Pelegrina y su retablo

sábado, 6 marzo 1976 0 Por Herrera Casado

 

Entre todos los visitantes, esporádicos o fieles, que Sigüenza cada año cuenta en sus páginas, el nombre de Pelegrina suena y rebrina como pidiendo, sonriente, un breve tránsito hacia su rincón preciso. No sólo el nombre, sino la imagen y el murmullo de Pelegrina, quisiera este cronista que se quedaran prendidos de cuantos llegan a esta tierra alta, adusta y rebosante de sugerencias. En el curso, hondo y salvaje, del río Dulce, se destaca en su orilla este alzado pueblecillo. Recostado en un cerrete rocoso, a un lado el foso oscuro del río, al otro el valle feraz y escueto del que vive. En el remate de todo ello, el castillo, la fortaleza que fue durante varios siglos propiedad ‘de los obispos seguntinos, que tenían al pueblo como finca de recreo y lugar de retiro veraniego.

No para ahí, en ese paisaje increíble, en ese aspecto pintoresco del caserío, nuestra atención ahora. Se va derecha a la iglesia parroquial, al minúsculo templo que ha visto también el sosegado discurrir  de los siglos, y ha pintado sus muros del dorado tono de los otoños magníficos de esta tierra. Una espadaña triangular y un ábside minúsculo denotan su antiquísimo origen románico. Su puerta incluso, es del siglo XII cuando la reconquista a los moros de toda la zona. En el tímpano se Puso el gran escudo episcopal de don Fadrique de Portugal, quien mandó realizar importantes reformas en el edificio: por de pronto, eliminó el antiguo pórtico o atrio, y mandó poner el actual, obra humilde del siglo XVI, con ciertos visos de clasicismo en columnas y capiteles. En el interior, sencillo también, como todo el conjunto, nos sorprende la última obra de arte que este obispo dispuso, y que hasta muchos años después de su fallecimiento no se llevó a cabo. Se trata del gran retablo mayor, en estilo plateresco construido, de hacia 1570, en una mezcla de pintura y escultura que le confieren un agradable aspecto, al que nada han restado los años pasados por él, ni las olvidanzas de antiguas épocas. Sólo algunas estatuillas han desaparecido, en tarea de guerras y anticuarios, que empañan ligeramente la pureza del conjunto. De todos modos, este retablo de Pelegrina es un ejemplo más de ese momento tan fructífero de la segunda mitad del siglo XVI, en que la catedral de Sigüenza dispensa, por manos de sus artistas, un cúmulo de trazos y genialidades que llegan a plasmarse en retablillos platerescos tan magníficos y sorprendentes corno los que, por citar algunos, aún nos sorprenden en Santamera, Bujarrabal, Riba de Saclices y este mismo de Pelegrina.

Si no queda documentación concreta de esta obra, sí que podemos, incluso con grandes visos de certeza, suponer quienes fueran sus autores, y centrar la fecha de su construcción. Ello es posible gracias a que el retablo de Pelegrina repite con fidelidad el modelo del que en la iglesia soriana de Caltójar cubre el fondo de su presbiterio. Ordenación de temas, especialmente los escultóricos, e incluso tratamiento de los detalles ornamentales, hacen coincidir a los autores. Que en el caso de este pueblo soriano, antiguamente perteneciente, a la diócesis de Sigüenza, fueron Martín de Vandoma como tallista y Diego Martínez como pintor, en el año de 1576. Para la obra de pintura no es posible aseverar nada en concreto, pues aunque el estilo de ambos conjuntos es similar, los temas son muy distintos. Mientras en el retablo de Caltójar aparecen diversas escenas «la vida de María, de Cristo, de santos fundadores, mártires, etc., este de Pelegrina todo está perfectamente organizado y establecido, conforme al ordenamien­to iconográfico que Martín de Vandoma imprime a las obras que diseña. Aparecen dos cuerpos de pinturas llevando el inferior cuatro escenas de la vida de la Virgen: la Natividad de María, la Anunciación, el Nacimiento de Cristo, y la Epifanía, mientras que el superior muestra otras tantas de la Pasión de Jesús; la Oración en el Huerto, el juicio de Pilatos, la Flagelación, y el camino del Calvario con la escena de la Verónica. Rematan el retablo tres composiciones pictóricas en las que aparecen los cuatro Padres de, la Iglesia. Todas las pinturas son excelentes, están generalmente muy bien conservadas y podemos, como digo, atribuirlas a Diego Martínez.

La parte escultórica corresponde a Vandoma indudablemente. Como predela del altar vemos, en hondos nichos avenerados, a los cuatro evangelistas acompañados de sus correspondientes figuras simbólicas. El entronque con Caltójar es total. Pero aún se refuerza, y se aumenta esta paridad, al considerar los paños de separación de las calles, los de los extremos del retablo, los frisos y los fustes de las columnas, en ellos se ve ese denso mundo del grutesco que el artista seguntino llega a dominar al fin de su vida, poniendo incluso retazos del espíritu manierista que en Italia ya ha triunfado. Junto a los angelillos, los triunfos militares, los faunos y los atlantes, vemos aparecer alguna figura mitológica bien diferenciada: Cupido con su arco y su carcaj de flechas es un claro ejemplo. Es lástima que las dos composiciones escultóricas de las hornacinas centrales del retablo, nos hayan llegado tan deterioradas. Sobre el sagrario aparece la titularidad de la parroquia, la’ Santísima Trinidad de la que sólo queda la figura del Padre, representado como un venerable anciano, sentado, al que le falta la compañía del Hijo, y que mira como la paloma del Espíritu Santo anda ya caída en el suelo de la re pisa. En la hornacina superior quedan los restos de lo que fue grupo tallado de Santa Ana y la, Virgen niña. De muchas otras imágenes de santos y santas que, en tamaño reducido, y exentas flotaban por diversos lugares del retablo, sólo quedan cuatro ejemplos, de calidad, habiéndose perdido el resto. Aún los angelillos músicos ríen en las enjutas del arco central.

De este retablo de Pelegrina, del que hasta ahora nada se había dicho, ponemos juntamente su imagen en que el aire rural abriga, en los detalles, esa elegancia y ese vivo resplandor de lo minuciosa y amorosamente trabajado. Para que sea, también por vosotros, dulce y cariñosamente, visto y recordado.