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febrero, 1977:

Los libros del Marqués de Sanillana

 

El pasado día 8 de febrero, y con asistencia del director general del Patrimonio Artístico y Cultural, don Antonio Lago Carballo, y otras autoridades y figuras de la cultura española, tuvo lugar la inauguración en las salas de la Biblioteca Nacional de Madrid, de la exposición, magna y brillante, dedicada a los libros y a la obra del Marqués de Santillana, nuestro exquisito poeta medieval, figura que honra la historia de Guadalajara y la de España.

El motivo de la exposición no es otro que dar a conocer al público algunas de las obras capitales que don Iñigo López de Mendoza guardaba en la biblioteca de su palacio arriacense. Fundamentalmente, de las piezas magníficas que hizo traducir y copiar para sí, y que fueron realizadas, ricamente miniadas y gótica escritura su sabiduría retratada, en esta ciudad de Guadalajara muchos de ellos. Otros fueron traídos de Italia.

La figura de don Iñigo López de Mendoza nos resulta cada día más simpática y atrayente. A pesar de la lejanía del tiempo que ocupó su leve figura física, ‑era pequeño y enjuto, fino de facciones y exquisito en todo cuanto hacía ‑, parece haber estado vivo hasta tiempo reciente; se conoce paso a paso su vida toda. Y cada vez, incluso, se van agigantando algunas particularidades de su presencia y significado. Tras la lectura de unos y otros de sus biógrafos, quedan desvaídas fechas y batallas, títulos y levantamientos, y permanece el poso de su vida: guerrero, político, intelectual… un hombre público que gustó de serlo, aunque siempre con una mesura suprema, con el aquilatado estilo de la justa medida en cada cosa realizada. Fue guerrero sin crueldades, político sin traiciones, intelectual sin snobismos ni martirologio incluido. Pero fue figura señera del siglo XV en todas esas tres facetas. La última, especialmente, nos lo muestra hoy como una mente lúcida y valiente que rompe con ‑la rémora escolástica, con la tenaza del rígido pensamiento medieval y se lanza al descubrimiento y aprecio de los clásicos. No inventa nada, se aplica incluso a lo que otros llevan años haciendo y buscando en Italia, pero trae aquí, a Castilla, el Renacimiento más puro, el primero. Y es aquí, en Guadalajara, donde don Iñigo López de Mendoza establece las primeras piedras del Humanismo y del Renacimiento español. No digo yo esto, que puede parecer excesivo amor patriotero. Basta consultar el reciente libro del italiano Ottavio di Camillo «L’Umanesimo castigliano nel século XV», donde todo gira alrededor del marqués de Santillana y el grupo de hombres que para él trabajaron copiando, traduciendo, buscando e interpretando el saber clásico y la poesía de los antiguos.

En el palacio que el marqués poseía en Guadalajara ‑y que no era el actual del Infantado, que construyó su nieto treinta años después de su muerte ‑ vemos al erudito clérigo Pero Díaz de Toledo, capellán del, prócer, y gran latinista, que tradujo multitud de libros para su señor, y escribió el «Diálogo e razonamiento en la muerte del Marqués de Santillana», donde de las razones que en esta junta de sabios se tenía para buscar por cualquier medio la obra de los clásicos, reuniendo a los antiguos y los modernos y «los junta e los faze presentes, e fablar uno con otro dulce mente…» Nuño de Guzmán es otro personaje capital en esta corte alcarreña de don Iñigo.

Viaja por Italia, se pone en contacto con los humanistas florentinos, y trae a Guadalajara multitud de libros italianos por encargo del marqués. Y aún otros nombres ilustres que tanto colaboran a la forma del quehacer intelectual de don Iñigo López de Mendoza: Alonso de Cartagena, los italianos Leonardo Bruni y Pier Cándido Decembri; su secretario más fiel, Diego de Burgos, quien en su prefacio al «Triunfo del Marqués de Santillana» alaba en grado máximo las virtudes y consecuciones de su señor, no exagera al decir que fue él quien primero se ocupó en España de los estudios clásicos, abandonando de manera radical el escolasticismo medieval. Y añade que Santillana supo reconciliar «la sciencia con la caballería», habiendo «arrancado de la patria la errada opinión» de ser imposible unir la vida activa con la especulativa. Don Iñigo lo consiguió, fundando así un estilo netamente mendocino de humanismo a lo alcarreño en el que cabía la dedicación militar y guerrera junto a la apasionada búsqueda de la verdad y la belleza. Recordad, incluso, a ese Doncel recostado en Sigüenza, poniendo en su mirada perdida tales horizontes de mendocina raigambre.

Los muchos libros que el Marqués de Santillana atesoró, se vieron aumentados con otros a lo largo de los siglos por sus descendientes. El cuarto duque fue también un gran intelectual, escritor y acrecentador de la Biblioteca del Infantado. En el siglo pasado, y dada la penuria económica de la familia, fue vendida esta biblioteca, que podríamos calificar como de las más importantes y valiosas del mundo, al Estado Español en 800.000 pesetas, quedando incluida en la Biblioteca Nacional. En ella iban mezclados libros de diversas procedencias. Las investigaciones de María Schiff a principios de siglo, y de Mario Penna más recientemente, han tratado de espigar cuáles de tantos miles de libros fueron los usados, coleccionados y queridos del marqués. Recientes investigaciones dirigidas por Manuel Carrión, en la Biblioteca Nacional de Madrid, han llevado a poder reunir, con grandes visos de certeza, los libros que nuestro marqués fue reuniendo en su casona arriacense, magníficamente manuscritos, iluminados vistosamente con sus armas, y encuadernados por artífices mudéjares que en esta Guadalajara del siglo XV alentaban todo cuanto a arte y elegantes maneras se refería En las vitrinas de esta magna exposición aparecen obras de los siglos XIV Y XV, estas últimas escritas ex­-profeso para la biblioteca del de Santillana: las traducciones de don Enrique de Villena de «La Iliada»  y «la Eneida», y otras del Dante, de Bocaccio, de Séneca muchas, y también de Virgilio, Ovidio e incluso de los Padres de la Iglesia, forman con la famosa «Chrónica de las fazañas de los philósopheis» el espectro amplísimo de la cultura de don Iñigo. Se completa la muestra con selecto repertorio de manuscritos, incunables y obras impresas del siglo XVI de lo que el marqués escribiera con su elegante modo: allí están ediciones del XV del «Doctrinal de privados», del «Diálogo de Bías contra fortuna», de los «Proverbios» y «los refranes que dizen las viejas». Y, en último término, una muestra amplísima, aunque no exhaustiva, de la bibliografía moderna sobre nuestro personaje, entre la que aparecen, cosa lógica, libros como la «Historia de Guadalajara y sus Mendozas en los siglos XV y XVI» del Dr. Layna Serrano; el gran estudio sobre la familia Mendoza de Sor Cristina de, Arteaga y Falguera; el libro que en homenaje al Marqués se hizo en Guadalajara, en 1958, en el quinto centenario de su muerte, y, sí unos meses más hubiera tardado en ponerse esta exposición, entre ellos hubiera figurado la «Historia de Guadalaxara» de fray Hernando Pecha que a punto está de aparecer editada por la Institución Provincial de Cultura «Marqués de Santillana», y en el cual se trata ampliamente de la figura de este alcarreño ilustre que ahora ha sido recordado tan cumplida y eficazmente.

Salvar los Archivos

 

En diversas ocasiones, hemos tratado el tema de los archivos, importantes unos, minúsculos otros, que en nuestra provincia existen y atesoran la varia riqueza de nuestro pasado escrito. Relación amplia es ya hoy la de los lugares que en buenas condiciones guardan el material documental de nuestra historia: civiles unos y eclesiásticos otros, desde la sede del Archivo Histórico Provincial, en el Palacio del Infantado de Guadalajara, hasta el del Cabildo de la Catedral de Sigüenza, una rica variedad de colecciones diplomáticas en ayuntamientos, conventos e instituciones reservan todavía muchos velados secretos de nuestro pasado.

En otras ocasiones, hemos acusado, y no sin razón, el mal estado, la dificultad dé acceso, a otros archivos, ya más pequeños, aislados, pero siempre importantes, de parroquias y ayuntamientos, que mantenían sus acopiados papeles poco menos que por el suelo o desparramados sin orden en los desvencijados estantes de armarios polvorientos.

Este refresco viene a colación de una noticia que hoy podemos aportar con alegría y esperanza. En reunión pasada, y según publica el Boletín del Obispado de Sigüenza ‑ Guadalajara, correspondiente a este mes de febrero, el Consejo del Presbiterio ha aprobado las normas necesarias para llevar a cabo la operación que, bien desarrollada, puede llevar a la salvación definitiva de esta riqueza documental, de procedencia eclesiástica, que aún queda por nuestra tierra alcarreña.

Dispone la resolución dicha que, a partir de esta próxima primavera, serán trasladados al archivo central del Obispado, regido por un canónigo archivero en Sigüenza, todos los fondos documentales y bibliográficos que existan en las iglesias e instituciones religiosas, con más de cien años de antigüedad. Con el objeto de salvarlos de una probable pérdida o deterioro, y además de reunirlos en series de procedencia, clasificarlos y disponerlos para el correcto uso por investigadores y eruditos.

Esta medida acertadísima de nuestras autoridades eclesiásticas no puede por menos de alegrarnos sinceramente. Supone que tantos y tantos legajos, antiguos libros, rimeros de noticias sencillas y sin estudiar hasta ahora, que en ocasiones hemos visto abandonadas u olvidadas en los coros o las sacristías de los pueblos de Guadalajara, van a encontrar el aposento digno de su venerable antigüedad. Será el reposo para una vetustez que aún no ha dicho su palabra definitiva. Será la posibilidad de sacar a luz muchas noticias curiosas relativas a nuestros pueblos. Quizás puedan saberse nombres de autores de obras de arte hasta ahora anónimas. 0 abrir más el horizonte al conocimiento de cofradías, conventos, personajes, dinámica social, en suma, de los pequeños o grandes enclaves de esta tierra que fue eje y encrucijada de la historia hispana en los pasados siglos.

Incluso en la disposición se menciona el arreglo y acondicionamiento que ha recibido el Archivo Capitular de Sigüenza, antes en precario estado para la investigación, y donde algunos hemos tenido que aprovechar las horas de sol del verano para poder hacer investigaciones, porque ni luz ni calor había en él. El interés manifiesto que nuestro señor obispo ha manifestado siempre por los temas meramente históricos ‑ artísticos y culturales de su diócesis, ha cuajado con la comprensión y decidida ayuda del resto de las autoridades eclesiásticas, en esta realidad gozosa que ha de dar, estamos seguros, frutos magníficos en lo que debe ser permanente conocimiento de nuestro pasado; de la vida latente que los siglos ya transcurridos han tenido en esta tierra de pardas y verdes ondulaciones. No sólo los historiadores, sino toda la provincia de Guadalajara pueden sentirse feliz por esta noticia. Reciban nuestra más sincera enhorabuena sus responsables.

Folklore y paisaje

 

La edición de libros en Guadalajara, afortunadamente es un hecho habitual, frecuente, en los últimos años. No viene a significar exactamente que la provincia esté viva. Más bien son sus autores que la hacen revivir. Los estudios, las narraciones, las descripciones y los recuerdos sirven de llamada al ser de Guadalajara, que parece estar dormido y aletargado. Por ello es doble el valor de los libros que tratan sobre nuestra tierra: porque dan a conocer aspectos suyos escondidos, y al mismo tiempo los revitalizan y ponen en el camino de un nuevo significado.

Han sido dos los libros alcarreñistas que en estos días han llegado al despacho de este cronista. Dos valiosas aportaciones al conocimiento y revalorización de la tierra alcarreña. Vamos a repasarlos y buscarles su valor.

Es el primero un libro sincero y honesto, una prueba de trabajo serio y apasionado. Un testimonio de vida agonizante. Se trata de la «Miscelánea del folklore provincial de Guadalajara» que, en forma de diversos artículos, estudios y notas ha preparado el estudioso José Ramón López de los Mozos, quien después de artículos sueltos en periódicos y revistas, aparece con este primer libro, premio de una tarea que sabemos ha de ser abundante y fructífera. Tiene 118 páginas, varias ilustraciones, y una impresión digna y cuidada. Repasa el autor una decena de temas del folklore de Guadalajara. Algunas ya tratadas en anteriores publicaciones, otras inéditas y reveladoras de aspectos que bullen en la entraña sencilla y ancestral del pueblo. Así, los juegos infantiles de dedos, manos y brazos como una tesela brillante del gran mosaico de la vida; o el «Reglamento de una Compañía Estudiantil de Guadalajara», los relatos de duendes y trasgos en Mondéjar y Berninches, o la elucubración de altura, bibliográficamente cimentada, sobre temas mitológicos en el folklore: la mujer de dos cabezas y las sirenas. Finaliza con una abundante relación bibliográfica del tema folklórico relativo a Guadalajara. La obra va dedicada a don Sinforiano García Sanz, quien inició los estudios de costumbrismo alcarreño, y ha sido maestro para tantos como han querido adentrarse en estos caminos del quehacer sencillo y hondamente popular. Se prologa con unas palabras de González Lamata, y ha corrido con los gastos, mérito notable en estos tiempos, la Jefatura Provincial del Movimiento en Guadalajara.

Con el subtítulo explicativo de «Caminos y paisajes de la provincia de Guadalajara», Jesús García Perdices salta a la actualidad, de los libros alcarreños con otra prueba más de su constante empuje y entrega a la divulgación de la naturaleza: «Cita en el Ocejón» acaba de aparecer, y ya es un elemento insustituible y necesario para quien se decida a conocer en profundidad esta tierra nuestra. En largo y ancho manojo van surgiendo, con la prosa sencilla y accesible de Perdices, los rincones, las veredas, los paisajes, pueblos y remotos parajes provinciales que, en un trabajo de años, de marcha lenta y trabajosa, de repaso tranquilo y meditado, que el autor y sus compañeros de jornada han recorrido. En sus páginas se hace realidad el dicho repetido de que Guadalajara no sólo es «carretera general», sino que abunda en la cita, en la descripción y el ánimo para saborear, tras ardua búsqueda de andares, esos «Hundidos de Armallones», esas «Chorreras de Despeñalagua» y ese «Barranco de Montesinos» que ahí están, esperando la visita de todos. En una de esas páginas, dice el autor, hablando de sus correrías de caza y pesca, que muchas veces ha vuelto a casa con las manos vacías, pero nunca desilusionado: «La contemplación del paisaje, la vida al aire libre, y la compañía de los buenos amigos son tres tesoros de valor incalculable». En ellos se funda el valor de este libro. Porque en sus páginas brillan los paisajes anchísimos de Guadalajara; por ellas se cuela cortante el aire nítido de la tierra áspera, y, en fin, entre líneas se adivina cuantas conversaciones, cuantas comunitarias comidas, cuantas bromas cariñosas nos hemos gastado juntos. «Cita en el Ocejón» es cumbre nevada y siesta silenciosa entre los límites de nuestra tierra.

Es lástima que este libro magnífico haya hecho aguas en cuanto a su presentación y compostura. Las magníficas fotos de Santiago Bernal han perdido algo de su calidad soberbia al imprimirlas, y su mensaje se deslabaza al ir distribuidas sin relación alguna con el texto. La imprenta que se encargó de este trabajo debe todavía aprender muchas cosas. Pero el lector de «Cita en el Ocejón», quedará satisfecho, y, lo que es más importante, deseoso de echarse al campo a pisar tomillares, llevando las páginas’ de este sabroso libro de Jesús García Perdices el aliento de su perenne ilusión: la promoción decidida y ordenada de la provincia de Guadalajara.

Buen comienzo ha tenido este año en cuanto a, novedades, bibliográficas en nuestra provincia. Esperamos que esta tónica se mantenga, y se hagan realidad esos otros proyectos que por parte de la Institución Provincial de Cultura «Marqués de Santillana» se abrigan.