Hernando Rincón de Figueroa

sábado, 8 septiembre 1979 0 Por Herrera Casado

 

La ciudad de Guadalajara, en parte gracias al mecenazgo brindado por los Mendozas, y en parte también por ser enclave importantísimo en la defensa de Castilla frente a Aragón, y por ende protegida siempre con mimo por los monarcas castellanos, conoció su gran esplendor en los años finales del siglo XV y durante todo el XVI. En esas épocas se construyeron los grandes monumentos de los cuales se exhiben hoy en parte algunos, y el desarrollo de la ciudad, en cuanto a cultura, comercio y límites urbanos fue máximo. La silueta de la Guadalajara renacentista se forja en esa época, y es de todos conocido el hecho de que la arquitectura que se desprende del gótico e inicia sus resueltos pasos en el italianismo más puro, se da aquí en la ciudad (el palacio de don Antonio de Mendoza, el palacio de los Dávalos) y en su tierra (el convento de San Antonio, en Mondéjar; el palacio de los duques de Medinaceli, en Cogolludo), siempre conducida de la mano de los Mendozas y de su arquitecto, Lorenzo Vázquez.

En ese ambiente de renacentista preocupación, con la atención volcada de reyes, Mendozas y arzobispos toledanos (Guadalajara era uno de los más ricos arciprestazgos de la archidiócesis primada) sobre la ciudad del Henares, vemos surgir una gran cantidad de figuras que destacan en los campos de las letras y las artes. Y es uno de ellos principalísimo, el pintor Hernando Rincón de Figueroa, cuya polémica figura, que durante largos años dio que hablar, que discutir y casi hasta que desesperar a varios investigadores de nuestro arte, está ya bien silueteada y definida (1). Su nombre y su raíz han quedado finalmente anclados en Guadalajara. Rincón fue uno de nuestros primeros maestras renacentistas, situado en la primera fila de la pintura castellana durante los últimos años del siglo XV y primeros del XVI (2). Formado en los ambientes toledanos ‑no sobemos si haría algún viaje al extranjero‑ es clara la herencia de italianismo que en él se muestra, y, aunque es más abundante su obra perdida que la conservada, podemos sin reparo catalogarle entre lo mejor de los pintores que en Castilla inician el espléndido movimiento del Renacimiento (3)

De la categoría y consideración que en su época tuvo Hernando Rincón, nos hablan algunos datos documentalmente probados (4). Fue pintor de los Reyes Católicos, apreciado por Isabel, que era mujer de exquisito y decantado gusto artístico, y mantenido en la Corte por el viudo Fernando, estando en la estima del Cardenal Cisneros y decayendo su estrella, pues ya debía ser viejo, a la llegada del Emperador Carlos. Los arzobispos toledanos le consideraron en mucho poniéndole junto a Juan de Borgoña en las tareas más difíciles de la decoración de la catedral primada. Parece ser que tuvo el hábito de caballero de Santiago por especial deferencia y premio del Rey Fernando, quien eximió al pintor de todo tipo de pruebas para poder conseguirlo. Si en la época fue criticada esta actitud, podemos colegir de ello el posible rasgo hebreo de su sangre. Pero lo que sí es indudable, el título de examinador mayor de los pintores e entalladores destos Reynos e señoríos que en 1518 exhibía, le ponen en esa época en uno de los más altos pedestales, al menos en consideración social, de la época de la regencia cisneriana.

De su biografía son muy escasos los datos que se conocen, pero los suficientes para centrarle cómodamente como un hombre muy ligado a la ciudad en que probablemente nació y en la que vivió muchos años. Tenía su casa en la colación, o parroquia, de San Nicolás, y estuvo casado con Catalina Vázquez, hija del famosísimo arquitecto mendocino Lorenzo Vázquez, introductor del Renacimiento en España. De ella tuvo varios hijos. Su peripecia humana la situamos entre 1491, en que aparece por primera vez en documentos, aunque ya con categoría de figura señalada, y 1522, año en que con toda probabilidad debió morir, en Guadalajara, donde sería enterrada en la iglesia de San Nicolás.

Su «curriculum» artístico es lo suficientemente amplio como para acreditar la relevancia que su figura tuvo en el inicio de la Edad Moderna castellana. Por una parte figuran sus actuaciones documentadas, de las que poca cosa queda hoy en pie, y por otra las tablas y obras que se le atribuyen. Entre unas y otras podemos fácilmente subrayar su categoría y bien ganada fama. En 1491, siendo vecino de Guadalajara, suscribe un contrato con el pintor zaragozano Martín Bernat, por el que se obliga a colaborar con él en todas las obras pictóricas que a uno u otro se encomienden. Consta que durante algún tiempo residió Rincón en Aragón. Pero pronto vuelve a su tierra, y en 1494 se dedicó a pintar la historia del Espíritu Santo en los muros del claustro de la catedral de Toledo, de los cuales desapareció esta decoración, lo mismo que otra que se puso en el siglo XVI, y aun la del XVIII está ahora a punto de perderse. En 1500, Hernando del Rincón está pintando, en colaboración con Juan de Borgoña y otros artistas, el banco del retablo mayor de la catedral de Toledo. Esta camaradería con la primera figura del protorrenacimiento castellano sitúa a Rincón en su justo aprecio. Todavía en 1502‑3 está cobrando cantidades de lo que adeudaba por dicha obra. Y en ese último año consta también haber ido a Alcalá de Henares para contratar la pintura del retablo de la catedral primada, que es concedido a Juan de Borgoña. De 1503 a 1507, Rincón decora con su cada vez más depurada técnica el retablo mayor de Santa María de Medinaceli, por el que recibe la cantidad de doscientos veinte mil maravedises. Quizás en los mismos años, pues se sabe que en 1506 ya estaba terminado, hizo toda la pintura del retablo parroquial de Albalate de Zorita, iglesia en la que también puso sus primeras galas arquitectónicas el Renacimiento. Y aún en 1516 y siguiente realizó la pintura del retablo mayor de la iglesia parroquial de Fuentes de la Alcarria, señorío que era de los arzobispos toledanos; este retablo, aunque muy repintado, existió hasta 1936. Siguió luego muy destacado en realizaciones pictóricas por el territorio de la mitra toledana, y en Guadalajara mismo, quizás por encargo del gran Cardenal Mendoza, que aparece retratado en una tabla rodeado de su séquito, realizó con probabilidad el gran retablo del convento de San Francisco, que tras diversas peripecias desastrosas, en que más de la mitad de las tablas se perdieron, luce hoy fragmentado en el Ayuntamiento de Guadalajara. Durante los años de la regencia del Cardenal Cisneros, Rincón de Figueroa continuó en el cenit de su fama y actividad. De él es la pintura dada al medallón que Vigarny talló con el busto en perfil del Cardenal regente, y que hoy conserva la Universidad madrileña. De él también el retrato del gobernador del arzobispado toledano, Fco. Fernández de Córdoba, que pintó en 1518 y que hoy se admira en el Museo del Prado. De él, quizás, también, por su gran similitud de estilo y técnica, el retrato de fray Francisco Ruiz, secretario de Cisneros y obispo de Ávila, que hoy se muestra en el Instituto «Valencia de Don Juan», y muy posiblemente a Rincón se deba el retrato original de Antonio de Nebrija que sirvió luego para hacer el grabado que luce en la portada de su «Diccionario latino‑español», edición de 1550. Finalmente, y también en el capítulo de las atribuciones, contabilizamos una magnifica pintura sobre tabla, de comienzos del siglo XVI, que, procedente del convento de San Francisco de Guadalajara, tiene en depósito y muestra al público el Museo del Prado: se trata del «Milagro de San Cosme y San Damián», obra de neta influencia italiana, con delicado trato de las figuras, gusto por el detalle, ausencia de paisajes frente a un denso telón arquitectónico, y profusión de entelados y brocados que la escuela toledana usó con generosidad. El magnifico retablo de Robledo de Chavela, hoy restaurado y durante mucho tiempo atribuido a Rincón, es difícil asignárselo, y a esta resistencia nos inclina la tendencia flamenca que subyace en el fuerte plegado de paños, y otros detalles que hacen poco probable la inclusión de esta obra en el catálogo del pintor arriacense.

Si durante muchos años una niebla desdibujó la silueta de nuestro gran artista, que fue catalogado con el nombre de Antonio, por unos, y de Juan, por otros, en los últimos años ha quedado muy claro el hecho de que Hernando Rincón de Figueroa fue estimadísimo pintor de la Corte castellana, autor de notables empresas pictóricas, dueño de un estilo y técnica depurados y residente en la ciudad de Guadalajara, de donde probablemente era natural, pero en la que con toda seguridad casó, formó su hogar, murió y quedó enterrado.

Es una figura más de nuestra galería de artistas alcarreños.

(1) Sánchez Cantón, F J.: Mito y realidad de Rincón, pintor de los Reyes Católicos. Revista «Las Ciencias», 1934, n:° 1. Tormo, E.: El retablo de Robledo de Chavela y Antonio del Rincón, «Boletín de la Sociedad Castellana de Excursiones», 1903, p. 480. Díaz Padrón, M.: El retablo de Robledo de Chavela, «Comunicaciones del ICCR al XXIX Congreso Hispano‑Luso para el Progreso de las Ciencias». Madrid, 1970.

(2) Post, Ch. R.: A history of the Spanish Paintings, IV, 1933, pág. 385. Ibídem: Op. cit., IX, pág. 260. Angulo Iñiguez, D.: la pintura del siglo XVI, «Art Hispaniae», XII, pág. 261.

(3) Camón Aznar, J.: La pintura española del siglo XVI, «Summa Artis» XXIV, pág. 146.

(4) Serrano Sanz, M.: Documentos sobre la pintura en Aragón en el siglo XV, «Revista de Archivos Bibliotecas y Museos», II (1914), pág. 454. Layna Serrano, F.: los antiguos gremios de Guadalajara, Programa oficial de Ferias y Fiestas de Guadalajara, 1956. Quilez, J.: Documentos de interés para la Historia del Arte, Revista «Investigación», III (1969), página 69.