Sigüenza, la sacrsitía de las Cabezas (I)

sábado, 22 diciembre 1973 0 Por Herrera Casado

 

El arte del Renacimiento, que en España adopta una peculiarísima manera de expresarse, y dona al mundo su modo de hacer, «plateresco», ha tenido en Guadalajara, y aún se conservan muchas pruebas de ello, una importancia cualitativa enorme. Por otra parte, la cantidad de obras producidas ha sido tal que para estudiarlas todas detenidamente haría falta escribir un voluminoso libro. Poco a poco irá apareciendo en estas páginas el rasgo de unos y otros ejemplos que el Renacimiento nos dejó como herencia en Guadalajara. Tal vez un día puedan reunirse estas cortas visiones en unificado racimo impresas.

Nos llega hoy la presencia de un ejemplar único en el mundo, de una muestra genial del arte español de todos los tiempos: la sacristía mayor, de las Cabezas o Sagrario nuevo de la Catedral de Sigüenza. No vamos a parar en la alabanza, en la admiración inactiva. Quede esto para quien desee aprovechar una mañana de fiesta visitándola. Vamos ahora, Pues, con su descripción e historia.

Reunido el Cabildo catedralicio en 1532, y siendo obispo de Sigüenza fray García de Loaysa, se decide la construcción de una Sacristía nueva, amplia, que viniera a sustituir a la antigua. Era el 12 de enero, y, una Vez decidido se mandara llamar por Covarrubias, que a la sazón trabajaba en Toledo, en su mayor obra de la capilla de los Reyes Nuevos, es el arcediano de Medina quien se encarga personalmente de «enviar por Covarrubias», llamando la atención lo familiarmente que es tratado este artista por los señores del Cabildo seguntino, señal inequívoca de que ya antes había trabajado para ellos, muy probablemente en el altar de Santa Li­brada y mausoleo de don Fadrique de Portugal (1). El 22 de febrero de ese mismo ano se encuentra Covarrubias en Sigüenza, asistiendo a la reunión capitular, donde sé acuerda con él para que «con la mejor orden» se haga el nuevo Sagrario o Sacristía. ¿Hizo allí mismo, en Sigüenza, sus diseños y trazas Alonso de Covarrubias? Es lo más probable, pues pocos días más tarde, justamente el 4 de marzo, se firmaba el contrato conforme a las trazas que el artista toledano acababa de presentar. Trabajó rápido Covarru­bias, y trabajó bien. Era ese el momento en que alcanzaba el cenit de su inspiración artística. En seguida comenzaron los trabajos. Pero… ¿se terminaron, 42 años más tarde, tal y como Covarrubias lo determinó en un principio? Vamos a ver a continuación las fases por las que pasó esta obra, y los hombres que en ella intervinieron, quedando la  gloria de la decoración de esta Sacristía en más que problemática suposición. Tal vez las pruebas auténticas, documentales y fidedignas de la evolución de los trabajos se hallen en el Archivo Catedralicio seguntino.

Durante 2 años dirigió Covarrubias esta obra. Pero en 1534, al ser nombrado maestro mayor de la Catedral de Toledo, se vio obligado, a suspender su directa intervención en Sigüenza, rescindiendo, el contrato, y proponiendo como sucesor suyo a Nicolás de Durango quien fue admitido como tal por el Cabildo. Las obras que Durango fue llevando a cabo en esta catedral adolecieron de un excesivo enlentecimiento, provocado en parte por lo reducido del presupuesto. Hasta 1554, fecha de su muerte, no se hizo otra cosa que profundizar cimientos, levantar paredes y cubrir las bóvedas. Estas se iniciaron en 1545, y el Cabildo dio poder a Durango para que las modificara y construyera «de la manera y forma que le pareciere». Esto, que a primera Vista puede llevarnos a fijar la paternidad de esa gloria del Renacimiento español, que es la bóveda de la Sacristía de las Cabezas, en Nicolás de Durango, no tiene por qué ser categóricamente exacto. Pues puede muy bien haber ocurrido que Covarrubias trazara también esta parte de la obra en su inicial proyecto en 1532, y Durango, fiel discípulo suyo, se limitara a seguir el primitivo proyecto. Fuera de uno, fuera de otro, cataloga de genial al autor de tal maravilla.

A Durango sucede en la dirección de esta obra, así como en el cargo de maestro mayor de las obras de la catedral el artista seguntino Martín de Valdoma a quien cabe la gloria suprema de haber concluido lo que ya iba durando excesivo tiempo, así como haberle dado el definitivo sello de grandiosidad y magia con el onírico y a la vez aquilatado mundo de la decoración de esta sala. Sin embargo, cabe hacerse la misma pregunta respecto a la tarea de Valdoma que trabaja en esta sacristía entre 1554 y 1563, y a quien el señor Pérez Villamil, atribuía todo el diseño, dibujo y aún talla de lo decorativo de ella. ¿No trazaría previamente Covarrubias estas 304 cabezas, estos 16 medallones de las enjutas de los arcos estos 10 capiteles, este friso inacabable y tantos otros detalles de florido plateresco que hoy son la admiración del mundo entero? Sólo la confirmación documental podría darnos la respuesta definitiva, de la que, hoy por hoy, carecemos. Bástanos elucubrar, parcialmente además, sobre los capiteles de esta sacristía, en los que la mano de Alonso de Covarrubias parece indudable. Véanse, sino, los capiteles de Lupiana, los de la Piedad de Guadalajara, etc. Ya estudiados en estas mismas páginas que confirman ser obra de una misma cabeza pensante e inspirada.

La portada de la sacristía se terminó en 1574, y fue trazada por Juan del Pozo, ya en un estilo más herreriano, más frío que el interior de la sala. La puerta de este Sagrario, en noble madera tallada con figuras de matronas y santas, es obra segura de Martín de Valdoma, lo mismo que diseño de las dos cajonerías más antiguas que hoy se conservan junto a la Capilla de las Reliquias.

También actuó, durante una breve temporada, como maestro de obras de esta sacristía seguntina, Francisco de Baeza, otro de los grandes diseñadores del plateresco en la Ciudad Mitrada. El costo total de la obra ascendió a tres mi­llones y medio de maravedises. El peso constante, más anónimo y, sin embargo, más efectivo, de toda la talla de esta pieza, fue cargado en los hombros de varios hombres cuyos nombres, afortunadamente para nosotros, se han conservado: Diego y Adriano de Lande, Alonso Velasco, Villalba, Briones, Carca, Guillén, Aguilera, Jerónimo de Daroca, Fernando Carasa, Martín de Elgueta, Pierres, y, sobre todos ellos, el maestro Esteban, tallista principal e «imaginario», que por entonces ganaba la alta cifra de 5 reales diarios por su trabajo que, de todos modos, ha conseguido la definitiva revalorización de la ad­miración imperecedera.

(1)     Pérez Villamil, «Estudios de historia y arte: la catedral de Sigüenza», Madrid 1899, pág. 128. No existe, sin embargo, prueba documental alguna que confirme tal suposición, o al menos no ha sido todavía hallada.