La Peña Escrita, de Canales

sábado, 31 diciembre 1977 2 Por Herrera Casado

 

En su tránsito por las sierras y valles del Señorío de Molina, el viajero encuentra lugares que llevan clavado el arpón de la historia -re­cuerdos de batallas, de juramentos, de resoluciones-, otros que se enga­lanan con la vestidura más o menos brillante del arte -ruinas monaste­riales, retablos, portadas- y aún agradables tropiezos con la viva tradición del costumbrismo -son danzas, juegos con los toros, canciones…-; pero lo que el viajero se encuentra en lo más intrincado de las sierras del tér­mino de Canales de Molina no tiene relación concreta a nada de lo alu­dido. La Peña Escrita, perdida en medio de un denso y silencioso pinar, deja estupefacto a cualquiera que hasta allí, y llevado de experto guía, se acerque. Porque su presencia, su tradición y su mito, entronca con cual­quier apreciación que roce, muy tangencialmente, estas categorías de la historia, el arte o el folclore. Pero en todo momento se desembaraza de ellas.

Se trata de una gran roca grisácea, situada en lo más hondo del arroyo de Valdecanales, en cuyo seno se hundió, por efecto de las humedades, una parte de ella, quedando una especie de mesa de superficie en forma triangular y, sobre ella, un gran saliente en forma de visera o cobertizo. La porción interna de la roca, su superficie, está cubierta de abundantes signos jeroglíficos para los que nadie ha logrado encontrar una explicación razo­nable. Quizás es porque no la tenga, o porque su origen no plantee ningún problema a los arqueólogos que hasta allí han llegado.

El caso es que sobre la ancha y oscura superficie de la roca superior, hay dos grabados mayores y más concretos: un hombrecillo y otra figura humana, enorme, larguísima, muy estilizada, en forma de cruz.

Aparte de las gentes del lugar, que se dieron a todo tipo de interpre­taciones sobre el monumento, fue don Diego Sánchez Portocarrero, regidor e historiador de Molina en el siglo XVII, quien primero se ocupó, con gran curiosidad y atención, de esta Peña Escrita. Además de lo que este autor escribe sobre ella en su inédita «Historia del Señorío de Molina», y que don José María Quadrado publica en su obra «España. Sus monumentos y artes; su naturaleza e historia» (Madrid, 1886), en el tomo dedicado a Castilla la Nueva, he hallado un texto, hasta ahora desconocido, de Sánchez Portocarrero, que es nota de viaje hecha con la impresión reciente de lo visto y que por su indudable interés publico íntegra a continuación.

«En 26 de junio de 1646 fui a peña escrita en la dehesa de Canales a reconozer aquello de que los naturales deste pueblo cuentan que era sitio de una Mora encantada medio sierpre y medio muger que salía la mañana de San Juan y que allí acía grandes letreros y letras arabigas y varias figu­ras labradas en la peña que mostraban uno y otro. -Y aviendo ydo con otras personas y con toda diligencia a aquel sitio que es muy áspero y fragoso ví la que llaman peña escrita que es una peña grande triangular que haze suelo a una cueba que forman las peñas con un cobertizo que haze una peña grande que cubre la escrita haziéndole techo, reconozí y miré y examiné con todo cuydado y diligencia esta peña y en ella no pude hallar caracter ni señal alguna que pareciese letra arábiga ni de otra len­gua y solo hay muchas figuras de cruzes muy claras con sus pies de cruz unos y otro cabados tosquísimamente en el arena y otras de otro modo que serán más de diez luego hay interpoladas sin orden muchas figuras de muchas herraduras pequeñas, huellas de pies de hombres y de mano dos, huellas de ovejas o cabras pequeñas, figuras de grillos, todo tosca­mente formado cabado en la peña que tendrá tres baras por lo ancho y va disminuyéndose en triángulo aunque no con arte ni igualdad. La co­bertura de ella por la parte que le haze techo no tiene nada por la de arri­ba que haze suelo a la montaña que está enzima ay algunas figuras de las de abajo y mas ay formadas sin primor cabada también una forma de per­sona humana tendidos los brazos con sus ojos y boca todo mal formado y mas adelante una cruz muy grande uno y otro en la forma de la margen, y esta cruz algunos de los que fueron conmigo dudaban si era figura hu­mana y el remate de arriba mitra pero éllo es cruz formada con poco arte como lo demás = de lo dicho colijo el engaño de la sinceridad con que afirmaban los de aquel pueblo los misterios de aquellas peñas pues no puede ser de moros lo que tiene tantas cruzes conozidas y pienso sea obra de alguno que retirado allí por algún acontezimiento fué cabando aquello en aquellas peñas de arena con algún yerro pero aunque sin primor alguno se conoce que fué trabajo de muchos días y de no poca antigüedad.»

Es curioso el dato de la leyenda de «la Mora» integrado con la exis­tencia de la roca grabada, y merece que sea comentado. Para los antiguos, aquel fue lugar donde residía un ser extraño, no humano. Algo distinto a lo conocido: una mora (como representación de una raza ajena, odiada, temida) de caracteres monstruosos (mitad serpiente, mitad mujer), que salía un día al año de su refugio (la mañana de San Juan) y que se entre­tenía en dibujar signos extraños, que no podían ser más que «letras ará­bigas». Quien aquello me enseñó recientemente contaba una leyenda si­milar, basada en la del siglo XVII, algo más pobre de imaginación, por pérdida de datos fantásticos, y añadidura de otros materialistas, pero tam­bién curiosa: hoy llaman a ésta La peña del Moro, y dicen que allí abajo hay enterrada una reina o princesa, y que con seguridad hay en aquel lugar grandes tesoros. Aparece nuevamente un ser extraño, distinto (un moro), un ser fabuloso (una reina o princesa) y un depósito de materia sorpren­dente (un tesoro). Mientras las gentes del lugar abogaban por el sentido arábigo o mágico de los signos grabados en la peña, los sesudos intérpretes del tema (Sánchez Portocarrero, José María Quadrado) creían ver en ellos cruces, manos, pies, huellas de ovejas y otros elementos grabados por los ociosos pastores.

Las interpretaciones más modernas, y a tenor de los descubrimientos científicos de edades antiguas, hicieron a aquellos signos prehistóricos, neolíticos o celtibéricos. Y hoy sigue, entre los pocos que en Molina se preguntan por este misterio, la dialéctica entre el mero pasatiempo pasto­ril y el documento prehistórico. Quien más ha indagado sobre el tema, se­gún me asegura el amable guía que me ha llevado hasta la Peña Escrita, son ciertos grupos de extranjeros, que han dibujado uno por uno, y con gran paciencia, todos los signos, y se han llevado a lejanos lugares sus opi­niones y hallazgos. También fue por allí la profesora Cerdeño, indiscutible especialista en materia de arqueología, que fotografió y analizó estos petroglifos dándoles ubicación en fecha y cultura neolítica.

Este cronista, que es el último de todos, no se pronuncia en uno y otro sentido. Y se divierte añadiendo una interpretación nueva, que, sin ser completamente absurda, puede entrar en el juego de las problemáticas tesis que tratan de ilustrar el caso.

La existencia de seres fantásticos, monstruosos, de aparición esporá­dica, y que ha quedado en leyendas y tradiciones, puede tener una base real: el aterrizaje en aquel lugar de extraterrestres, de seres de otros pla­netas. Los signos, debidos a mano humana, y difícilmente explicables, pue­den ser retratos de los objetos allí depositados -o perdidos‑ por tales seres y sus máquinas: tornillos, instrumentos, algún casco… El ser gigan­tesco, estilizado, «enmascarado», que se ve grabado sobre la roca superior, pudiera ser la representación de uno de estos extraterrestres, allí puesto por las gentes de la zona para que, visto por él desde los aires, volviera nuevamente. Es un culto o costumbre que todavía se ve en algunas tribus oceánicas actuales.

Sea lo que quiera lo que sobre la parda superficie de una roca hay di­bujado en Canales de Molina, lo cierto es que incita al pensamiento, es­polea la curiosidad y, en todo caso, deja en el recuerdo el agradable poso de una excursión interesante. Quien después de leer estas líneas se anime a visitar la Peña Escrita, debe llevar papel y lápiz con que apuntar lo que allí vea: entre unos y otros puede andar escondida la verdad. ¡Ah!, y que pruebe a hacer fotografías de aquel pedrusco. Las varias que disparé en mi visita quedaron totalmente veladas, a pesar de que el resto del carrete salió normal. El misterio está aún en el aire.