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enero, 1979:

El Giraldo de Molina

 

Una visita, por rápida y circunstancial que sea, a Molina de Aragón, siempre da pie y razón para poder admirar algunos de sus monumentos, tan múltiples y bellos, y traer la remembranza histórica de algún hecho o acontecer de su pretérito caminar. Hemos parado unos momentos ante el edificio magno del antiguo convento de franciscanos que tuvo por título el de Nuestra Señora de los Ángeles y que se fundó, en los últimos años del siglo XIII, por la señora de Molina doña Blanca, quien en su testamento de 1295 señala una serie de bienes para su recién fundado monasterio, que debería ser siempre ocupado por frailes franciscanos claustrales, y ordena ser enterrada en la nave mayor de su templo. Durante siglos ocupó su cuerpo, bajo magnífica tumba de corte románico, el centro de la iglesia franciscana. En el se veían talladas y policromadas sus armas y blasones: un león rampante de color de sangre sobre campo de plata, y en los bordes del escudo 8 castillos también rojos.

El monasterio franciscano fue rico y heredado. Sus frailes priores se trataban -dice la leyenda- como auténticos caballeros: tenían criados, daban fiestas, gustaban de la caza con cetrería, y montaban, armados y adornados sobre briosos corceles blancos. El edificio conventual fue sufriendo diversas reformas que hicieron olvidar su primitivo aspecto románico‑gótico. Hoy queda el gran templo, que es obra del Renacimiento. Se encuentra en muy mal estado, pero el Estado, poco a poco, lo va restaurando y reconstruyendo. Lo más antiguo que en él queda es la capilla gótica de los Malos, con una bóveda muy bella de crucería. El resto ofrece una amplia y única nave con pilastras adosadas y techumbre abovedada. En la cabecera del templo, en el lado del Evangelio, se abre la grande y hermosa capilla de los Garcés de Marcilla, que es una de las joyas del arte renacentista en Molina. Se cubre de airosa cúpula semiesférica, con casetones decorados con ornamentación plateresca. Por las paredes, pilastras, y en el arco de entrada, se ven escudos y temas decorativos del siglo XVI. Otras capillas eran las de los Ruiz de Molina, y las de los Condes de Priego. Adosada a este templo se halla, por su costado de poniente, la capilla de la Venerable Orden Tercera, con fachada barroca y ábside triple semicircular.

Pero el templo de los franciscanos de Molina aún muestra más detalles de arte. Es uno de ellos, muy bello, la puerta de entrada a esta iglesia, obra de estilo neoclásico realizada por el alarife molinés Lázaro Abánades, con detalles de columnas y escudo tallado en piedra y una buena colección de hierros sobre sus hojas de madera. Y, quizás lo más característico del monumento, la torre barroca, elevada en el siglo XVIII, con múltiples recursos ornamentales a base de molduras, ventanales, resaltes y cuerpos multiplicados, todos ellos rematados en el conocido veletón de El Giraldo, tan popular y castizo en Molina.

Este conjunto que forman iglesia y torre, con sus recuerdos y sus muestras, ya deterioradas aunque no del todo perdidas, son hoy propiedad del Ayuntamiento molinés, y del pueblo entero. Aunque la Dirección General del Patrimonio Artístico y Cultural se ocupa desde hace años en la restauración de este edificio, habiendo conseguido evitar el hundimiento, que parecía inminente, de la torre del Giraldo, no es menos cierto que su estado de conservación es todavía muy imperfecto y deja mucho que desear. Es preciso completar la restauración de la cubierta, de la bóveda, muros y enlosado, de acondicionar las entradas y accesos; pero es también preciso, y quizás ya debiera empezar a pensarse en ello, el darle una utilidad a este edificio, antigua iglesia monasterial que hoy carece totalmente de culto, y para el que ya muy difícilmente podría habilitarse.

Siguiendo el ejemplo de lo que Cifuentes está realizando con la iglesia del antiguo Convento de Santo Domingo, habilitándola para Casa de Cultura, y, más concretamente para sala de exposiciones y aula de conferencias y coloquios, así también la ciudad, el Ayuntamiento de Molina podría aprovechar este magno edificio, monumental y bello, cargado de recuerdos, de historia y de arte, para crear en él un recinto que sirviera a estos fines de encauzar el ansia nueva de cultura que late entre los molineses haciendo de su ámbito una sala de exposiciones, y un lugar amable donde se pudieran dar conciertos, charlas, proyectos y las diversas manifestaciones que para el espíritu y la cultura hoy hay dispuestas.

El palacio ducal de Pastrana

 

Hay una villa en la Alcarria, y dentro de ella un monumento, de los que es preciso acordarse de vez en cuando, siempre en el mismo tono, de lamento, de solicitud, de reproche. Y, aunque convencidos de que las palabras de este tono caen en el vacío casi etéreo de la despreocupación, es la única salida que nos queda. Porque el silencio sería el mejor aliado de la nada.

La villa es Pastrana. El monumento es su palacio ducal. Tanto uno como otro en malas condiciones de conservación. Y ambos con inmensas posibilidades para servir de receptáculo a un denso turismo, y, lo que es más importante, con un valor intrínseco (por su historia, su arte y su valor ambiental) que reclama una atención decidida.

El palacio comenzó a construirse en la primera mitad del siglo (…) (por la primera señora de Pastrana después de su enajenación a la Orden de Calatrava: doña Ana de la Cerda) y fue proseguido por sus sucesores los duques y príncipes de Éboli, Ruy Gómez de Silva y su esposa la tuerta doña Ana. Aunque sin llegar nunca a terminarse, presenta muy interesantes detalles que le convierten en monumento singular y muy característico de una época y de una comarca. Es, además, Monumento Nacional con declaración propia e independiente del Conjunto del pueblo (O. M. de 12 junio 1941). El abandono en que le tuvieron sus dueños, los duques de Pastrana, se transmitió a sus herederos los duques del Infantado, y de Osuna; a los herederos de éstos, los Jesuitas; y a los herederos de éstos, los obispos de la diócesis de Toledo, y ahora de Sigüenza. Tras el paso de unas a otras manos, este palacio de Pastrana es hoy un bien perteneciente al patrimonio primado de la Mitra seguntina. El estado de abandono, a pesar de esporádicas, parciales e insuficientes labores de restauración en las techumbres llevadas a cabo por la Dirección General del Patrimonio Artístico y Cultural, es innegable. Causa pena contemplarlo, visitarlo. El palacio ducal de Pastrana, que se brinda por una parte al fácil ditirambo de un glorioso pasado histórico, es por otra parte una fácil y cómoda presa para el reportaje sensacionalista y acusador.

Ni una ni otra especie barajamos aquí. Esta es su descripción somera: El Palacio Ducal de Pastrana es una muestra valiosa de la arquitectura civil de la segunda mitad del siglo XVI. Consta que se inició su construcción hacia 1545, por parte de la primera señora de Pastrana, doña Ana de la Cerda, quien para mantener sobre el pueblo y su comarca una preeminencia que a duras penas y tras largos pleitos, intentaba conseguir, comenzó a erigir una mansión más guerrera que residencial, derribando para ello parte de la cerca o muralla que desde la Edad Media tenía la villa, y que justamente en este lugar limitaba el poblado por levante. Aunque el pueblo y Concejo se opuso tenazmente a la construcción de esta fortaleza la señora lo llevó adelante, aunque no pudo terminar. El primer duque don Ruy Gómez de Silva prosiguió las obras, que concluyeron finalmente en los últimos años del siglo XVI, sin llegar nunca a completarse del todo, pues, por ejemplo, el patio central, proyectado seguramente con doble arquería arquitrabada y columnata de severo clasicismo, nunca llegó a construirse.

Presenta robusta fachada de sillería, cuyos extremos se ocupan por salientes torreones cúbicos y que primitivamente se unían rematando el paño central de la fachada, por una galería de matacanes corrida. Escasos vanos consistentes en ventanas antepechadas. Puerta de entrada, formada por arco de medio punto escoltado de dos columnas estriadas, de orden corintio sosteniendo el clásico arquitrabe del renacimiento español. En las enjutas aparecen sendos medallones con bustos, y en el friso se leen los apellidos «De Mendoza y de la Cerda». Sobre la puerta, amplio balcón de hierro, abierto posteriormente, muy volado y sostenido por palomillas, con baranda de forja, sencilla. Este balcón se puso sobre el triangular tímpano que en principio completaba la portada. La severidad constructiva de esta fachada es clara herencia de la arquitectura medieval española, que en muy escaso grado modifica y aligera el estilo renacentista, máxime cuando en la España del momento en que se termina de construir este Palacio, prime el orden gris y lineal que impone El Escorial, al que sin duda intenta asemejarse este edificio. Tras el amplio zaguán, cubierto con sobria y robusta viguería, apoyada en sus canes y formando majestuoso artesonado, se entra al patio, formado por las cuatro crujías a las que se abren algunos balcones y ventanas con molduras jambas y dinteles. Una estrecha escalerilla conduce a las superiores, las salas nobles, en las que destacan magníficos artesonados renacentistas, cuajados de tareas geométricas y de frisos con figuras, todo ello en muy mal estado de conservación. Destacan los del salón central y el de la capilla u oratorio, donde Santa Teresa de Jesús y los duques de Pastrana impusieron los hábitos a los primeros carmelitas que vinieron a poblar el monasterio de monjas del Carmelo reformado que en la villa se fundó.

Una vez realizada la descripción, llegados al conocimiento, se desemboca en el obligado campo de la apreciación. Ni que decir tiene que su traza y aspecto, su arquitectura y detalles ornamentales, le colocan entre lo más importante de la arquitectura civil alcarreña y castellana del siglo XVI. Es ejemplo de una modalidad de la historia de la arquitectura muy escaso, especialmente de época tan remota: surge al tiempo de las obras de los Austrias españoles. Cuando los Éboli construyen su mansión pastranera, Felipe II levanta en El Escorial su palacio-monasterio y en Madrid su Alcázar. El segundo de ellos ya no existe. Es, pues, un testimonió valiosísimo de una época. Viene a ser, al mismo tiempo, el paradigma de la lucha que subyace, y a veces explota, entre los hombres buenos de los Concejos castellanos y los nobles que apoyan y son apoyados a su vez por él) al Rey absoluto que ha derrotado a las Comunidades: Pastrana, en este sentido es reveladora de esa tensión, pues un largo pleito ocupó a los letrados de la Chancillería de Valladolid, tratando de dirimir las razones alegadas por los vecinos de Pastrana que se oponían a la construcción del palacio, y sus señores que se empeñaban en ello. La resolución del poder judicial dio la razón al pueblo. Pero el palacio se hizo.

Otras razones se añaden para calificar este monumento de pieza única, de auténtica joya de nuestro patrimonio artístico: los artesonados de sus salas son soberbios. Obras magníficas de carpinteros moriscos que elaboraran programas geométricos bajo pautas renacentistas, pero con técnicas viejas de su raza, con habilidad suma, dando ese toque de irrealidad y milagro a cuanto tocan que los mudéjares o moriscos hispánicos saben dar a lo que hacen. Frisos cuajados de figuras, de roleos, de grutescos sorprendentes. Piezas únicas, de gran valor.

Conociendo,  y valorando, se llega a amar. Pasión auténtica despierta el palacio ducal de Pastrana a cuantos han recorrido esas dos etapas en la apreciación y acceso de este monumento. Y el cariño, el interés que despierta este edificio, nos lleva a pedir para él un cuidado. Una restauración. Una puesta en valor.

El palacio de Pastrana necesita que definitivamente se le reteje. Que de una vez por todas se le limpie. Que para siempre se aleje el diario peligro de incendio (uno de los actuales inquilinos tiene en su interior un inflamable taller de carpintería). Que se protejan adecuadamente sus colecciones de azulejería toledana. Que se restauren los artesonados conforme a la técnica más moderna. Que se posibilite su visita para el turista, el viajero, el estudioso. Y, esto es crucial, que se le dé un valor social del que ahora mismo carece: un caserón viejo, admirado a ciegas, sin más utilidad que servir de habitáculo imperfecto a unas familias, a un taller artesano, y de punto de referencia para unas guías de turismo, no está en la más perfecta de sus utilizaciones. Esta hay que buscarla. Entre todos, honradamente.

A la restauración, muy necesaria, del palacio ducal de Pastrana, ha de seguir su uso: el Museo de lo que guarda la parroquia (la colección de tapices flamencos que relatan historias de las conquistas africanas de Alfonso V de Portugal; una muestra increíble de orfebrería sacra; cuadros, esculturas, libros, telas, marfiles, etc.) podría ser un buen destino. Edificio a usar y contenido a poner, son bienes particulares, de la Iglesia Católica. Las posibilidades de restaurarlo, de salvarlo, corresponden al Estado. Es imprescindible un acuerdo. Y para llegar a ese acuerdo nos consta -hemos sido testigos- que ha habido conversaciones. Pero se impone una solución. Nuestras autoridades  en las que confiamos, deben darla ya, sin dilación. Está en juego una parcela, preferente y valiosísima de nuestro común histórico-artístico-cultural.

Los médicos del Cabildo de Sigüenza en el siglo XVI

Son estas líneas de breve contribución a la todavía por hacer historia de la medicina de la ciudad de Sigüenza. Se aportan en ellas algunos datos en torno a médicos que lo fueron del Cabildo de Sigüenza, tomadas de las actas Capitulares conservadas en su Archivo catedralicio, y que nos hemos ido encontrando al repasarlas para estudiar otros temas diversos. No tienen estas notas, pues, intenciones de considerar por completo un tema, sino de aportar materiales para un futuro trabajo más meticuloso.

A lo largo del siglo XVI se va creando en Sigüenza un ambiente propicio al, estudio y cultivo de todas las artes y ciencias. La Universidad y el Cabildo influyen en gran forma en ello. El 11 de abril de 1551 se crea la primera cátedra de Medicina en la Universidad seguntina (1). Pero ya para entonces, algunos hombres nacidos en la ciudad, y educados en Alcalá y Salamanca, ejercían con aplauso el arte de Galeno: así, los doctores Juan Gutiérrez y Pedro Galve, de Sigüenza, se ocuparon en los mediados del siglo XVI de la salud de los canónigos y aún posteriormente de la del rey Felipe 11 y su familia (2). De la diócesis fue muy considerado también el doctor don Francisco Díaz Cortés, natural de Molina (3).

Los nombres de diversos médicos van apareciendo en las actas capitulares (4). Unos solicitan permisos, otros son castigados por faltas cometidas. Con unos, aun de lejanas tierras, se trata para contratarlos, y a otros les da licencia definitiva. Pero en las breves líneas de estos casi telegráficos apuntes de actas van emergiendo, no sólo nombres diversos de médicos, sino situaciones y circunstancias en que se veía inmersa la profesión médica en el siglo XVI. Por orden cronológico, estos son los datos que hemos encontrado:

Noviembre 1546. Se concede permiso al doctor Ledesma, médico del Cabildo, para que vaya a buscar a su mujer.

Diciembre 1546 El doctor Ledesma solicita licencia definitiva de su puesto, pero le es negada por el Cabildo. Días antes, se trató con el Dr. Juan Pérez, médico del Hospital del Rey de Santiago de Compostela, para sustituir al doctor Ledesma, pero las negociaciones no llegaron a buen fin.

Enero 1550. Se inician tratos con el doctor don Juan Gutiérrez, uno de los más afamados médicos que tuvo el Cabildo en el siglo XVI:

… que traten con el ldº gutierrez su médico si quiere residir en esta Sta Iglesia y concierten el salario q en cada un año se le deba de dar y de lo que hizeren y, concertaren lo refieran a sus mds…

Abril 1554. Se había dado una licencia temporal al Dr. Gutiérrez, quizás sin el consentimiento de todos los canónigos, y el Cabildo del 16 de abril de 1554 impone que no se le den más licencias a este médico sin conocimiento del Cabildo en pleno:

este día sus mdes prorrogaron la licª q tienen dada al doctor Gutie­rrez su médico fasta el jueves próximo venidero con q aql día sea aquí, y de aquí adelante que no se te dé licª para ninguna parte sino sea en cabo, pleno convocados y llamados todos sus mºº por su porto, para dársela, y votándose por haber secreto según y como está en el asiento del dho médico y q no contradiçente la licª no se dé ni pueda dar por el prejuizio que viene a los ss bendºº enfermos de darse la dicha licª fuera de Cabº en particularidad y aguardándose lo q es justo a q todos sus mds se la den pues todos contribuyen en su salº

Octubre 1555. En Cabildo de 11 de octubre de 1.555 se dio nuevo permiso al doctor Juan Gutiérrez para que fuese a Valladolid a negocios propios.

Agosto 1556. Se le conceden nuevamente 15 días de permiso al doctor Gutiérrez para que vaya a la Corte a ver al Rey, que le ha mandado llamar, y de paso mandan iniciar tratos con el doctor Mena para ver si se encarga de la salud de los canónigos:

este día se le dieron XV días de licª al doctor gutierrez médico desta Stª yglesia attempto a ser llamado por su alteza pª su servyzº ansí le encargaron la brevedad de la buelta por ser el tpo tan peli­groso a su salud y quedar sin médico este día visto q su Alteza manda pª su servyº yr al dho doctor gutierrez su médico, diputaron al Sr doctor morzillo Cano pª q vaya a Alcalá a tratar con el doctor Mena médico pª que venga a servir a sus miles para lo qual le man­daron dar licencia.

Septiembre 1556. El doctor Gutiérrez queda definitivamente en el ser­vicio del Rey, y el Cabildo de Sigüenza dice no encontrar quien le sustituya:

trataron de traer médico como otras vezes an hablado sobre ello, y no se pudo resumir quien viniere ni con qual partido…

Octubre 1556. Entre los candidatos presentados, el Cabildo se pro­nuncia por contratar al doctor Francisco Sánchez, médico en el Monasterio jerónimo de Guadalupe, pero no debió llegar a aceptar ni ocupar el puesto:

este día sus mds juntos en pleno capítulo votaron sobre el médico q oviese de venir y ansí votados secretamente pareçió por la mayor parte de votos q viniesse a servir el doctor françisco sanchez médico en el monasterio de Nª Sª de guadalupe, y ansí mandaron se le escriva y embiie los captºº a q se aya de obligar con un peon para ello.

Diciembre 1556. Desde que Gutiérrez se fue a la Corte en agosto de este año, el doctor Comparan se hizo cargo de la asistencia médica a los señores capitulares, y en ello continuó hasta que poco después llegó el nuevo contratado, doctor Vidama:

este día sus mdes mandaron q en gratificación de lo q el doctor comparan médico a trabajado y servydo a sus mds después q el doctor joan gutierrez su médico se fue, se le den quinientos reales de la mesa CaptIr y le encargue el Sr prior, tenga cuydado de las casas de todos los señores beneficiados lasta q venga el doctor Vidama

Mayo 1560. En voto secreto del Cabildo, se decide contratar nuevo médico: sale elegido el doctor Enriquez Vázquez, médico natural de Gua­dalajara, y lo hace con el salario de una prebenda.

Noviembre 1565. El Cabildo está muy contento con su médico, el doctor Cercel, y dicen que sus mercedes alabaron mucho las muchas letras y maña del curar del Sr. doctor Cercel su médico añadiendo que en su persona concurren todas las buenas cualidades que en un buen médico pueden con­currir, reeligiéndole por otros seis años más.

Aun en 1583, el Cabildo reunido decide poner una multa al doctor Pacheco, por no haber atendido a sus enfermos cuando había sido necesario.

De estos breves datos, podemos obtener una lista inicial de nombres de médicos que ocuparon, por pocos meses, o por muchos años, el puesto de médico del Cabildo de la Catedral de Sigüenza. Es ésta:

Cercel ‑ entre 1565 a 1572

Comparan ‑ de agosto a diciembre de 1556

Díaz Cortés, Francisco ‑ en algún momento del siglo XVI

Galve, Pedro ‑ en el comedio del siglo XVI. Pasó a la Corte

Gutiérrez, Juan ‑ entre 1550 a 1556. Pasó a la Corte

Ledesma ‑ en 1546

Mena ‑ en 1556. Era de Alcalá Pacheco ‑ en 1583

Pérez, Juan ‑ de Santiago de Compostela. Trata con el Cabildo en 1546

Sánchez, Francisco ‑ de Guadalupe. Trata con el Cabildo en 1556

Vázquez ‑ en 1560

Vidama ‑ en 1557

 NOTAS

(1) MONTIEL, l., Historia de la Universidad de Sigüenza, Torno 1, pp. 86 y ss.
(2) HERRERA CASADO, A., Sigüenza y su tierra, pp. 188‑190.
(3) HERRERA CASADO, A., Op., cit., pp. 99‑102.
(4) Archivo Capitular de la S.T.C.B. de Sigüenza, Actas Capitulares, libros 12‑13.

Martín de Vandoma, arquitecto y escultor

  

La puerta del Sagrario o Sacristia Mayor de la catedral de Sigüenza representa imágenes de santas mártires, y fue tallada por Martín de Vandoma.

 

No quiere ser esta nota una biografía del artista Martín de Vandoma, arquitecto y escultor que trabajó en la catedral de Sigüenza durante la segunda mitad del siglo XVI, pues ya existen algunos trabajos al respecto (1). Sí persigue la publicación íntegra de algunos documentos referentes a ciertos aspectos de su vida, y que hemos tenido la fortuna de poder leer en los libros de actas capitulares de la Catedral seguntina (2). 

Martín de Vandoma parece ser de origen francés, quizás borgoñón, o aún neerlandés, por su apellido. No existe documento que pruebe haber nacido en Sigüenza. Lo que sí es probable, es su formación en la gran escuela de arquitectura y talla que en la catedral seguntina existía en la primera mitad del siglo XVI. Es a partir de 1554 cuando su nombre suena, y entre sus obras más destacadas podemos señalar gran parte de la sacristía de las cabezas, algunas de sus cajonerías, su puerta tallada, el púlpito del Evangelio, unas sillas del coro, etc. 

Los documentos hallados vienen a mostrarnos estos pormenores. El arquitecto Nicolás de Durango, sucesor de Alonso de Covarrubias en la dirección de la sacristía de las Cabezas, y uno de los grandes artífices del plateresco en Sigüenza, murió en esta ciudad en 1554. Así lo leemos en el acta capitular de 10 de Septiembre de 1554: 

Este día sus mds hízieron gracª del enterramiento y officios de durango cantero maestro de la obra del Sagrario attento q a servido muchos años en esta yglia y es criado de sus mds y constando de la pobreza de su muger con tantos hijos como le queda, y los ss suançes y francº de uzedo bendº no por sí, sino en nombre de los ss bendºº ­absentes lo contradixo. 

Solamente tres días después, el Cabildo decide contratar a Martín de Vandoma para que sea el sucesor de Durango en las obras de la gran sacristía renacentista. Dice así el texto a ello referente del Cabildo celebrado el 13 de Septiembre de 1554: 

Este día sus mds cometieron a los ss Cappºº mayor arcipreste de Sigüenza y a martín de Salazar Cano obrero q traten con Valdoma de sigüenza sobre la asistencia del sagrario y obra y lo q le an de dar de salario en el tpo que andubiere la obra y lo refiera en Cabº 

Poco después, el 20 de septiembre de 1554, el Cabildo acuerda con Vandoma el salario que le ha de dar por ser Maestro de obras en esta Iglesia. La fama del arquitecto y escultor Martín de Vandoma fue creciendo rápidamente, y en 1556 es nombrado por el obispo y Cardenal Pacheco, diputado del Ayuntamiento de Sigüenza. Extrañas razones debieron interferirse en el camino de nuestro artista el año 1559, en que el Cabildo decidió suspender el compromiso que con Vandoma tenía, dejando de pagarle su salario, prescindiendo de sus servicios y paralizando las obras de la sacristía. Así se lee en el acta capitular de 5 de junio de 1559: 

Este día sus mdes platicando sobre los gastos de la obra y fábrica desta iglía y quan cargada está de salarios e viendo q asta aquí á andado la obra continua, e agora no ser neçesaria la administraçión e cargo q della á tenido, Martín de Valdoma desta çiudad sus merçedes por rellevar la dha obra de tanta carga e salarios e no ser necessario su persona de aquí á delante le mandaron quitar e desde agora dixeron q le quitava el dho salº’ que fasta aquy se le dava, e le rrevocan e rrevocaron e de aquí adelante no se le dé ni pague, y mandan y mandaron al señor Cano Espinosa q depute al obrero no se le dé ni pague ni tampoco admitta a él ni a sus oficiales q trabajen en la dha obra e que haga pta de lo que lasta agora se le deve e se lo pague por q como dho es desde agora le dan e ovieron por despedido del dicho cargo y q este asiento se les intime así el dho Sr Cano obrero como al dho Valdoma. 

Vemos, pues, cómo Vandoma queda sin trabajo y sin salario. Protesta, sin embargo, inmediatamente, tratando de hacer valer cierto escrito que, en 1554, le debió entregar el Cabildo a modo de compromiso o contrato con él. Pero el Cabildo lo rechaza, e insiste en que quiere dejar de hablar del asunto, considerando inútiles las razones de Vandoma. Así se reafirman los señores canónigos seguntinos en el acta capitular de 7 de julio de 1559: 

Este día el Señor doctor marz canº a quien se avía cometido viese de justª la escripª’ y petiçión q martín de Valdoma uvo dado açcrca de averle quitado el salo y el agraviarse dello, dixo a sus mds q aquella escriptª era inválida y q él hallava q en drº no avía lugar, ni le sufragava en nada al dho Valdoma y q ansí por Rigor ni justiçia el dho Valdoma no devía agraviarse de le aver quitado el partido y visto lo dho y q la obra no anda y el darle el partido era graçia y es tan en perjuizio de la obra no se podía hazer, dixeron q no a lugar dársele y q no se traiga más este negº al Cabº, sino que si pretende su scriptura le puede aprovechar sea por justiçia y allí y adonde le convenga. 

 Martín de Vandoma debió continuar insistiendo en que se hiciera justicia con él, y le reconocieran nuevamente su empleo de director de las obras de la sacristía o «sagrario» nuevo, poniendo en marcha otra vez las obras paralizadas. Y tras unos y otros intentos, a través de una votación entre los señores capitulares, en las que el canónigo Bravo siguió estando en contra del artista, se aprobó readmitir al despedido, y volver a contar con los servicios de Vandoma en la inacabada obra de la Sacristía de las Cabezas. Así dice el texto del acta capitular de 18 de marzo de 1560: 

Este día dió una petición Martín de baldoma suplicando a sus Mdes que atento al deseo que tiene de servirlos y a la scriptura que entre sus miles y él está hecha e hiço presentaçión sus mdes le reciban en su servo, como antes estaba, pues conforme a la dicha scriptura se te hacia agravio en ser despedido, el señor Dean q presidía este día después de aver platicado sobre ello dixo que botase cada uno de sus mds en su lugar, y ansí sus mdes en el suyo dijo que por qto no abía estado pte al despedirlo ni avía visto la dicha scriptura aunque el señor procurador la leyó le paresçía en conçiencia hazerle agravio y no tenía por despedido al dicho Baldoma, pues no lo podían despedir pero que no obstante esto se remitía al pareszer de los SS letrados y que este era su boto, luego por su orden cada uno de sus mdes botó en su lugar y regulados los botos la mayor pte fué q le resçiviese y se le diese su salario como hasta aquí y que si el hordinario quisiese otra cosa, que siguyese su justicia pero que lo q a ellos tocaba le resçebían y tenían por resçevido y mandabanlo que dcho es, Después de aver botado, como dicho es el Señor Cano bravo dijo que atento a que sus mdes un día de Cabildo ordno nemine discrepante abían despedido al dicho baldoma por la mesma razón contradeslça el Resçevirle y lo contradijo. No obstante, esta contradición sus mzdes le resçivieron atento que era justiçia y no graçia y mandaron a mí el Notº su secretario lo asentase, Juntmte con los señores q presente estaban al botar… 

Durante dieciocho años más continuó trabajando Martín de Vandoma en la catedral de Sigüenza, dejando por todos sus rincones las muestras de su inspiración potente y su técnica impecable. En el año 1578, y en la ciudad de Sigüenza, murió Martín de Vandoma, uno de los más destacados artistas del Renacimiento español. Esperamos que con estas breves notas documentales hayamos contribuido en alguna manera al mejor conocimiento de su figura. 

NOTAS

(1) PÉREZ VILLAMIL, M.: Estudios de historia y arte: la catedral de Sigüenza, 1899, pp. 161‑163; PÉREZ VILLAMIL, M.: El Renacimiento español: Martín de Vandoma y su Escuela, «Arte Español», V (1916); MINGUELLA, T.: Historia de la Diócesis de Sigüenza y de sus Obispos, Tomo III, pp. 553‑558; HERRERA CASADO, A.: Glosario Alcarreño, Tomo 11: Sigüenza y su tierra, 1976, pp. 69‑73. 

(2) Archivo Capitular de la S. I .C .B. de Sigüenza. Actas capitulares, libro número 13, s.f.

Notas de Iconografía Seguntina

Se exponen a continuación algunos temas de arte seguntino, piezas de destacado valor y reconocida importancia estilística, que, sin embargo, desde el punto de vista iconográfico, aún no tenían resuelto su significado, o éste era todavía problemático. Sirvan de base estas notas para nuevos y más exhaustivos estudios en este campo fundamental, y aún poco transitado, de la iconografía. 

 

Adan y Eva, tallas del siglo XV en el Museo de Arte Antiguo Diocesano

 

Adán y Eva 

 Se trata de dos estatuas en alabastro blanco, de una sola pieza, sobre peana, conservadas actualmente en el Museo Diocesano de Arte Antiguo de Sigüenza, y procedentes del sepulcro de don Martín Fernández en la iglesia parroquial del cercano pueblo de Pozancos (fig. l). Ya han sido magnífica­mente estudiadas estilísticamente, y puestas en relación con otras obras de un supuesto taller de escultura gótica en Sigüenza, en los últimos años del siglo XV (1). Desde el punto de vista iconográfico, podemos señalar que ambas figuras están desnudas. Adán es un hombre, de mediana edad, con larga cabellera de amplios rizos, lo mismo que el denso bigote y la barba. En su pecho se marcan levemente las costillas. Su mano derecha, mediante los dedos pulgar e índice, abraza la región media cervical, concretamente el órgano laríngeo, y muy en particular el relieve del cartílago tiroides, conocido vulgarmente por la nuez de Adán. Su mano izquierda, extendida y con todos los dedos juntos, aprieta una gran hoja de higuera sobre sus órganos sexua­les. Eva es una mujer joven, de pelo largo y liso, separado a ambos lados de la cabeza por una raya central, cayendo tras el cuello en amplios bucles. En el pecho destacan dos mamas pequeñas, juntas y de inserción alta. El vientre es redondeado y algo abultado. Su mano izquierda, en la que apare­cen ligeramente separados los dedos pulgar y meñique, se afirma sobre el pecho. La derecha sujeta una gran hoja de higuera sobre sus genitales externos. 

Las representaciones de Adán y Eva en el arte han sido muy diversas. Adán ha sido considerado una prefiguración de Cristo (2). La tentación de Eva, una prefiguración de la Anunciación. El pecado original, una prefi­guración de la Redención y Pasión de Cristo, etc. (3). En esta forma que aquí, en Sigüenza, se nos muestran, aparecen Adán y Eva en muchos otros ejemplos de arte español: así, en la Biblia de la Biblioteca Provincial de Burgos (4), obra románica, se ve a Adán que lleva su mano derecha a la laringe, y con la izquierda sujeta una gran hoja con la que tapa su sexo. Eva, enfrente, le ofrece un fruto y le dice: Lang (toma, en alemán). También en los costados del «Arca de San Isidoro» de León aparece escena similar, y aún en otro monumento muy característico del románico español, la iglesia de San Martín de Frómista (Palencia), presenta una escena en la que, a ambos lados de un árbol, se ven a Eva señalándose el pecho, y a Adán señalándose la laringe con su mano derecha (5). En muchos otros lugares (puerta del juicio de la catedral de Tudela, iglesia de Covet, en Lérida, etc.) se ven escenas semejantes. 

Su interpretación no es difícil. Eva señalándose el pecho viene a decir: Yo, deseo. Adán, llevando su mano a la garganta, da a entender: Yo, trago. Indudablemente, se trata del momento del Pecado Original, o ligeramente posterior, pues ambos personajes se encuentran ya desnudos y provistos de las hojas de higuera que dice la Escritura: Cum coqnovissent se esse nudos, consuerunt Jolia ficus et fecerunt sibi perizomata. 

En el contexto del monumento funerario para el que fueron tallados, vienen a expresar claramente su papel de contrapunto, ‑representantes del original pecado‑ frente al deseo de superación de la debilidad humana por un ser virtuoso, que muere en imitación de Cristo. En dicho monumento funerario, ya estudiado (6), de la iglesia de Pozancos, se ve la estatua yacente del clérigo don Martín Fernández, en cama alabastrina sujeta por leones que rompen cadenas, como esperanza de la resurrección, y escoltada por grifos, seres benéficos que acompañan en el viaje de la muerte. Una bella tabla sobre el bulto funerario (tabla que hoy está también en el Museo Diocesano de Sigüenza, y que a continuación se estudia) representa el Ente­rramiento de Cristo muerto, como escena ideal a la que tiende el clérigo muerto y debajo enterrado, Culminando el monumento, una talla de la Virgen María con el Niño sobre sus rodillas, y a los lados San Juan y la Magdalena (7), figuras que con María configuran el Calvario, del que en cierto modo son antítesis Adán y Eva, en el preciso momento del pecado original, en que a ambos lados del sepulcro estaban representados. Quede, pues, señalada y precisa la iconografía de estas dos bellas esculturas góticas. 

El enterramiento de Cristo 

También en el Museo Diocesano de Arte Antiguo, y procedente del ya citado enterramiento de Pozancos, vemos una magnífica pintura sobre tabla, hoy magníficamente restaurada, con remate semicircular (fig. 2). Re­presenta el enterramiento de Cristo, apareciendo la figura de éste desnuda, recogida en un sudario. Es depositado en un gran sepulcro de fina decoración romana, por los brazos de Nicodemo y José de Arimatea, mientras que María, con las manos juntas, le contempla, y San Juan se apoya, conso­lándola, en la Madre de Cristo. Las tres santas mujeres ocupan la parte de los pies del sepulcro, dos en pie, y una arrodillada y acariciando los pies de Cristo. Los detalles de vestimenta de Nicodemo y José de Arimatea son muy ricos y bien tratados. Esta tabla, a pesar de un cierto sentido gótico en la composición, puede situarse en las primeras décadas del siglo XVI. De autor desconocido, ha de incluirse en la escueta nómina de un maestro de Pozancos que debió educarse en el círculo de Juan de Flandes o Juan de Borgoña, de los que hereda un interés preferente por las figuras y, en especial, por los rostros, en general muy bien tratados.  

En el contexto al monumento funerario para el que fue pintado, y presi­diendo el fondo de un arcosolio bajo el que aparece la yacente estatua de un clérigo seguntino, este Enterramiento de Cristo representa una transfe­rencia del muerto, hombre sin duda letrado y virtuoso, a la figura de Cristo, a la que ha tratado de asemejarse durante toda su vida, y con la que se identifica en el instante de ser depositado en la tierra.  

El púlpito de Mendoza 

Estamos en la Catedral de Sigüenza. En el lado de la Epístola, en la confluencia del transepto con la capilla mayor, se halla una magnífica obra del último gótico: un púlpito tallado en alabastro que fue regalado a la iglesia por su obispo y cardenal don Pedro González de Mendoza (fig. 4). Fue encargado, en principio, de realizarlo, el conocido tallista maestro Ro­drigo Alemán, quien lo debía hacer en madera. Pero en última instancia no fue él quien lo realizó, sino un desconocido artista, de elevada técnica, e inscrito claramente en esa «escuela de escultura gótica» que en los finales del siglo XV produjo Sigüenza. Su fecha de conclusión es la de 1495.  

Se trata de una bellísima obra de arte en la que para la atención de todos los visitantes, y de la que aún no se ha extinguido el variado coro de interpretaciones que a su iconografía se le ha dado. Rizados en cardinas y hojarasca sus capiteles sustentadores, los cinco tableros que constituyen sus límites rebosan gracia gótica en todos sus detalles. Los de los lados pre­sentan sendos escudos cardenalicios de Mendoza, y en los centrales aparecen tres figuras. El central muestra una dulce Virgen María que sustenta en sus brazos, y algo apoyado en su cadera izquierda, un Niño Jesús que juguetea con el manto de su madre. La Virgen apoya sus pies sobre un objeto que es  sin duda, una barca o nao medieval. A su derecha, una mujer coronadas las sienes, muestra un libro abierto, y en su mano derecha aprieta resto de un palo, sin duda más largo, y hoy quebrado y desaparecido. A la izquierda de la Virgen, un joven con gran capote sobre la armadura de guerrero, se toca con sencillo bonete de la época. A sus pies, por él pisoteado, un dragón se retuerce. 

La interpretación que Pérez Villamil dio a estas tres figuras, era romántica y fantasiosa: en el centro veía una representación o alegoría del descubrimiento de América, simbolizado por la nao Santa María y presidida por la Virgen. A su derecha, una reina sabia: Isabel de Castilla, patrocinadora de la gesta transoceánica. A su izquierda, el rey Fernando, que aplasta en esos años al enemigo moro (8). 

El significado de estas tres figuras es, sin embargo, más sencillo y ligado a la biografía del donante del púlpito. El Cardenal don Pedro González de Mendoza, hijo del primer marqués de Santillana, fue un hombre de una gran inteligencia y de un indomable espíritu de superación, en el que también cabía la ambición. Acumuló cargos y prebendas en gran número, reuniendo varios obispados y, al fin, el arzobispado de Toledo. Fue obispo de Sigüenza desde 1467 a 1495, fecha de su muerte. Tuvo cabida cerca de los Papas, y así consiguió nada menos que tres títulos cardenalicios: fué el primero el de Santa María in Dominica, recibido el 7 de marzo de 1473, y a poco, el Rey Enrique IV de Castilla, que le había nombrado recientemente su Canciller Mayor, ordenó que le fuera dado el nombre de Cardenal de España. Más tarde, Mendoza cambió su título cardenalicio por el más cordialmente apetecido de Santa Cruz, pues el día 3 de mayo (1428), celebración de la Santa Cruz, había él nacido en Guadalajara, Entre uno y otro, gozó brevemente del título de Cardenal de San Jorge. 

Son estos títulos los que don Pedro González de Mendoza manda representar en el púlpito que regala a su catedral de Sigüenza. La figura del panel central es Santa María. El hecho de apoyarse en una nao, o pequeña navecilla, deriva de que la iglesia romana sede de este título, la de Santa María in Dominica, presidía la llamada plaza de la navicella o navecilla, y de ahí esta curiosa identificación. La figura de la derecha no es otra que Santa Elena, reina y llevando en su mano derecha una cruz, hoy rota y desaparecida en esta imagen del púlpito seguntino. A esta advocación de la Santa Cruz tuvo el Mendoza siempre una gran devoción, dedicándola su Colegio de Valladolid y su Hospital de Toledo. En el tímpano de la portada del Colegio de la Santa Cruz de Valladolid, fundado por el Cardenal en 1487, aparece don Pedro González arrodillado y orante ante la figura de Santa Elena, que también se muestra con un libro abierto en su mano izquierda y una cruz en la derecha (9). Lo mismo vemos en el tímpano de la portada del Hospital de la Santa Cruz, en Toledo, fundación del Cardenal Mendoza: éste aparece arrodillado, acompañado del apóstol Pedro, ante Santa Elena, coronada, que presenta una enorme cruz en su mano derecha. Finalmente, la figura de la izquierda en el púlpito seguntino es la de San Jorge, caballero armado que mata a un dragón. Son, pues, los tres títulos cardenalicios que don Pedro González de Mendoza obtuvo a lo largo de su triunfante carrera eclesiástica. 

Dato de interés, y que viene a corroborar esta interpretación, es el hecho de que estos mismos temas se ven, idénticamente distribuidos, aunque mejor tratados escultóricamente, en el púlpito gótico de la catedral de Burgo de Osma (Soria) de cuya diócesis fue el Mendoza administrador, entre los años 1478 y 1483, y donde quiso también dejar su recuerdo en esta forma. 

La puerta de la sacristía 

La famosa «sacristía de las Cabezas» de la catedral de Sigüenza, en la que trabajaron durante el siglo XVI Alonso de Covarrubias, Francisco de Baeza, Nicolás Durango y Martín Vandoma, se abre al lado norte del deambulatorio o trasaltar (fig. 3). La puerta de acceso, doble, presenta una rica obra de talla sobre la madera de nogal, y está documentada como obra de Martín de Vandoma y el maestro Pierres en 1561. Su iconografía consiste en una colección de 14 figuras de santas, talladas individualmente en otros tantos tableros, más dos medallones con el florero‑símbolo del Cabildo en los ángulos superiores. No se había hecho hasta ahora la identificación de estas 14 santas, y es tarea que acometemos ahora, como parte del estudio más completo de la iconografía y el simbolismo, muy complicado, por otra parte, del conjunto de esta sacristía. El hecho de colocar este número de vírgenes y mártires, todas ellas de la primera época del cristianismo, en los batientes de una puerta de una estancia cargada de simbolismo, ya es, por sí mismo, un símbolo. Las santas están colocadas a la puerta de… y tanto puede ser el interior una representación del Cielo, como de la Iglesia, siendo ellas un testimonio de la actitud que es preciso tomar, ‑virtud y sacrificio‑ para ingresar en el recinto supremo. Su interpretación definitiva, no obstante, habrá que esperar a hacerla cuando esté clarificada la de todo el conjunto de la sacristía. 

La iconografía de esta puerta se centra, pues, en la identificación de estas 14 santas. Siguiendo el esquema adjunto (esquema I), éstas son: 1. Santa Ursula, con palma y flecha en su mano derecha; 2. Santa Petronila, con muchas dudas, pues sólo lleva palma y libro; 3. Santa Cecilia, con un pequeño órgano en sus manos; 4. Santa Bárbara, con palma y una torre; 5. Santa Basilia, con palma de mártir 6. Santa Eulalia, con palma, libro y un haz de nieve que le llega de lo alto; 7. Santa Lucía, con un par de ojos sobre una bandeja; 8. Santa María Magdalena, con cruz, libro y calavera, llevando sobre su cabeza el nimbo circular; 9. Santa Perpetua, con palma y libro; 10. Santa Tecla, apoyada en una columna, con un toro a los pies, y en la mano una cruz que casi ha desaparecido; 11. Santa Catalina, con la rueda de cuchillos con que sufrió el martirio, y una gran espada sobre la cabeza del Emperador Majencio, a quien venció con su virtud; 12. Santa Juliana, con palma, libro y un perro a los pies; 13. Santa Margarita, con palma, cruz y un monstruo a los pies, y, 14. Santa Inés, con palma, libro y un cordero. 

(1) LÓPEZ TORRIJOS, R., Datos para una escuela de escultura gótica en Gua­dalajara, «Wad‑AI‑Hayara», 5 (1978), pp. 103‑114. 

(2) SCHILLER, GERTRUD: Ikonographie der christlicheti Kunst, 1968, Tomo II, pp. 142‑145. 

(3) REAU, LOUIS: iconographíe de l’art clirétien, París, 1956, Tomo II, parte 1ª, pp. 83‑84. 

BREYMANN, Adam und Eva in der Kunst des christlichen Altertunis, Wolfen­büttel, 1893. 

BERGOUIGNAN, P. et P., Le Peche originel (Etude iconopraphique), París, 1952. 

(4) YARZA LUACES, J.: Las miniaturas de la Biblia de Burgos, Archivo Español de Arte, XLII (1969), p. 185. 

(5) GÓMEZ‑MORENO, M.: El arte románico español, lámina CX. 

(6) LÓPEZ TORRIJOS, R., artículo citado. 

(7) LOPEZ TORRIJOS, R.: La iglesia románica de Pozancos, en este mismo nú­mero de Wad‑Al‑Hayara. 

(8) PÉREZ VILLAMIL, M.: Estudios de historia y arte: La Catedral de Sigüenza, 1899, pp. 226‑231, y le sigue LAYNA SERRANO, F.: Historia de Guadalajara y sus Mendozas, Tomo II, p. 72. 

(9) GÓMEZ‑MORENO, M.: Sobre el Renacimiento en Castilla, fig. 3.