Garciasol, poeta nuestro

sábado, 20 marzo 1976 0 Por Herrera Casado

 

Tengo entre las manos un libro único, sin par; un libró de poemas que escribió, hace ya algunos años, un hombre nacido en nuestra tierra. Un hombre que ha puesto, en el lento y magnífico caminar de la literatura castellana, a lo largo de los siglos su voz pura y honda, su rasgo singularísimo, que le acrece en la nómina de los poetas guadalajareños como uno de sus más altos y significativos nombres. Oscurecido, durante muchos años, en este solar de  su nacimiento: haciendo de profeta en una tierra que no es la suya. Publicando libros y levantando un nombre que pertenece ya a la más exigente línea de purezas y calidades.

Miguel Alonso Calvo nació en Guadalajara, el 29 de septiembre de 1913. Su nombre conocido en este imperio de las letras, en esté camino de los sentimientos y las humanidades, es otro: Ramón de Garciasol. Aquí estudió el Bachillerato, y en la Universidad de Madrid se licenció en Derecho. Después, fue su producción literaria. Sí muy importante su vertiente poética, de la que aquí tratamos, no lo es menos la de prosista, en la que ha dejado obras de gran valía en el campo de la crítica literaria y del ensayo. Recordamos aún la lectura, hace ya años, de su magnífico estudio sobre Cervantes, uno de los más serios y profundos sobre el terna: «Claves de España: Cervantes y el Quijote».

Más de diez libros de poesía, ha publicado Garciasol. Este de entre las manos ahora sacado le denomina «Apelación al, tiempo». Son varias las facetas que en él, igual que en su obra toda, afloran con, fuerza ante la sensibilidad del lector. La seriedad de su vida se trasluce en sus palabras, en su obra. La patética concreción de temas y formas acrisola a este poeta y, le muestra en la nómina de los hondísimos decidores del idioma. De aquellos que luchan, a brazo partido, de modo quizás tan vehemente como lúcido, con el idioma, para sacarle su secreto, para modelar con su barro de palabras la única, verdad que merece ser tratada: la vida del hom­bre y su destino.

En «Apelación al tiempo», son varios los temas tratados. Vemos como más importantes la preocupación por la muerte, por la justificación del existir. Aún dentro de un ateísmo desprovisto de luces y paternalismo, Garciasol cree que la vida humana, por el sufrimiento que arrastra, y aun por su valor en sí misma, no acaba nunca.  Ese permanecer en las obras, en los recuerdos; el valor indudable de haber vivido.

Otros temas angustiosos, acongojantes, se tratan en las páginas de este libro. La irrenunciabilidad de la realidad, el temor del amor, los recuerdos, la muerte que revena. Y aún otros temas de profunda vena situados en otros tantos paisajes y entornos españoles, tierra donde cualquier serio sentimiento tiene su natural marco.

Decasílabos predominan técnicamente. Riqueza soberbia en el léxico, creación de palabras nuevas, utilización de otras extrañas, bellísimas, justamente colocadas siempre. «Atroz desgarradura», «alharaquienta verborrea», «turbión de llanto huracanado». Señor del idioma, Garciasol le crece y perfecciona con su trato maestro. La lengua castellana la hacen los poetas como este alcarreño.

Los recuerdos de la infancia emergen a menudo. Y así salta entre las líneas el nombre, la figura de Guadalajara, de su tierra toda. «Yo nací en el otoño, con los frutos, las lluvias de septiembre, en la Castilla paniega del Henares, entre grises mediantines, en flor de artesanía». Y en esta Alcarria querida ve el contrapunto de muchas anímicas y humanas tormentas. Ese poema que dedica al «hombre de Hueva», vencido viejo en el que vislumbra a su abuelo aldeano, y en ellos canta al humano campesino, que dio toda la vida por un poco de leña ardiendo ante las rodillas flacas. Va recordando días de Guadalajara en él, «el aire, el cielo azul con alcotanes, y nubes esponjosas, recién hechas sobre los montecillos de espliego, con blancura de yeso sonrosado, con jaras secas, rubios colmenares…» y al fin le cae el llanto, sin remedio: «Todo me lo tapaba ese haz de leña gris, que hizo gris este paisaje, tan entrañable tierra de mi tierra, con zureo de tiempo colmenero, con un decir de muertos y de pámpanos»

Ramón de Garciasol lleva su tierra de Guadalajara en la mano que escribe, en el ojo que, sobre su cara no ve (es ciego) pero el alma se extasía de recuerdos. Lleva la gente nuestra, los nombres de los pueblos, la vena cálida y humana de la Alcarria siempre soterrada y siempre fluyendo en su poesía. Un gran poeta provincia] al que hasta ahora, quizás por desconocimiento, no se le ha hecho demasiado caso. Hora es de enviarle nuestro saludo, de saber de él en su dimensión más plena, de escucharle, quizás, en alguno de esos recítales que de vez en cuando por aquí se organizan para que mane la poesía verdadera.