Viaje a Sacedón y Entrepeñas

sábado, 5 agosto 1978 0 Por Herrera Casado

 

Son miles las personas que en estos días de verano se trasladan hacia la húmeda y fresca Alcarria de los, embalses, capitaneada por la villa de Sacedón, y surcadas las orillas de Entrepeñas por urbanizaciones, tiendas de campaña y bañistas en abundancia. Para quien desee saber algo más de cuanto en este su viaje veraniego contemple, van estas líneas dedicadas.

En un suave recuesto al pie de alto cerro, en las proximidades del Tajo, y en plena Alcarria de olivos y tomillares, se encuentra Sacedón, cuyo origen muy remoto se pierde en la noche de los tiempos. Quieren las tradiciones que fuera lugar importante y muy poblado de iberos y luego de romanos. El caso es que sólo consta su existencia cierta en la Baja Edad Media, en que aparece como aldea de la jurisdicción de Huete, formando parte de su Común de Villa y Tierra. A esta población alcarreña, tan importante durante, los siglos medievales y aun posteriores, se halla ligado Sacedón en su primera historia. Después, en 1553; se independiza adquiriendo del Emperador Carlos I el título de Villa por sí, con jurisdicción propia. Título que fue confirmado por reyes posteriores, y especialmente por Felipe V en 1742. Fue a partir del siglo XVII mayorazgo de la casa del Infantado, y en el XVIII, durante la, guerra de Sucesión, sufrió tantos destrozos que quedó prácticamente despoblado. Hoy ha conseguido levantar notablemente su economía y actividad, debido en gran parte a la construcción en su término del embalse de Entrepeñas y la consiguiente creación, a lo largo de centenares de kilómetros de costa, de numerosos complejos urbanísticos y de recreo.

En Sacedón debe admirar el viajero su iglesia parroquial, con portada de severas líneas clasicistas, gran torre, prismática, y un interior de tres naves y cúpulas nervadas, con un coro alto a los pies del templo y gran capilla mayor. Sus muros están desnudos por destrucción en la guerra civil de 1936‑39 de sus obras de arte. La iglesia de todos modos, sufrió a lo largo de los siglos varios incendios y reconstrucciones, y aunque es de construcción en el siglo XVII, en el XIX se volvió a reedificar en gran parte. También en el pueblo se conserva la ermita de la Cara de Dios, obra muy sencilla del siglo XVIII en la cual se veneraba, dentro de un retablo barroco, un trozo de lienzo de pared con un rostro pintado, que según la tradición había aparecido milagrosamente dibujado al clavar sobre una pared el puñal de un blasfemo. Todo ha sido destruido en la guerra civil de 1936‑39.

En lo alto del cerro de la Coronilla, y como obsequio de la Confederación Hidrográfica del Tajo al terminar las obras de los embalses de Entrepeñas y Buendía, en 1956 se erigió un grandioso monumento al Sagrado Corazón de Jesús, que consta de alto graderío, arcadas de piedra y sobre ellas un pedestal que sirve de peana a una estatua de Cristo de cinco metros y medio de altura, teniendo 23 metros todo el monumento. Fue su autor Domingo Díaz‑Ambrona, y el escultor de la imagen el murciano Nicolás Martínez.

El embalse de Entrepeñas, obra magna de la ingeniería hidráulica española, se construyó para producción de energía eléctrica represando las aguas del do Tajo en un lugar especialmente angosto de su trayecto. Lugar que ya desde muy antiguo estaba rodeado de leyendas por lo tenebroso de su entorno. En la parte baja de las llamadas «peñas del Infierno» se encuentra aún el viejo puente de piedra que cruzaba el río. El panorama, a pesar de la construcción del embalse, residencias y jardines accesorios, continúa siendo de inolvidable belleza. Fueron terminadas las obras en 1956, acudiendo, a su inauguración el general Franco. La cola del embalse alcanza unos 50 kilómetros de longitud sobre el Tajo, creando varios centenares de kilómetros de costa, al introducirse las aguas por diversos valles, formando calas y rincones rodeados de montes y pinares en los que han surgido infinidad de urbanizaciones y núcleos residenciales. Turísticamente ha sido bautizado el embalse de Entrepeñas como el «Mar de Castilla» y «Costa de la Miel», sirviendo sus aguas para la práctica de la pesca (lucio, carpa) y los más variados deportes náuticos.

Simplemente como recuerdo, es preciso mencionar cómo en el término de Sacedón, a ocho kilómetros de la villa, en un valle afluente del Guadiela, se encontraban los baños que fueron aprovechados desde la más remota antigüedad por los romanos (que los llamaron Thérmida), por los árabes (Salam‑bir) y luego por muchos otros personajes, como el Gran Capitán, que en ellos curó del reumatismo que padecía. Desde el siglo XV aproximadamente, a Sacedón se le ponía el apellido «de los Baños» pues la fama de éstos fue creciendo, hasta que en el siglo XIX comenzó a utilizarlos la familia real española, que acudió por primera vez a ellos en 1814. Fernando VII decidió construir allí un palacio y, una colonia que llamó La Isabela en honor de su esposa la reina Isabel de Braganza. El lugar fue rápidamente acondicionado, poblándose con una urbanización perfecta, con rectas calles, anchas plazas y edificios magníficos. De todo ello queda sólo algún plano y unas cuantas fotografías, pues desapareció bajo las aguas del embalse de Buendía, en las que los submarinistas pueden encontrar el espectáculo inédito de un poblado borbónico cubierto de algas y tamizado de la grisácea luz de las profundidades acuáticas.