Códices y papelajos

sábado, 19 julio 1975 0 Por Herrera Casado

 

Para todo aquel que desee pasar sus horas entretenido, olvidado de sí mismo, anulado en medio de la multitud que en piscinas, caravanas automovilísticas, apreturas de espectáculos y masivos amontonamientos televisivos parece ser la única razón que mueve a esta nuestra sociedad consumista, no han de faltar lugares y ocasiones, en la tierra alcarreña como en cualquier otra, donde alcanzar su fin. Para aquel otro que, fiel a su condición, a su compromiso y a su vocación auténtica de ser hombre, en la máxima dimensión que un cuerpo, un alma y un espíritu puedan dar de sí, hay, todavía, más motivos de realización. Pero también, por desgracia, más recónditos que los otros. Más difíciles de encontrar.

A quien le interesa la historia, el conocimiento y el estudio del pasado, como método y arribada para la precisión consciente del momento que hoy, ahora, le toca vivir, lleva la provincia de Guadalajara, entre las dos orillas de su geografía espiritual y tangible, un caudal infinito de palabras, de rutas, de testimonios vivos, de muestras colmadas y empolvadas actas de un tiempo ido. De un tiempo que, por esa razón, no deja de tener un altísimo interés para nosotros, pues parece cobrar volumen de su propia pretereidad, y dar forma, aleccionar y poblar con sus consejos este momento nuestro, a un tiempo cuajado de optimismos y angustiadas indecisiones.

Viene esto a tenor de las declaraciones que días pasados formuló en Madrid don Justo García Morales, director del Centro Nacional del Tesoro Documental y Bibliográfico, quien, entre otras cosas, decía que «nuestros más ricos códices se han perdido por la incultura popular». Tanto esta incultura, como los períodos de depresión económica, que han hecho se vendieran generalmente a extranjeros aquellos bienes que menor importancia práctica, vital, tenían para sus poseedores, como por desgracia, han sido en este nuestro país los libros, han hecho que de pueblos, de iglesias, de instituciones públicas y privadas hayan ido desapareciendo, en lenta gangrena multisecular, un acervo de la cultura y un testimonio de la vida española del pasado que hoy nos serían inestimables.

Viniendo al tema y lugar de las alcarrias, de los confines y los corazones de nuestra provincia, se agolpan en nuestro recuerdo muchos datos penosos, en los que han sido protagonistas los códices, los incunables, los archivos inocentes que volaron o ardieron sin provecho para nadie. Tenemos la referencia exacta, gracias al inventario que su padre guardián, fray Pedro González de Mendoza, hizo en el siglo XVII, de la existencia en el monasterio franciscano de la Salceda, en el término de Peñalver, de un libro miniado, valiosísimo, con los “Comentarios al Apocalipsis”, y que formaba parte de la nómina de llamados «Beatos de Liébana», que hoy son considerados, los, pocos existentes, como Joyas capitales del arte románico. Se perdió, sin más. 0, por seguir con ejemplos de instituciones religiosas, la gran «limpia» que de la biblioteca del convento carmelita de Budia se hizo en 1837, cuando los encargados del Gobierno liberal de confiscar los bienes de los frailes, consideraron que los libros «no sirven para otra cosa que para papel viejo». Y los tiraron todos. ¿Seguimos? Ante la pasividad de las autoridades republicanas, se quemó en 1936 el archivo completo del Cabildo de Clérigos, que se conservaba en el templo de San Nicolás, de nuestra ciudad. Y, para que no se vea que el desprecio por el dato antañón, el valioso códice o el «papelajo» está aparejado a cierto tipo de ideología política, antes bien es patrimonio muy generalizado del espíritu del hombre español, se podría exhibir algún que otro ejemplo más reciente de este tipo de vandalismo, en menor escala, pero no menos significativo que los anteriores ejemplos.

¿Qué quiere decir todo esto?

Que no podemos dejar se pierda para la cultura provincial, a partir de ahora, ni el más ínfimo papel o documento, pergamino o libro impreso, que revista carácter de unicidad y valor historiográfico. De acuerdo con las declaraciones e intenciones del señor García Morales, el Tesoro Documental Bibliográfico, con su sede en la Biblioteca Nacional de Madrid, trata de orientar a cualquier persona o institución que posea documentos o libros antiguos, del valor auténtico que poseen (no todos son «tesoros de moros» ni valen millones), y de la importancia real que parla la historia de España poseen. Al mismo tiempo, y con esos datos que particulares e instituciones aportan, se piensa editar un «Inventario bibliográfico», de amplitud nacional, que será un paso muy, decisivo en la conservación de esta importante parcela del acervo cultural.

Y, puesto que la ignorancia se ve en ocasiones exenta de la culpa, queremos que con nuestra voz se vaya formando, poco a poco y con seguridad a todos abarcable, la conciencia del valor que estos «códices y papelajos», que en muchos pueblos de nuestra provincia aún están tirados por los suelos, y buhardillas, tienen para el conocimiento de nuestra historia.