Cogolludo, historia y arte

sábado, 17 agosto 1974 2 Por Herrera Casado

 

El viajero que en estos días se llegue hasta ­Cogolludo va a recibir una de las más agradables impresiones que pueda esperar, y marchará luego de allí con las retinas ocupadas de perspectivas bellas y el corazón pleno de deseos de volver. Cogolludo se enclava, como un dulcificado mastín que sestea, en la suave falda de un monte. Y allí mantiene sus páginas de historia abiertas por las calles; y sus importantes piezas artísticas distribuidas en plazas y rincones, siempre en la encrucijada de lo sorprendente y lo equilibrado.

Porque si el duro acontecer medieval, con su complejo hilar de guerras y donaciones, teje la historia más densa de Cogolludo, es ya el gentil y plácido deslizarse del siglo XVI el que dará a la villa sus más galanas vestiduras de arte y empeño estético. Frente a frente, y unidas a un tiempo, la historia y el arte forran un libro inacabable que hojear mientras se visita Cogolludo.

Su antiguo nombre, Cugulut, ya estaba diciendo bien a las claras que se trata de un topónimo de base geográfica, pues como un cogollo se alza el caserío desde los más remotos siglos. Alfonso VI la conquistó a los moros, y su descendiente, el emperador Alfonso VII de Castilla, la regaló, en 1176, a la entonces naciente Orden militar de Calatrava, que edificó en lo más alto el castillo, del que hoy sólo quedan unas insignificantes ruinas. Muy contentos estuvieron los del pueblo con estos señores, y a la fuerza cambiaron de dueño cuando, en 1335, el maestre calatravo don García López entregó la villa, castillo y territorio a don Iñigo López de Orozco, como pago de muchos favores que le debía.

Tras varias vicisitudes de trueques y cambios de señoríos, paró Cogolludo en las manos de los duques de Medinaceli, en seguida emparentados con los Mendoza y acendrados, por tanto, en el cariño total hacia la tierra alcarreña. Del mecenazgo de estos señores, de aquel don Luís de la Cerda, tan renacentista y amador del italiano modo, surgieron monumentos que aún hoy perduran. El palacio ducal, que llena y enno­blece un costado de la plaza mayor, es obra suya, y de Lorenzo Vázquez, como arquitecto, en la segunda mitad del siglo XV. De sus descendientes, la parroquia mayor de Santa María, en lo más alto de la villa, es la que ahora va a centrar nuestra atención y a conducir nuestro paseo minucioso.

Un gran volumen de piedras doradas conforma en la altura este templo, cuya torre remata en chapitel al estilo español, propio de la época de Felipe II, en esa segunda mitad del siglo XVI en que se construye. Dos buenas portadas le dan acceso, por el sur y el occidente. En ésta, hoy cerrada, se encuentra por remate un ‑interesante grupo tallado de la Trinidad, en el que Dios Creador aparece sosteniendo en sus brazos a Cristo crucificado. En aquélla, que sirve de entrada principal, aparece en una hornacina la bellísima imagen de la Virgen, tallada en el siglo XVI, que contemplamos en la fotografía adjunta.

El interior de la parroquia de Cogolludo es deslumbrante por su grandiosidad. Cante en ella, con voz propia, el estilo gótico que aún se usa en el siglo del Renacimiento español, domeñado ya y decantado por los modos de hacer platerescos. Se dividen las tres naves por gruesas columnas intermedias, apoyadas en plintos muy moldurados, y rematadas en cenefas de las que arrancan unas bóvedas nervadas de muy agradable aspecto. Semicirculares aberturas en los marcos dan paso a diversas capillas laterales, y en lo alto se abren ventanas del mismo estilo.

Al fondo de la capilla mayor ya no queda, desgraciadamente, nada de lo que fue retablo mayor de esta parroquia y que poseía bastante mérito. En la nave del Evangelio, un pequeño altar contiene el gran cuadro que pintara José Ribera, «El Españoleto», a comienzos del siglo XVII, dentro de la técnica más pura del tenebrismo hispano. Sus grandes dimensiones ‑2,32×1,75 metros- y la extraordinaria factura del mismo lo elevan a la categoría de las mejores obras, pictóricas que se atesoran por todo el cinturón de la provincia de Guadalajara. Su tema son los «Preliminares de la Crucifixión y existen copias del mismo en Méjico, Florencia y París. Lo regaló a la iglesia el duque de Medinaceli, un año en que sustituyó su tradicional regalo al pueblo de un pollo que solía ofrecer por Navidad, por es, te gran cuadro, tomando así el apelativo cariñoso de «el capón del duque», con que se le conoce en Cogolludo.

En una capilla de la nave del Evangelio aparece como sistema de cierre una magnífica reja gótica, de la que queremos dejar aquí constancia, y en él suelo, a su entrada, encontramos una lauda sepulcral, en la que, bajo aparatoso escudo de armas, se lee lo siguiente: «Esta piedra mandó poner el muy magnífico Sr. Barón de Mendoza, patrón de esta Capilla de Nuestra Señora María CPL, donde están enterrados sus padres y abuelos y bisabuelos».

Para seguir anotando todo lo que de interés se encuentra en este templo, hemos de mencionar también un pequeño relieve, fragmento de otro que fue más extenso, representando la, Visitación de María a su prima Santa Isabel. En la sacristía existe un juego compuesto de tres sacras, seis candelabros y un crucifijo, todo ello en plata. En las sacras aparece grabada un águila bicéfala, y en los candelabros se encuentran los siguientes motivos: por una cara, el donante, que fue don Juan Francisco Delbira y Rojas; por otra, un castillo y la palabra «Cogolludo», y en la tercera, el nombre del grabador, que fue Mateo Pérez.

Ahora que la villa de Cogolludo celebra sus fiestas patronales, y entre sus muros antiguos y remozados recibe una gran afluencia de visitantes curiosos, bueno es recordarles que una gran cara de historia, arte Y tipismo baja rodando, desde el castillo y la iglesia, por sus calles empinadas y frescas. Y que no deben marcharse de allí sin haber gustado de todas esas cosas.