La portada del palacio del Infantado

sábado, 8 febrero 1975 1 Por Herrera Casado

 

Ya desde el siglo XVI, muchos viajeros, cómo los famosos Münzer, Lalaing y Navagiero, han elogiado en sus escritos y recuerdos la monumentalidad y belleza de la joya artística con que Guadalajara se adorna: el palacio de los duques del Infantado. En el siglo pasado, todavía don, José María Quadrado,  pasó horas enteras admirando su fachada, y dejando, palabras elogiosas sobre ella escritas. Ninguna exagerada, pues todos cuantos se han puesto delante de este magnificente monumento del Renacimiento español, han sido unánimes en la alabanza.

En recuerdo de su autor y de sus dueños ha quedado inscrito en la piedra que, a modo de cenefa, recorre la parte inferior de los arcos del patio: «El yllustre señor don Yñigo de Mendoça duque segundo del Ynfantado, marqués de Santillana, conde del Real y de Saldaña, señor de Hita y Buitrago mandó faser esta portada año MCCCLXXXI años… seyendo esta casa edificada por su antecesores con grandes gastos y de sumptuoso edefiçio, se puso toda por el suelo y por acrescentar la gloria de sus progenitores y la suya la mandó edeficar otra vez para más onrrar la grandeça… año de myll e quatrocientos e ochenta e tres. Esta casa fisieron Juan Guas e M. Anrri Guas et otros muchos maestros que aquí trabajaron. Vanitas vanitatum et omnia vanitas».

Bien claro queda así que fue el nieto del marqués de Santillana quien ostentando ya el título de duque del Infantado, acometió la empresa de derribar la casa donde habitaron sus mayores, y construir una nueva, más rica y brillante. Encomendó la tarea al gran arquitecto europeo Juan Guas, quien en 1483 había terminado ya la fachada y estaba trabajando en el patio. Fueron de prisa las obras, y en 1490 estaba acabado el armazón del edificio, pasando posteriormente a la tarea de ornamentar su interior, con fabulosos que se perdieron en el incendio de 1936, y otra serié de maravillas artísticas.

La fachada de este palacio comulga al mismo tiempo de tres estilos diferentes. La corriente que subyace de mudejarismo, se conjunta al gótico flamígero del momento y apunta en cierto modo, muy ligeramente, los modos de hacer del Renacimiento. Es, como obra maestra del estilo gótico hispano‑flamenco, en su modalidad toledana como debemos considerar esta fachada.

Sobre un zócalo de sillares se alza la fachada cubierta de cabezas de clavo, encontrándose situa­das en esa superficie varias ventanas y una puerta de la reforma que el quinto duque del Infantado hizo hacia 1570. El ingreso original y la galería de balcones que corre en lo alto, sobre él friso de mocárabes, es lo que le confiere su más acusada personalidad.

La puerta principal, no, se sitúa en el centro, sino ligeramente echada hacia el lado izquierdo, mirando de frente. Es de arco Muy apuntado, escoltada por dos columnas con el fuste cubierto de decoración reticular con semiesferas en los huecos, que reproducen en escala reducida la estructura de puntas de clavos de toda la fachada. Recorriendo todo el arco figura una leyenda en caracteres góticos, has­ta ahora indescifrada.

El tímpano de esta puerta es obra de filigrana mudéjar, pues sobre el fondo taqueado se ven arcos y tracerías que muestran los escudos de Mendoza y Luna, sus señores constructores, con remate floreado y un par de grifos alados en las enjutas. Directamente sobre está puerta de entrada se ve el escudo grandioso del apellido Mendoza, cuya fotografía vemos junto a estas líneas, y que es sostenido por un par de salvajes.

Sobre la puerta de entrada es casi seguro que existieron originariamente dos balconadas de, arco apuntado, góticas, que luego en el siglo XVI cambió por sendos balcones renacentistas el quinto duque, y que en las tareas de la última, reconstrucción, hace tan sólo, unos años, fueron definitivamente eliminadas. Este gran escudo, probablemente el más bello de cuantos hay en la provincia de Guadalajara, y uno de los más espléndidos de todo el país, retrata bien claro el espíritu de ensalzamiento heráldico, que en esos momentos de finales del XV hay en España. El emblema de Mendoza, inclinado, se corona con la ducal y un yelmo terciado, con una corona cívica y un águila por cimera, cayendo lambrequines de hojarasca va por todo el contorno, y escoltándose con dos tolvas, de molino, símbolo también adoptado por, el segundo duque del Infantado. Rodeado este escudo, aparecen otros dieciocho símbolos, colocados en sendas cabezas de clavo, que no son otra cosa que los escudos de los diferentes títulos y señoríos del duque don Iñigo: castillos, leones, águilas, cruces y árboles significan su omnímodo poder.

El otro elemento característico y bellísimo de esta fachada es la galería alta, dividida en seis calles, con dos vanos, cada una, con siete garitones semicirculares. Arcos conopiales por todos ellos, hoy felizmente restaurados, y un riquísimo friso o faja de tres filas de mocárabes, que a manera de estalagmitas pétreas, cumplen de maravilla la función de filigrana que a la piedra de Tamajón quiso dársele.

El tema de las cabezas de clavos salpicando toda la fachada es muy característico del arte hispano de todos los tiempos. De raigambre indudablemente árabe y mudéjar, puesto que estos elementos se inscriben en una retícula imaginaria de rombos, rompiendo así el estructuralismo rectangular del arte italiano. Las yeserías árabes de los palacios y mezquitas andaluces inscriben sus temas or­namentales en trabeculación rómbica. Y es así como el artífice de la fachada del palacio del Infantado, en Guadalajara, concibe ordenadas las cabezas de clavo que en ella coloca.

Es una lástima que en la reconstrucción que en estos últimos años ha llevado adelante la Dirección General de Bellas Artes de este importante monumento hispano, no se haya  procedido a eliminar las ventanas renacentistas que puso el quinto duque, hermosas en sí mismas, pero dañinas al total de la concepción gótica de la fachada. Y, por otro lado, debería haberse puesto el coronamiento de crestería y florones góticos que con toda seguridad llevó este palacio sobre su fachada, lo mismo que en el remate de las arcadas de su patio, dándole así un más acusado aire de elevación e ingravidez del que ahora posee.

No obstante, es merecedora de toda nuestra atención y el más detenido de los cuidados, esta magnífica obra del arte universal que conserva nuestra ciudad. Que aquí hemos repasado someramente.