Escultores alcarreños

sábado, 28 octubre 1978 0 Por Herrera Casado

 

Es tema de actualidad en estos días la parcela artística de la escultura. La Caja de Ahorro Provincial de Guadalajara, en su promoción constante de la cultura y el arte entre los alcarreños, ha creado un Premio Nacional que en su 6º edición de este año ha sido establecido para recompensar las mejores obras de escultura presentadas. El premio, ya es sabido de todos, ha recaído en Luís Alonso Muñoz, de Palencia, y en José Luís Fernández Fernández, de Asturias, en segundo lugar. Ya en 1976, en la 4ª edición de este gran certamen artístico, fue también dedicado a la escultura, consiguiendo el premio en aquella ocasión José Luís Alonso Coomonte, con su obra  «Muro del amor».

Han existido en la provincia de Guadalajara a lo largo de la historia, notables escultores que dejaron su huella indeleble en la piedra o la madera de la tierra alcarreña. Desde aquellos seres primitivos, que en la caverna de «Los Casares» en Riba de Saelices, dejaron su huella artística grabando una serie numerosa de animales y escenas de caza, hasta la legión de anónimos escultores medievales que en los sepulcros góticos o en las portadas y capiteles románicos de nuestras catedrales e iglesias fueron poniendo, al compás de un profundo sentido religioso, lo más perfecto de sus recursos técnicos. Posteriormente, en la época del Renacimiento, van a ser ya nombres de más prestigio, si no alcarreños, al menos afincados largamente entre nosotros, los que den pálpito a la forma de portadas, de púlpitos, de retablos. Y así recordamos los nombres de Alonso de Covarrubias, de Martín Vandoma, de Giraldo de Merlo y tantos otros famosos.

Entre los más modernos, hemos de recordar la figura de José Zarzo y Mayo, nacido en la Alcarria el año 1720 y autor de muchas tallas de tema exclusivamente religioso. En el siglo XIX han sido aún más numerosos los escultores de nuestra tierra, y así recordamos a Luciano Hoyo y Sánchez, natural de Molina de Aragón, en 1823. Se dedicó sobre todo a la talla en madera y en hierro, dedicándose a exquisitas labores de restauración. Así se encargó de restaurar la Casa de las Conchas, en Salamanca capilla de Santa Ana en la catedral de Burgos, los escudos heráldicos y adornos en madera de las habitaciones del palacio de Vallehermoso, otros muebles y adornos en la casa del marqués de Falces, etc. Estudió dibujo en Guadalajara, y luego fue a Madrid, donde en 1860 quedó encargado del modelado de la cerrajería de Joaquín Domínguez, elaborando los magníficos hierros que tenía la antigua «casa de la Moneda».

Celestino García Alonso nació en Sigüenza, hacia la mitad del siglo. Presentó buenas esculturas y alto­relieves en las Exposiciones Nacionales de 1871 y 1878. Trabajó en varias tallas de santos, y entre otras se conserva un San Juan de Ávila en la parroquia de Almodóvar del Campo.

Naturales del pequeño pueblecito serrano de Ujados fueron los hermanos Gaspar y Miguel de la Cruz Martín, ambos afamados escultores. Gaspar, el mayor, nació en 1867. Se dedicó desde niño a cuidar ganado, pero se entretenía dibujando y tallando cosas. Gracias a la protección de Antonio Cubillos, de Atienza, consiguió ser pensionado por la Diputación Provincial de Guadalajara, e ingresar en la Escuela Superior de Pintura, Escultura y Grabado, donde rápidamente se destacó sobre los demás, consiguiendo premios y medallas. Posteriormente se dedicó a trabajos de escultura, cada vez más perfectos: es suya una Asunción de la iglesia parroquial de Torrelavega, y fue también nombrado escultor de la Facultad de Medicina de Madrid. Murió en la capital del reino en 1909. Su hermano Miguel fue detrás, consiguiendo cursar estudios primarios gracias a las ayudas de Gaspar. A los 19 años se trasladó a Madrid, a trabajar con él, aprendiendo y aprovechando, de modo que, al morir Gaspar, Miguel ocupó la plaza de escultor en la Facultad de Medicina, no sin pasar antes por difícil y reñida oposición. Obtuvo medallas en diversas exposiciones nacionales y en el Salón de Otoño de 1924. Ejecutó cantidad de lápidas y estatuas de personajes, así las de Montero Ríos, Sol y Ortega en Reus, Lucas Aguirre en Madrid, etc. fue también nombrado escultor de la Escuela de Veterinaria, y profesor de dibujo en las madrileñas Escuelas Aguirre. Para la iglesia de su pueblo, Ujados, talló y regaló una estatua del Sagrado corazón de Jesús. También su hijo, Cruz Collado, fue un buen escultor.

De todos éstos, y aún de otros más modernos y aun activos, debería hacer nuestra tierra un recuerdo completo, un estudio a fondo de sus obras, alguna publicación en que quedara reflejada su existencia y su arte. Pasó con ellos que tuvieron que emigrar a más fecundos lugares, desperdigando su arte fuera de la tierra que les vio nacer. Pero su obra, ligada a la provincia donde vieron la primera luz, queda; y su recuerdo, al menos ocasionalmente y desde estas breves líneas, permanece.