Guadalajara Virgen: El Sotillo

sábado, 29 abril 1978 0 Por Herrera Casado

 

Uno de los grandes placeres que tiene a viajar por la provincia, por nuestra provincia de Guadalajara, es el de ir descubriendo pueblos, retazos de antigua vida, pervivencias de modos de comportamiento, comunitario que viene a descubrir el alma auténtica de nuestras gentes, la tradición viva en unas actividades, que hoy llamamos folklore, por las que el pueblo anónimo, el pueblo lejano, se manifiesta y parece querer llamar nuestra atención con sus ritos.

En uno de los escondidos pueblos de la serranía de Cifuentes, oculto entre montes azules y escoltado de barrancos, de arboledas, de fuentes y de silencios, hemos encontrado en días pasados unas tradiciones que, aunque comunes a otros lugares de la provincia, aquí se visten de una recia hondura de participación y sentimiento veraz. En El Sotillo, hombres y mujeres siguen guardando su tradición con mimo y fe, y su cumplimiento cabal, puntual, riguroso, les hace sentirse seguros y afirmados en su propia identidad. Ese es, en definitiva, el objetivo del rito: conferir seguridad en quien lo practica. Se trata, ni más ni menos, que de un fenómeno psicológico ya muy estudiado.

La pequeña comunidad que hoy forma el pueblo del Sotillo necesita afirmarse en su identidad. La marcha a otras ciudades y regiones de los más de sus habitantes, hace que los que quedan se aferren con fuerza a su latiente vida comunitaria, y renueven con exactitud sus más antiguos modos de expresión.

Lo vimos  el Viernes Santo: un cielo tersamente azul sobre campos y colinas, sobre los tomillares y aliagas apuntando flor. Aunque han venido de fuera, con los coches y los chicos, algunos que se fueron; en El Sotillo todo es paz y silencio. Las calles de piedra viva, de cuestuda armonía, sirven al tiempo de cauce a las gallinas, a las bicicletas, al sobrante de alguna fuente. Después de la comida, las mujeres se reúnen delante de la iglesia, y se echan a los caminos, a rezar los treinta y tres Credos. Un grupo de sencillas mujeres, todas enlutadas, recias, con cierto aire compungido, se alejan de las casas y tiran al  monte, a los campos, se van por las trochas. Empiezan a rezar Credos, el principio lenta y solemnemente; luego cada vez más deprisa. Entre Credo y Credo, jaculan: «Apártate Satanás / que a mí no has tenido parte ni tendrás / treinta y tres Credos he de rezar sin volver la cabeza atrás».

La fuerza del rito les empuja. Parece ser lo más importante en la femenil marcha: no volver la cabeza ni la vista hacia atrás. Los chicos les llaman, les atosigan, les incordian: ¡Señora Juana, que ha venido su chico de Valencia!… ¡Tía Genara, que se le está quemando la casa por las cuatro puntas!… y ellas nada, impasibles, serenas, rezando Credos y jaculatorias como si no estuvieran en el mundo, como si una marca angélica les hubiera dotado de alas, de celeste impasibilidad, de santificada resistencia.

Y los chicos sin parar: … ¡Señá Melchora, tenga cuidado, que viene por ahí detrás un perro mordiendo! Son tres o cuatro las que vuelven al mismo tiempo la cabeza, asustadas, temiendo el ataque de algún chucho. Pero es también mentira. Los chicos se parten de risa. Y ellas, en su rito severo, magnífico, de férrea, disciplina, cumplen la estipulada condición, y vuelven a empezar la cuenta de los treinta y tres Credos., Por los caminos, y las sierras de Cifuentes, una Guadalajara virgen se ve y se pierde, rezando, monótona…

Esta costumbre, que tienen las mujeres del Sotillo de celebrar comunitariamente, mediante extraños ritos sus festividades religiosas, cuaja más tarde, el día de la Cruz de Mayo, que es el tercero de ese mismo mes, con el rezo de los Mil Jesuses. En una solanilla, a la puerta de la casa de alguna comadre de especial piedad, se reúnen a la práctica de esta devoción antigua cuantas mujeres puedan en ese día y momento. Rosario en mano, muy serias y compuestas, empiezan a pasar las cuentas de raída maderilla o plástico: se pasarán veinte veces el rosario entero (cien misterios en total), y en cada cuenta dirán la palabra Jesús. Al llegar al cuentón del Padrenuestro, en coro recitan; «Apártate Satanás, / que en mí no. has tenido parte ni tendrás/ porque en el día de la Cruz/dije mil veces Jesús». Al final del recitativo de Jesuses algunas ya están cansadas, que les traba la lengua, y  hasta se ríen. Parece una colmena, un fluido de sílabas chocantes, un cantar mágico: jesús jesús jesús jesús jesús jesus jesús jesús jesús y luego la jaculatoria como contrapunto. Un ritmo desigual, un aire dodecafónico envuelve a la solanilla del Sotillo. Será una tarde de sol en la primavera. Y esa costumbre, ese rito ancestral seguirá puntual de esta Guadalajara virgen que aún, aún está por descubrir.