Casas y cosas de Molina

miércoles, 4 enero 1978 0 Por Herrera Casado

 

Posee Molina de Aragón, capital de un multisecular señorío, la gracia y el misterio de una ciudad vieja por los cuatro costados, latiente en todas sus esquinas la historia, y el monocorde recitar de los pergaminos junto al tono noble de sus costumbres y el ir y venir de sus trabajadoras gentes. En su enmarañado cruce de callejas hondas y estrechas, aún sic pueden admirar algunas casonas que sobrevivieron a los múltiples y siempre desgraciados avatares de la historia, en que por unas u otras causas fueron cayendo sus mejores monumentos y ejemplares, artísticos. Fue el más grande hachazo la invasión e incendio por parte de las tropas francesas el 2 de noviembre de 1810. Después fueron las modernizaciones y ensanches las que se encargaron de ir desnudando, a Molina, de sus más recios y castizos ejemplares de casonas. De aquellos palacios y mansiones que albergaron a la nobleza numerosa de Molina, queda hoy todavía un ejemplo notabilísimo: el palacio que don Fernando Valdés y Tamón, asturiano que durante diez años gobernó las islas Filipinas, y que construyó a finales del siglo XVIII, siendo hoy conocido como «el palacio del virrey de Manila» o «la casa pintada».

No hizo el tal señor, al rellenar la fachada principal de su palacio con pinturas diversas y llamativas, sino seguir la costumbre que desde siglos antes existía en Molina de decorar de este modo, con abundantes pinturas, las fachadas de los palacios y casonas. Tenemos referencias de antiguos historiadores que en el siglo XVI escribieron (1) de cómo una de las casas más principales era la que ya entonces llamaban «la casa pintada», que era propiedad de don José Ygnacio de la Muela, y que poseía «una hermosa pintura» en su parte principal, así como la que a finales de dicho siglo XVI estaba construyendo D. Alberto Arias frente a San Juan de Dios. En viejos documentos que recientemente he consultado se encuentran abundantes y prolijas referencias a otras casas que en esta época, como en un contagiado furor de bellezas y magnificencias; se dieron a construir la nobleza molinesa.

En el año 1607, el Dr. Muela Fino de Leriz estaba construyendo su palacio en la plaza de San Pedro. Consta que para ello contrató con Miguel Pérez, «hazedor de yeso en la villa», 50 cahíces de dicho material, sacados del cerro de los Molinos, en término de Molina (2). En 1591 levantaba su casona molinesa D. Martín Vázquez. Tenía tres pisos, y toda la obra de carpintería fue contratada con el gran maestro del oficio Sebastián de Zaldivar, que por entonces llenaba la ciudad y el señorío todo de sus magníficas obras (3). Poco después, en 1602, era D. Diego Ruiz de Hermosilla quien en la plaza mayor de Molina levantaba su casa, en la que, sobre los dos primeros pisos, debía colocar un corredor de ventanas arqueadas y, sobre él, el tejado, al modo castizo que hoy muestra todavía el palacio de los marqueses de Villel, en las Cuatro Esquinas. La obra de Ruiz de Hermosilla fue contratada con el carpintero y, albañil Juanes de Gorostigui, quien la debía hacer similar a la casa de D. Juan Arias, para poder pintar la fachada. Colocaría tres chimeneas y un gran alero que volara sobre la plaza (4). Si otras muchas casonas desaparecieron (la de los citados Arias; la de los Obregón, los Velázquez, los Payro del Castillo), aún quedan otras, como las de los Montesoro, los Molina, los marqueses de Embid y las ya citadas de los marqueses de Villel y Virrey de Manila, que deben ser conservadas y cuidadas con verdadero mimo por cuantos sinceramente aman a la ciudad hidalga y antañona de Molina.

Otra de las tradiciones ya muy asentadas en el ánimo de la gente molinesa es el juego de la pelota. Recordando, porque la lectura de Una vieja crónica nos ha traído a la memoria (5), el frontón que delante de San Francisco había, podemos de él decir que, por lo menos, ya en e siglo XVI existía, y allí se jugaba con asiduidad a la pelota y a la barra. Tenía aquello de particular el que los gastos de conservación del frontón, y el beneficio que de él, se sacara, eran a cuenta de la Cofradía de las Ánimas del Purgatorio. Con las limosnas de los jugadores se reparaban los desperfectos, y, pues si la Cofradía había hecho los barrones para los aficionados, cada uno que llevaba el barrón entregaba una limosna para las ánimas. Esta tradición molinesa, enraizada en lo profundo del pueblo, desapareció un buen día porque a alguien se, le ocurrió hacer en el solar dé este tradicional lugar de reunión un edificio. Esperemos que pronto se restaure este frontón y este ancho plazal que nunca debía haber sufrido tal atentado. De casas y cosas dé Molina seguiremos hablando en próximas ocasiones.

(1) Núñez, Lcdo. Francisco de: «Archivo de las, cosas notables de Molina». Capítulo 20. ,

(2) Archivo Histórico Provincial de Guadalajara. Protocolo 1760. Escribano: Luís Manuel de Benavides.

(3) Archivo Histórico Provincial de Guadalajara. Protocolo 1759.

(4) Archivo Histórico Provincial de Guadalajara. Protocolo 1760.

(5) Núñez, Lcdo. Francisco de: «Archivo de las cosas notables de Molina». Capítulo 33.