Sigüenza: el ventanal de Santiago

sábado, 1 mayo 1976 0 Por Herrera Casado

 

Tiene Sigüenza, la ciudad del alto Henares, sorpresas continuas para quien busca el arte y la evocación entre sus calles. Por más que alguien diga conocerse bien sus monumentos y sus detalles, siempre surge, en tintineo repentino y agradable, la nota que no se conocía, o el ángulo de visión inédito, descubridor de una nueva sensación estética. Hay que recorrer Sigüenza con las manos y, los ojos abiertos y con fuerza para exprimir hasta el fondo cualquier aparecida novedad.

De todos es conocida la iglesia de Santiago. En cualquier guía se menciona. Hasta en ciertos libros aparece su fotografía. Es realmente una hermosa iglesia, al menos en lo que el caminante puede ver de ella: en su portada, abierta a la calle mayor que desde la plaza sube hasta el castillo. El estilo románico más puro luce en capiteles y archivoltas, de exacto medio punto. En ellos se contorsiona vibrante la teoría alambicada de los trazos geométricos heredados de un prolongado contacto estilístico con gentes orientales. En el centro del arco, un redondo medallón con la efigie de Santiago, puesto en el siglo XVI. Y de la misma época un escudo episcopal en el remate del muro.

Admiración, alguna fotografía buscando bien el ángulo. Comentario al parecido de su puerta     con la de la parroquia de San Vicente y las tres grandes entradas occidentales de la catedral. El entendido recordará a don Cerebruno aquel obispo seguntino que hacia 160 mandó labrar estas portadas. E, incluso, más de uno inquirirá por su interior: las naves, los pilares, quizás algún capitel curioso, algún retablo… Poca cosa queda, casi nada. La guerra hizo presa también en este edificio, al que le cayeron bombas, tiroteos y desprecios sin acertar la razón. Hoy es un espacio abierto, sin techumbre, volantes los arcos de noble y recio sillar que aletean en perenne vuelo. Y nada más. No el olvido, porque los seguntinos recuerdan siempre esta iglesia. Se habló, incluso, de restaurarla por darle un fin cultural: una sede de conciertos, un lugar de encuentros artísticos, cien cosas si hay ganas. Bellas Artes realizó el año pasado un proyecto de restauración. Despacio, porque todo lleva un orden de preferencias, pero se consegui­rá este anhelo.

Guarda, sin embargo, un detalle que pasó ignorado de muchos. Se trata del ábside, dando frente, alta y rojiza, al barranco que por oriente cerca a la ciudad. Ábside que, dentro del estilo románico español, marca una rareza estilística, condicionado sobre todo por el asentamiento del templo. Es cuadrado, de limpio sillar construido, sin otro detalle añadido que una espadaña maciza al norte, luego transformada en torrecilla, ya desmochada, y, en fin, con esa ventana en su centro que le valora extraordinariamente, pues no es hipérbole si la calificamos entre las más bellas ventanas románicas de nuestra provincia. Difícil es apreciar en directo, por su gran altura y lejanía de cualquier puesto de observación; es la primera vez que se publica su imagen tal como si a cuatro o cinco metros, y en dirección horizontal la mirásemos. Semicircular cornisa la circunda, encerrando un par arquivoltas que reposan sobre cuatro estilizados y hermosos capitales de decoración vegetal y geométrica. El vano se conforma con un par de jambas de arista viva rematadas en su correspondiente arco.

Es éste, quizás, el punto de sorpresa que para el viajero enamorado de Sigüenza puede servir de base para una próxima visita. Una simple ventana, enmarcada en el rojizo sillar de un muro, hablando serenamente de otras épocas, de otros gustos, de otras, quizás parecidas a las nuestras, sensibilidades.