Hijos ilustres de Milmarcos

sábado, 7 abril 1979 1 Por Herrera Casado

Escudo en la fachada de la casona de los Lopez Guerrero de Milmarcos

 

Me escribe una gentil lectora, molinesa de raza aunque residente en Madrid, pidiéndome razón de las cosas y las gentes que su pueblo, Milmarcos, ha dado al mundo. Y nada es tan agradable para mí como encontrar el aliciente de complacer a una dama ejercitando mi favorita afición de investigar el pasado, de ponerlo ante los ojos, ya poco propicios al asombro, de nuestros paisanos, que en buen número también gustan de leer anécdotas y hechos pretéritos. 

Muchos datos guardan los archivos de la parroquia de Milmarcos, y en ellos y en otros voluminosos rimeros de legajos antiguos he tomado datos para rememorar las vidas, los nombres y las semblanzas de algunos personajes nacidos en este pueblo. Quizás haya quien halague la inutilidad de este trabajo, simple relación de gentes que en siglos pasados tuvieron un relieve en su país, y aún en lejanas regiones, pero que poco han aportado al avance o a los notables hechos de la nación española en su avanzar de siglos. Tratan, estas líneas, de poner ante los habitantes de Milmarcos hoy, y ante esos otros centenares que de la villa proceden y por el mundo andan desperdigados, una razón, aunque sea mínima, de su identidad como pueblo antiguo, y poder vivir, en los nombres de sus antepasados, en sus hechos y recuerdos, la carga generosa de su propia historia. 

Para el visitante de Milmarcos, para quien ha tenido que llegar hasta este lejano enclave del Señorío de Molina, quizás fuera lo más interesante hablar de sus monumentos, de la estructura urbanística del pueblo, de los palacios que por sus calles y plazas surgen. Pero todo ello es tan notable, que va a resaltar ante su atención al primer contacto y golpe de vista Los palacios de los García Herreros, de los López Montenegro, de los López Olivas, de los Angulo, de los Inquisidores, se entremezclarán con el ámbito dulce y seguro de su plaza mayor, en la que, por un lado, el magno edificio concejil, y por otro el extraordinario ejemplar artístico de su iglesia parroquial se dan la mano consiguiendo un modélico entorno urbano, de inolvidable sabor. Por un lado y otro, desde los escudos tallados en piedra de las casonas, hasta las lápidas y los recuerdos de fundaciones en la iglesia, surgen apellidos nobles, nombres ilustres. En la memoria de las gentes han permanecido anclados el de un obispo, el de un capitán, el de un inquisidor… y saben que Milmarcos fue venero del que han surgido curiosas figuras de la historia. En ese afán de repaso, de búsqueda, de exposición sencilla, van estas líneas. 

En el siglo XVII destacan dos figuras, unidas por lazos de sangre: don Martín de Olivas nació en Milmarcos hacia finales del siglo XVI. Alcanzó altos puestos en la milicia real española, distinguiéndose en las campañas americanas. Fue su carrera hasta los puestos de Teniente General y gobernador de la Nueva Vizcaya, en Indias. En 1621, y en acción guerrera, murió. Su sobrino cardenal, don Juan López de Olivas, sirvió al Rey junto a su tío, en América, y al morir aquel volvió a España, quedando en su pueblo natal de Milmarcos, de donde era Regidor en 1626. En la zona minera de la Vera Cruz de Tapia, en Nueva España, ejerció cargos de responsabilidad, y aquí en su villa natal levantó un palacio, hoy medio derruido, sobre cuyo portón luce un bello escudo de armas en el que se lee «sicut olivas fructifera», como estímulo para continuar realizando más grandes tareas. Sobrino de éste fue don Francisco López de Olivas, que ejerció en la carrera eclesiástica, y alcanzó altos grados en la fúnebre parcela de inquisidor: llegó a comisario del Santo Oficio del Consejo Supremo de la Inquisición, y fue también canónigo y arcediano de Sigüenza y aún visitador de este obispado. 

De la noble familia de los López Guerrero de Milmarcos fue don Lucas López Novella, hijo de Francisco López de Cubillas y de Teresa Novella, que nació en Milmarcos el 27 de octubre de 1630. Su padre era, desde principios del siglo XVII, el poseedor de la casa y mayorazgo de los López Guerrera, nobles de sangre y ricamente heredados en la zona. El personaje que comentamos fue estudiante en el Colegio de Teólogos de San Martín de Sigüenza. Se graduó de bachiller en artes y Teología, ascendiendo enseguida a los cargos de visitador general de los Obispados de Sigüenza, Oviedo y Cuenca. 

A esta familia perteneció el eclesiástico don Frutos López Malo, que nació el 3 de agosto de 1660, hijo de Frutos López Alcolea y de Ana Malo de la Torre, perteneciendo ésta a la hidalga familia de los Malo de Hinojosa, de los que en dicho pueblo queda aún el palacio señorial. Se graduó de bachiller en artes, por la Universidad de Sigüenza, en 1686, y llegó a Rector del Colegio de Santa Cruz, y aún de la Universidad de Valladolid, donde murió en 1711, siendo al tiempo gran Inquisidor de Sevilla. 

Sobrino carnal suyo fue el capitán don Lucas Francisco López Guerrero y Malo, nacido en Milmarcos en 1672, y casado con doña Ana del Olmo y Manrique, natural de Almadrones, y perteneciente a la familia del Dr. don Miguel del Olmo, obispo de Cuenca. El referido don Lucas fue capitán de las Milicias de Molina en la guerra de Sucesión, nombrando para este cargo en agosto de 1706 por el Marqués de Villel, don Alonso Feliciano González de Andrade y Funes, que a la sazón era jefe de dichas milicias. Peleó con ellas, mandando una compañía, contra los austriacos partidarios del Archiduque, demostrando valor. Fue también más tarde regidor perpetuo de Cuenca. Su única hija, doña Ana María López del Olmo y Guerrero, casó hacia 1738 con don Francisco José López Montenegro y Medrano, natural de Villoslada, quien heredó títulos, mayorazgo y hasta el nombramiento de Regidor perpetuo de Cuenca. En esta estirpe de los López Montenegro, afincada en Milmarcos desde entonces, quedó el palacio de sus antecesores, que junto a la plaza mayor del pueblo luce su recia arquitectura, sus balconajes artísticos, su gran portón y su escudo de armas tallado, elegante y barroco, en piedra. 

También dio Milmarcos, como otros muchos pueblos del Señorío, un obispo virtuoso y sabio a la Patria. Se trata de don Pascual Herreros, que nació en este pueblo en el seno de una familia de linajudo abolengo y ejecutoria de hidalguías. El más grande y artístico palacio de Milmarcos, y aún posiblemente de la sesma del Campo toda, es el de los García herreros, familiares de don Pascual. Estudió este en la Universidad de Salamanca, alcanzó puestos de canónigo en León y Ávila, fue provisor y vicario general del arzobispado de Zaragoza, donde obtuvo el empleo de inquisidor de los Santos Tribunales eclesiásticos, así como también llego a diversos cargo en los tribunales de la Corte, en el Supremo general, y el de Fiscal general de la Real Junta de Tabacos de Madrid. Finalmente, fue promovido a obispo de León, puesto que ocupo varios años, hasta su muerte en 1770. Dejó en Milmarcos construida la magnífica ermita de Jesús Nazareno, y en Hinojosa la de la Dolorosa, que ostenta en su fachada el escudo de este obispo molinés. 

Venerable y curiosa la galería de personajes que por los libros parroquiales y los escritos o tradicionales memorias de Milmarcos han pasado. Datos que al hombre de hoy poco dirán, pero que, es seguro, a muchos naturales de este pueblo ha de gustar conocer, y sobre todo, saber que de entre ellos surgieron, en siglos pasados, grandes personajes que pasearon su molinesa ascendencia por los ejércitos, las catedrales y las Universidades de España.