La caza del jabalí

sábado, 26 abril 1975 2 Por Herrera Casado

 

En el repaso general de las artes en la provincia de Guadalajara, es el estilo románico el que con más fuerza y amplitud cubre nuestra rural geografía, depositando ejemplares, en general sencillos y de humilde traza, por los cuatro costados de nuestras comarcas, en un plazo de tiempo que media entre la mitad del siglo XII y el promedio de la siguiente centuria. Sobre este modo de hacer arquitectónico, tan característico de la época medieval y de tan universal aceptación como prueba de una no perdida cultura, escribió el doctor Layna Serrano, cronista provincial de Guadalajara, un libro que trata de las manifestaciones del arte románico en nuestra tierra, y que es justamente estimado por cuantos se han dedicado al estudio de este estilo artístico.

Una de las iglesias descritas en dicho libro, y que figura justamente entre sus páginas como uno de los más acabados ejemplos de arquitectura medieval, es la de Campisábalos, pueblecito situado al Norte de nuestra provincia, en las estribacíones meridionales de la llamada Sierra de Pela, que nos separa de la vecina Soria, y para cuyo entorno hemos reivindicado una concepción conjunta de su arquitectura románíca.

Aquí, en Campisábalos, en el muro sur de la capilla de San Galindo, aparece tallado en la piedra un completo y sencillísimo mensario, con la representación de los meses del año por medio de diversas faenas agrícolas y ganaderas. Muy desgastados ya por el transcurso de los siglos; lluvias y rigores de pedradas chiquilleriles, amén de la poca pericia que como tallista dejó evidenciada el autor de la obra escultórica, hacen difícil su exacta interpretación. A la derecha de los doce meses, aparecen dos escenas que se salen de la ronda anual, y vienen a ser exponente de dos características actividades medievales. Una de ellas es una pareja de caballeros justando en un torneo. La obra, que reproducimos junto a estas líneas, interpretó el Dr. Layna Serrano como escena doméstica típica: un aldeano conduce a una gruesa hembra de cerdo, a la que acompañan dos lechoncillos, uno de los cuales parece estar encima de ella, dado el ingenuo modo de representar la escem por el artista, que lo habría hecho de una manera vertical.

Tras haber visto aquello por primera vez, creímos que la interpretación del Dr. Layna no estaba en lo cierto, inclinándonos enseguida por juzgar aquello como una escena de caza del jabalí, deporte tan popular en nuestro bajo Medievo, y tan fácil de practicar en aquélla zona por la abundancia de dichos animales. Nuestra teoría, que sólo se basaba en la sospecha, ha quedado recientemente demostrada tras visitar detenidamente la ermita de Tiermes, unos kilómetros al norte, aunque ya en la provincia de Soria, y comprobar que una escena idéntica se halla representada, con mucha mayor nitidez y pericia, en uno de los capiteles de la galería porticada.

Dicho templo, el más importante arquitectónica e iconográficamente de la sierra de Pela, fue construido en 1182, y sus tallas realizadas por un tal «Martín», heredero directo del arte ornamental románico del monasterio de Silos. De sus muchos temas tallados en capiteles, tres fueron copiados bastante fielmente por el autor de la iglesia de Campisábalos: el sagitario cazando trasgos, la lucha de dos caballeros medievales, y esta escena de la caza del jabalí, que en Tiermes adquiere un realismo y una veracidad extraordinarias: sobre el gran animal salvaje, caracterizado por su masa cárnica, su cabezota feroz y su crin sobre el espinazo, cae un perro mordiendo su cuello, y otro atacando sus patas traseras, mientras un aldeano clava su lanza, por delante, al animal, y otro personaje, al final del grupo, hace sonar una trompa de caza. La escena es reproducida, con idéntica distribución, en el friso de Campisábalos, sin que pueda caber ya ninguna duda acerca de su identificación.

Charlando en aquel lugar, hace un mes, junto a las ruinas arévacas de Termancia, con el guarda de las ruinas y un sobrio pastor soriano, pudimos comprobar cómo hoy todavía se utiliza la misma técnica, sencillísima y efectiva, para cazar estos grandes animales que, en verdaderas manadas, pueblan actualmente aquellos solitarios territorios: con un par de bravos perros, una lanza y una buena dosis de sangre fría y amor a la aventura, se puede repetir una y otra vez la misma escena que en el capitel de la ermita, tallado hace ahora 800 años, se representa.

Breve nota ha sido ésta, que esperamos haya contribuido a completar, un poco más, el interesantísimo y rico conjunto que el arte románico conforma en la provincia de Guadalajara. En este caso concreto, sobre el territorio de la sierra de Pela, de características interprovinciales muy peculiares.