Mudéjar en Guadalajara

sábado, 30 marzo 1974 0 Por Herrera Casado

Ahora que desaparece, bajo la férrea estructura de las nuevas instalaciones municipales, el terreno en que estuvo enclavada la iglesia de San Gil, bueno será recordar, aún por encima y brevemente, los límites artísticos, urbanísticos y humanos de antiguos templos arriacenses, cuyos nombres han quedado flotando, ya casi sin sentimiento alguno, sobre la toponimia ciudadana.

Guadalajara, reconquistada al moro en 1085, y casi construida de nuevo a partir de entonces, ha sido, y es en el recuerdo, una de las ciudades españolas de más acusado sabor mudéjar en sus construcciones. Muchos de los árabes que la habitaban, quedaron entre sus murallas tras la reconquista, y aquí se dedicaron a la construcción de los nuevos edificios cristianos, en los que, por falta de ‘material constructivo pétreo, y por el aire propio que estos artistas y alarifes les dieron, se puso en múltiples ocasiones el sello de lo netamente mudéjar. Así ocurrió con las Iglesias de Santa María de la Fuente y de Santo Tomé (hoy Santuario de la Antigua), y aún con la capilla de Luís de Lucena, todas las tres felizmente conservadas hoy en día. Y así ocurrió también con el antiguo edificio de] Ayuntamiento, con las Iglesias de San Gil, San Esteban y Santiago, ya desaparecidas por completo, pero que durante muchos siglos dieron con su pardo sonreír de ladrillos, y su polvorienta sencillez de domesticidad urbana, el sello de auténtico carácter mudéjar que tuvo Guadalajara.

«San Gil es la parroquia en que antiguamente a sus puertas se hazían los Concejos», decía Núñez de Castro en su «Historia de Guadalajara” escrita en 1654. En efecto, al cálido aliento del sol metiéndose por entre las columnas de su atrio, se sentaban en ha baja Edad Media los ediles de la ciudad, a discutir en abierta asamblea los problemas del ámbito urbano y de sus hombres. Poseía una portada de claro signo arabizante, con arco de herradura todo él edificado en ladrillo, y una capilla, la de los Orozco, revestida a su interior de complicadas tracerías mudéjares en estuco policromado. Durante 16 años fue monumento nacional, categoría que perdió en 1941 por haber pasado, tras sucesivas demoliciones y ruinas progresivas, a ser un simple montón de piedras.

En esta iglesia de San Gil fundó don Luís González de Toledo una capilla, en la que se velan «dos buenos sepulcros y una reja que sale a la Capilla Mayor». También fundó capilla, la llamada de Santa Ana, don Pedro de Medina, secretario que fue de la Cámara del rey Enrique, y caballero de la Orden de la Banda. Otros muchos caballeros arriacenses, como don Antonio Garcés y Estrada, don Cristóbal Velázquez y Mendoza, don Fernán Sánchez de Orozco, etc., tenían en este templo un enterramiento. De todo ello, lector, ya ves que no queda otra cosa que el recuerdo lastimero de su pretérita existencia.

Mudejar de Guadalajara, neomudejar, pervivencia del mudejar, trallero sanz, villaflores

Otro muy interesante edificio mudéjar de nuestra ciudad era la llamada iglesia de San Esteban, situada en el lado norte de la plaza actual de tal nombre, construida a principios del siglo XIV y derruida a fines de XIX. Decía el mismo Núñez de Castro que «la Iglesia de San Estevan es de edificio muy antiguo, tiene Cura, y dos Beneficiados, y Capellanes de varias memorias». No nos quedan descripciones de su categoría arquitectónica mudéjar, aunque si en cambio, tenemos testimonios de la riqueza artística que en su interior atesoraba: en la capilla de don Juan de Oznayo y Velasco, camarero del duque del Infantado, por ejemplo, había «dos bultos muy costosos de alabastro” en uno de los cuales estaba retratado y sepultado el fundador, quien en 1496 puso un retablo de pinturas de alto aprecio por los historiadores que lo vieron. En otra capilla de esta misma iglesia se hallaba enterrado, bajo una talla de cuerpo entero yacente, en alabastro, don Francisco Beltrán de Azagra, que murió en 1547. Este sepulcro fue salvado en el momento de la demolición de] templo, y hoy se conserva en la capilla de Luis de Lucena. Aún más: capilla propia tenían en esta iglesia los Ramírez de Arellano, familia de muy alto linaje que se estableció en las Alcarrias en la Baja Edad Media, y que construyó, entre otras cosas, la conocida casona de la plaza mayor de Marchamalo, hoy barrio periférico de Guadalajara.

De la iglesia de Santiago tampoco queda nada. La que actualmente usa tal nombre, no es sino el templo conventual de Santa Clara, obra también y magnífica por cierto, del gótico mudéjar en España. Estaba prácticamente anexionada al palacio de los duques del Infantado, aunque éste es construcción más moderna que el templo. Los Mendoza pasaban de uno a otro a través de un arco o pasadizo elevado sobre le angosta calleja que los separaba, pues dicho templo de Santiago se hallaba sobre el solar que hoy constituye la lonja de acceso al moderno costado del palacio, en la parte de la pieza de los Caldos que da a la calle Miguel Fluiters. Según el ya citado Núñez de Castro en la «Historia de Guadalajara» que escribió mediado el siglo XVII. «ésta iglesia de nuestro Patrón es le más hermosa nave que ay en la ciudad, en la traza, disposición y grandeza, con buenas capillas a los lados». La alta sociedad arriacense tenía en ella tomadas lugares para su eternizado reposo. La familia de los Rodríguez Pecha, de la que salieron los fundadores de la orden de San Jerónimo, poseían la Capilla llamada de la Trinidad o de San Salvador. La fundó don Fernán Rodríguez Pecha, Camarero del Rey, en 1334. En el centro del recinto se hallaba el enterramiento de este señor, que consistía en una gruesa plancha de bronce tallada, hoy desaparecida. Su mujer y sus hijos, don Alonso Pecha, obispo de Jaén, y doña María Fernández Pecha, casada con don Pedro González de Mendoza, señor de Hita y Buitrago, también se enterraron en ella.

Interminable sería enumerar las personalidades que aquí tenían altar y cenotafio: parte de la historia de nuestra ciudad va en sus nombres. Don Luís de Alcocer, prior y canónigo de la catedral de Salamanca, patrono del Colegio de los Remedios desde su inicio, era uno. Don Diego Pérez Rene de Nasao, regidor perpetuo y alcalde de la ciudad de Guadalajara, era otro. Doña Isabel de Aragón, mujer del 4º duque del Infantado, tenía también su capilla. Y otros muchos altisonoros nombres de la Guadalajara gótica, renacentista, eternamente enamorada de la belleza, tuvieron aquí su postrer lugar en la tierra. Que vino a desaparecer, en parte, y por reformas, en 1873, y totalmente en 1903, por demolición completa del edificio.

De lo mucho mudéjar que tuvo y aún tiene Guadalajara, quedan por escribir bastantes cuartillas. Hoy sólo hemos querido dar su oportunidad de recuerdo a estos tres templos. San Gil, San Esteban y Santiago, que por más o menos auténticas necesidades urbanísticas han ido desapareciendo de nuestra cordial geografía. Que, al menos quede su peso y su paso entre nosotros.