Tendilla, la recta sinuosa

sábado, 25 agosto 1973 0 Por Herrera Casado

 

La recta sinuosa de Tendilla es representación fiel de una pasada época, latido constante de otros anteriores siglos que renuncian a evaporarse o morir desintegrados. La sorpresa de quien por primera vez contempla y saborea la calle mayor de Tendilla, se multiplica a cada paso que da por sus soportales, por la sombra rumorosa que forman las inacabables columnatas blancas.

Ya en el siglo XVI estaba así constituido el urbano aspecto de Tendilla. En la relación que del pueblo escribió Juan Fernández de Sebastián Fernández, se dice que en la plaza y en las demás calles de la villa hicieron unos Salidizos y portales, que aunque llueba se puede andar la maior parte de la villa sin varros, limpieza que no se halla en pueblos de su manera. Las columnas son grandes, cuadradas, blanquecinas. Rematan en doble o triple cornisamento que no llega a tomar carácter de capitel. Algunas, con el de-venir de los tiempos, han ido tomando nuevo aire, más pobre o más rica apariencia, pero siempre con su calor y alto revolotear de éxtasis.

Se puede detener el viajero ante uno u otro de los monumentos arquitectónicos que pueblan esta calle: la iglesia parroquial, suntuosa, inmensa, inacabada; o el oratorio y palacio dieciochesco que fundara D. Juan de la Plaza Solano. Pero siempre quedará su sensibilidad prendida en la estela zigzagueante e íntima de los soportales, de su procesión callada y pálida, uno de los mejores conjuntos de urbanismo medieval que existen en la Alcarria.

Tendilla será, en la mente de muchos, y después de su visita y apacible recorrido, un largo recuerdo, una muda canción por donde deslizarse en cualquier momento de atenazante nostalgia.

En el quinto centenario de los jerónimos de Tendilla

Hoy es un día importante para el alcarreño lugar de Tendilla. Tal vez allí no se hayan dado cuenta, pero en cada torrentera, en cada boscal, en cada pequeño arroyo que baja de la montaña, suena la canción de la alegría. Porque hoy hace exactamente cinco siglos que el primer conde de Tendilla, don Iñigo López de Mendoza, fundó de una manera oficial y pública el monasterio jerónimo de Santa Ana de la Peña. Y no podía pasar esta fecha sin que, al menos en este Glosario de lo recóndito y lo olvidado, apareciera su nombre, su latido, su brevísima recapitulación.

Es este el año jerónimo por excelencia. En el mes de octubre conmemoraremos los seiscientos años de la fundación de la Orden en España, por el arriacense D. Pedro Fernández Pecha, y, al mismo tiempo, de su primer cenobio en Lupiana, el todavía existente de San Bartolomé. La historia del de Tendilla es muy otra, pero también interesante. Ahora pues, en esta de los aniversarios, la presencia del pasado nos llega revestida como para una fiesta, con todos sus libros abiertos, sus medallas relucientes, y el dorado de sus piedras dando gritos. Reavivar el pasado es hermosa y obliga-da tarea. Que aumenta cuando queda tan cuadriculada como en esta ocasión.

En una prominencia que a Levante del pueblo se estira, junto al Pinar y algo más abajo del Castillo, hubo desde hace muchos siglos ermita dedicada a Santa Ana. Don Iñigo López de Mendoza, hijo del marqués de Santillana de igual nombre, y primero en ostentar el título condal de Tendilla, consiguió del Papa un jubileo plenísimo para ella, con lo que la afluencia de peregrinos desde los más variados puntos de España fue muy abundante. Con las limosnas recogidas se comenzó a levantar casa que el conde quería fuese para comunidad de religiosos. Según se construía el edificio, fueron padre e hijo (el segundo de ellos, don Diego Hurtado de Mendoza, ya a la sazón obispo de Palencia) al Capítulo General que los Jerónimos habían de celebrar, como era su costumbre, en el monasterio de San Bartolomé de Lupiana. Era el año 1472. Mas no se alcanzó el deseado acuerdo entre los aristócratas y los monjes, por lo que el camino para la instalación de comunidad jerónima en Tendilla parecía cerrado.

La tenacidad especial de don Diego supuso un nuevo viaje con su padre el conde, esta vez a Sevilla, donde fray Lope de Olmedo capitaneaba una secta disidente dentro de la orden jerónima. Fray Lope había sido Prior de Lupiana y General de la Orden, pero por sus ideas reformistas extrañas al parecer general del Capítulo, fue relegado del cargo y destinado como prior a San Isidro de Sevilla, en donde puso en práctica su eremítica comunidad. Las proposiciones de don Iñigo fueron aceptadas por fray Lope, y de esta manera se acordó que el ya concluido monasterio de Santa Ana de Tendilla fuera poblado de monjes isidros venidos de Sevilla. Tomaba posesión de la casa fray Juan Melgarejo, vicario del convento andaluz, y suscribían ante Juan Páez de Peñalver, notario público, la carta fundacional los señores condes don Iñigo López de Mendoza y doña Elvira de Quiñones. De todo ello hay cumplida reseña en la Historia de la Orden de San Gerónimo de fray José de Sigüenza y en la Historia de la Casa de Mondejar, manuscrito del marqués de Mondejar en la Real Academia de la Historia. Era el 25 de agosto de 1473. Hoy hace 500 años.

Comenzaba el nuevo monasterio su andadura con importantes donaciones de los aristócratas tendillanos: 43.100 maravedises en dinero, junto a molinos, cabezas de ganado, huertas, etc., y una buena porción de ornamentos sagrados para la iglesia: una cruz de plata, custodias, un cáliz con su patena, dalmáticas, incensarios y un órgano. A cambio de tanta generosidad, los condes adquirirían a perpetuidad, para ellos y sus descendientes, el patronato de la capilla mayor, donde dejaban dispuesto su enterramiento, tanto ellos como sus familiares, hasta la segunda línea del parentesco.

En 1479 murió don Iñigo, para quien fue construido un magnífico mausoleo en estilo gótico isabelino, en el cual aparecía su imagen echada acompañada a los pies de un paje. Igualmente se hizo con su esposa, doña Elvira. A ambos lados de la capilla mayor permanecieron durante siglos, hasta que, poco después de decretada la exclaustración de las órdenes monásticas, y abandonada esta casa de Tendilla, fueron trasladados ambos monumentos funerarios a Guadalajara, siendo colocados en los brazos del crucero de la iglesia conventual del también vacío convento de los dominicos, hoy iglesia parroquial de San Ginés, donde pueden admirarse los restos que la turbulenta pasión destructora de julio de 1936 dejó de ellos.

Muchas otras personas ayudaron al monasterio jerónimo, siendo las más principales los condes de Tendilla, marqueses de Mondéjar desde el hijo del fundador del cenobio. El primero de ellos, también llamado don Iñigo López, que fue capitán general de la frontera andaluza y pieza clave en la reconquista de Granada, junto a su hermano el obispo de Palencia don Diego Hurtado de Mendoza, dejaron importantes donativos.

Sería interminable reseñar las figuras importantes de la religión jerónima que por Tendilla pasaron; las obras de arte que atesoraba su templo; las donaciones y regalos que de todas partes recibía. Fue uno de sus más importantes protectores el licenciado López Medel, oidor de S. M. en la Cancillería de Nueva Granada, quien estando en la ciudad de Santiago de Guatemala, instituyó en 1566 una capellanía para este convento, disponiendo ser enterrada en él a su muerte, y haciendo importantes donaciones en dinero y obras de arte. En documento conservado en el Archivo Histórico Nacional, secci6n de Clero, carpeta 584, nº 1, se conserva la aceptación que de ello hace, en 1574, la Comunidad monacal alcarreña.

De tan larga y aquilatada grandeza, quedan hoy tan sólo cuatro paredes desbaratadas, tocadas del ala negra de los olvidas. Un alto paredón sujeto por anchos contra-fuertes, y amado por ligeras arquerías adosadas en su cara meridional, es cuanto de artístico queda de aquel templo que, sin trabajo, imaginamos gótico del último período, pues en los finales del siglo XV o comienzos del XVI sería construido. Y poco más queda de todo ello.