Algo sobre los franciscanos de Atienza

sábado, 18 agosto 1973 0 Por Herrera Casado

 

La villa de Atienza, que alcanzó su máximo apogeo durante los siglos XIV y XV, siendo importante centro de comunicaciones y comercio, poseyó desde la mitad de la decimotercera centuria un convento de frailes franciscanos en el que la historia ha ido clavando sus duras garras devastadoras. Nació ya la institución con, el temor que dictaban las amenazas de los clérigos del Cabildo, muy molesto por ver la intromisión en su feudo religioso de unos cuantos varones que predicaban con el ejemplo y la ascética vida. No fué ello obstáculo para que la institución, mínima, y muy humilde al principio, creciera y se dilatara en potencia y en influencias espirituales por toda la comarca.

Vivieron los frailes en precarias condiciones, hasta que, a finales del siglo XIV, la señora de la villa, que por entonces lo era doña Catalina de Lancaster, esposa del rey Enrique III de Trastamara, construyó a sus expensas un nuevo edificio conventual, acometiendo también las obras para una nueva iglesia, que, de todos modos, quedó sin concluir. Obra de aquél medieval momento es el ábside esbelto, cuajado de puntiagudos ventanales de curvatura gótica, y recios contrafuertes adosados que no le restan, sino que le añaden, esbeltez y armonía (1).

Revolviendo viejos papeles en el Archivo Histórico Nacional, encontramos hace algún tiempo un interesante documento en el que se hacía referencia a la terminación de las obras de este templo conventual, iniciadas en el siglo XIV y aún no concluidas en el XVI (2). La iniciativa para esta empresa nació, en mancomún, del Concejo, vecindario y nobles de la villa, pero fué finalmente la ilustre familia de los Bravo de Lagunas, que tantas figuras dio a la historia de las provincias de Guadalajara y Soria, la que car­gó con la total responsabilidad de ella.

Don Hernando de Rojas Sandoval y su esposa doña Catalina Medrano Bravo de Lagunas, en la primera mitad del siglo XVI, se erigieron en patronos de las dos capillas del crucero, construidas a sus expensas, y dedicadas a la Purísima Concepción de Maria (la del lado del Evangelio) y a los santos Sebastián, Fabián y Roque (en el lado de la Epístola). Algo después, éste mismo matrimonio fundó y dotó espléndidamente una nueva capilla en el crucero, puesta bajo la advocación de San Antonio, para la que mandaron hacer casullas y un terno, y regalaron tapices, frontal de altar, sabanillas, cáliz y vinajeras. Ordenaron también la colocación en su portada de una buena reja, que suponemos en la mejor línea del renacimiento seguntino, y, finalmente, dejaron encargada la talla de sendas estatuas yacentes que, en dicha capilla de San Antonio, cobijaran «in aeternis», stis cuerpos en blanca materia alabastrina transmutados. Si se llegaron a hacer tales estatuas funerarias es cosa que se ignora, aunque contando con muchas probabilidades de que así fuera. Y aún mandaron estos señores, en un sano afán de terminar y engrandecer el edificio religioso de San Francisco, en su villa de Atienza, la erección de una portada principal, el cambio de estructura del coro, y muchos otros pequeños detalles que harían interminables esta noticia.

Por el mismo documento citado, también sabemos que el hermano de doña Catalina, llamado don García Medrano Bravo de Lagunas, se encargó del patronato de la capilla mayor del templo así nuevamente remozado.

Era ese el momento cumbre del monasterio franciscano. Poco tiempo antes, en 1507, siendo Regente de Castilla fray Francisco Ximénez de Cisneros, fué declarado Real Convento éste de Atienza, y nombrado su Guardián o Superior como Regidor Decano de la villa, con dos votos en los Ayuntamientos, designación de persona para sustituirle en el puesto concejil siempre que lo creyera conveniente, y algunas otras preeminencias que venían a demostrar el alto poder que los frailes tenían en el regimiento de la alta villa atencina. Las nobles familias del lugar, que cada vez menguaban más alarmantemente, se preocupaban de estar a bien con ellos. Fue ésta de los Bravo de Lagunas la quo con mayor fervor les ayudó en este siglo XVI que comentamos (3).

Después de esto, y aun con las visitas que diversas reyes de España hicieron a la casa (Felipe TI, en 1592, estuvo en Atienza a su regreso de las cortes de Tarragona; Felipe III y, en 1660, su hijo Felipe IV. En 1706 descansó algunos días en el convento franciscano el primer Borbón de España, Felipe V), la estrella del monasterio fue decayendo, alcanzando su grado máximo aquella noche del 7 de enero de 1811 en la que las tropas napoleónicas devastaron casi hasta sus cimientos la residencia de los religiosos y el templo, siendo por entonces cuando desaparecerían cuantas joyas artísticas habían legado a la posterioridad los Bravo de Lagunas. Sirvan pues, estas líneas, de breve recordanza de un tiempo ido, de unas cosas habidas y ya sujetas al eternal retorno.

(1) En la fotografía, ya antigua, que acompaña estas líneas, aún estaban abiertas al sol y al viento las ventanas agudas del ábside. Hace varios años, y haciendo uso de su total derecho de posesión, el dueño de la finca los tapió y construyó en su seno un almacén de trigo. En tan lamentable estado hoy continúa.

(2) Se trata del testamento de doña Catalina Medrano Bravo de Lagunas, y noticias acerca de los pleitos originados a causa del mismo y del patronato instituido. A.H.N., sección Clero, legajo 1985.

(3) Recordamos el doble enterramiento de la capilla de Coria en la Colegiata de Berlanga de Duero, en que junto a don Juan Ortega Bravo de Lagunas, obispo de Ciudad Rodrigo, se halla enterrado su hermano D. Gonzalo Bravo de Lagunas, fallecido en 1471, y que había sido alcaide de la fortaleza de Atienza.