Viaje a Chiloeches

sábado, 15 julio 1978 0 Por Herrera Casado

 

Quizás por su gran proximidad a Guadalajara capital, la villa de Chiloeches ha sido muy pocas veces protagonista de la crónica histórico-­artística de nuestra tierra. Y sin embargo, bien lo merece. Aprovecharemos un atardecer de este calenturiento verano en que ahora estamos, para hacer una rápida, pero con seguridad inolvidable, visita a Chiloeches.

Encajonado en un estrecho barranco que reúne las torrenteras que desde la Alcarria van a dar en la campiña del Henares, el pueblo de Chiloeches presenta hoy un aspecto de pulcritud y limpieza que le ha hecho acreedor en los últimos años a varios importantes premios de adecentamiento de núcleos de población. Su nombre es de raíz vascongada, y viene a significar «la casa de piedra». Desde los tiempos de la reconquista fue aldea de Guadalajara, formando parte de su Común de Villa y Tierra. En la jurisdicción de esta ciudad continuó, y bajo el directo señorío real, hasta el siglo XVII, en que todos los vecinos decidieron separarse de Guadalajara, pagando para ello una cantidad de propia compra a las arcas reales. Ocurría esto en 1626, y ya en 1640 estaban tan agobiados los vecinos por causa del pago de los censos y créditos en que se habían metido, que no tuvieron más remedio que venderse a don Manuel Alvarez Pinto, quien se declaró señor de Chiloeches y los caseríos de Albolleque y Celada. Este se lo vendió luego a don Juan de San Felices y Guzmán, caballero de Alcántara y consejero de Castilla, quien recibió del rey Carlos II, en 1692, el título de primer marqués de Chiloeches, que fueron heredando sus sucesores hasta el siglo presente. Ayudó este señor mucho al pueblo, y éste le cedió terreno para hacerse un palacio, trabajando en las obras del mismo. El trabajo de sus habitantes se centró en la agricultura y la artesanía del esparto, dedicándose hoy al trabajo industrial en la vega del Henares.

En el cerro de «El Castillo» que aparece a la salida del valle de Chiloeches, y que tiene todo el aspecto de un antiguo castro ibérico, se han encontrado importantes restos arqueológicos, consistentes en tumbas, ajuares y restos cerámicos.

La iglesia parroquial es de la advocación de Santa Eulalia. Se trata de un edificio de sillería de piedra caliza, con alta y monótona torre sobre el muro de poniente y sencilla puerta de ingreso, de arco semicircular de lisas dovelas, en el muro norte, en el que se apoyan varios contrafuertes. En el interior, de tres naves, se ven las columnas cilíndricas con basa adosada de molduras y capiteles toscanos sobre los que apoyan amplios arcos de medio punto. U. capilla del baptisterio, bajo la torre, se abre a la nave izquierda por arco de medio punto, y se cubre con bóveda de horno, de buena labra de cantería.

La iglesia es obra del siglo XVI, y en ella trabajaron diversos canteros y maestros de obra acreditados en la zona campiñera, aunque de origen complutense, arriacense, o montañés. La torre comenzó a levantarla Juan García de Solórzano, pero se hundió, y hubo de encargarse de ella el maestro de cantería Pedro Medina, o Medinilla, como se le conoce en muchos documentos, que fue quien la concluyó en 1570. La construcción del templo se debe a Alonso Sillero, Diego Orejón y Juan de Ballesteros. En su interior no queda nada de interés, excepto una dalmática carmesí, con cenefas azules, obra del bordador Antonio Rodríguez; en 1579.

A la salida del pueblo, está la casona de los marqueses de Chiloeches, obra estimable y muy bien conservada, del siglo XVIII, con portada de sillares almohadillados, gran escudo de armas sobre ella, y paramentos de aparejo de sillar y ladrillo, con buenas rejas en las ventanas, y un evocador jardín ante ella.

Sobre el pueblo se construyó hace años un mirador rústico, al que se llega por empinado camino que nace a media cuesta de la carretera que lleva al Pozo y Pioz, y desde el que se contemplan extensos y magníficos panoramas, lo mismo que desde las curvas que va haciendo dicha carretera al ascender hacia la meseta.

En el término se encuentra, bajando hacia el Henares, el caserío de Albolleque, de resonancias árabes en su nombre, Existió desde muy antiguo, y perteneció en el siglo XVI a la familia de los Guzmanes de Guadalajara, que construyeron su pequeña iglesia, pasando luego a ser pertenencia de los marqueses de Chiloeches. Hoy es propiedad particular, y está en gran parte reconstruido, sirviendo de base de una gran explotación agraria.