El castillo de la Luna

sábado, 14 octubre 1978 0 Por Herrera Casado

 

Uno de los más conocidos, por estar más a la, vista de todos, entre los castillos de Guadalajara es el de junto a Torresaviñán, coronando solitario cerro sobre el páramo mesetario, junto a la carretera general de Barcelona, allá por entre Torremocha del Campo y Sauca. Su estampa fiera y melancólica a un mismo tiempo, le dejan posar en nuestro recuerdo, y la imaginación se desencaja al contemplar su erguida torre del homenaje, su tono pardo y guerrero, su hondo lagrimón nostálgico de medievales escaramuzas.

Dio este castillo nombre al pueblo que vigila: la Torre Saviñán. No más que eso debió ser desde su origen. Un altozano que por virtud de la piedra humanamente colocada, se elevó de categoría, y se hizo torreón vigía, y aún castillo para repasar con la mirada un ancho trozo de Castilla. De origen árabe, su actual, composición se remonta a la época, ya cristiana, de la repoblación: del siglo XII muy probablemente son sus muros y estructura.

Trazando un breve esquema de su planta, vemos cómo se constituía el recinto castillero por un lugar de forma cuadrilátera irregular, con pequeñas torres esquineras, una mayor, la del homenaje, orientada al Sureste. No poseía recinto exterior este castillo, por lo que muy escaso juego estratégico podría proporcionar. De ahí radica su probable y único fin vigilante. Se rodeaba de dos círculos o fosos concéntricos, ya muy rellenos por la erosión. La torre del homenaje, que aún alza su elegante silueta sobre la llanura parda, está construida reciamente a base de sillarejo y mampostería, con unos muros de 2 metros de ancho en su base, y cuatro pisos, teniendo su entrada a la altura del primero, a donde se llegaría con, ayuda de una escalera de mano, que también se utilizaría para ascender sucesivamente a las estancias interiores. Breves restos quedan solamente, de sus almenas.

El aire avendavalado que contra sus esquinas suele chocar en cualquier época, parece haber borrado toda huella de historia en su tomo. Solo suposiciones cabe, hacerse para explicarla: los  primero y luego los castella­nos serían constructores y mantenedores de este castillo. Parece ser que, dada la proximidad de la entrada al Señorío de Molina, fuera don Manrique de Lara, primer conde de este territorio independiente quien se preocupara en el siglo XII de su reconstrucción, y mantenimiento.

Andando el tiempo, perteneció al obispo de Sigüenza, a quien se la donó el rey de Castilla Alfonso XII, y aún más tarde, resabe  fue propiedad del guerrero infante don Juan Manuel. Andando los           siglos, al igual que gran parte del territorio, pasó este castillo de Torresaviñán a la casa ducal  del Infantado, y, finalmente, en comienzos del siglo XVIII, fue desmantelado casi por completo al    paso de las vencidas tropas austriacas en la decisiva batalla de Villaviciosa que puso punto final a la guerra de Sucesión.

Esa torre de Saviñán (por San Iván, o San Juan), con su poético apelativo popular de «castillo de la Luna», sigue acudiendo a su cita altiva, a su eminencia de geografías y épocas, dando su luz y su estampa de somero medievalismo, y fe de que una época tan remota pasó por estas tierras, cuajo en sus campos, tuvo pálpito y sudor y palabras. Para que ahora el caminante, por un momento, se detenga ante su lejana presencia, y medite en ellas.