después de su muerte los otros dos tomos que la completaban. Dejó inédita una obrita, Apuntes curiosos que describía su vida en la corte. Francisco Javier Pareja (Brihuega Madrid) sirvió en el siglo XVIII y comienzos del XIX. Destacó como compositor y violoncelista. Realizó su carrera, y obtuvo la fama, en Madrid, actuando primero en las orquestas de algunos teatros, y pasando luego a ser profesor particular de gentes de alcurnia, acabando de maestro de la Real Capilla, en 1805. Llegó incluso a escribir algunas tonadillas y zarzuelas cortas, que tuvieron gran aceptación. Es curioso reseñar que, en una tradición ya antigua, que hemos visto en el párrafo anterior, la villa de Brihuega ha venido dando gran cantidad de músicos, todos ellos de relieve, entre los que destacan los hermanos Durón, del siglo XVII, y el profesor Villa Rojo, contemporáneo nuestro. De aquellos va ya cumplida noticia en anterior Glosario Provincial (14) y de éste, dada su juventud y valía, sería incompleta cualquier biografía que aquí diéramos en este momento.

NOTAS

(1) Año 1565 ‑ Archivo Histórico Provincial de Guadalajara (AHP), protocolo 105 Escribano Alonso López.

(2) Año 1580 ‑ AHP ‑ Protocolo 140 ‑ Escrib. Pedro Medinilla.

(3) Año 1569 AHP Protocolo 99 Escrib. Juan Fernández.

(4) Pacha, H.: Historia de Guadalaxara, Guadalajara 1977, pág. 276.

(5) Año 1572 ‑ AHP ‑ Protocolo 164 ‑ Escrib. Gaspar de Campos.

(6) Año 1575 ‑ AHP ‑ Protocolo 95 Escrib. Blas Carrillo.

(7) Año 1581 AHP ‑ Protocolo 150 Escrib. Gaspar Hurtado

(8) Torre Francisco de: Historia de la muy noble ciudad de Guadalajara, manuscrito en la Biblioteca Provincial de Guadalajara, folio 129.

(9) Papeles de Barbieri, Biblioteca Nacional, Mss. 14043/27, copia del testamento de Calvijo (30-1-1626).

(10) Jambou, Louis: Organiers et organistes a la Cathedrale de Sigüenza au XXVI siécle Melanges de la Casa de Velázques, Tome XIII (1977), pp. 172-217.

(11) Pérez- Villamil, Manuel: Estudios de historia y arte: la catedral de Sigüenza. Madrid 1899, página 473.

(12) Archivo parroquial de Mondéjar; libro primero de fábrica, siglo XVII.

(13) Pascual, Saturio: Guadalajara y su provincia, manuscrito, 2 vols. Archivo familiar, en Muduex.

(14) Nueva Alcarria, 18 de mayo de 1974.

La alfarería en Guadalajara

 

Desde hace algún tiempo, es actualidad continua la alfarería de nuestra provincia. Alfarería que, por otra parte, ha desaparecido completamente en cuanto a su producción y evolución. Se refiere, no quedando de ella sino el resto arqueológico (moderno, pero fósil al fin y al cabo) de las piezas que se elaboraron hace años en los diversos alfares de la provincia, y que ahora, ya faltos de uso, cada vez son más raros de encontrar.

La actualidad de esta alfarería se ha basado, por una parte, en un interesantísimo libro que ha editado la Institución Cultural «Marqués de Santillana» y cuya autora es la conocida etnógrafa Eulalia Castellote Herrero. Y, por otra parte, en la magna exposición que los estudiosos madrileños Domingo Sanz y Seve Delgado han montado durante el mes de febrero de este año en la Galería «Adobe» con numerosas piezas de la extinguida alfarería de nuestra provincia. Precisamente, esta artesanía resume nuevamente al plano de la actualidad, pues el lunes próximo, día 14, en la Sala de Exposiciones de la Caja de Ahorro Provincial de Guadalajara, de la calle Amparo, esta muestra artesana quedará abierta a la admiración de los alcarreños, en su propia casa.

Uno y otro hecho, uno y otro comentario, y, en general, esa preocupación que a todos los niveles ha crecido en los últimos meses respecto a las viejas artesanías y oficios de nuestra tierra, se fundamentan en la progresiva concienciación de las gentes por cuanto atañe a su patrimonio cultural, y el ansia que les invade de conocer y proteger sus elementos. En el caso de las artesanías, se llega tarde, pues la inmensa mayoría de ellas han desaparecido, al menos en su fase productiva y sólo como un resto histórico, como piezas museísticas, pueden tratarse. Pero es indudable que la protección hacia aquellas artesanías que aún restan vivas o con posibilidad inmediata de resucitar, debe ser llevada a cabo con rapidez y voluntad por parte de autoridades, organismos y asociaciones que tengan posibilidad de exponer su palabra y arrimar el hombro.

Para cuantos gustan de este tema, y en la semana próxima piensan visitar la exposición comentada de Alfarería extinguida de Guadalajara, recordamos hoy algunos datos breves y elementales sobre esta artesanía en la tierra de la Alcarria. Aunque no sólo en ella estuvo, sino que también se extendió por sierras, campiñas y el Señorío de Molina. Precisamente en el libro de Castellote aparece un plano provincial en el que encontramos hasta veintitrés lugares en donde, a lo largo del siglo XX, se hizo cerámica, más el enclave de Auñón, que ella no menciona, pero que también produjo cacharros. De estos lugares hemos de destacar Zarzuela de Jadraque, donde todos los habitantes vivían de esta industria, y utilizaban medios técnicos primitivos; y, por otra parte, los alfares de Málaga del Fresno, Lupiana y Anguita, como los de mayor supervivencia y adelanto técnico. Del de Guadalajara capital, que no ha llegado a mostrar sus piezas, se sabe que fue en los siglos antiguos (XV al XVIII) de los más importantes de España, y todo un barrio (la Alcallería o Cacharrerías) se dedicó alrededor de su parroquia de San Julián a fabricar innúmeros cacharros y cosas.

Como más significativo de la alfarería de nuestra provincia, siempre se recurrirá a Zarzuela de Jadraque (Zarzuela de las Ollas también la llaman las gentes serranas), pues siempre se dedicó su población a este ancestral menester. Hace poco tiempo estuvimos allí y aún alcanzamos a ver notables y numerosas huellas de esta artesanía. Por una parte, destaca la bella arquitectura popular del lugar, su enclavamiento en altas praderas preserranas, con construcciones de madera, piedra gneis y pizarras. Las gentes de Zarzuela muy amables, le cuentan al visitante cuanto saben y recuerdan de la industria que les dio vida. Y alcanzamos a ver un antiguo alfar que constaba de una «rueda» de madera, muy baja, que se hincaba en el suelo por medio de un pico agudo y encima quedaba el torno con incisión para colocar el dedo y dar vueltas al artilugio con fuerza, aprovechando sus rápidas vueltas para moldear el barro húmedo puesto en su centro. Cuando paraba el torno, nuevamente a darle impulso, y a aprovechar su velocidad. La tenacidad que requiere este sistema es ingente, y su antigüedad se explica con decir que éste era, exactamente, el sistema que tenían en Mesopotamia, cuatro mil años antes de Cristo, para hacer su alfarería.

El artesano serrano que, hasta hace pocos años, usaba este sistema en Zarzuela, era realmente un fósil con latido. Después vemos en el mismo pueblo el horno comunitario, en las afueras del lugar, que está perfectamente conservado y es una bella pieza de arquitectura popular. Es de planta de semicírculo irregular. Por fuera se construye de piedra pizarrosa y, por dentro, está «embarrado», careciendo de cubierta, y mostrando, además de la abertura superior, dos huecos de acceso: uno situado en la parte baja, que sirve para cargar la «hornilla», y otro superior por donde se introducen los cacharros. También nos muestran las gentes de Zarzuela numerosos cacharros fabricados en el pueblo, y hoy ya sin uso. Los quieren vender a cuantos llegan, y en algunos casos nos enseñan las feísimas bandejas de hojalata con flores y gatitos que algunos avispados madrileños les han ofrecido a cambio de sus piezas cerámicas. Algunas grandes, hermosísimas, nos ponen a la puerta de una casa y aprovechamos a hacerlas algunas fotografías. Son éstas que el lector ve junto a estas líneas. El general de las piezas muestran un marcado arcaísmo, con paredes muy gruesas, formas antiguas y una gran variedad y riqueza en todo cuanto les caracteriza. Si los cántaros de gran panza son muy hermosos, quizás los botijos sean los más sorprendentes, con incisiones a peine en ondas, zig‑zag» o simples rayas. Muchas otras piezas, como encellas, macetas, pucheros, cazuelas y tarros de varios usos aún se ven por allí.

Aunque toda la antigua alfarería de Guadalajara ofrece caracteres muy singulares y sorprendentes, destaca también la llamada pelaya del alfar de Anguita, pieza entre adorno y utilitaria, creación personal del artesano Bruno González. Se trata de una «botija de pega», y representa la figura de una mujer, coincidiendo el cuerpo de la botija con el de dicha mujer, y la boca de ésta hace de pitorro, llenándose de agua por el moño. Todo el cuerpo iba pintado de blanco, y la cabeza de negro. Representaba esta figura a la mujer de Huertapelayo, pueblo del alto Tajo. El horno de Anguita, que Castellote reproduce en su libro con gran fuerza gráfica, es también curiosísimo y merece la pena una visita.

Son tantos los detalles, unos vividos y otros aprendidos, de este variopinto mundo de la alfarería provincial, que nos ocuparían hoy gran extensión el recordarlos aun en síntesis. Quede la tarea para ocasiones futuras, pero ahora quiere ir la recomendación viva y urgente de visitar la exposición que pasado mañana nos abre sus puertas, y la de leer el libro que toca con amplitud y detalle estos temas. Nuestros lectores que tal hagan seguro que han de agradecérnoslo sinceramente.

Viaje a Milmarcos (III)

 

Tras este repaso a la sombra, seguimos el paseo por Milmarcos. Y ahora veremos sus casonas, diversas, múltiples, encantadoras todas. Los palacios, casonas, caserones nobiliarios y aun simples ruinas de esta villa, forman nómina de hazañas, de apellidos, de guerras y episcopados entre sus muros. En la misma plaza mayor está el palacio de los López Montenegro, que muestra en su portada un arco semicircular adovelado que remataba hermoso escudo de armas, hoy desplazado. En la esquina hay un balcón con magnífica balaustrada de hierro forjado, y en todo su costado norte, múltiples rejas de complicada tracería cubren ventanas y balcones. La casona fue edificada entre 1630 y 1712-que son las fechas que acá y allá entrevemos talladas en puertas y llamadores-. El interior enseña un amplio portal del que surge la escalera, apoyada en los hombros de monstruo diablesco en lucha con un angelillo. Más allá de la iglesia, cerca de la ermita del Nazareno, se alza el mejor de los palacios molineses: el de los García Herreros, obra de una pieza en el siglo XVIII.

La fachada es de tres cuerpos, en sillar del bueno, tallado con gusto y mesura. Su cuerpo bajo contiene la portada y dos ventanas laterales. El principal enseña balcón central, que forma cuerpo con la puerta, y remata en barroco escudo de armas de la familia constructora, añadiendo dos laterales. El cuerpo alto muestra dos pequeños vanos correspondientes al tinado. Unos cuerpos de otros se separan por frisos lisos, y el interior, muy bien conservado, presenta gran portal en el que quedan restos de empedrado, con escalera muy amplia y de alto hueco, que remata en lo más alto con una bóveda de interesantes adornos barrocos vegetales, mascarones representando un diablo y un ángel, etc. La distribución del piso es clásica, con salón central y salas laterales, y arriba del todo, un amplio tinado, con la viguería y ripia a la vista, en alarde de arquitectura simple y duradera.

Otros palacios y casonas se reparten aún por el pueblo. El de los Angulo -que llamam «la posada vieja»- muestra su escudo pétreo sobre la puerta, y está hoy en vías de restaurarse. El de los López Celada‑Badiola completa la plazuela de la Nuela; es obra del s. XVIII y aún luce un complicado escudo de armas sobre la puerta. La casona de los López Olivas sólo conserva la portada y el blasón primero, y, en fin, el caserón de la Inquisición, también en ruinas, nos deja ver su portón de molduras con bolas, y el bello escudo, limpio y parlante, que muestra la cruz, la palma y la espada (emblemas en haz de una intransigencia) con las llaves parejas y la frase «Veritas amica fides» que un remoto familiar del Santo Oficio pensó sería bueno para convencer a los milmarqueños de la utilidad del invento.

Si todo esto-así de grande y de interesante es Milmarcos- se puede contemplar en cualquier día del año, la estancia en esta villa cuando se pone en fiestas resulta aún más aleccionadora, rica en recuerdos. El Cristo Nazareno es patrón y razón de fiesta: para el 3 de mayo y el 14 de septiembre la organizan. También a San Roque se celebra. Son todas ellas ocasiones de baile, de música (dos bandas completas, de viento fundamentalmente, tuvo siempre el pueblo) y de jugar a la tanga, deporte castizo en Milmarcos. Consiste en un cilindro de madera que se sitúa a unos 20 metros de la línea de tiro, y desde ésta ha de derribarse con un tejo redondo y metálico; para conseguir hacer partida, el tejo debe quedar mas cerca de «la pita» (piedra pequeña que se coloca al lado de la tanga) que de la tanga derribada. A los jugadores se les llama «tanguistas», y a los que mejor lo hacen se les dice que están en posesión de un buen estilo cordachero». También son tradicionales los juegos de las «chapas» y la «pelota», y entre las cumbres de su gastronomía cuenta -cuento, mejor dicho- las «migas con chorizo» y el turrón de tira-tira, hecho con miel y harina, que está para chuparse los dedos, como yo hice.

Todo esto, que no es poco, encontrará el viajero por Milmarcos. Y aire sano, y simpatía entre las gentes, «en cantidad».