El terno rico de Mondéjar

sábado, 29 marzo 1975 0 Por Herrera Casado

 

De Mondéjar, la villa que floreció extraordinariamente en los tiempos gloriosos de los Mendoza, y cuya riqueza y laboriosidad se ha mantenido hasta hoy mismo, hemos visto ya algunas de sus más sobresalientes obras de arte. El mecenazgo de sus señores, los mendocinos marqueses, hizo que la villa se poblara de grandes y llamativos monumentos, representativos plenamente de esa época crucial ­finales del siglo XV y principios del XVI. En esos momentos es cuando Lorenzo Vázquez levanta el convento franciscano de San Antonio, plena su fachada de galanuras toscanas, y algo más tarde Cristóbal de Adonza traza y levanta la mole de la iglesia parroquial de la Magdalena, a la que pone fachadas ya plenamente renacentistas, dejando que sean en el interior nada menos que Alonso de Covarrubias, Juan de Vergara y Correa de Vivar, quienes construyan su gran retablo mayor.

De otras muestras del arte mondejano más escasos restos: el hospital de San Juan, perdido entre posteriores construcciones, y que trazara también el mismo Adonza, o el palacio de los marqueses, del que ya sólo quedan, adosados a un alto muro, los escudos del apellido mendocino. De cuya familia salieron aquellas grandes figuras que fueron don Iñigo López de Mendoza, cuyo nombre evoca góticas­ galanuras del lenguaje y horas de paz entre los libros. Este fue también el nombre del primer marqués de Mondéjar, que al tiempo ostentó el segundo puesto en el condado de Tendilla Era nieto del marqués de Santillana, y se distinguió como máxima figura de la diplomacia en la Castilla de los Reyes Católicos. De su embajada a Roma y amistad con los Papas, trajo la Bula necesaria para fundar el convento franciscano de su pueblo. En las retinas el grutesco más elegante del arte italiano, y en el anónimo todos los esfuerzos que le llevarían a participar destacando en la Reconquista de Granada, de cuyo reino, ya cristiano, fue el primer capitán general. Allá, en tierras andaluzas, murió sepultado, pero sería su hijo don Luís Hurtado, quien desarrollara el amor que su padre tuvo por la cabeza de su marquesado, y diera a Mondéjar los días de más gloria y las pruebas más altas de su buen gusto artístico.

Pero centrémonos ya en el motivo de estas líneas: el terno rico de Mondéjar. No contento don Luís Hurtado de Mendoza con levantar el templo parroquial dentro del estilo más elegante del Renacimiento español, se preocupó de dotarle en su interior de joyas de arte dignas de tal cofre: así el retablo mayor, ya desaparecido; así el rico tesoro de joyas, entre las que cuenta una magnífica cruz procesional de oro, obra del orfebre toledano Juan Francisco, de hacia 1550. Y así las vestiduras y ornamentos sagrados que para el culto regaló. De su época sólo quedan dos ternos, obras exquisitas de los talleres toledanos: uno de los ternos, bordados con oro sobre la seda y el brocado blanco, sólo lleva grutescos y varias cartelas en la que figuran los motes de la familia Mendoza: el «Ave María Gratia Plena» y el «Buena Guía» que los marqueses de Mondéjar unieron en su escudo. El otro terno es el que aquí describimos, y que hemos dado en denominar «terno rico de Mondéjar» porque se trata, indudablemente, de una pieza de primera categoría que había permanecido hasta ahora en el anonimato.

Consta de casulla, capa pluvial y dos dalmáticas, a base de seda de colores, en los lugares clásicos de brocado rojo, sobre las cuales aparecen grandes medallones con figuras y escenas bordadas a todo color. Son obra, por su estilo, de mediados del siglo XVI, provenientes de los talleres de bordado dé Toledo, que en esos momentos estaban en su más espléndida desenvoltura, y, sin duda, salidas de la mano y la aguja de alguno de los más afamados artífices de ese arte, como bien pudiera ser Juan de Talavera, Alonso Hernández de los Ríos, Juan Salas, el maestro Xaques, o incluso el mismo Marcos de Covarrubias, familiar del arquitecto, con quien tenía muy buenas relaciones la familia Mendoza. La obra es, regalo del segundo marqués, don Luís Hurtado de Mendoza.

De lo que en su día fueron varias piezas del «terno rico de Mondéjar», hoy sólo quedan las piezas u ornamentos más importantes, como son la casulla, la capa pluvial y las dos dalmáticas. Las cuatro prendas van elaboradas con brocado rojo, y sobrepuestos los bordados con hilos de oro que constituyen gran variedad de grutescos y adornos. La parte más importante y llamativa del conjunto es, sin embargo, lo que se denominan medallones, y que consisten en amplios rectángulos con escenas y figuras de santos, bordadas a todo color sobre cartones que previamente había realizado algún pintor.

De gran valía hubo de ser el que diseñó los medallones de este terno, pues pone a todas las figuras una, gran energía y desenvoltura en los gestos y actitudes, con proporción en los miembros, y buen tratamiento de las vestiduras y atributos. Es incluso posible que el bordador trabajara sobre estampas grabadas que tanto comenzaron a circular en la época, en cuyo caso sería solamente a él atribuibles los colores de estas piezas, que también están sabiamente combinados.

La casulla posee dos grandes cenefas, en sus partes anterior y posterior, constituida por sendos medallones­

En la parte anterior, y de arriba abajo, vemos un Sol, el apóstol San Pedro y San Andrés. En la posterior, y en el mismo sentido, sendos rectángulos con las figuras bordadas de San Pablo, Santiago el Mayor, y el martirio de San Pedro.