Los Escritos de Herrera Casado Rotating Header Image

noviembre, 1976:

Viaje a la pizarra: La Nava

 

Uno más de esos varios centenares de pueblos que tiene la provincia de Guadalajara, en los que se vive densa y tristemente el tópico de la despoblación y el abandono, es la Nava de Jadraque. Del que muchos tendrán la vaga idea de unos tejados brillantes en la lejanía de su pequeña hondonada, y otros pocos quizás recuerden la polvareda que levantó el hallazgo de oro entre los terrones y pizarras de su término.

Al pie de las últimas estribaciones meridionales de los serrijones que bajan desde Valdepinillos, La Huerce y Aldeanueva de Atienza, y muy junto de Arroyo de Fraguas, La Nava se arropa de cerros grises, oscuros, de ceño grueso y amenazador. Y ella misma sonríe siempre con una claridad nacida de su estrechez y su postura tendida en el llano verdeante donde un estrecho brazo de tierras de regadío se afana en no perecer,

Inaugura La Nava, en su avanzada, la nómina de pueblos pizarrosos de nuestra serranía. Aunque Alcorlo y Semillas tienen ya sus tejados cubiertos en parte con pizarra, es aquí en La Nava donde se generaliza su uso. Modernamente ha sido suplantada esta materia por la teja de barro, quitando en parte su antigua apariencia al pueblo.

Pocos vecinos vemos en las calles. El día es de sol, y todos los habitantes aprovechan para secar las judías a las puertas de las casas. Así con todo, no más de la media docena de hogares funcionan. El piso irregular de las calles hace difícil el transitar por ellas. En la decisión, quizás crucial para el futuro de muchos de nuestros pueblos, de poner luz y agua corriente en las casas, La Nava ha desistido y se ha quedado al margen. Su futuro es pues, poco claro. No por el hecho de que sin agua en los grifos o sin luz en las bombillas sea imposible la vida. Sino por lo que ello significa de desesperanza por parte de la mayoría de sus gentes.

El viajero se pateó en poco más de diez minutos el pueblecillo. Típicas construcciones serranas en puro estado de conservación. Otras a medias reformadas. Y una horrible construcción en medio del pueblo, que tapa una calle y afea con ganas el conjunto. El viajero se dirige después a la iglesia, donde espera encontrar alguna vieja huella del pasado.

Una mujer, por el camino, va desgranando tradiciones y añoranzas, De eso vive aún su corazón fatigado. Recuerda la fiesta del patrón, San Ramón Nonato, que celebran entre el último día de agosto y el primero de septiembre. Lo más feliz de la jornada, dice, es la procesión. Sobre las andas breves, el santito va atado con cuerdas para que no se caiga: en una mano la Custodia, recordando el momento de su muerte, en el que dice la tradición que recibió la comunión de manos de un ángel; y en la otra una palma con tres coronas como anillos: son los de la castidad, la elocuencia y el martirio, con los que se ganó un puesto en los altares. Tienen la costumbre, puesto que el patrón nació en dificultosas circunstancias, de dedicarle y ofrecerle cada año los nuevos niños del pueblo. Subidos en las andas, como palomas acompañan a San Ramón por las calles de La Nava. El que ofrecieron este año hubo que atarle para que no se tirara.

Y luego pasamos a la iglesia, donde nos sorprende una magnífica pila bautismal románica, con profusión de arcos ­tréboles, puntas de, diamante y otras lindezas esculpidas tan propias del estilo. Un venerable pedrusco de mucho mérito. También recibe nuestra admiración la cruz parroquial, de plata, ejemplar dignísimo del siglo XVII, bien conservado. Los brazos y palo de la cruz semejan troncos de árbol a los que, se han cortado sus ramas. En el centro, clavado, Cristo. Es la clásica representación iconográfica de la cruz redentora como árbol que recuerda aquél del Paraíso, del que nació el primer pecado y en el que, finalmente, vino la Redención. No lleva marcas ni punzones esta joya, por lo que es imposible decir su autor o lugar de fabricación.

Aún queda más. El viajero y sus amigos han subido al campanario. Es morada del viento y las palomas. Quedan todavía, a medio vivir, las campanas que cada día llamaron a la oración y tantas veces fueron el lazo de unión de los vecinos. Son muy antiguas, salvadas de guerras y destrucciones. La gorda está dedicada a Santa Bárbara, y reza así en su fleco inferior: «Siendo Cura propio don Gorgonio López natural de Molina de Aragón ‑ Año de 1841». Así se explica que allí, en la sacristía destartalada, encontráramos un antiguo y bello grabado representando a San Vicente Mártir, venerado en la parroquia de San Pedro de Molina, de la que poco queda, y menos aún de esta romántica imagen del joven imberbe tendido dentro de una urna encristalada.

La otra campana, más pequeña y ya rota, se dedicó a San Agustín y a San Ramón Nonato. Y leemos abajo: «Se fundió en Sigüenza por los Colinas siendo ecónomo don Eleuterio Martín Vaqueriza, alcalde don Francisco Cebrián, y sacristán don Miguel Esteban. Año 1900. Es obra típica, incluso por su ornamento al frente con una cruz de ancha base en la que se inscriben corazones, del taller de fundición que tuvieron en Sigüenza en el primer cuarto de este siglo los hermanos Fernández Colina, que llenaron de campanas las torres de muchas iglesias de nuestra provincia.

Y así dejamos La Nava de Jadraque, en el recuerdo de su sencillez y de tanta fábula, basada, por supuesto, en la realidad, del oro que hubiera podido convertir a esto en una nueva California. El oro lo llevan sus habitantes puesto en el pecho, que a tanto suben los quilates de la nobleza.

Guadalajara: Sierras, páramos y campiñas

 

Acaba de aparecer una obra que sólo de monumental puede catalogarse, en el contexto de la bibliografía referente a la provincia de Guadalajara. Editada por el Instituto de Geografía Aplicada, del Patronato «Alonso de Herrera”- del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y con apoyo económico de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Zaragoza, Aragón y Rioja, lleva por título «Guadalajara: Sierras, Páramos y Campiñas (Estudio geográfico)». Su autor es D. Julián Alonso Fernández, geógrafo y profesor de la Facultad de Letras, en la Universidad madrileña. Con un total de 1.324 páginas, se divide la obra en tres gruesos tomos en folio mayor, repletos de fotografías, croquis, tablas, etc. y se completa con una carpeta de mapas, que en total de 25 abarcan una amplia serie de elementos de estudio. El interés de esta magna obra para el conocimiento en profundidad de la realidad geográfica y socio‑económica de la provincia de Guadalajara, es incuestionable, y creemos debe ser recibida con un auténtico aplauso, no sólo al esfuerzo que el autor ha puesto en su realización, sino en lo que de positivo, y aleccionador tiene para el planteamiento del futuro devenir de nuestra tierra.

Denomina el autor a su obra, un estudio de «geografía voluntaria”. Acostumbrados en nuestros días a que cualquier paso dado por un técnico, profesional o trabajador cualquiera, sea con un objeto económico inmediato en forma de planificación, estudio, proyecto u obra, D. Julián Alonso Fernández se ha lanzado a la aventura titánica de este libro sin que nadie se lo haya pedido, ni menos le haya ofrecido remuneración alguna. Voluntariedad que no puede por menos de ser agradecida públicamente.

Quiere el autor que su trabajo sea una aplicación de la Geografía. Describe, descubre, y sugiere relaciones. Da información de la realidad, pero no pretende encontrar soluciones a sus problemas. Es su estudio, sin embargo, una base magnífica en qué apoyarse para la racional programación del desarrollo socioeconómico de la provincia de Guadalajara. Con sólo un análisis aunque selectivo y combinado, de los factores favorables o adversos que la naturaleza y los hombres presentan al desarrollo de una región, ha pretendido el autor poner ante nuestros ojos y consideración la situación de Guadalajara en esta hora. La planificación real en el futuro ha de asentarse en estos datos, y los sucesivos que, por este tenor, se vayan tomando.

El análisis lo realiza basándose en el sistema de comarcas, que, tras muchos análisis y cavilaciones, ha destacado en cuatro, Sigüenza, Molina, Guadalajara y Brihuega‑Cifuentes. Esta comarcalización del estudio lo considera como «obligado punto de arranque, y en cada una de ellas ha profundizado en tres puntos fundamentales que le llevan fácilmente a conocer la estructura real de la zona:

1 Búsqueda de los elementos funda­mentales que personifican la región.

2 Examen del papel que juegan el ele­mento físico y los grupos humanos.

3 Dinámica de las múltiples relaciones entre los elementos anteriores.

Se incluyen así tres métodos a utilizar en todo estudio o planificación de regiones: homogeneidad, polarización y coherencia.

Se inicia el trabajo con el estudio de temas comunes a toda la provincia: Primero el medio físico, tratando detenidamente todo lo relativo al territorio, el relieve, los caracteres climáticos, los suelos, la hidrografía y la vegetación. Segundo, la Demogeografía, o geografía humana, con el pormenor de la distribución y evolución de la población, los movimientos demográficos, sean naturales o emigratorios, el análisis cuantitativo en cuanto a densidad, aumento y regresiones poblacionales, el análisis cualitativo referente a edad, sexo, población activa y pasiva y, en fin, la cultura y vivienda. Son: como se ve, temas estrictamente incluidos en la disciplina geográfica clásica. De ellos saca unas conclusiones, e inicia el estudio de las comarcas, abarcando a todas ellas desde dos puntos de vista: la caracterización general de la misma, y el estudio profundo del sector más representativo de ella.

Para las cuatro comarcas en que divide la provincia, sigue el mismo proceso de estudio: los límites; el medio físico; los suelos, la hidrografía, el clima y la población. Sigue con el estudio de la actividad agraria, tanto en su estructura de trabajo, como en lo relativo a la ganadería y los recursos forestales, incidiendo finalmente en el nivel socio‑económico familiar. Prosigue con las actividades industrial y minera, comercial, y acaba con el capítulo de comunicaciones y servicios, éstos referidos concretamente a la enseñanza, la sanidad y el turismo.

En último lugar presenta un inte­resante resumen y las conclusiones del trabajo. Estas no pueden ser más pesimistas. Cuando al principio del trabajo explicaba Alonso Fernández los motivos de haber escogido precisamente la provincia de Guadalajara, basaba su interés por ser esta «una de las zonas más deprimidas económicamente y socialmente de España”. Desgraciadamente, el estudio confirma que esa frase no es sólo un tópico, sino una realidad auténtica. En tres puntos se basa este aserto: en una inicial pobreza do recursos, en su correspondiente y deficiente infraestructura, y en el fenómeno imparable («la enorme herida» lo califica el autor) de la emigración. Y para evitar ese camino, panacea tentadora y expeditiva de todo problema económico regional, de la industrialización sin base, propugna el autor, y presenta corno imprescindible, este previo estudio geográfico regional, que, en definitiva, abrirá los ojos a muchos de los auténticos y reales problemas de Guadalajara. Cuando el lector se entere de que en todo el señorío de Molina hay solamente 49 niños de 2 años de edad, y 51 de tres años; cuando lea que el beneficio anual de un labrador autónomo de Sigüenza para él y su familia, son 80.500 pesetas; cuando se percate de que «la actual regresión demográfica lleva rápidamente hacia la despoblación progresiva del territorio” y otros muchos datos objetivos se dará cuenta de la gravedad del problema.

Bien es verdad que los datos con que realiza Alonso Fernández su estudio llegan hasta el año 1970. Pero la evolución de estos últimos seis años no ha sido tampoco excesivamente favorable. Ha utilizado materiales y fuentes de solvencia: publicaciones que tratan de los aspectos físicos, económicos, sociológicos y geográficos de Guadalajara; mapas, estadísticas de ministerios e instituciones oficiales, y encuestas minuciosas, escritas y orales, con datos a escala municipal, que le han llevado a la elaboración de lo que él llama un “catálogo de recursos” en el que se ha apoyado para sus conclusiones, que surgen fáciles.

La obra que comentamos, quizás de árida lectura para el público en general, ha de ser reveladora y valiosísima para cuantos desean, verdaderamente, conocer nuestra provincia, en su realidad y su crudeza, y así valorarla y cavilar en soluciones y actitudes, en planteamientos futuros. Para nuestras autoridades y responsables de los múltiples aspectos socioeconómicos guadalajareños, esta obra ha de ser aún más: un auténtico «libro de cabecera”, para tenerlo a mano en todo momento, y en el ánimo sus datos y cifras, los problemas acuciantes que piden solución y los caminos que pueden seguirse en una actitud positiva y realista. La provincia de Guadalajara ha de estar verdaderamente agradecida a D. Julián Alonso Fernández por su trabajo hondo, entusiasta, completo y utilísimo, que sobre nuestra tierra ha realizado.