Es necesario salvar la arquitectura popular

sábado, 26 octubre 1974 1 Por Herrera Casado

Un edificio de Labros, donde la arquitectura popular ha sido peor tratada.

Quien no haya sentido la emoción primitiva de andar por las callejas sucias, levantadas y polvorientas de los pueblos de España, rozándose con las paredes de adobe, agarrándose a las rejas, penetrando en los frescos y oscuros portalones a preguntar por el tío Pedro, y pasando a visitar su casa, anchurosa y olorosa paja y buenas costumbres, no tiene por qué leer estas líneas. Porque no será partícipe en los propósitos que las animan.

Parece imposible que, a la altura que corremos del siglo XX, el tratar de defender las estructuras urbanas, ancestrales y típicas, de los pueblos y las ciudades de España, sea tarea poco menos que de locos y aún de reaccionarios. Cuando unas costumbres venidas de otro continente, han llevado a todo un pueblo a ocuparse casi con exclusividad, en sus ratos de asueto, a ver como salen muñequitos y monótonas historias ajenas a nuestra cultura en los llamados receptores de televisión, nadie se ocupa de respetar y defender Aquello que hemos heredado, y  adquirido de la médula misma de nuestra tierra, recibiendo con alegría lo ajeno, despreciando olímpicamente lo propio.

La provincia de Guadalajara posee todavía un ancho muestrario de lo que fue el modo de vivir de nuestros antepasados. Pueblos enteros permanecen aún con la misma estructura que tuvieron desde la baja Edad Media, y en otros muchos se conservan excelentes ejemplares de casonas, de calles, fuentes, plazas rincones que merecen la más decidida protección por su auténtico sabor rural e hispano.

Desde los grandes y conocidos ejemplares de plazas mayores, como las del Trigo en Atienza, de España en Sigüenza, la de Cogolludo, de Budia, de Pareja, etc., hasta las más humildes, pero no menos interesantes, plazuelas de Hijes, de Villel de Mesa, de Valverde de los Arroyos, en las que el antiguo sabor de la vida rural se encuentra todavía firmemente anclado.

No se trata ahora de que las, autoridades competentes tomen nota de este tema, pues son ellas las que están más preocupadas e interesadas en que estos populares entornos urbanísticos se conserven íntegramente. Sois vosotros queridos lectores, los que debéis anotar en la agenda de los encariñamientos, este toque de atención hacia lo que verdaderamente nos habla del limpio pasado de la tierra alcarreña. La conservación dé unos diversos y autóctonos modos de construir las casas, de reunirlas en grupos, calles y plazas, de concebir urbanísticamente un pueblo, es tarea obligada de quienes ahora residís en ellas. Mientras que Bellas Artes se encarga, muchas veces ente la incomprensión de  propios habitantes del pueblo, de defender, metro por metro fachada por fachada, rincón, por rincón la, riqueza urbanística y monumental de pueblos como Atienza, Sigüenza, Brihuega, Pastrana, y Molina de Aragón, declarados conjuntos histórico‑artísticos, hace necesario que sean los habitantes de esos otros lugares, que todavía no gozan de declaración monumental oficial, los que soliciten su inclusión, bien en forma de Monumento Nacional, bien en de categoría provincial,  o local, para los entornos más característicos de su localidad.

Hay calles en la provincia, como esa magnífica, alargada y soportalada de Tendilla, que son verdaderas joyas vivientes, legado palpitante de Siglos pasados, que debería respetarse al máximo, no construyendo nada que disuene con lo ya hecho. O esas otras calles de Argecilla, las de Alustante, cubiertas todas sus casas de hermosas rejas, las de Zaorejas, también… y ese aldeanismo tan ­puro de Santiuste, de Barriopedro, de Casa de Uceda, de Uceda mismo… deberá de ser a diario protegido, en cada mínimo detalle que se plantee, por los propios vecinos, conocedores del valor singular de su popular arquitectura. Cada día se pone más de relieve la necesidad que existe de un estudio serio y completo, que abarque todas las regiones de la provincia de Guadalajara, acerca de los modos y tipismos, de la arquitectura rural y aldeana, con objeto de saber, más adelante a qué atenerse en la hora de salvar cuanto de puro y ancestral todavía queda en nuestros pueblos,

Así será posible, dentro de doscientos, de trescientos años caminar por severo y tiernos entornos urbanísticos que hablen a nuestros descendientes, por un lado, de cómo fue la vida popular de las gentes alcarreñas del Medievo y siglos posterior, y por otro, de cómo supieron los hombres del siglo XX, etapa crucial en la conservación de todo ello, reconocer su valor y defenderlo a ultranza.

Es, pues, tarea de todos. Que la piedra gris y el pardo adobe sean todavía, durante muchos siglos, el sello de puridad y el escalofrío de belleza de esta tierra nuestra.