Viaje al Doncel de Sigüenza

sábado, 22 julio 1978 0 Por Herrera Casado

 

En este verano andariego que estamos tratando de atravesar, se han ido nuestros pasos hasta Si­güenza. Esperamos que también los tuyos, lector, atraviesen el há­lito de sombra fresca que las na­ves de la catedral seguntina pres­tan al viajero, y lleguen hasta la portada de esa capilla secular, olorosa a piedra vieja, mágica y temblorosa en que se recuesta el Doncel. En este viaje, que tiene muchas caras luminosas y oscu­ras, se nos presentan varios te­mas que, ante el tallado alabas­tro, nos proponemos:

La historia de una familia

La capilla de San Juan y Santa Catalina, en la que reposa el Don­cel y su familia, está situada en el testero de la nave de la Epís­tola, incluida en el muro de le­vante. Larga es su historia, e interesante. Desde los primeros días de construcción de la cate­dral, en el siglo XII, ese hueco lo ocupaba uno de los primitivos ábsides. Allí se daba culto al mártir Santo Tomás de Canterbury, desde los siguientes años de su muerte. Aquí fueron ente­rrándose los prelados seguntinos, y en el siglo XIV fue cedida a la familia de los de La Cerda. Los enterramientos de esta familia desaparecieron en el siglo XV, a finales, cuando el Cabildo donó la capilla a la familia de los Ar­ce, que aquí dejaron sus cuerpos bajo numerosas lápidas y esta­tuas. Los fundadores fueron don Fernando de Arce, comendador de Montijo, y su mujer doña Ca­talina de Sosa, quienes reposan en enterramiento exento en el centro de la capilla, frente a su altar mayor. Murieron a comien­zos del siglo XVI. El hijo de am­bos fue don Fernando de Arce obispo de Canarias, que construyó un magnífico enterramiento-­mausoleo en estilo plateresco, y él mismo se encargó de hacer construir el mausoleo y estatua de su hermano don Martín Váz­quez de Arce, «el Doncel muer­to en la guerra de Granada, y pri­mer habitante pétreo del actual conjunto. Los abuelos del Doncel también tienen aquí sus tallados enterramientos: Don Martín Vázquez de Sosa, y doña Sancha Váz­quez, muertos a mediados del si­glo XV, y aquí trasladados a fi­nales de dicha centuria.

La capilla posee una bella por­tada de piedra tallada por el es­cultor Francisco Baeza, con es­cena de Adoración de los Magos en su tímpano. La cierra una grandiosa reja de hierro, obra del artista gótico Juan Francés.

La obra de arte

La estatua del Doncel es una obra de arte única en el mundo, muy estimada. Fundamentalmente por su actitud, que encierra la ambivalencia de un carácter me­dieval: genuino: guerrero e intelectual. Y también por la elegan­te y perfecta factura de la esta­tua, orlada de un conjunto ornamental muy acorde. La actitud del muerto es de vid: no yace frío, como el resto de sus familiares, pura carne yerta, pasto de muerte. El Doncel está represen­tado con vida, recostado cómoda­mente, atento a la lectura de un libro que sostiene entre sus manos, presto en su vestimenta pa­ra la batalla. Gran naturalidad y dulzura surge de las líneas medidas de esta talla. Representación fidedigna de una realidad ideal. El artista ha rescatado la vida del cuerpo de un joven. Y la ha puesto en piedra, la ha eternizado.

Una serie de símbolos cercan al Doncel: la fama caballeresca (pues es caballero, guerrero, santiaguista, y así va vestido y deno­tado), la fe en la otra vida, el pro­fesado fervor religioso que cua­ja, en esa lectura (de un libro sa­grado, de un comentario religio­so con toda seguridad), por lo que todo buen caballero lucha en el Medievo; y la nostalgia, la poé­tica relación que en su epitafio luce, y nos recuerda la granada juventud en que muere, «… finó en edat die XXV años … » y el do­lor de su padre al recoger la des­trozada animosidad de su vásta­go»… cobró en la hora su cuerpo Fernando de Arze su padre, y se­pultólo en esta su capilla…» Otros símbolos concretos dan más luz sobre la personalidad del Doncel, o sobre la que el ar­tista, quiso perpetuarle. Apoya su codo derecho, sobre un haz de laureles: ante la banalidad de la gloria eterna, el laurel significa la riqueza del espíritu caballeresco, el triunfo terrenal, la victoria. A sus pies, un león, que habla de la Resurrección que espera, de la otra vida, larga, eterna, que al  caballero valiente, luchador y religioso le está reservada, en la fe de Cristo. El paje que a sus pies medita triste, significa el dolor de su familia y amigos, de sus criados y pueblo por su muerte. Fama, religión y nostalgia, doble­ mente simbolizada en esta obra de de arte.

Literatura y sociología

En 1916, a poco de empezar Ortega y Gasset a publicar su «Espectador», dedicó unas líneas a la estatua de «el Doncel de Sigüenza». Líneas breves y medidas asombradas, en que decía la antítesis de la estatua y el personaje, que unía el coraje a la dialéctica. Luego, a lo largo de este siglo XX, el más largo y brutal de la historia de la Humanidad, han sido varias las voces que han encontrado, en el Doncel recursos válidos para hacer literatura. Y han rodeado su talle pétreo las mayores idioteces junto a sesudas y profundas apreciaciones. Lo indudable es que cuantos ante él han posado, vieron que los minutos se iban, insuficientes de atesorar tanta calma, tanto mensaje humano, tanto pálpito misterioso de honda vida, radiante desde la faz petrosa de una estatua mortuoria. Ante el Doncel, cualesquiera persona, por alta o baja raigambre que tenga, por corto o largo entendimiento que posea, quedará preso, paralizado, inquieto: las dudas de su propia vida surgirán, el escalofrío de su razón de ser le hará señas desde la piedra a la carne, desde la carne al alma. Incita a meditar. Aunque luego no salga ningún resultado válido. Lo valioso en esta vida, sin embargo, es lo que inquieta y pregunta; no lo que nos da resuelto un problema. El Doncel, como estatua, es la mejor de todas: porque lejos de dar una simple imagen bella, escarba el corazón, y le levanta en dudas.

El enigma del autor

Y de las dudas a la ignorancia: no sabernos quién talló esta estatua. Opiniones ha habido para todos los gustos. Que si fue algún italiano, que si la escuela de Toledo, y hasta un nombre probable se dio no hace mucho: el de Sebastián de Almonacid, maestro tallista, toledano, pero con taller en Guadalajara. El papel que diga, bien claro, que fulano de tal talló esta estatua, está aún por descubrir. Es, por tanto, otro enigma de los muchos que rodean a esta estatua de fines del siglo XV. A ella viajamos, ante ella nos detenemos. El Doncel es un símbolo, un tópico, una obra de arte para admirar siempre.