Los sellos medievales

sábado, 1 marzo 1975 5 Por Herrera Casado

 

La Administración de la Edad Media, lenta y parsimoniosa en to­dos sus quehaceres, pero contundente y definitiva en sus múltiples actividades, es hoy para nos­otros tema que sirve de estudio y entretenimiento. Conocer cualquier aspecto, cualquier parcela de la vida en el pasado es garantía de profundización al mismo tiempo en la comprensión del tiempo presente. La, historia no es, por tanto, una ciencia vacía y estéril sino, tuteladora y guía, en muchos casos, de la vida actual.

El tema que revisamos hoy es el de los sellos medievales. Esos signos que, hechos de gruesa cera, en relieve, efigies, y leyendas caracterizadoras, daban la fe de quien escribía un documento.

Cuando un rey o magnate concedía un favor o un regalo, donaba un territorio, un privilegio o una lo mandaba escribir hermosamente sobre un pergamino, en el que firmaban sus cortesanos, y del que dejaba colgado su sello de cera, como garantía  de autenticidad. Si acaso era necesario sacar una o varias copias de ese documento, el sello que en ellas se colgaba era la señal inequívoca de su auténtica valía. Por tanto, el molde metálico, con que se reproducían los sellos, se  estimaba como un tesoro que era necesario, guardar celosamente. En la corte real, existía un cargo «canciller del sello real», que tenía como misión guardar el símbolo y aplicarlo donde correspondiese.

Era de una gran responsabili­dad. En los municipios también se guardaba solícitamente el ori­ginal o molde.

Este molde era un vaciado o negativo, uno para cada cara del, sello, que recibía la pasta amorfa, de cera o plomo según los casos, y la daba relieve y, apariencia definitiva. Del  pergamino, colgaban unas cintas, de hilo de seda, llamadas vínculos, que en su extremo quedaban incluidas en el seno del sello.

Esta costumbre de los sellos pendientes en documentos se ori­gina con el milenio, esto es, en el siglo XI, y permanece hasta fina­les del XVII Los Borbones introducirían el modo de colocar sus sellos de cera o lacre directamente sobre el pergamino, o papel. En, el Archivo, Histórico Nacional se conserva una magnífica colección de sellos reales, de todos cuantos monarcas, lo usaron en Castilla entre ambas fechas citadas. El es­tudio de estos sellos se denomina sigilografía.

En la provincia de Guadalajara, tan cruzada por todos los vientos de la historia, han sido infinidad los sellos de uno u otro tipo que han existido. Tanto de reyes y reinas, como, los de nobles y ciudades, así como los de obispos e incluso prebendados eclesiásticos.

Miles de ellos se han, perdido, robados por coleccionistas, o llevados por el afán de rapiña, que en guerras y aventuradas tardes de aburrimiento han hecho gala nuestros compatriotas de antaño. De algunos de ellos que restan en archivos o museos, y de otros que han quedado noticia, daremos aquí breve relación.

Los sellos reales fueron casi siempre impresos en material perdurable: en plomo. Recuerdo haber visto, e, incluso, tenido entre las manos; un magnífico, aunque pequeño sello del rey Alfonso VII, pendiente de un documento conservado en el monasterio cisterciense de Buenafuente. Los ochocientos años, que sobre él han pasado sus dedos, no le han desgastado lo más mínimo, y, aparecía nuevo y brillante ante nuestros ojos: un castillo almenado con tres torres, por una cara y un fiero león rampante por, la otra, rodeadas ambas, figuras del nombre y prerrogativas del rey, nos traían a la memoria fiel y nítida, de otros siglos y otros hablares resonantes.

En esa colección magnífica, de documentos que tan pulcramente conserva el monasterio de la Buenafuente del Sistal, existen muchos otros sellos reales, e incluso recuerdo haber visto los del obispo de Sigüenza, don Simón, aun­que éste muy deteriorado,

Otro lugar donde se conservan sellos episcopales y reales en gran abundancia es el Archivo de la Catedral de Sigüenza. Allá están los de Alfonso X, que también ostentaba un león y un castillo; el de Alfonso XI, con un castillo de tres torres en el anverso, y un león rampante en el reverso, rodeado todo ello de la frase: “Sigillnum Afonsi illustris regia, Castelli ae Leglonis». También el sello de Juan I en plomo, presentando, en el anverso la efigie real, sentado en trono, con una espada en la diestra y un globo en la izquierda, y en el reverso las armas de Castilla y León. De todos modos, y aún siendo muchísimos los documentos reales que guarda este archivo seguntino, son muy escasos los que poseen todavía el, sello garante. De monarcas más modernos hay también ejemplares muy espectaculares: de Juana «la loca” de su nieto, Felipe II, y de Felipe IV incluso, hay sellos. Por supuesto, los hay también de todos los obispos, existiendo en uno de ellos el del obispo de Segovia, don Fernando, que gobernó aquella dióce­sis castellana en el siglo XIII

También los concejos de las ciudades y villas tenían su propio, sello para garantizar documentos.

Solamente dos conozco en la actualidad, como son los de Guada­lajara y Molina. De nuestra capital, se conservan en el Ayuntamiento, incluso las planchas en ne­gativo de su gran sello redondo.

De los símbolos que en él aparecen, derivó luego, andando el tiempo, el escudo de la ciudad. Por el anverso se descubre una vista general de cómo era la, ciudad, en el siglo XII con varias, torres de iglesias, algunos palacios y muchas casas detrás de las recias murallas. Rodeando esa vista se lee:

«Sigillum Concili Guadelfeiare» (Sello del Concejo de Guadalajara). En el reverso aparece un jinete abanderado montado en caballo a galope. Es el magistrado de la ciudad, que enarbola su pendón, hecho a rayas horizontales, concedido por Fernando III en 1251. Podemos verlo en la foto­grafía adjunta.

El de Molina es un sello de cera, con imagen de una sola, cara, de forma elíptica,  perteneciente muy probablemente al Cabildo de clérigos de aquella ciudad. Data del siglo XIII y en él se ve la figura de Cristo Salvador, con el Sol a su diestra y la Luna a su siniestra. A los pies, las dos ruedas de molino que simbolizaron siempre a la ciudad del Gallo. Conocemos también la pretérita existencia del sello de cera del conde don Pedro de Molina, utilizado a finales del siglo XII: consta de un hombre armado a caballo por el anverso, y dos ruedas de molino en, el reverso.

Por referencias de otros auto­res y documentos conocemos otros varios sellos de pueblos de nuestra provincia. Así, el de Brihuega, que cita el padre Burriel: en el anverso presentaba una imagen de la Virgen, sentada con el Niño en brazos. En el reverso aparecía un castillo con tres torres, la central más alta, que las otras. Sobre la torre mayor, un báculo pastoral levantado. Estaba inserto en un documento del siglo XIV, y de este sello ha derivado directamente el escudo, actual de la villa.

López Agurleta menciona en una obra suya el sello del Concejo de Hita, que vio pendiente de un documento fechado en 1265, y que estaba ya muy destrozado, conociéndose sólo los restos de un castillo, y como una especie de sol saliendo sobre sus muros.

El Sr. Catalina García describió el sello concejo de Atienza, que poseía en su colección particular, y que medía 102 milímetros de diámetro. En el anverso presentaba un castillo de tres torres con dos series de almenas y ventanas. En la torre central, más gruesa y alta, se abría el portón de arco semicircular. En el, reverso aparecía un nuevo castillo, precedido de muralla, y tras de ella se levantaba desplegada una bandera. En la inscripción se señalaba ser el «Sello del Concejo de Atienza en castellano y latín. También se conserva en la villa serrana el sello del Cabildo de clérigos, pon un águila a bicéfala y la leyenda: «S. Capituli. Clericorum. Atencie». Ese mismo símbolo capitular  vemos hoy, tallado en madera en un capitel de la plaza mayor atencina en la casa que fue sede de dicho Cabildo.

También poseyeron sellos concejiles las villas de Cifuentes, Zorita; Uceda, Almoguera, Beleña, Auñón, Berninches y Pareja, que no describirnos por no hacer muy pesada esta relación relación.

Pero no podemos dejar de señalar, finalmente, el conocimiento de un curioso sello, el que, ponía en sus documentos doña Teresa,  la abadesa, del Monasterio cisterciense del Salvador, en Pinilla de Jadraque, a finales del siglo XIII. En el folio 12 del tomo M-58 de la Colección Salazar, de la Real Academia de la Historia, delante del documento, se copia y dibuja fielmente el sello de cera que colgaba del original. Es ovalado, de 8 centímetros de altura máxima,  en él se ve representada una mujer con báculo.

Quedan estás líneas como recuerdo de esta curiosa muestra de la administración medieval y fiel exponente de antañonas costumbres; que hoy rastreamos en la memoria.