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mayo, 1974:

Recuerdos de la Salceda

 

No hace aún muchos, días que un buen amigo, Doroteo Sánchez, me escribía desde Peñalver incluyéndome esta fotografía de rancio y antañón corte. Ha sido tanta la impresión que­me ha causado, que no he podido resistir la tentación de publicarla y añadir algún comentario, algún recuerdo que complete, ésta visión pretérita y amarilla.

Se trata de la portada del templo conventual de La Salceda, uno de los más antiguos monasterios franciscanos de Castilla, en el que el padre, Villacreces, de un modo personal y parsimonioso, inició la reformación de la Orden en nuestro país, a mediados del siglo XIV. Humilde al principio, asistido por fuertes personalidades del misticismo y el aliento franciscano, llegó a convertirse en uno de los más importantes de la nación. En él tuvieron cabida figuras tan relevantes como el Cardenal Cisneros, fray Pedro González de Mendoza, San Diego de, Alcalá, fray Julián de San Agustín y tantos otros de interesante biografía (1), y entre sus muros y a lo largó de sus salas y claustros fueron almacenándose abundantísimas obras de arte, entre ellas algún manuscrito del Beato de Liébana, óleos de Tiziano, etc.

A comienzos del siglo XVII fue levantada definitivamente su iglesia, en un sobrio estilo manierista y escurialense, bajo las pautas que algunas décadas antes dictara el arquitecto Herrera, para, dar tono propio al construir del imperio hispano. Un buen ejemplo de esa escueta y perfecta, elaboración geométrica era la portada principal, que en, esta fotografía evocadora se nos muestra. Tomada hace ahora unos 60 años, tal vez alguno de los personajes que junto, a ella aparecen, como es la niña de pálida vestimenta, hayan sobrevivido a lo que parecía estar destinado para una eterna contemplación. De la inseguridad de este mundo, nuestro, nada ni nadie se libera: pasan los hombres, caen los fuertes sistemas políticos y sociales, y al fin son convertidos en ruina y polvo hasta los edificios que, por estar hechos de un material aparentemente más duro que el humano, podrían decirse eternos.

La fotografía, entre arrugada y carcomida, que mi amigo tuvo la amabilidad de enviarme, me da pie para que, todos juntos, recordemos aquí algunos detalles poco divulgados referentes a La Salceda.

Uno de ellos es el detalle de la reunión que en 1913 (aproximadamente cuando esta foto fue realizada) tuvieron los ayuntamientos de Peñalver y Tendilla, que durante siglos disputaron acerca del territorio en que estaba enclavado el monasterio, para solventar algunos asuntos pendientes entre ellos. En los apartados 43 al 45 del acta, se acordó mutuamente que el 95 por 100 del terreno ocupado por dicho convento era perteneciente al término de Peñalver.

El monasterio fue abandonado por los frailes en 1835, a raíz de la ley de Desamortización de los bienes eclesiásticos dictada por el ministro de finanzas Mendizábal. No es necesario repetir las tan manoseadas, frases de abandono, soledad, dejadez, y el largo etcétera de impersonales denuestos contra lo que, más suavemente, podríamos definir de desgraciado destino de esta casa. Se traslada­ron muchas obras de arte a las parroquias de los pueblos cercanos a Renera se llevaron objetos de orfebrería y las estatuas de los dos caballeros sanjuanistas a los que la tradición aplica el aparecimiento de la Virgen: nada queda de todo ello. En Budia pararon, y aún pueden contemplarse en su sacristía, bastantes lienzos de te­ma, sacro, entre ellos uno con el relato del «milagro de las rosas» de San Diego de Alcalá, que la tradición sitúa en La Salceda. A Tendilla fue la venerada imagen de la Virgen, ocupando hoy, con todos los honores, el centro de su retablo. Y a Peñalver, el tronco de sauce en que se dice apareció, la Virgen. Lo más fue vendido, desperdigado, robado y destruido. Aún entre las ruinas pueden verse pequeños fragmentos de la azulejería talaverana del siglo XVII, que con gran alarde de iconografía decoraba paredes del claustro, principal y de la iglesia.

Incluso, el edificio mismo, que por sus características de grandiosidad habría podido sobrevivir más fácilmente a los sucesivos expolios y dejadeces, ha seguido el implacable destino de todo lo demás. Si en 1914 aún pervivía esta hermosa portada, hacia finales de la década de los años 40 eran todavía notables los restos de muros que permanecían en pie, estando íntegra la circular capilla de las reliquias (2). Hoy es, tan poco lo que queda del monasterio de La Salceda, que apenas puede reconocerse la antigua situación y distribución de las dependencias.

Queda, eso sí, el fervoroso recuerdo de cuantos aman el pasado de su tierra. Peñalveros y tendillanos viven orgullosos de tan alta historia como cupo en los límites de ­sus territorios, y, es continuo el afán de las nuevas generaciones por conocer detalles de tan larga y brillante andadura mística.

Recuerdo ahora un dato poco divulgado, como es la estancia en este convento, durante el año 1814, de uno de los más significados líderes del liberalismo español: D. Joaquín Lorenzo de Villanueva Estengo, nacido en 1757, doctor en Teología a los 18 años de edad, sacerdote y escritor político, profesor en Salamanca y Madrid, académico de la española de la Lengua, y uno de los más entusiastas defensores del nuevo régimen político nacido, en las Cortes de Cádiz, en las que representaba a la región valenciana. La vuelta al .poder del absolutista Fernando VII acabó con la carrera y el empeño constitucional de este hombre, que sufrió encarcelamiento, en el año mencionado, en este convento alcarreño, y acabó huyendo, a Londres y Dublín, donde murió en 1837.

No quiero, finalmente dejar sin reseñar una obra que recientemen­te he podido leer, en la que se publican tres interesantísimos grabados retrospectivos de La Salceda (3). En el primero de ellos se representa la forma y disposición del retablo del altar mayor, obra barroca, pero sencilla, del siglo XVII, don un ostensorio central donde estaba la Virgen, y debajo un gran escudo cardenalicio de fray Pedro González de Mendoza. El segundo representa el interior de la cilíndrica capilla de las Reliquias, obra del mismo prelado, señalándose con minuciosidad los restos de cada santo que en urnas y relicarios se guardaban. La tercera lámina, muy bonita, presenta a los dos «hermanitos» o caballeros de la Orden de San Juan, orando ante un árbol en el que se aparece la Virgen con el Niño en brazos, sobre una media luna.

Los caballos huyen despavoridos. Los tres grabados son obra de Francisco Heylan, artista del siglo XVII (4).

Espero que hayan servido, estas líneas, surgidas al compás que esta fotografía triste y evocadora, para que todos los alcarreños tomen conciencia acerca del valor histórico, ya que no artístico, de esas ruinas olvidadas que duermen junto a la carretera fácil y dominguera de los «Lagos de Castilla».

Notas

(1) Véase el trabajo «Claros varones de la Salceda», en el tomo I de “Glosario Alcarreño”, página, 20 y ss. Para la historia más amplia de La Salceda, consultar mi obra «Monasterios y Conventos en la provincia de Guadalajara», así como las de fr. Pedro González de Mendoza, «Historia de Monte Celia», Granada 1616; de fray Alonso López Magdaleno, «Compendio historial del aparecimiento de Nuestra Señora de la Salceda», Madrid 1687, y las Crónicas franciscanas de fr. Pedro de Salazar, Rebolledo, etc.

(2) Así se comprueba en una fotografía dé Tomás Camarillo, publicada en la pág. 258 de la obra «La provincia de Guadalajara», Madrid 1949.

(3) J. M. Cabello Lapiedra, «El Monasterio franciscano de La Salceda», en «Arte Español», de 1920 pp. 119‑124. Aparte de los tres grabados y 4 fotografías, el texto del señor Cabello no aporta nada nuevo al conocimiento de este cenobio.

(4) Ceán Bermúdez, «Diccionario histórico de los más importantes profesores de las bellas artes en España», tomo 2º, página 289.

Iznaola y su testimonio alcarreño

 

El próximo lunes, día 27, y dentro del ciclo ­de Exposiciones pictóricas que la Caja de Ahorro Provincial de Guadalajara ha programado para este año, se presentará en su Sala de Arte, situada en la Excma.,Diputación Provincial, una exposición de pintura del artista Carlos Iznaola Garcés, quien por primera, vez asoma en los públicos ventanales, de nuestra ciudad. La presentación literaria del artista correrá a cargo de José Antonio Suárez de Puga, cronista de Guadalajara y conocido poeta.

Con esté motivo, y por unirnos a él una amistad, nacida en el común afán caminante de alcarrias, hemos charlado con Iznaola para intentar matizar y profundizar en esas acuarelas, en esos dibujos que nos presenta para con ellos dar testimonio de esta tierra. Que no es exactamente, la misma que vio nacer al artista, puesto que Carlos es madrileño, aunque habiendo pasado, un poco por todas las provincias centrales de España, y quedándose actualmente a vivir (pues se vive donde se tiene el corazón latiendo) en ese enclava único que es Pastrana. «Un día llegué allí, llevado por mi mujer. Me gustó tanto el pueblo, encontré amigos ten estupendos, a Montero, Cortijo, Revuelta y tantos otros, que me decidí a pasar allí los ratos de descanso y las temporadas, lo más largas posible, de actividad artística». Luego nos dice también Iznaola, que, su primera exposición de temas alcarreños, la celebró en Pastrana, en las pasadas fiestas, del Carmen, y desde entonces forma parte de la Institución Provincial de Cultura «Marqués de Santillana», de la que es uno de sus más activos colaboradores.

¿Cuál es tu preferido modo de expresión? preguntamos a Carlos Iznaola, quién, con su reposado y total dominio de la palabra pasa a relatarnos sus maneras de hacer, de entender, de experimentar incluso, en la pintura. «Tal como en mi exposición podrás ver la acuarela es lo que, hoy por hoy, trabajo con más asiduidad. Me gusta también mucho el dibujo que practico con tinta de imprenta, a espátula, con una técnica propia». ¿Por qué, agregamos nosotros, esas técnicas y no, por ejemplo, el óleo? «Sí, mira. Porque tanto la acuarela como el dibujo con esta técnica,  hecho de trazos gruesos y definitorios  se prestan a la espontaneidad, a la plasmación, del instante paisajístico, del gesto humano. Tanto una como, otro son, al mismo tiempo, un poco rebeldes. La, acuarela sobre todo: hay que atarla, luchar con ella y dominarla».

No es necesario que Carlos Iznaola explique el por qué de hacer, desde sus mil ángulos diferentes, el  paisaje alcarreño. «Lo que me interesa fundamentalmente es captar y plasmar la luz». La luz, si, que, chorrea de los montes y se extasía en las llanadas, se zambulle en los lagos, sé alza en vertical por todos, los campanarios; eso es lo que Iznaola busca, atrapa siempre, persigue hasta sus últimas consecuencias. Sus acuarelas son, así, puñados de luz en un papel sujetos. Y junto al sol agosteño y vivaz de Pioz aparece el gris plomizo de Valfermoso, en un día de lluvia, o los recovecos urbanísticos de Almonacid, de Pastrana, de Fuentelencina… «El paisaje de la Alcarria nos dice el artista ‑ es de los más variados que he visto». En él se barajan dos factores, el meramente paisajístico, y el ya más concreto y definido de los estudios urbanos, en los que el pintor se encuentra más atado, más constreñido a una realidad que es necesario plasmar, retratar, tal cual es. «Prefiero el paisaje más libre, aquel en el que pueda eliminar crear, cambiar colores, un tanto según el estado de ánimo…»; no viene a decir con ello Iznaola más que la definición del arte moderno, del arte eterno, en definitivo, por el que la conjunción de la realidad y la fuerza íntima, creadora, del artista, dan por resultado la obra de arte. «Prefiero el otoño para pintar, nos dice Carlos, meditando tras nuestra pregunta porque no es una época gris como se piensa, la más poéticamente luminosa de todas las estaciones”.

Hablemos ahora un poco del Arte, así, con mayúsculas. «Si. Para mí el arte es  un medio de expresión”. ¿Todos somos artistas, entonces? ¿Todos podemos expresarnos? Todos tenemos necesidad de una expresión. Sentimos elaboramos, nos manifestamos. Pero no artísticamente. La manifestación artística, requiere un oficio, una preparación. Hay que decir unas cosas, y decirlas de una manera concreta para que se pueda catalogar como arte. Preguntamos a Iznaola: ¿Tú, dónde te has formado artísticamente? «Bueno yo soy autodidacta. He aprendido de amigos; he aprendido, sobre todo, haciendo cosas. Es necesario, sí, recibir enseñanzas teóricas. Especialmente de quien sabe. No es imprescindible una enseñanza oficial. Pero, en definitiva, lo que importa es tener algo qué decir». Sinceridad como fundamento en arte. Sinceridad como motor de la propia evolución. Honestidad, en definitiva, como prima bandera. “Sí, esa es la palabra, lo necesario siempre: la honestidad”. Iznaola es un pintor honesto, he ahí su gran valor. Que va por la Alcarria retratando cosas, gentes, paisajes.

Carlos, ¿la pintura tiene también un sentido social? «Indudablemente. Mira, por ejemplo, una cosa que me parece absurda, que me molesta incluso, es que, en una exposicó6n, me pregunten qué pueblo es el que aparece en este paisaje, qué calle es la de aquél otro, etcétera. Ese nivel de anécdota debería estar sobrepasado. Lo importante que el artista, debe conseguir es transmitir al espectador una fuerza, una luz, un resultado, Que quien se ponga delante de una pintura, un dibujo, una acuarela, sobrepase la actitud de mirar, y vea. Vea, sí, algo más que un pueblo o una cara conocidos. Vea una realidad bella que le rodea».

Carlos Iznaola Garcés, con su cordial y reposado sentido del diálogo, nos ha mostrado nuevas interpretaciones del arte pictórico, renovados caminos para el entendimiento del mundo. Nos brinda, al mismo tiempo, en ese casi medio centenar de obras que a partir del lunes mostrará a todos en, la Sala de la Caja de Ahorro Provincial, nuevos ojos y nuevos colores para pasear la Alcarria y gustarla en su sentido más hondo y poético. Las eras, los campanarios, los soportales y las antiguas carretas… cerros prados, y arbo­ledas espesas que encierran todo un mensaje de sosiego, de cósmica serenidad, de humana ternura, para tratar con ellas, hasta donde el espectador alcance, de cambiar el mundo.

Iznaola, ya un alcarreño más, y de los más fervorosos, nos trae y regala su testimonio fiel, su inquietud, y su honestidad de viajero sensible por nuestra tierra. El éxito de su exposición  y sus intenciones está asegurado.

 

           

 

Noticia de los hermanos Durón

 

Entre los grandes artistas que la provincia de Guadalajara ha dado al mundo, cuentan, entre los más relevantes, dos músicos barrocos, nacidos ambos en Brihuega, y que, concretamente, el año pasado, en la Jornada de Exaltación Alcarreña, qué se celebró en dicha villa, recibieron el’ homenaje de sus paisanos: Sebastián y Diego Durón, cuya labor musical fue múltiple en la España de fines del siglo XVIII.

Acerca de sus vidas y obras se han hecho últimamente notables investigaciones y conseguido unas muy interesantes puestas al día de sus creaciones musicales, tanto en directo como en grabaciones. Y es preciso destacar los nombres de dos Personas, que han dedicado muchas horas de su Vida y un gran entusiasmo por dar a conocer la obra de estos músicos briocenses. Se trata de la ilustre investigadora canaria, doña Lola de la Torre de Trujillo y de su sobrino, don Lothar G. Siemens Hernández, quienes con sus investigaciones historiográficas, han abierto nuevos caminos en el conocimiento de estos nuestros paisanos.

Hoy sólo quiero mencionar aquí, las últimas actividades de estas dos personas en torno a la producción musical de los hermanos Du­rón.

Doña Lola de la Torre, publicó en 1963, en la revista «El Museo Canario», un interesante artículo titulado «La Capilla de Música de la Catedral de Las Palmas, y el compositor Sebastián Durón», deshaciendo con ello la falsa creencia tenida hasta entonces, acerca de la ocupación por este músico, el mayor y más  famoso de los dos hermanos, de la maestría de la capilla musical canaria. Aunque, Sebastián estuviera en la isla, y en el archivo de su catedral se conserven algunas partituras suyas, ha quedado suficientemente demostrado que no ocupó tal cargo. Según investigaciones de Lothar G. Siemens Hernández, en su artículo titulado «Nuevos documentos sobre el músico Sebastián Durón», publicado en el Anuario Musical de 1961, el famoso músico briocense pasé, como organista por los catedrales de Sevilla, el Burgo de Osma y Palencia, previa su arribada al cargo de organista de la capilla real de Carlos II, puesto que ocupó el 23 de septiembre de 1691. Son muchas las noticias que Siemens aporta de ese período, hasta ahora desconocido, de la vida de Sebastián Durón, que fue más conocido por su cargo de director de la Capilla musical real, sus intervenciones en la política del, cambio de dinastías, entre Austrias y Borbones, y su acabamiento en el exilio, en Cambó‑les‑Bains (Francia), en 1715.

La vida del hermano menor, Diego Durón, es menos conocida y más tranquila, más reposada que la de su hermano. Diego, na­ció también en Brihuega, (así lo dice en su testamento, conservado en el Archivo Histórico Provincial de Gran Canaria), siendo sus padres, Sebastián Durón y Francisca de Ortega (también confirma estas noticias Sebastián, cuando presentó los documentos probatorios de su limpieza de sangre al intentar acceder al cargo de organista en Burgo de Osma). En 1676, Diego fue nombrado maestro de la capilla musical de la Catedral de Las Palmas. Ya no dejó su puesto hasta el mismo día de su muerte, el 15 de marzo de 1731, en la ciudad isleña, siendo enterrado en la iglesia de los Remedios, al pie del altar, que él erigió a Nuestra Señora del Pino. Doña Lola de la Torre ha escrito un magnífico trabajo titulado «Noticias sobre D. Diego Durón, maestro de capilla de la Catedral de Las Palmas», por el que ha recibido el Premio de erudición histórica «Viera y Clavijo», y que está pendiente de su publicación. Además, en la revista «El Museo Canario», de los años 1964 y 1965, publicó esta autora el Catálogo general, comentado, de «El Archivo de Música de la Catedral de Las Palmas», incluyendo entre sus páginas 203 a 216, las 421 composiciones musicales que este au­tor escribió durante su larguísima estancia canaria.

Sin embargo, y a pesar de su gran calidad artística, los villancicos de Diego y la obra polifónica de Sebastián son todavía muy poco conocidos entre los aficionados a este arte de los sonidos. Bajo la dirección técnica de Lothar Siemens, e interpretada por la Escolanía de Montserrat, la Deutsche Gramophon Gesellschaft grabó, hace paco tiempo, un disco, para la colección Archiv «Hispaniae Musica», con obras de los hermanos Durón. Más recientemente, el 30 de octubre de 1973, por la Coral Polifónica de la Caja Insular de Ahorros de Gran Canaria, se dieron a conocer tres obras polifónicas de Diego, Durón: el «Adiuva nos Deus», el «Sciens Iesus» y «los Motetes para los Oleos del Jueves Santo». De la primera de estas obras, comentó el crítico Martín Codax que, «sitúa al auditorio ante una polifonía compleja, de excepcional empaque en la escritura, con un mecanismo contrapuntístico sensibilizador por la idea temática ‘y la nobleza de las yuxtaposiciones de voces», diciendo de los últimos, que deben calificarse como «tres piezas sobrecogedoras». El año pasado, en septiembre, en la ya mencionada Jornada de Exaltación Alcarreña, celebrada; en Brihuega, el Cuarteto Vocal «Tomás Luís de Victoria» interpretó también algu­nas obras de Diego Durón.

Todo esto viene a decirnos el interés que últimamente están despertando las figuras y la obra de dos inmortales briocenses, los hermanos Durón, cuya música debería ser familiar para todos los alcarreños y cuyos villancicos a 4, 5, 7 y 8 voces, nos gustaría mucho escuchar de las bien conjuntadas de la Coral «Santa Teresa de Jesús» de nuestra Sección Femenina de Guadalajara.

El románico-mudéjar de Aldeanueva

 

A escasos kilómetros de nuestra capital, ha surgido (para muchos de la noche a la mañana, pero en realidad a costa de largas horas de trabajo, y preocupaciones) una nueva joya del arte provincial que durante siglos se mantuvo escondida y tapizada por las desacertadas reformas de los siglos pasados, Se trata del templo parroquial de Aldeanueva de Guadalajara, obra indudable de la transición de los siglos XII al XIII, y que, aun siendo de estilo románico por su estructura y breves detalles ornamentales, aumenta su valor si consideramos el gusto y la técnica con que está, resuelta su construcción, que es plenamente mudéjar.

Consta la iglesia de una sola nave alargada, orientada de oeste a levante, flanqueada de muros en los que el mampuesto de piedra de alcarria alternada con hiladas de ladrillo. Tres arcos fajones, levemente apuntados en su remate, también de ladrillo visto exclusivamente,  compartimentan el templo, que viene a cubrirse con techumbre de madera.

Si todo esto es muy interesante, aún lo es más la parte capital del templo de Aldeanueva: su semicircular ábside precedido de cuadrangular presbiterio, que se separa de la nave por un gran arco triunfal al que se adosan columnas de piedra caliza rematadas en sencillos capiteles de decoración vegetal. El medio cañón del presbiterio, y la cúpula en cuarto de naranja del ábside están construidos íntegramente con ladrillo, mientras que se tratan de mampostería los muros de estas mismas estructuras. El total del templo, tal como se puede apreciar en la fotografía adjunta, se adueña poderosamente de quien lo contempla por primera vez, dando una sensación de grandeza y majestuosidad, dentro del aire rural que posee.

Esta prodigiosa restauración, sin grandes costos pero si con problemas técnicos que se han presentado a cada paso, ha corrido totalmente a cargo del cura párroco de Atanzón, don Calixto, García, que también gobierna espiritualmente a la villa de Aldeanueva. Asesorado por nuestro señor, Obispo, Dr. Castán, gran entendido en el arte de tiempos pretéritos, y con la colaboración del pueblo entero, que sabía se estaba recuperando una importante obra de arte, a lo largo de estos dos últimos años se ha realizado el milagro. En 1973, incluso, y con motivo del Concurso que la Excelentísima Diputación Provincial convocó para el XII Día de la Provincia, este templo obtuvo el premio dé 30.000 pesetas ofrecido a la más destacada actividad en la conservación o restauración del patrimonio histórico‑artístico de Guadalajara.

A todo ello, debemos añadir algún otro dato de interés, como es la puerta de la sacristía, situada en el lado de la Epístola, en el presbiterio, también restaurada, y que es un notable ejemplar de carpintería ­mudéjar, con ornamentación geométrica. E incluso la pintura mural que existe, bastante dañada, en el interior de esta última dependencia: es, obra del siglo XVI, y representa la Piedad.

El auténtico ambiente de mudejarismo y medievalísimo en estado puro que se ha conseguido en este templo, debe ahora mantenerse y acrecentarse al máximo. Por una parte, evitar, que de nuevo sea bastardeada en su interior esta obra, con aditamentos, incluso litúrgicos, que pudieran romper su armonía. Ni una sola imagen cabe ahora en ella, pues el estilo sobrio del templo así lo requiere, y además el contraste de color ‑rojo y blanco‑ del ladrillo y la piedra ya es suficiente atractivo ornamental. Por supuesto que el antiguo retablo, de estilo barroco, sin dorar, y de poco arte, que remataba el templo, está totalmente fuera de lugar en esta reforma, y confiamos en que no se volverá a Colocar.

El segundo paso que se ha de dar es el de la restauración definitiva del templo, muy especialmente en su aspecto exterior, que es el que ahora ha quedado más descuidado, pero que si  fuera bien tratado supondría su revalorización completa, y equivaldría a la aparición de un tipo arquitectónico muy poco visto, como es el de una galería porticada meridional con sustentáculos de ladrillo conservados todos ellos, aunque de muy diversas maneras bastardeado. Creemos que la mejor manera de conservar  y acrecentar la importancia de esta obra de nuestro arte, es la declaración de Monumento Nacional para ella, cuyo trámite se está gestionando actualmente. Si se consigue para la provincia de Guadalajara este nuevo, Monumento Histórico‑Artístico de carácter nacional, será el momento adecuado para solicitar de la Dirección General de Bellas Artes su restauración completa.

Aldeanueva de Guadalajara, a tan solo 12 kilómetros de nuestra capital, está esperando la visita de cuantos se interesan en estos temas del arte románico alcarreño, que aquí tiene uno de sus más meridionales y dignos ejemplos.

Mariología en Guadalajara

Coincidiendo con la llegada del mes de mayo, el mes dedicado a María dentro del encadenamiento del año, nos llega a las manos un documento que durante mucho tiempo se había hecho esperar en nuestra tierra. Es, concretamente, un libro dedicado por completo a la anotación minuciosa y a la recopilación exhaustiva de las advocaciones marianas en nuestra provincia de Guadalajara. Su título, «Cual aurora naciente», en recuerdo de las palabras proféticas que Salomón pronunci­ara refiriéndose a la Virgen. Su autor, el conocido periodista y poeta alcarreño don Jesús García Perdices.

Los varios centenares de habitáculos que posee la tierra de Guadalajara, desde las más linajudas ciudades hasta los lugarejos más escondidos, conservan la memoria y el respeto de múltiples representaciones de la Madre de Dios, a la que honran y dan culto en fechas generalmente coincidentes, muy en especial en las postrimerías del verano. Estas devociones, nacidas en la Edad Media al compás del cultivo del arte pictórico y escultórico plenamente religioso, alcanzaron su cima en los siglos XVII y XVIII, en los que, por honor de la Virgen María, se paralizaba la vida en ciudades y villas, competían los poetas con sus versos y se hacían procesiones que podían durar hasta días enteros. Surgieron entonces ya desde el siglo XII existen testimonios las advocaciones particulares en cada pueblo y ermita, destacando algunas que por su situación o especiales hechos milagrosos eran más queridas de las gentes. En Guadalajara fueron cobrando fama algunas advocaciones, como por ejemplo la Virgen de la Hoz, en Molina; la de la Salud, en Barbatona; la de, la Antigua, en la capital; la de la Esperanza, en Durón; etc. Pero fueron, sobre todo, aquéllas en las que un monasterio o comunidad religiosa atendía y propalaba su culto, las que mayores devociones masivas despertaron. Así, podemos recordar las grandes peregrinaciones que, desde el siglo XIV, se organizaron desde todos los rincones de Castilla hacia el santuario de Monsalud, junto a Córcoles, a que la patrona de los males «de rabia y aflicción de corazón» sanara a tantos enfermos como de estas afecciones había. La Virgen de la Salceda, en el monasterio franciscano del mismo nombre, fue venerada hasta por los reyes de España, lo mismo que le muy querida de Sopetrán, en el monasterio benedictino de la vega de Hita. También: la Virgen Blanca de Bonaval, hoy en la parroquia de Retiendas (reproducida junto a estas líneas), la del Madroñal, de Auñón; la del Puerto, en Salmerón, fueron advocaciones florecientes durante siglos gracias al cuidado que ciertas órdenes religiosas pusieron en su culto.

Pero ha sido en realidad el propio pueblo alcarreño el que, de una manera espontánea, brotada de su sencillo corazón, ha puesto en cada otero, en el centro de cada retablo, en la correspondiente umbría o vega de su pueblo, una virgencita riente y maternal que amparara, de forma espiritual y sin grandes festividades ni demostraciones, las sencillas aspiraciones de sus hijos.

Y es en este libro, sencillo y humilde, en este libro «franciscano», como cariñosamente lo ha llamado su autor, que aparecen descritas estas advocaciones creadas y mantenidas por el pueblo alcarreño en honor de la Virgen María. A modo de diccionario, es exponen por orden alfabético los pueblos de Guadalajara de los que García Perdices ha reunido noticias, todas ellas de viva voz y sin fiar nunca del problemático dato comunicado, referentes a vírgenes, milagros, apariciones, ermitas y costumbres típicas. Es ésta, pues, una sustanciosa obra donde lo etnológico y folklórico se una íntimamente al tratamiento sentimental que el autor ha querido poner en cada uno de los pasos dados en su viaje provincial. Editado muy pulcramente por la Editorial OPE, de Guadalajara, consta de 139 páginas, en cuarto menor, y lleva en su portada, elegantemente diseñada a un solo color, un magnífico dibujo de Regino Pradillo. El valor didáctico y recopilador de «Cual aurora naciente» se ve incrementado por la serie de poesías que García Perdices, hombre que lleva el sentimiento lírico por cada una de sus venas, pone tras el relato de las más importantes advocaciones. Una sola cosa echamos en falta en este magnífico libro: algunas ilustraciones de esas imágenes virginales que, al valor religioso y tradicional que de por sí tienen, se aumentan con el artístico e histórico que las manos de sus desconocidos autores y el tiempo pasado sobre ellas les han conferido.

Hablar, por fin, del autor de esta obra se nos hace difícil, máxime teniendo en cuenta la antigua y profunda amistad que con él nos une. Jesús García Perdices, el poeta «de la honda voz católica», como le designó Camilo José Cela en uno de sus escritos, pertenece a esa extraña raza de hombres que con tan escasos afiliados cuenta ya en este desmadejado y desorientado mundo de hoy, en los que se aúna !a sencillez de su trato con la creencia firme y virilmente mantenida en una serie de concepciones morales, religiosas y políticas que han informado su vida y a las que no renuncian por fuerte y llamativa que sea la novedosa propuesta. Para ello hace falta tener, como lo tiene García Perdices, un ancho corazón y una bondad sin límites.

Y para hacer lo que acaba él de hacer, como es editarse un libro de su propio. bolsillo, una fe sin fronteras en sus paisanos, que no le van a desilusionar en absoluto, pues éste de «Cual aurora naciente» ha de ser un libro que estará en todas las bibliotecas, por pequeñas y humildes que sean, de los alcarreños que sienten su tierra como un pedazo más de, su propia existencia. Imprescindible, su lectura, muy necesaria su consulta de vez en cuando, para recordar alguna fecha, algún nombre, algún dato relacionado con cualquiera de las fiestas marianas de Guadalajara. La obra de García Perdices, en suma, llega en el momento preciso. No sólo por la fecha, el mes de mayo, sino por situarse en un período de renacimiento del afán editorial de nuestra tierra, durante tantos años dormido.

El aplauso más sincero a Jesús García Perdices y la enhorabuena cordial a todos los que aman con verdad y a ultranza su tierra de Guadalajara.