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septiembre, 1977:

Sorbe, Bornova, Cañamares…

 

Página quiero que sea ésta dedicada a cuantos, con la escopeta al hombro, con la caña de pescar en ristre, recorren nuestras tierras ásperas y hermosas, vadean nuestros ríos serranos, inacabables siempre de sorpresas y buenos ratos. Son estos cazadores y pescadores alcarreños quienes aún valoran lo que de bravío y genuinamente humano tiene la vida campestre, en ese porfiar constante con el viento, con las piedras, con las alimañas incluso, con los mil avatares que surgen y que hacen crecer la osadía, regenerar el alma que en las ciudades tenemos a punto casi de ser comida por la polilla.

Y se la voy a dedicar con palabras que no son mías, sino de otro alcarreño sacado de la historia, antañón ya, mitológico casi, peleador en ciento y una medie vales peleas, enriscado constructor de castillos, donoso decidor de cuentos ejemplares, y cazador y pescador, también, de los buenos. Con las palabras, sí, del Infante Don Juan Manuel, que puso bandera, caballo y letanía en Cifuentes y en Galve, y en otros muchos lugares de nuestra geografía. El territorio de esta «transierra» de Guadalajara se lo conocía al dedillo, meticulosamente. En su «Libro de la Caza» da buena prueba de ello, pues, describiendo el territorio castellano, que divide por Obispados, incluye en los de Cuenca y Sigüenza numerosos lugares de nuestra Alcarria y Serranías, guiado siempre por el curso de los ríos. De tres de ellos, de los más preclaros, transparentes y fríos; de los más medularmente hincados en nuestro corazón de alcarreños, daré aquí trascrito el texto que pone Don Juan Manuel en su «Libro,». Y, al pie, en breves notas, algunas aclaraciones que muchos de vosotros, bien lo sé, no necesitáis. Así eran, en la primera mitad del siglo XIV, Sorbe, Bornoba, Cañamares…

Et arroyo de Cannamares (1) nasce entre Bannuelos et Romannuelos (2), et cae en Fenares deyuso de Bragadera (3): en este arroyo há muchas ánades et garzas. Et desde Torrubia (4) Ayuso es de muy buenos pasos; en lo demás es buen lugar para cazar en él con falcones. Salvo en cuanto va por grandes pennas (5). El arroyo de Bornoba nasce en la fuente que está sobre la laguna de Sienta Molinnos (6) et entre en Fenares deyuso de Caraceniella (7): en este arroyo hay ánades et garzas, desde Sancta María de Sopenna (8) fasta dentro de Fenares, mas en pocos lugares se pueden cazar con falcones. El arroyo de Cogolludo entra en Fenares en Fontiana (10): en este arroyo há pocas ánades. Pero do las hayan bien se pueden cazar con falcones. El arroyo de Sobrel (11) se ayunta de muchos arroyos, dellos que nascen só  Cantasávalos (12) et dellos cabo Galve (13). Et dellos del un cabo et del otro de Cantalojas (14) et entra en Fenares, en Pennahora (15): en estos arroyos fasta que llegan al Angostura (16), deyuso de la puente que dicen de Valdallo (17), hay muchas ánades et buen lugar para las cazar con falcones. Mas del Angostura ayuso fasta Belanna (18) non se pueden cazar con falcones. Et desde Belenna fasta dó entra en Fenares há buen lugar para las cazar (19). Et algunas vegadas recude hí garza.

A más de uno se le habrán puesto los dientes largos, pensando en esas bandadas de gruillas, de garzas y de ánades, que por nuestras serranías paraban en sus viajes intercontinentales. Todavía se ven las airosas aves africanas sobre los cielos de Guadalajara, o en arroyos, estanques y sotillos descansando de sus vuelos migratorios. Don Juan Manuel, sin embargo, se daba el gusto de cazarlas con halcón, llevando a la mayor perfección ese «arte de cetrería» que está resultando de imposible renacer en nuestra tierra. Son en fin, pinceladas que evocan otros tiempos, minutos que quisieran recuperar viejas edades, apuntes para una geografía del recuerdo.

Notas:

(1) Es el río Cañamares, que hoy forma el pantano de Pálmaces.

(2) Son los pueblos de Bañuelos y Romanillos de Atienza, situados en el anfiteatro pelado de la solana de la sierra Barahona, limitando a su espalda con las altas tierras sorianas.

(3) Desemboca el Cañamares en el río Henares, junto al pueblo de Castilblanco. Ha caminado Por vegas abiertas desde el estrechamiento rocoso de Pálmaces, donde hoy se apresa el río, y donde se hallan las montuosidades de Bragadera que menciona el texto.

(4) Este Torrubia es lugar que ignoro, aunque sospecho puede referirse al monasterio de monjas calatravas de San Salvador de Pinilla, algo más arriba de Pipilla de Jadraque, que en crónicas antiguas es llamado también Sotio de Hechán y Torremocha. Desde aquí, el río Cañamares baja en valle ancho y cómodo de pasos.

(5) El río Cañamares se desliza, en ‘efecto, por abruptos lugares y estrechos vericuetos rocosos. Aguas abajo de Naharros, y en el citado paso de Pálmaces, se comprueba esto.

(6) Se refiere al nacimiento del río Bornoba, que tiene lugar en la laguna, de Somolinos, formación acuosa de origen morrénico, glaciar.

(7) El Bornoba rinde aguas al Henares, en tierras llanas entre Jadraque y Carrascosa, después de haber cruzado el término de Membrillera. Zona ésta de densa población prehistórica y colonización romana, paso de la Vía Augusta entre Mérida y Zaragoza. El lugar que menciona Don Juan Manuel, hoy desaparecido, Caraceniella, es diminutivo de, Caracena (pueblo de la actual pro­vincia de Soria) y de Caraca, antiguo nombre y tradicional atribuido a Guadalajara. Sin querer meternos a etimólogos, todas estas voces podrían tener relación con la latina «carcer»: el punto de salida, el principio.

(8) En San Andrés del Congosto, donde el Bornoba atraviesa una garganta espectacular, el valle comienza a abrirse hacia tierras bajas. La patrona de San Andrés del Congosto es Nuestra Señora la Virgen de Sopeña, que tiene una ermita en los alrededores.

(9) Se refiere al arroyo Aliendre, corrupción de «allende», más allá.

(10) Este arroyo cae al Henares un poco más arriba de Espinosa, justamente en el lagar conocido por Santas Gracias, donde han aparecido importantes vestigios arqueológicos de reinotas edades. Más arriba de esa desembocadura, en el lugar que hoy llaman Untiana, se encontraba en el siglo XIV la aldea de Fonciana, que, por ser la más próxima a la juntura de los ríos, menciona Don Juan Manuel. Hoy no queda apenas rastro de este despoblado antiquísimo.

(11) Se refiere al río Sorbe.

(12) Dice que el Sorbe se forma de la unión de varios arroyos. Uno es el de Campisábalos

(13) Otro el que pasa por Galve, donde él construyó un castillo.

(14) Otros son los que, como el arroyo de la Zarza, el arroyo de la Hoz y el arroyo de Lillas, nacen en término de Cantalojas, bajando desde las alturas de sierra Ayllón.

(15) El Sorbe muere en el Henares, en el conocido lugar de Peñahora, donde hoy está la ermita de la patrona de Humanes, así llamada, y una nutridísima colonia residencial que ha ido surgiendo en tan apacible lugar.

(16) Muchas angosturas atraviesa el río Sorbe en su camino. Aquí debe referirse a lo que hoy se ha aprovechado para el embalse del Pozo ‘de los Ramos, en término de Almiruete, o quizás a la que existe poco más arriba de Muriel.

(17) Este puente de Valdallo no sé cual sea; quizás se refiere al que había cerca de Muriel, uno antiguo que ya cayó.

(18) El Sorbe baja desde las angosturas hasta Beleña metido en peñas también, y en estrecheces.

(19) Desde Beleña a Peñahora, el Sorbe va ensanchando su valle, y permitiendo la cetrería con desahogo.

Gregorio Quintero, corredor marchamalero

 

Una página para la historia  del correo podría subtitularse esta añoranza, que entresaco de las páginas de este libro, magnífico y largo en la dádiva de buenos ratos con que recompensa a quien lo tomó, que es la «Historia de Guadalaxara», del padre Hernando Pecha. Es éste tomote, que hasta hace poco sólo existía en único manuscrito en la Biblioteca Nacional, el fruto, que nos ha deparado la Institución Provincial de Cultura «M. de Santillana», en su actividad editora de antiguas obras relacionadas con la ciudad y provincia de Guadalajara, y que quiere servir no sólo para dar a conocer la historia, enjundiosa y plena de escarmientos, de nuestra tierra, sino para afianzar a todos los alcarreños, cada día más, y con base más auténtica; en su identidad irrenunciable ‑ancha como los paisajes de sus parameras, generosa tomo los muros de su terruño secular ‑ de gentes castellanas, de gen­tes alcarreñas, seguntinas, serranas n aún y molinesas, que tanto tiene  que hacer y decir en la común forja de la patria, como lo hicieron y dijeron en siglos pasados.

Esta página para la historia del Correo la protagoniza un simpático marchamalero, Gregorio Quintero llamado, quien en el siglo XVI profesaba de Correo ducal de la casa del Infantado. Dice el padre Pecha, que, aunque no está muy seguro, le parece haber sido el tercer duque, don Diego Hurtado de Mendoza, quien primero usó de Correos a pie con uniforme propio, encargándose estos individuos, que debían ser unos andarines consumados, en trasladar noticias y misivas de sus señores a otras partes del reino, o de sus propios estados. En todo caso, el uso del Correo a caballo era ya muy antiguo y generalmente usado. Pero la transmisión de noticias peatonales no perdía su utilidad en época de asaltos e inseguridades, el hombre sólo se infiltraba mejor que a pezuña polvorienta de caballo.

De todos modos, los duques del Infantado dotaron de uniforme a sus Correos particulares, y de una manera muy vistosa y llamativa. Como todo lo que emprendían, cargado de boato, por dar a los demás señores y al país todo, la imagen de poderosos y exquisitos. Así era el hábito de estos carteros: «librea de amarillo y azul, con capote de manga larga y roscas grandes en los breones de la ropilla». Dice Pecha que siempre que vivieron los duques en Guadalajara usaron de Correos así ataviados. Y él escribe en el siglo XVII. En ocasiones especiales de luto, los vestían de paño negro.

La memoria quedó de sólo uno de ellos: Gregorio Quintero, natural de Marchamalo, que debió gozar en Guadalajara de una popularidad sin límites, para llegar al extremo de que un riguroso historiador como el jesuita Hernando Pecha, le reservara un hueco en sus páginas cuajadas de orendos capitanes y legendarios nobles inmersos en rimeros de linajudas prosapias. Hasta le describe en su aspecto físico, del que cien años después de haber vivido, se guardaba tradición entre las gentes: «era hombre de, mediana estatura, y muy enjuto de carnes, y tan suelto y lijero…» y aquí viene la descripción de sus hazañas: «que andaba a pie treinta leguas al día, y hubo vez que anduvo treinta y ocho», lo cual nos viene a dar la, respetabilísima cantidad de 180 kilómetros diarios, con el hazañán casi increíble de esos ¡228 kilómetros! que se anduvo una jornada. Reseña Pecha su secreto: «desde que salía de la posada por la mañana hasta que llegaba la noche, ni comía, ni bebía, ni dormía, ni se detenía, sino con un paso tirado de buen portente caminaba todo el día y así corría las treynta leguas y avezas más». Lo, cual viene a demostrar que un día bien aprovechado, da para mucho. De todos modos, opinamos con el padre Pecha, y a pesar de lo que han avanzado los tiempos ‑o quizás precisamente por eso ‑, que «es cossa que espanta».

En esta época de protagonismo, de divos y cantantes y deportistas y políticos, creo que merece la pena que recordemos las andanzas ‑ ¡y qué andanzas!‑ de un paisano nuestro, de un marchamalero sencillo y honesto, que se ganó la vida con unas piernas que hoy posiblemente le habrían dado alguna medalla de oro en las olimpiadas. Pero, en fin: pasó a la historia, y eso, queridos lectores, de la susodicha corte de protagonistas, no todos lo consiguen.

Temas políticos en la «Historia de Guadalaxara»

 

En el panorama de la cultura, alcarreña ‑de la cultura públi­ca, oficial o de grupos ‑ que po­co a poco va desgranando, como con timidez de adolescente o te­mor de irresoluto, algunos temas y consecuciones válidas para el crecimiento y mayor autoidenti­ficación de nuestra región, ha pasado casi absolutamente desaper­cibido un hecho que no dudaría en calificar de importantísimo. Se trata de la edición de un li­bro, de una hermosa e interesan­te colección de noticias y hechos que con el título de «Historia de Guadalaxara», original de fray Hernando Pecha, conservado in­édito el manuscrito desde el si­glo XVII, ha visto ahora la luz gracias al interés que por las cosas de la historia de nuestra tierra tienen los hombres de la Institución Provincial de Cultura «Marqués de Santillana», que es la entidad que se ha encargado de editarlo.

Ha pasado, repito, casi ignora­do este hecho, y ni los comenta­ristas de la cultura, ni jerarquías locales o provinciales, de uno u otro signo, se han manifestado sobre este acontecimiento cultural. La tarea de la Institución «Marqués de Santillana» no por eso pierde el aliento, sino que se recupera en la esperanza de po­der, en sucesivas ocasiones, ir dando a la luz del pueblo alcarreño actual los manuscritos de otras antiguas historias de esta tierra ‑como las de Torres y Núñez de Castro ‑ que vengan a darnos una visión completa y viva de nuestros antepasados, de sus instituciones y problemas.

A lo largo de las 360 páginas de esta «Historia de Guadalaxara» se suceden los más diversos relatos entroncados con la ciu­dad del Henares desde remotos siglos. Y surgen, vivaces, las figuras de capitanes, de obispos, de magnates, de valientes… los hechos notables de guerra, las construcciones de la ciudad, el devenir multiplicado de la fami­lia Mendoza e incluso los hechos políticos que, como destacados en la nación, tuvieron su asiento en la ciudad de Guadalajara. A más de uno le interesará sa­ber que, en la Edad Media, durante largas temporadas, incluso años enteros, los reyes de Castilla tenían instalada su Corte en Guadalajara, junto a su familia, ministros oficiales de iodo tipo, y ejército. De estas estancias con visos de permanencia prolongada son muestras las de Sancho IV el Bravo en 1289, y la de Juan II en 1407. La Corte permanecía asentada en el alcázar del lugar, en lo que hoy son ruinas del cuartel de San Carlos, frente a la Escuela Normal. Era ese edi­ficio un fuerte y bien pertrecha­do castillo, a la entrada de la ciudad viniendo desde el Henares, y asomado casi por igual a ambos barrancos (Alamín y San Antonio) que guardaban la atala­ya arriacense. Custodiado siem­pre por alcaides puestos por el monarca, este alcázar era el au­téntico reducto guerrero de la ciudad de Guadalajara, símbolo            del señorío real de ella, y lugar, como hemos visto, de residencia de reyes, reinas e infantes.

Pero en nuestra ciudad hubo, también en remotos tiempos, otro tipo de actividad política singular, como fueron las Cortes del Reino, reunidas aquí en diversas ocasiones en que, por asuntos muy graves del Estado, los reyes las convocaban. No consta el lugar exacto donde tenían lugar las sesiones de Cortes, pero es muy probable que lo fueran en este mismo alcázar‑castillo, o en alguna iglesia a él cercana, como la mudéjar de Santiago. Así recordamos las Cortes que en 1390 reunió aquí Juan I de Castilla, a, las que asistió como Canciller López de Ayala, en las que el monarca propuso su abdicación, que no fue aceptada. Años más tarde, su hijo Juan segundo, en 1407, volvió a reunir nuevamente Cortes junto al Henares, y describe el hecho con gran lujo de detalles y enumeración pormenorizada de asistentes, el autor ­de la «Historia de Guadalaxara» que estamos comentando. Estuvo, entre otros, don Pedro de Luna, luego Papa rebelde Bonifacio VIII. Y aún en 1436 don Juan II volvió a reunir al supremo organismo de la gobernación de su Reino, y aquí en Guadalajara durante largas jornadas se debatió acerca de los problemas que en cuanto a gasto público, gobernación y corregimiento de ciudades, nombramiento de cargos y otros asuntos estaban pendientes. Poco a poco, y sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XV, los Mendozas fueron imponiéndose, como auténticos señores feudales, en la ciudad y comarca alcarreñas, que, aun siendo de directo gobierno real, estaban maniatadas por las decisiones, generalmente corroboradas por las armas, de estos Mendozas que tan preclaras figuras tan dado a la historia de España.

Son estos algunos temas políticos que, mezclados a otros biográficos, genealógicos o meramente anecdóticos, se encuentran a lo largo y ancho de las páginas de esta «Historia de Guadalaxara» que Hernando Pecha escribió en el siglo XVII, y ahora, después de largos años escondida y olvidada, se ha dado al público en pulcra edición de la Institución de Cultura «Marqués de Santillana», dependiente de la excelentísima Diputación Provincial, y que, con obras como esta, se afirma en su decisión de brindar y realizar una cultura que, aunque oficial, trata de lograr una identificación mayor de los alcarreños con su entornó vital, con su tierra y con su historia.

La plaza y el convento de Santo Domingo

 

Entre los monumentos que posee la ciudad de Guadalajara destaca uno que, por su céntrica situación hoy en día, goza de las atenciones oficiales más que otros que, por auténtica categoría debieran aventajarle.

Se trata de la actual iglesia de San Ginés antigua del convento de los padres dominicos. A lo largo de los siglos, este edificio y la fundación que le dio vida han ido gozando ‑o sufriendo, según se mire ‑ los avatares diversos de la fortuna.

El convento o comunidad religiosa de Santo Domingo de la Cruz, se fundó a comienzos del siglo XVI, en 1502, por Don Pedro Hurtado de Mendoza y su mujer, Doña Juana de Valencia. Era él el séptimo hijo del marqués de Santillana, recibiendo en herencia el señorío de Tamajón, que quedó en adelante en esta rama de los Mendoza. Fue nombrado, además, Adelantado de Cazorla, esto es, ­capitán general de las tropas del Arzobispado de Toledo, lo que suponía un gran honor y responsabilidad. El primer convento lo fundaron estos señores en Benalaque, aldehuela cercana a la capital arriacense, muy próxima a Cabanillas y Alovera, a orillas del Henares. Pero la despoblación del jugar (al parecer, por insalubridad de la zona) hizo que los frailes trabajaran con interés su venida a Guadalajara, lo cual era difícil, pues la poderosa comunidad de franciscanos, monopolizando limosnas, dádivas y atenciones de los alcarreños, se lo impedían de continuo. Al fin, y por sorpresa, en junio de 1556 los frailes blanquinegros se asentaron en Guadalajara, teniendo por ello que hacer el traslado durante una noche, instalándose en lo que por entonces era mesón viejo y medio derruido fuera ya de la ciudad, frente a la puerta de Feria, al inicio del arrabal de Santa, Catalina.

(Para centrar a nuestros lectores, podemos recordar como desde la Edad Media la muralla que circuía la ciudad venía desde la Puerta de Bejanque, en el camino de Zaragoza, subiendo por la actual calle de la Mina, hasta la plaza actualmente denominada de Boixareu Rivera, donde se hallaba otra gran puerta de la ciudad y en la cual, a la parte de dentro, en un descampado, se celebraba el semanal mercado o feria de los martes: era la Puerta de Feria. Fuera de ella, la cuesta que, iniciaba ­el camino hacia Cuenca veía a ambos lados surgir pobres casas, constituyendo el arrabal de Santa Catalina, arriba del cual estaba situado el humilladero o ermita del Mamparo, y aún más allá  «los Cuatro  Caminos,” donde dice la tradición que había una Cruz.)

Los dominicos se situaron, en las casas del arrabal, y en seguida, y al empuje del arzobispo Carranza, sin la más mínima ayuda de la nobleza y el pueblo alcarreño, levantaron convento y la iglesia. Iba ésta destinada a ser un espaciosísimo templo que compitiera en dimensiones, y superara en grandiosidad, al de San Francisco, pero los caudales no dieron para mucho, y así ha llegado hasta nosotros, con una apariencia aparatosa, en grandilocuente y pétrea masa asomada al plazal delantero, con la insignia de la Orden sobre el luneto de la fachada, y algunas esculturas desgastadas en lo alto. El gran arco semicircular, pensado para cobijar ‑al estilo del convento dominico de San Esteban, en Salamanca ‑ una gran portada plateresca quedó vacío y en materia de ladrillo deslucido, con solo el arco central de los tres proyectados, practicable para el uso. Hace un par de años se revistió este hueco con piedra artificial, poniéndole, más artificial aún, una portada inventada.

Cayó la puerta de Feria y el gran recinto vacío ante la iglesia y convento se llamo por el pueblo «plaza de Santo Domingo», cuya denominación ha llegado, fresca y vivaz, hasta nuestros días. La institución monástica sin embargo, no disfrutó de larga vida, pues a principios del siglo XIX fue saqueada por los, franceses y ocupada para cuartel general el recinto conventual, mientras el templo era utilizado como cuadra. A pesar de la vuelta de los frailes, en 1835, se disolvió la comunidad definitivamente. Al. año siguiente, la iglesia se transformaba en «parroquia de San Ginés», pues la que con tal título existía en la actual plaza de la Diputación, fue derribada, junto con el anejo palacio de los Gómez de Ciudad Real, para levantar en el solar nuestro actual Palacio Provincial.

En el interior de este grande y céntrico monumento, fueron almacenándose a lo largo de los años interesantes obras de arte. Por una parte, y colocados en lo alto del presbiterio, uno a cada lado los enterramientos platerescos de los fundadores, Don Pedro Hurtado de Mendoza y Doña Juana de Valencia, trasladados aquí desde su primitivo asentamiento en Benalaque. Magníficos ejemplares del primer Renacimiento español, con sus estatuas orantes, él revestido de lucidísimo traje militar, escudos, decoración geométrica y vegetal, y esculturas de las cuatro virtudes cardinales, practicadas con creces por estos señores También en el crucero se pusieron los enterramientos de Don Iñigo López de Mendoza y su esposa, Doña Elvira de Quiñones, primeros condes de Tendilla, hermano él de Don Pedro Hurtado, y traídos aquí, salvados adecuadamente por su valor de obra gótica, desde el monasterio jerónimo de Santa Ana, en Tendilla, tras la guerra de la Independencia. Hoy solo podemos contemplar los destrozados muñones de estas obras magníficas del genio artístico hispano, arrasadas por el fuego y la violenta mano de quienes, hace ya muchos años (julio de 1936) confundían la democracia con la barbarie.

Son éstas, páginas de nuestra historia, retazos que ven confirmando la historia y el ser (el hombre y la sociedad son porque son historia, como nos decía Ortega) de nuestra ciudad