Otra vez la capilla de Luís de Lucena

jueves, 23 marzo 1978 0 Por Herrera Casado

 

Varias veces he tocado el tema de la capilla de Luís de Lucena en estas páginas. Lo mismo que han hecho otros buenos alcarreños y personas preocupadas por la conservación y salvaguarda del patrimonio artístico arriacense. Si mi método de actuación en este campo fue siempre de triple manera, pero escalonada, con tres puntos que considero básicos: dar a conocer, estudiar, divulgar lo que se tiene; valorarlo en su justa medida, y, finalmente, defenderlo en cuanto vale y con los medios que se tengan, en esta ocasión, y con respecto a la capilla de Luís de Lucena creo que ya hemos caminado, y con amplitud, por estas tres veredas. Porque su estudio lo planteé en profundidad en el número 2 de la revista Wad‑al‑hayara, publicando un trabajo exhaustivo fotográfico de su arquitectura, planos, detalles característicos, y techumbres, haciendo además una revisión y consideración de esta valiosa colección de pinturas, y esbozando su programa simbólico, dentro del humanismo erasmiano de la segunda mitad del «siglo XVI español. Poco después, y en diversos artículos en estas páginas, calibraba el valor que esta capilla y sus pinturas tienen. Muchos otros antes lo habían hecho, y todos llegaron a la unánime conclusión de que este edificio constituye pieza única, por su arquitectura y decoración, en el campo del arte renacentista, pues la época de su construcción (hacia 1540) y el estilo mudéjar, popular en su raíz, pero elaborado y meditado por un médico y arquitecto humanista: como era el doctor Luís de Lucena, sorprenden con tan dispar inicio y feliz maridaje. Pero las pinturas que, ya en la segunda mitad del siglo XVI, colocó Rómulo Cincinato en su techumbre, combinando escenas del Antiguo Testamento, con imágenes de Sibilas y Profetas, en un equilibrio, tan propio de la época, que rezuma conceptos y prácticas de espiritualidad riquísima, completan aún la imagen y el valor auténtico que de único en el mundo ha recibido este monumento, y no solamente por humildes escritores y panegiristas locales, sino por autores nacionales y aun, europeos, cuyas citas no expongo por no alargarme demasiado.

Pues bien, después de esos dos pasos previos que son el conocimiento y la valoración, se ha presentado el de la conservación del edificio. Su abandono es palpable desde que en el siglo XIX se derribó la iglesia de San Miguel a la que esta capilla era aneja, y entonces se salvó de la ruina de pura casualidad. Catalina García y Diges Antón lucharon para que fuese declarada Monumento Nacional. Se cerraron sus abiertos arcos, para preservar su interior de los elementos atmosféricos, acentuando así el proceso de destrucción de las pinturas por la humedad acumulada en el interior. En los años que van de 1920 a 1970, las pinturas de la techumbre sufrieron más desperfectos que en toda su historia anterior. El Dr. Layna Serrano, a la vista del progresivo abandono y ruina, clamó con su recia y en muchas ocasiones atendida voz. Aquí sus gritos cayeron en el más absoluto de los vacíos. En los últimos años, dentro de mis escasas posibilidades, he realizado gestiones en uno y otro campo (Dirección, General de Bellas Artes, Diputación, Ayuntamiento) e incluso la Comisión Provincial del Patrimonio Artístico ha hecho demandas oficiales en el mismo sentido. Aparte algunas palabras de apoyo, nada más ha recibido este monumento.

Por eso, cuando hace sólo unos meses nuestro Ayuntamiento, generosamente, se decidió a proteger esta capilla, tapando alguna gotera del tejado, y limpiando de humedades la plazoleta aneja, que echaba a los cimientos del monumento verdaderos torrentes de agua, tocamos alborozados las campanas del optimismo. Que se aumentó cuando, pocas fechas después, en un pleno del Ayuntamiento se nos anunciaba la dedicación de cierta importante cantidad para la atención a este edificio. Nuestra ilusión se ha desvanecido rápidamente, sobre todo tras la visita del Excmo. señor n1inistro de Obras Públicas, Vivienda y Urbanismo, señor Garrigues Walker, quien ha declarado qué, aparte otras subvenciones, para, remozar e iluminar varios edificios singulares de nuestra ciudad, concedía al Ayuntamiento una cantidad de más de tres millones de pesetas para arreglar el entorno de la capilla de Luís, de Lucena.

Teniendo en cuenta que este en tomo o plazal que rodea al monumento fue arreglado hace años, y que, aparte del problema de las humedades, ya en vías de solución, ninguna necesidad tenía de remodelación, verdaderamente nos ha sorprendido que el dinero, del presupuesto se dedique al entorno, cuando el monumento, la capilla, el auténtico protagonista, está en condiciones de alarmante ruina (hace pocos días se ha hundido su escalera interior, según me han comunicado). Se nos ha explicado y razonado que la Dirección General de Arquitectura sólo emplea sus presupuestos restauradores en monumentos o entornos que no estén declarados como Monumentos Nacionales, para no entrar en conflicto con las atribuciones de la Dirección General del Patrimonio Artístico. Lo cual, si desde un punto de vis­ta administrativo es comprensible, desde el nivel de visión del hombre de la calle, del español de a pie que le interesa cuanto atañe al patrimonio artístico de su tierra, esto no tiene explicación posible: el problema por mucho razonamiento administrativo con que se le intente mostrar, sigue teniendo un, cariz absurdo, y si es el Gobierno ‑encargado de la administración de los bienes del Estado‑ quien no aprovecha razonablemente los recursos que se le confían, por un problema de competencias entre altos organismos su imagen ante el pueblo puede quedar erosionada. Porque si a esta magnífica capilla mudéjar‑renacentista le está haciendo falta una urgente restauración ‑y son muchos los que así opinan‑ el dedicar un presupuesto, conseguido tras muchas súplicas y razonadas propuestas, a remodelar los jardines que la rodean puede aparecer como una medida de poco meditada políti­ca.

En cambio, si con ese dinero, se realizara lo que auténticamente urge, y para lo que ya existen estudios previos, a saber: saneamiento de las humedades del firme de la capilla; adecentamiento y consolidación de sus muros, apertura de sus arcos, cubriéndolos de cristaleras y devolviendo al monumento su primitivo carácter; restauración total de sus pinturas, y acondicionamiento de su interior y piso alto para sala de exposiciones, biblioteca, centro social de algún grupo cultural, etc., el éxito de la operación sería total, y el pueblo de Guadalajara, y, el de toda España, habrían recuperado para siempre un edificio singular y único.

Porque si el problema como se nos, dijo en estos pasados años, es, que, no había dinero, pues a callar, y a esperar. Pero habiendo millones, gastarlos en jardincitos…