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noviembre, 1974:

La Relación de Chillarón

 

Sabido de todos es cómo en el último cuarto del siglo XVI, el rey Felipe II ordenó a todos y cada uno de los pueblos de España, contestaran a un interrogatorio general sobre diversos aspectos históricos, económicos, geográficos y sociales, para con los datos obtenidos elaborar una mejor política, tanto fiscal como relativa a organización del territorio. Pocos fueron los pueblos que contestaron (un total de 636), y de ellos, casi todos los de la provincia de Guadalajara. Las contestaciones originales se guardan en la Biblioteca del monasterio del Escorial, y las de nuestra provincia fueron publicadas, a instancias de la Real Academia de la Historia, por el entonces cronista provincial don Juan Catalina García López, quien entre 1903 y 1911 publicó las relaciones de 101 pueblos de Guadalajara, magníficamente ilustradas con notas y aumentos relativos, a la historia de cada uno. A la muerte del señor García López, tomó las riendas de esta tarea don Manuel Pérez Villamil, también académico de la de Historia, quién entre 1914 y 1915 publicó las relaciones de la ciudad de Guadalajara y de otros 48 pueblos de nuestra ­actual provincia.

Cuando se creía agotada esta cantera de información, histórica acerca de nuestros pueblos, he aquí que, aparece una relación inédita, la de Chillarón del Rey, en el partido de Sacedón, que se conserva en el Ayuntamiento de dicho pueblo, y que ahora, publicamos, con sus. Correspondientes aumentos, para público conocimiento de cuantas personas se interesen en estos temas de nuestro pasado histórico.

En la Villa de Chillarón del Rey primero día del mes de febrero del, año de Nuestro Señor de mil quinientos e ochenta años este día ante los Señores Segundo Gamboa y Vicente Daza, alcaldes ordinarios de la dicha Villa, por ante mí el escribano e testigos fue presentado un mandamiento del Yllmo. Sr. el Licenciado D. Francisco de Villegas, corregidor en la ciudad de Guadalajara y su tierra por su Majestad firmado de su nombre y refrendado de Juan de Medina, escribano, y con ella la, instrucción‑memoria  de las relaciones que se han de hacer y enviar a Su Majestad para la declaración e historia de los pueblos de España, según que todo ello que por el mandato o instrucción más largamente parece, cuyo tenor, lo uno tras lo otro, es lo siguiente:

El licenciado Françisco Villegas, Corregidor en la ciudad de Guadalajara y, su tierra por su Majestad, a vos los concejos, villas o lugares que de yuso fuereis nombrados, sabed: Que su Majestad Real en el año de mil e quinientos y setenta y cinco imbió una su Real Cédula al Corregidor de la licha ciudad, mi antecesor, é otra a mí dirigida, firmadas de, su Real nombre, y agora nuevamente demás de élla se ha imbiado una instrucción de pueblos y lugares para que imbie a éllos, que en ello se contiene para hacer la descripción que su Majestad pretende y manda hacer de los pueblos de estos reinos, su tenor de las cuales dichas Células, instrucción postrera y agora, se me ha, imbiado es el siguiente:

Y ansi presentados los dichos alcaldes dixeron que estaban prestos a cumplir lo que por la Cédula Real de su Majestad se les manda, la cual obedecieron con el acatamiento debido, y cumpliéndola habido su acuerdo dixeron aquellos han buscado las personas de más habilidad que  a su parescer hay en esta villa que san don Juan Crespo, el Licenciado Martínez, Clérigo y Cura de Hontanillas e yo Alonso Pecuela, los cuales encargaron que con toda, diligencia e cuidado vean la dicha instrucción que les es imbiada para la dicha descripción con toda la mayor brebedad que pudieren, pues en ello harán servicio a su Majestad, los cuales habiéndolo visto por ante mí Alonso Pecuela, hicieron y respondieron a la dicha instrucción a cada capítulo de élla lo siguiente

1. Al primer capítulo que les fue leído, responden que esta villa se llama Chillarón del Rey desde hace sólo diez años, a saber, desde el mes de noviembre de mil e quinientos sesenta y nueve en que su Majestad la declaró villa. Y que antes se llamaba Chillarón de Pareja por ser lugar de la dicha villa,

2. Al segundo capítulo responden que esta villa al presente se averigua haber, doscientos vecinos, antes más que menos.

3. Al tercer capítulo se responde y declara que esta villa hasta ser Villa Real., siempre fue lugar de la de Pareja.

4. Al cuarto capítulo se responde y declara que es villa desde que su Majestad el rey Felipe II la eximió y apartó de Pareja, y que de este hecho importante hay una Bula, de su Majestad en que se halla el nombramiento con las causas y razones que yo Alonso Pecuela ímbié al señor Obispo de Cuenca.

5. Al quinto capítulo se declara y responde que esta villa está sita en el Reino de Toledo, entre la Alcarria y la Serranía de Cuenca.

6. Al sesto capítulo se responde que está apartado catorce leguas de la raya de Aragón.

7 .Al séptimo capítulo se responde que en esta villa hay unas casas propiedad del cabildo de la Catedral de Cuenca, que el obispo Mateo, cuando lo fue de Cuenca había, comprado a Martín Abat por el precio de doscientos mescales en Marco de 1258 y que hay en una de ellas el escudo de los propietarios.

8. Al octavo capítulo se declara y responde que esta aldea, ‑Villa, como la de Pareja‑ tienen por su señor al Obispo de Cuenca e qué por lo tanto es del tal Obispado (2).

9. Al noveno capítulo se de­ clara y responde que esta villa e está en el distrito de la Real Cancillería de Granada y a la dicha Cancillería van con las apelaciones, y que hay sesenta y seis le­guas hasta dicha Granada.

10. Al décimo capítulo se responde y declara que esta villa tiene la jurisdicción por sí e tiene la primera instancia, e suele tener e alcalde mayor a quien ban con las apelaciones en los casos que ha lugar.

11. A los once capítulos se responde que esta villa está en el Obispado de Cuenca y en el arciprestazgo de Pareja; y las leguas que hay hasta la capital de Cuenca son once y reside en esta villa cura párroco propio.

13. A ‑ los trece capítulos se responde y declara que el primer lugar en derecho hacia do sale el sol es la aldea de Alique y que hay una legua.

14. A los catorce capítulos se declara y responde: el primer pueblo que está en derecho al mediodía es la villa de Pareja y que hay otra legua larga hasta dicha villa.

15. A los quince capítulos se responde y declara que en dirección a poniente y atravesando el río Tajo están  las villas de Alocén y el Olivar y que el Sol se esconde en invierno por Alocén, y en verano por el Olivar.

16. A los dieciséis capítulos, que al norte el lugar que se encuentra hacia la derecha es la villa de Mantiel.

17. A los diecisiete capítulos se responde y declara que esta villa está sita debajo de una grande piedra yesar con el nombre de Cimajo, y que del Medio día se extiende una vega muy fructífera, que es el pueblo muy caluroso, sobre todo en verano, que por estar hacia el sol y no correr el aire hacen muchos calores.

18. A los dieciocho capítulos se declara que tiene un monte en frente de la villa y que no es sobrado en leñas, que se provee de los sarmientos de viñas y de los ramos y troncos que sacan de los olivos; que es tierra que no se e animales salvajes, e que de otras cazas: perdices, conejos e liebres hay muy pocos por estar la tierra con muchas piedras e poco monte.

19. A los diecinueve capítulos no responde.

20. A los, veinte capítulos se declara y responde que este pueblo es abundoso en aguas dulces, las que nacen arriba del Pueblo y las abundantes de el Tajo.

21 A los veintiún capítulos se responde que el río que se llama Tajo pasa por la linde del pueblo o su término que lo separa aguas abajo de Durón, El Olivar, Alocén, Auñón y Sacedón, e que muele esta villa en los molinos de sus ríos.

22. A los veintidós capítulos se responde que por ser tierra angosta hay pocos pastos y dehesas señalados sólo los cotos para el carnicero de la villa.

23. A los veintitrés capítulos se declara que es tierra de poco pan  porque sé recoge poco trigo e lo más que en esta tierra substente a la gente es vino y aceite, y algunos frutos de huerta, en la vega del pueblo y en las riveras del río Tajo.

24. A los veinticuatro capítulos se dice que no hay minas, sino solo las de yeso, que es abundante y reconocido como bueno.

25. A los veinticinco capítulos se responde que hasta la mar hay de esta villa, lo más cerca que es el Grao de Valencia, que hay cuarenta y seis leguas.

26. A los, veintiséis capítulos se responde que no hay murallas ni puertas de murallas.

27. A los veintisiete capítulos, no se responde.

28. A los veintiocho capítulos se responde que esta villa está situada al medio día y que por éso resulta ser muy calurosa.

29. A los veintinueve capítulos se dice que esta villa está alargada barranco abajo hasta la ermita de San Roque, desde el primer molino harinero que está un poco más arriba del espital.

30. A los treinta capítulos se responde que las casas y edificios de esta villa son comúnmente y están edificados de yeso, y las portadas y esquinas hasta el primer piso, decimos ser de piedra labrada.

31. A los treintaiuno capítulos no se responde.

32. A los trintaidós capítulos se respo­nde que no hay que responder.

33  A los treinta y tres capítulos se dice e responde que no ha habido que se sepa algún hombre de importancia; pero agora en los últimos años en que vivimos, hemos conseguido del Obispo de Cuenca, Fray Bernardo, y de su Majestad el Rey, Felipe II que nos eximiera y apartase de la villa de Pareja de la que éramos lugar.

34. A los treinta y cuatro capítulos se responde que ordinariamente en este pueblo son viñares, olivereños y labradores, e que viven de éllo.

35. A los treinta y cinco capítulos se responde que en esta villa desde noviembre da mil e quinientos sesenta y nueve, hay alcaldes mayores, Concejo, regidores, alcaldes ordinarios, las cuales justicias pone e quita el Obispo de Cuenca que lo es señor de estas villas Obispales.

37. A los treinta y siete capítulos decimos que la villa tiene para sí los suficientes términos, como así lo dijimos al Obispo nuestro señor en la instancia.

38. A los treinta y ocho capítulos se responde que hay cura Propio y capellán (3).

39. A los treinta y nueve capítulos se responde que hay en esta villa un espital para los enfermos del lugar e pobres transeuntes que lo mantiene e substenta el Cabildo de Cuenca.

40. A los cuarenta capítulos se dice que sí hay algunas reliquias de santos, que hay sita extramuros una ermita que se dice de Nuestra Señora de los Huertos e que su imagen es muy milagrosa Para las lluvias e que lo es del siglo doce. Así también decimos que hay un cerrillo de San Sebastián en donde está su ermita en la que se entierran los muertos, y que entre San Sebastián y San Roque está sita la Picota de la orca. Y otra ermita de la Soledad por el camino Real a la redecha, como así otra de Santa Quiteria en la falda, del ­collado que es llamado Cantagallos (4).

41. A  los cuarenta y un capítulos se responde que se guardan las fiestas de San Roque, de San Sebastián, de Nuestra Señora de los Huertos, y la de la Exaltación de la Santa Cruz, que su patrona es la supradicha Nuestra Señora de los Huertos.

42. A los cuarenta y dos capí­tulos  no se responde.

43. A los cuarenta y tres capítulos se responde que no hay nada de lo que se pregunta.

44. A los cuarenta y cuatro capítulos se declara y responde que no tienen que decir más de lo que tienen declarado.

Las cuales dichas relaciones se hicieron en la dicha villa de Chillarón en dos días del mes de febrero, de mil e quinientos e ochenta años por los señores el Licenciado Martínez: Clérigo, cura de Hontanillas, Juan Crespo de Pareja, en uno de los alcaldes ordinarios Gamboa y Daza y del alcalde mayor Andrés de, la Cruz y firman de su nombre, e yo Alonso Pecuela,  que lo soy de    la villa de Chillarón del Rey.

Notas a la Relación de Chillarón

A continuación, aparecen desarrolladas las notas que aumentan la Relación Topográfica enviada por Chillarón del Rey a Felipe II en el siglo XVI, cuyo texto fue publicado la semana pasada en estas páginas.(1) Dos son los puntos en que Juan Crespo, Alonso Pezuela y el licenciado Martínez hacen hincapié a lo largo de la redacción de la Relación de Chillarón: por un lado, la escasez de medios económicos y parca riqueza con que cuenta el pueblo y su término, más que nada para evitar una carga fiscal excesiva que posteriormente les pudiera venir. Por otro lado, es notoria la alegría y abundancia de ocasiones en que se cita el hecho de ser Chillarón villa propia, independizada de la de Pareja pocos años antes.

En el Ayuntamiento del pueblo se conserva todavía el aparato burocrático y la Cédula Real que les llevó a ser villa de por sí. En esencia, consta de una petición que los vecinos de Chillarón hacían al obispo de Cuenca, fray Bernardo de Fresneda, como señor que era del lugar, para que les permitiera solicitar del Rey la exención dé la villa de Pareja, a la que estaban sometidos. Eran varias las razones que alegaban para solicitar tal merced: una de ellas era que los de Pareja trataban «como enemigos» a los de Chillarón, y «muchas veces, por delitos muy pequeños y con poca o ninguna  información, llevan a los vecinos de dicho lugar a la dicha villa de Pareja, y entre alcaldes y procuradores, so color de costas, les llevan muy grandes cohechos y sus haciendas».

El obispo de Cuenca accede a que se curse la petición, si bien haciendo lo siguientes reservas: la elección y nombramiento, por parte suya y de sus sucesores, de los alcaldes ordinarios y de hermandad de los regidores, alguaciles y procurador general y de alcalde mayor, continuando en la posesión de poder para oír causas civiles o criminales, tanto personalmente como por justicia que nombren, en el lugar de Chillarón.

La Bula Real, por la que Felipe II concede, a Chillarón el título de villa, está fechada en noviembre de 1569. «Por la presente eximo y aparto a vos la dicha villa de Chillarón, con el dicho vuestro término y, dezmería de la jurisdicción de la dicha villa de Pareja y alcaldes ordinarios y otros cualesquiera jueces, y os hago villa». A raíz de esta concesión, adoptó el pueblo el nombre de Chillarón del Rey, con que aún se le conoce, en recuerdo de Felipe II, su gran benefactor.

(2) El señor Juan Catalina García, en las notas a la relación de Pareja, publicadas en el tomo XLI del Memorial Histórico Español, en su página 101, nota 2, dice que no existe relación de Chillarón, y que referente a este pueblo, vio en el archivo de la catedral de Cuenca el original en pergamino de una carta de Mateo, obispo burgalés que antes lo había sido de Cuenca, por el que donaba al cabildo conquense las casas de su propiedad en Chillarón, que se mencionan en la pregunta n.º 7 de esta relación, sobre la posesión por el obispado de, Cuenca de esta zona, y residencia de algunos de sus señores en Pareja, véanse Muñoz y Soliva, «Noticia los Obispos, de Cuenca», y  Baltasar Porreño, “Memoria de las cosas notables que tiene la ciudad de Cuenca y su obispado”.

(3) Nada dice la relación acerca de su, iglesia, que, según su estilo arquitectónico, ya debía estar concluida en 1580. Acerca de ella y de su magnífico retablo barroco escribíamos no hace mucho (5-1‑74) en estas mismas páginas su amplia reseña.

(4) Como se ve por esta contestación, a­fines del siglo XVI, la venerada imagen de Nuestra Señora de los Huertos, talla románica de transición, no estaba aún, como actualmente, en el altar mayor de la parroquia, sino en una ermita «extramuros» del pueblo, de donde debió ser trasladada al templo principal en el siglo XVIII. También se menciona ya la ermita de San Sebastián, y cómo en ella se enterraba a los muertos. Hoy en día, sus alrededores están ocupados por el Camposanto, allí instalado en el siglo pasado.

Y nada más queda, de momento, que decir sobre esta bella y simpática villa alcarreña, a la que, con la colaboración de su Ayuntamiento, cura párroco y vecindario, se ha conseguido desvelar un poco más su antiguo decir histórico, que puede aportar datos de interés para el conocimiento gene­ral de nuestra tierra.

Es necesario salvar los hierros populares

 

El contrapunto fiel de toda arquitectura popular o elaboradamente artística, fue siempre la oscura mancha del hierro forjado, lego enrojecido y señero con el lento pasar de los años, que ahora sirve como punto crucial de atracción en muchos pueblos y edificios concretos de nuestra provincia. Guadalajara, tierra en la que, si no con abundancia, ha poseído desde muy antiguo minas de hierro en explotación (recordemos los yacimientos de hematitos pardo en Setiles) y abundantes talleres de forja en los que ese hierro se ha ido haciendo contorsión geométrica en perenne curva artística, es ancho solar para el despliegue de las más variadas muestras de esta actividad humana.

No es nuestra intención, estudiar aquí, ni aún someramente, las mil y una facetas que el arte de la forja ha dejado en la tierra alcarreña. En otras ocasiones ya hemos tratado de ello, aunque parcialmente. Por mencionarlos nada más, podemos recordar desde los sencillos clavos que en nutridas y bien formadas guarniciones adornan puertas de iglesias y casonas nobles, como la parroquial de Centenera, La Puerta o San Francisco de Molina, hasta las magníficas rejas catedralicias que el arte del maestro Usón, de Juan Francés y Martín García nos dejaron en gótico trazado en las naves del templo y claustro de la catedral de Sigüenza. Pasando, entre tanto, por esos cientos de cerrajas, magníficas, especialmente las de la región alcarreña, por Fuentelencina, Peñalver y Balconete, que aún cierran y abren las puertas de nuestras iglesias; y añadiendo al conjunto las cruces, las veletas, los aldabones y aún esos varios miles de rejas que desde ‑ los más encopetados palacios a las más humildes mansiones aldeanas, constituyen el acervo riquísimo de este arte poco apreciado y, sin embargo, de alto contenido espiritual.

Es un placer sin límites el pasear por las limpias calles de Alustante, viendo en cada esquina el airoso contoneo del hierro en las ventanas; andar por Zaorejas, curtida de todos los vientos y todos los fríos, y ver aparecer las balconadas, los llamadores con forma de dragón, las simples rejas o cerraduras entre el ancho, olor a sabina quemada; pisarse todo Salmerón y gozar en cada calle con un coronamiento peculiar de sus rejas y ventanadas. ¿Cómo hacer, entonces, para conservar estos gozos para siempre? La tarea es, indudablemente, de mentalización y aprecio de estas obras por quienes en tantos pueblos de nuestra provincia son sus poseedores. Donde la fuerza de la ley no llega, apartada por la institución de la propiedad privada, sólo cabe una solución: la voluntaria decisión, por parte de sus poseedores, de mantener estas obras de artesanía popular o de arte francamente declarado, en los lugares para los que fueron creadas.

En el caso concreto y amplísimo de las obras instaladas en iglesias religiosas, no hay peligro, dado el decidido apoyo que, por parte de nuestra primera autoridad eclesiástica, el doctor Castán Lacoma, obispo de Sigüenza, se mantiene respecto a ellas, en el sentido de mantenerlas en sus lugares originarios, o en caso de despoblamiento, trasladarlas a museos regionales. La cosa  cambia en lo que respecta a las obras de particulares, que en cualquier ocasión pueden ser vendidas al mejor postor de antigüedades. Sólo con la conciencia de que hacer eso es desmantelar por la vía rápida todo un acopio de autóctonas e interesantes obras que constituyen parte importante del acervo histórico-artístico de nuestra provincia, se puede conseguir la voluntaria salvación de este material

Es posible siempre arreglar una casa de pueblo manteniendo las viejas puertas, los antiguos enrejados que le dan saber y carácter a estos núcleos de convivencia. Para ello escribimos estas líneas, que son, de momento, colofón de una serie de llamadas en pro del salvamento y conservación de algunos aspectos poco cuidados de la riqueza artística y espiritual de nuestra tierra. Que sea la última palabra de aliento para aquéllos que, desde otros lugares y, posturas, trabajan también con verdadera voluntad de rescate, en la tarea difícil, pero hermosa, de Ponerle el justo adjetivo a estas múltiples facetas del vivir popular y antañón de la tierra de Guadalajara. Ojalá que entre todos, consigamos salvar, de verdad, estás cosas mínimas que son las que conforman el aspecto definitivo de este pedazo de España.

Es necesario salvar los escudos

Un escudo heráldico de hidalgo alcarreño en la plaza de los Dávalos

Decía Pinel y Monroy, en su «retrato del Buen Vasallo», (Madrid, 1677), que entre las invenciones famosas que ha producido el desvelo de los hombres, es muy celebrado el uso de las insignias o empresas militares, que llamamos armas, habiéndose con ello acreditado la antigüedad de los linajes, distinguido la nobleza de la plebe y puesto como en seguro depósito el esplendor de las familias». Efectivamente, durante varios de los pasados siglos, el arte del blasón y la heráldica fue algo importantísimo para las gentes, de fácil comprensión en todos sus significados y representaciones. Lo que nació como un mera sistema de identificación personal, allá en la baja Edad Media, fue acrecentándose y tomando unas normas de complicación que,  ya en el siglo XVIIT, lo desacreditó totalmente, aún sin llegar a deshacerlo del todo. Desde el sencillo color o la figura simple, los cuarteles fueron amontonándose, creciendo las coronas y cimeras, los yelmos y lambrequines, hasta necesitar la confección de auténticos tratados de heráldica y blasón, y especializarse algunos hombres, lo que llamaban «Reyes de Armas», en la confección e interpretación de estas alambicadas facturas del, orgullo humano. Ese prurito de distinguirse unas de otras las personas y familias, por la antigüedad del apellido y el poder o valentía de sus antepasados, cae hoy dentro de lo inadmisible socialmente de nuestras unidades de convivencia, moderna, en las que sólo el trabajo y el honor personal son portadores, ‑ o debieran serlo ‑ de la valía de un hombre. Pero como de lo pasado ya nada nos es dado destruir, sino contemplar, y, en cualquier caso, conservar para nuestro aprendizaje futuro, ésta de la heráldica es una ciencia que debemos tratar serena y totalmente, respetando las huellas que de ella han quedado, y conservándolas en las mejores condiciones que nos sea posible.

En la provincia  de Guadalajara son incalculable multitud los escudos que en uno u otro estilo, en una u otra materia, nos han quedado prendidos por fachadas y, enterramientos, altares y portalones. La piedra rojiza de Sigüenza, el alabastro de Cogolludo y Cifuentes, las maderas policromadas, los yesos, las pinturas murales, los mármoles y tantos otros materiales en que fueron tallados los orgullos y las presencias simbólicas de los personajes que hicieron nuestra historia, están pidiendo la atención, el respeto, la conservación a ultranza.

Desaparecieron muchos escudos en ventas y destrozos. Reposteros inacabables que llenaban las*paredes del palacio del Infantado, del castillo de Sigüenza; escudos policromados en la madera de retablos, de altares portátiles; blasones minúsculos en las joyas, en los cálices, en los libros y sus encuadernaciones, en las vajillas de porcelana, en las emplomadas cristaleras de los palacios… nada nos ha quedado de ellos. Solamente las recias presencias de las armas en piedra han podido resistir el despiadado empuje de los siglos. Magníficos escudos en los enterramientos del Doncel, de don Rodrigo de Campuzano, de doña Aldonza de Mendoza, de don Fadrique de Portugal, del adelantado de Cazorla, don Pedro Hurtado de Mendoza, hoy , en la iglesia de San Ginés de Guadalajara… grandiosas presencias blasonadas de don Iñigo López de Mendoza, segundo duque del Infantado, en la portada de su palacio arriacense, o con el de su mujer, doña María de Luna, en el patio de dicha casona; de doña Brianda, en la escalera de su palacio ‑ convento; de «los Gallos» en Cifuentes; de los Beladíez en Miedes; de los Suárez de Figueroa en el presbiterio de la iglesia de Torija; del Cardenal don Pedro González de Mendoza en la sillería gótica de la catedral… emblemas de duques, de condes, de marqueses… capelos cardenalicios, episcopales, abadengos… un mundo pletórico de leyenda, de palabras altisonantes, de góticas rúbricas, de hazañas singulares… y una permanencia, fiel y entrañable en nuestros días.

Esto es lo verdaderamente importante: que en esta adelantada razón del siglo XX aún se asomen a las piedras gastadas de los antiguos edificios, ese telar, grandilocuente en donde cada pasó, cada postura, cada lugar del escudo está milimétricamente estudiado y jerarquizado. Para vosotros, amigos lectores, que os apasionáis por el arte y la historia de nuestra tierra, sé que es un gozo encontraros en el caminar por los pueblos de la tierra de Guadalajara, con algún escudo que antes no conocíais. Ver de nuevo esa trilogía de la cruz, la palma y la espada que nos recuerda el paso de la Inquisición;  encontrar una nueva presencia mendocina con el «Ave María Gracia plena» de su leyenda; y pararse unos instantes a contemplar esa carcomida y desgastada piedra que a ti se dirige, y cuenta el avatar de un siglo ido. Para que ese gozo siga existiendo, y pueda repetirse en el espíritu de nuestros descendientes, es preciso defender ahora, en esta coyuntura consumiste en la que ya ni la historia ni el arte comunitario se respetan, estas huellas de la edad pasada: los escudos. La buena voluntad para defenderlos, que a todos sus responsables se les supone, no es bastante. Debe ir protegida y encaminada por, unas leyes tajantes, que sean auténticas veladoras de este acerbo cultural, y que sean respetadas por todos. A este cronista se le ocurre una posibilidad que no quiere dejar de apuntar aquí, por si alguien desea tomarla en consideración: al igual que la Dirección General, de Bellas Artes protege y vigila la conservación de los monumentos y edificios declarados histórico‑artísticos, y en algunos casos más concretos, como en el de todos los castillos españoles, se erige en defensor a ultranza, ¿por qué no puede dictarse una norma legal por la que los escudos nobiliarios existentes en el país, aún continuando en la posesión particular de sus dueños legítimos, sean supervisados por dicha Dirección General en su colocación y destinos, elaborando un catálogo exhaustivo al respecto?

Es sabido de todos, que, últimamente, se han vendido muchos ejemplares de estos blasones, yendo a parar luego a los sitios que menas tienen que ver con ellos, estropeando en muchos casos su valor histórico, y perdiendo, su huella los estudiosos interesados en ellos, con lo que el acervo cultural de la nación sufre un notable menoscabo.

Entre tanto sean dictadas estas normas, la tarea que nos incumbe a los alcarreños es la de defender con ahínco los escudos, altaneros o humildes, de alto linaje o de desconocida cuna, que aún permanecen en las fachadas y los portones de nuestras tierra. Las generaciones futuras nos los agradecerán.

Es necesario salvar las picotas

El rollo de villazgo de Las Casas de San Galindo

Todavía son bastante abundantes los pueblecillos alcarreños, y, en general, de toda la provincia de Guadalajara, en los que podemos encontrar, bien a las afueras, bien en el centro de su plaza mayor, un alto y gris pedrusco, algunas veces rematado en una cuadriplicada cabriola pétrea, que habla por sí solo del medievalismo y las, costumbres judiciales de nuestra tierra. Son estas piedras las que todavía llaman «rollos» o «picotas», emblemas de un antiguo poder y soberanía, y hoy muy poco apreciadas por quienes deberían ser los primeros en defender su integridad y majestuosa apariencia.

Desde la remota Edad Media se vino en la costumbre de levantar por parte del señor de cada pueblo, o, en su caso, del rey de la nación, un palo a alta piedra que serviría de punto ejecutor de la justicia. En esos lugares se colgaban los cuerpos de quienes, violando la ley, habían sido previamente ejecutados en algún lugar menos público. De ése modo, quedaba bien patente a la luz pública la inexorable justicia de los gobernantes. Símbolo, pues, que a lo largo del tiempo fue maridando la función de escaparate mortuorio con el manifiesto contundente de la jurisdicción incontes­table.

De aquellos rollos o picotas primitivas, puestos normalmente en las afueras de los pueblos, no queda prácticamente nada Fue más tarde, a partir del siglo XV, cuando, a la llegada de los Reyes Católicos al poder, se comenzaron a eliminar los señoríos feudales y a conceder, los privilegios de jurisdicción propia a los pueblos, españoles, cuando el antiguo símbolo de la muerte y la implacable justicia se vio transformado en claro y elegante emblema de la independencia villariega. Y así, cuando el rey castellano (Isabel, Carlos, Felipe…) promulgaba el edicto de jurisdicción propia para cualquier aldea de la tierra de Guadalajara, de Atienza, de Sigüenza o Molina, sus habitantes, llevaban a cabo, con riguroso ceremonial una serie, de actos entre los que se contaba, rodeado de júbilo y músicas, la erección en la plaza mayor del pueblo, de una Picota elegante y altiva, que dijera a los viajeros que hasta allí llegaran, del título honroso de «villa con jurisdicción propia» que el rey les había concedido. Viajando por los caminos de la Alcarria, nos hemos ido encontran­do rollos interesantes: así el del Pozo, que se corona en cuatro leones ya muy desgastados, o el de Balconete, de altiva  y limpia estructura gótica. Tal vez sea, el de Fuentenovilla, erigido en la mitad del siglo XVI, el que mayores galanuras estéticas pregona, con su terracilla de balaustres platerescos, y su afiligranado terminal de renaciente corte. Todavía son las picotas de Valderrebollo, neoclásica, y la de Valdeavellano, las que llaman nuestra atención, mientras que en Cifuentes, Castilmimbre, Mohernando, Peñalver y Lupiana, perviven como pueden sus ancestrales Picotas. Todavía por otros lugares de la provincia nos sorprenden estas bellas muestras del espíritu medieval: en Galve de Sorbe, en Bujarrabal, y aún en Palazuelos, hubo en tiempos, o hay todavía, buenos ejemplares de ro­llos. 

Es necesario que todos estos testimonios de nuestro pasado se conserven, respetuosamente y se salven para el futuro. Hay algunos que por su belleza extraordinaria, como por ejemplo el de Fuentenovilla, merecen ostentar el título de monumento provincial, y otros, el de local, para que sea el propio Ayuntamiento el que, con una tarea tan sencilla y honrosa, como es la de prohibir la colocación sobre sus venerables piedras, de bombillas e hilos de la luz, colabore en su mantenimiento y au­téntica apariencia. Da pena, verdaderamente, ver en algunos lugares cómo estos símbolos de un pasado esplendoroso, están ahora en el minúsculo y prosaico co­metido de sostener faroles, en algunos casos de un rabioso brillo metálico, o sirven de lugar donde encajar las palometas de apoyo a las conducciones de luz o de teléfono. Ha de ser tarea, con verdadero calor tomada de las autoridades y de cada lugar, y aún de los vecinos todos, de lograr limpiar eficazmente estos sencillos y bellos monumentos y respetarlos en adelante con el mismo calor con que se toma la defensa de una carretera, de una traída de aguas a de la instalación de una escuela. Y aún en ciertos lugares, como ahora recordamos de Palazuelos, donde la picota fue desmontada hace años para colocar en su sitio una fuente, quedando por el suelo tirados los elementos pétreos que la formaban, no estaría de más que entre unos cuantos vecinos entusiastas de su rico pasado y su valor artístico, la levantaran de nuevo para completar el entorno medieval de su plaza.

No es, en fin, tarea legislativa, ni de ordenanzas. Amar lo bello, gustar de lo que con varios siglos de ventaja nos ha precedido en el mundo, y aún se mantiene erguido, es tarea de bien nacidos y criados con nobleza. Esto es lo que afortunadamente abunda aún en la provincia de Guadalajara. De sus anchos pechos brotará, pues, el aliento conservador de estos venerables fósiles: los rollos o picotas jurisdiccionales.

Es necesario salvar: archivos y documentos

La huella más fiel, más numerosa y cantarina del pasado, la constituyen esos documentos apergaminados y polvorientos que entre los basares de madera apolillada de sacristías y concejiles despachos, aún esperan decir su mensaje de honda sabiduría. El contacto durante mucho tiempo con esos queridos y olorosos pergaminos y legajos me ha llevado a profesarles un cariño tal, que, ahora deseo rendirles ese homenaje que merecen a su callad a y brumosa existencia, pidiendo al mismo tiempo para ellos, el respeto y la protección que necesitan para su futura supervivencia.

Cuando aún no existían ni los modelos oficiales de impresos, ni mucho menos los recopiladores cibernéticos de datos, los hombres de Estado, los administradores de propiedades particulares, los escritores concejiles, procuradores conventuales y otros profesionales de la escritura se dedicaban el día entero a copiar pacientemente las fórmulas rigurosas que precedían y arropaban a las donaciones, com­para-ventas y de bienes, o bien se dedicaban a ir traspasando, con el rasgo fino del cálamo, sobre el papel fuerte y vigoroso, la tradición oral o escrita referente a historias y sucesos de las ciudades y las personas. Con esos documentos, generalmente escritos con letra hermosísima pero muy difícil de descifrar hoy en día (letra francesa, gótica, procesal, etc., que fue evolucionando a lo largo, de los siglos) los historiadores molernos han podido ir reconstruyendo, a base de sintetizar numerosísimas informaciones, la historia de las ciudades, de las regiones, de las instituciones humanas que han ido modelando nuestro actual momen­to.

Pero, desgraciadamente, el respeto de la gente no ha sido paralelo al de la importancia que estos documentos tienen. He visto personalmente en algunas casas y comercios, cómo se han hecho decorativas, lámparas con la piel dura y tapizada en tintas y colores, de antiguos pergaminos, sacrificando su infinito valor histórico al ruin y perecedero de lo decorativo. Detalles como ése, llenan de vergüenza a cualquier, persona que se considere amante del pasado. En guerras y revoluciones (la de la Independencia contra los franceses, la bolchevique de los años treinta, etc.), también se, arremetió contra los viejos e inofensivos papeles que guardaban celosamente la palabra no dicha del pasado, perdiéndose así unos conocimientos y unos datos que hubieran hecho, a su modo, mucho más rica a la nación española. Incluso fuera de esos radicales disturbios sociales, el tranquilo y en apariencia pasar de los días, a través del cedazo de manos y mentes atrasadas, ha ido consiguiendo que muchos libritos manuscritos memorias y recopilaciones de tradiciones orales, e incluso archivos enteros de municipios e instituciones religiosas, hermandades, conventos, etc., se hayan dispersado en propiedades particulares y aún hayan desaparecido del todo, sin provecho para nadie. Un ejemplo de todo ello puede llegarnos en la letra del «Inventario» de los bienes pertenecientes al convento de carmelitas de Budia, hecho en ocasión de la Desamortización de Mendizábal, en el siglo pasado, y ‑que se publicó en el Boletín Oficial de la provincia, de 8 de mayo de 1837. Decía así: «Libros de la Biblioteca: una librería compuesta de siete estantes de pino con más de ochocientos, libros viejos, que por estar estropeados y de mal uso con las invasiones de los enemigos, no sirven para otra cosa que para papel viejo». Con semejantes patrones de comportamiento, no es raro que se hayan perdido incunables, relaciones valiosísimas y hasta algún que otro «Beato, de Liébana», como por ejemplo el que constaba existir, a comienzos del siglo XVII, en la biblioteca del convento franciscano de la Salceda, entre Tendilla Y Peñalver.

Afortunadamente, no todo ha sido del mismo cariz calamitoso, y han logrado salvarse importantísimas colecciones de documentos, ‘que hoy conservan con cariño y total veneración en multitud de Archivos. Sin ‑ pretender agotar. la relación de lugares donde puede encontrarse hoy en día lo más numeroso e importante de la documentación referente a  la historia de los lugares, las instituciones y las personas relacionadas con Guadalajara, es preciso, mencionar el Archivo Histórico Provincial, localizado en el Palacio del Infantado de Guadalajara, en el que una inacabable colección de documentos, procedentes de los protocolos notariales de la ciudad, lleva en sus páginas el discurrir de Guadalajara desde el siglo XVI hasta nuestros días. Lo mismo cabe decir, a nivel de actividad concejil, con el Archivo del Ayuntamiento de la capital, en el que hay documentos desde el siglo XIII.

Otro lugar de importante riqueza documental lo constituye el Archivo de la Catedral y Cabildo de Sigüenza, con multitud de datos acerca de la ciudad y su obispado, donaciones reales, libros becerros, etc., procedentes de antiguos monasterios y conventos, así como de iglesias, fueron llevados a Madrid, a finales, del siglo pasado, gran cantidad de documentos, que hoy se conservan en el Archivo Histórico Nacional, sección clero, y entre los que recordamos ahora rica aportación de datos acerca del monasterio de Lupiana, de Villaviciosa, de Santa Clara en Guadalajara, etc. También en ese mismo Archivo Nacional, secciones de Osuna y del Consejo de Ordenes, hay enorme cantidad de documentación relacionada con la provincia de Guadalajara, así como do la familia Mendoza, habitadora en ella durante varios siglos.

Repartidos por la provincia, aún quedan bastantes lugares en los que el papel el viejo y apolillado de los legajos y pergaminos se ha sabido respetar y se conserva en buenas condiciones de estudio: los Archivos de protocolos de Pastrana y Molina, municipales de Cogolludo, Cifuentes, Almonacid de Zorita, Atienza, Almoguera, etc., en los que se guardan además muy bellos documentos con los sellos rodados de reyes e infantes, en los colores brillantes con que hace ocho siglos, fueron dibujados. Instituciones religiosas, co­mo la Cofradía de la Virgen de la Antigua, en Guadalajara, la Ca­ballada de Atienza, y otras varias; incluso algunos monasterios, toda­vía vivos, como el cisterciense de Buenafuente, el más rico y valioso de cuantos archivo4 monasteriales se conservan en nuestra tierra, o los de monjas benedictinas de Valfermoso de las Monjas, el de las concepcionistas de Almo­nacid y otros varios. Lo que ya no existen, son archivos meramente particulares, como por ejemplo el de don Juan Catalina García, que fue cronista provincial a principios de siglo, y cuyos riquísimos fondos documentales y bibliográ­ficos se han perdido.

De todos estos archivos citados, no creo menester encarecer su importancia y necesidad de cuidado a las personas que actualmente los cuidan, pues todas ellas son, además de profesionales, verdaderos amantes del valor que custodian. Es hacia ese otro grupo, no citado pero existente de pequeños archivos parroquiales, concejiles e incluso particulares, que aún quedan desperdigados por toda la provincia, a los que se dirige mi llamada. Cualquier papel viejo tiene importancia; cualquier libro antiguo, por desgualdramillado y húmedo que se encuentre, debe ser celosamente cuidado y archivado. En mis viajes por la provincia he encontrado a veces interesantes piezas arrumbadas en estanterías, o incluso tiradas por el suelo, cubiertas de polvo y olvido. Lo mismo que entonces dije a los responsables de su cuidado, quiero ahora decir a todos los que lean estas líneas: respetadlo todo, conservadlo y, si acaso no comprendéis el valor o. el significado de lo que tenéis, decídselo a alguien entendido y entusiasmado en los viejos papeles. Que os lo interprete, que de a conocer lo que entre sus páginas se guarda, y que, luego, se venere el libro, el documento cómo lo que es: un pedazo de historia y un puñado de latidos humanos que se han quedado aquí, en la tierra del incesante rodar, a ser testigos de unas y otras actitudes. Que las vuestras sean las mejores