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junio 10th, 1972:

El etnógrafo García Sanz y su Biblioteca Alcarreña

Sinforiano García Sanz. Retrato en su librería. 1972.

Se nota entre el húmedo y musgoso ambiente de la «rebotica» un sonar de populares violines, un murmullo de canciones, de leyendas y procesiones, y aun el bailar informe y ancestral de la botarga. Es Guadalajara entera, con sus doradas piedras y sus policromos festejos, la que nos recibe entre las estanterías. Es la mirada sonriente y bondadosa de don Sinforiano García Sanz la que abre puertas a todos los alcarreños que llegan a él con el único deseo de conocer mejor la provincia, no sólo en sus cosas importantes, sino en sus hombres, en los hombres que la hacen porque la sienten muy dentro.

García Sanz es uno más de esa colección de seres que aman entrañablemente la provincia donde nacieron, y sin embargo, pesan desapercibidos, a pesar de su continuo laborar por ella. No es cosa que le preocupe particularmente el ser o no ser conocido. Lo importante es la obra, las motivaciones que a uno le lanzan a conocer las cosas y a darlas a conocer. García Sanz abre personalmente la puerta, anda en chaleco por su casa, se sienta en el brazo de cualquier sillón y recibe como amigo de toda la vida a cualquiera que se identifique, simplemente, como alcarreño. Esta gran persona viene hoy, sin un particular entusiasmo, a las páginas de NUEVA ALCARRIA para que su nombre, su obra, sus ocupaciones, sean mejor conocidas entre sus paisanos.

‑Nací en Robledillo, en junio del once.

Allí se crió y allí vio pasar la lenta ruede antigua de las cuatro estaciones. El levantar el vuelo de los soles, la caída del viento y el cantar de la tierra, como una flauta de caña ahumada.

‑ ¿Cómo surgió su afición a los temes históricos y folklóricos de Guadalajara?

‑Pues ocurrió en Sevilla. Estaba allí haciendo el servicio militar, y para pasar mis ratos libres, me iba a visitar museos, bibliotecas tiendas de antigüedades y baratillos, y así ocurrió el aficionarme a ello.

‑ ¿Y de librero? ¿Cuánto tiempo lleva?

‑Pues, de una manera r cal, desde el 39. Aunque ya en 1932 tomó contacto con el tema.

García Sanz se ha ocupado de muchísimos temas. «Siendo alcarreño, cualquier tema tocante a folclore, etnografía e historia».

‑Pero, ¿más particularmente?

‑El tema mariano, la canción popular, el traje regional, la vivienda, las leyendas y, botargas, y en general, todas las fiestas.

‑Y todas esas cosas, ¿dónde se pueden ver o leer?

‑Principalmente en “Flores y Abejas”, NUEVA ALCARRIA, Revista de Tradiciones Populares, y actas de los Congresos de Etnografía y Folclore de Brega y Oporto. Fundamentalmente fue de 1944 a 1964 cuando más colaboraciones dediqué a estas publicaciones.

‑ ¿Sus intenciones para el futuro?

‑Ampliar, estos mis temas.

Pero si a don Sinforiano García Sanz se le conoce más entre los medios alcarreñistas es, si cabe, por la grandiosa biblioteca que posee a base de libros y folletos relacionados con nuestra provincia. Por su condición de librero, ha ido consiguiendo cientos y cientos de piezas que forman el más monumental mosaico de datos y documentos sobre nuestra historia y nuestra vida provincial que se ha podido reunir nunca.

‑ ¿Cuáles son, señor García Sanz, las mejores piezas de esta Biblioteca Alcarreñista que ha ido formando a lo largo de los años?

‑Pues son muchas las buenas. Las que más estimo son las que más trabajo me ha costado conseguir. «La Historia del Monasterio de Sopetrán» y «La Historia de Montecelia»… muchos otros folletos, e incluso algún librito rarísimo, como el titulado «Rebuznos alcarreños, en renglones cortos y largos, por el Celipe y el Pólito, Madrid 1907”. Otros muy buenos son el «Comentario a la guerra de España y la historia de su rey Felipe V el Animoso», por Felipe Bacallar y Santana que es un libro que habla mucho de Guadalajara. Otros buenos son el «Catallatto seguntino de 1742”, la “Instrucción y fórmula que han de tener a la vista los alcaldes pedáneos… del Señorío de Molina de Aragón… de los lugares de los cuatro sesmos en que se divide el Señorío de Molina, 1782».

‑ ¿Cuál le parece a usted, de las leyendas marianas, la más interesante?

‑La que se narra en un libro titulado «Rasgo histórico de la Virgen de la Varga, de Uceda”

‑ ¿Qué tradiciones y costumbres cree usted que no se deberían perder nunca?

‑Muchas, muchas. Principalmente no deberíamos dejar, que desaparecieran las canciones de Mayo, las danzas, las botargas y todo el costumbrismo respecto a la Semana San­ta, matanzas, ritos funerarios, etc.

‑Entonces, ¿qué se le ocurre que se podría hacer para no ‑perder estas cosas?

‑Una recogida Intensa del folclore, con equipos bien dirigido» y con gamo de trabajar.

García Sanz pasa sus mejores ratos «pateando la provincia, o mejor, poseyéndola, como decía Unamuno» Para conseguir algún libro sobre la provincia de Guadalajara hay que pasar forzosamente por él. Le preguntamos si es cierto lo que dicen que los libros más caros de sus catálogos son los relacionados con el alcarreñismo.

«Sí lo son. Pero por una razón muy sencilla: porque a la hora de comprarlos no miro el precio, y, generalmente, se los compro, a co­legas».

‑Entonces, ¿si alguien le pide un libro sobre Guadalajara, cuánto tiempo puede tardar en proporcionárselo?

‑Por mi condición de librero, recibo catálogos de todos las librerías de España y algunas del extranjero, ahora bien, si no lo tengo duplicado, no me comprometo a servirle,

‑Ahora vamos con las preguntas difíciles. Señor García Sanz, ¿qué tal se han portado con usted los alcarreños?

‑Se han portado bien, conmigo. Siempre. Lo que ya no sé es si han reconocido mi labor.

Eso es lo que deseamos y procuramos hoy. Que todos los alcarreños sepan de este hombre entusiasta y de su obra. «¿A quién estoy especialmente agradecido en la provincia? Pues siendo gobernador civil Casas Fernández fue cuando más facilidades tuve por parte de los organismos oficiales para recoger mis materiales folclóricos. El mismo agradecimiento conservo para las atenciones del señor Gil Peiró».

‑Y con su Biblioteca Alcarreñista, ¿qué es lo que piensa hacer?

‑Mi intención es donarla a la provincia. Pero lo haré con algunas condiciones. Por ejemplo, las de acrecentamiento de la misma, y alguna ventaja económica.

Le fórmula exacta la tendrán que hablar García Sanz y nuestras autoridades provinciales, que harán todo lo posible, estamos seguros, por impedir que este monumento cultural provincial se vaya para siempre fuera de Guadalajara. El deseo de su forjador, y de todos los alcarreños, es que quede aquí, que venga, mejor dicho, aquí. Veremos lo que ocurre a este respecto en los próximos años. Pero son ya muchas las cosas que hemos perdido, para dejar escapar también esta gran ocasión.

Dejamos atrás el olor a siglos, el olor a libros, el olor a amistad y charla cordialísima, para adentrarnos en el fenomenal barullo de la madrileña calle de Fuencarral, tan lejos de la librería de García Sanz, a pesar de tener en ella su puerta. Quedamos pensando en la cantidad de bosques, de cánticos, de montes y leyendas que danzan su antigua y frágil letanía entre las paredes resonantes de este que es ya casi templo del alcarreñismo y la buena hombría.

                                                      

Bonaval llegará al cielo

Aspecto del ruinoso interior del templo cisterciense de Bonaval.

Irán cayendo, una tras otra, las piedras de muros y de bóvedas. Ventanas se transformarán en agujeros. Paramentos en ruinosos montones pedregosos. En polvo capiteles y ménsulas. En aire los cantos, en luz los pergaminos. No quedará nada de nada. Tal vez ni el nombre. Seguirán las carreras de coches y de motos. Nuevas canciones, otros colores, inventos, rascacielos y anchos viajes. Como un alivio las hojas amarillas del otoño, acudirán a su imperturbable cita. Y taparán con su tapiz generoso la horrible vergüenza de las manos quietas.

A Bonaval llegan los monjes de este siglo en zapatillas y pantalones tejanos. Andando y rememorando viejos tiempos. Un bocadillo abre la sesión de los discursos. Un trago de agua en el arroyo acaba con las votaciones. Un sincero grito de admiración cierra las sesiones del día. Y empieza así el místico viaje, tan frecuente y recorrido, del vagabundaje por ruinas y pedregosas soledades.

Se va primero a Tamajón, luego a Retiendas. Desde allí se baja hasta un recodo de la carretera en que avanza un camino hacia el bosque, de encinas y acacias, salpicado y numeroso. Se saluda el paso de los monjes, orondos y rientes, a lomos de pollinos, cargados de jamones y consejas, seculares y pacientes, populares y queridos, cistercienses. Se cruza arroyo, se atropellan setas, escuchamos el canto del jilguero y petirrojos, viene la sed por las espaldas apretando, y al fin se llega.

Blancos sillares nos dan la bienvenida. Macizas piedras blancas, grises y violentas, talladas con el amor de los antiguos canteros, para lo que eso de allanar la piedra es camino de cielo en derechura. Pizarras en rodajas soportan una y otra, levantan en fin la cúspide maciza del monasterio bernardo. Bonaval comprometido seriamente con el pasado.

Lo que queda de aquél panzudo y brusco siglo XII es bastante más de lo que a tenor de guerras, de desidias y malos humores cabría esperar como supervivencia. Todo el silueteado, pespunte de argamasa, de ladrillos y de roca nos da idea de lo que fuera monasterio y templo. De este, por lo menos, las cuatro altas paredes aun persisten. De sus cielos, el de la nave de la epístola, completo, y los de capillas, mayor y dos menores, también heroicos permanecen.

El suelo es, guerrera miniatura de los montes circundantes. Escombro, fósil en denodado esfuerzo de permanencia. Debajo de cascotes y colinas, hay losas grandes, hay lápidas y enterramientos. Hay una historia desconocida tibiamente guardada por la tierra. Generosas piquetas de arqueólogos quisieran para si el alto honor de hacer hablar a los pasados siglos. ¿Tendrán, algún día, la palabra?

Los muros son limpias frases y marfileñas costas del antiguo río. Al Sur el sol rescata cada día el albo brillo del arte románico en transición al gótico. Una fabulosa puerta de apuntados arcos que arrancan suaves de cornisa sellada con vegetales capiteles, cúspide, a la vez, de adosadas columnas, es el más puro acento de toda esta ópera engendrada en noche sanjuanera. Sobre la puerta, sobre el rezo cisterciense de este apuntamiento, la ventana culmina el feliz emparejamiento de estructuras. Tal vez lo mejor de todo Bonaval sea este acceso, esta depurada maqueta de la Gloria.

Y luego las columnas, fuertes y acabadas como desnudas flechas de gigantes ateos. Remates de flores, de versos medievales, de aladas coplas. Perfectos capiteles bien conservados. Y ménsulas como huertos congelados en mañana decembrina. Fantasmales cúspides y glorias chiquitas. Las tres naves, el crucero, brevísimo, y las tres capillas. La mayor, ancha y altísima, digna de una catedral de pueblo. Las otras dos algo más chicas y modestas. Pero las tres coronadas por sus bóvedas de crucería bien trazadas y medidas; bien asentadas para contemplar desde su altura, y a pesar de todos los olvidos, otros ocho siglos de fraternas luchas.

En derredor aun quedan los muros sollozantes de lo que fue el convento. Altas paredes carcomidas; restos de pisos, de ventanas, de zaguanes y pasadizos. Memoria casi perdida de celdas y refectorio. De paso al claustro, de cuchicheantes voces. El interés tan sólo de la completa historia tienen estos muros. Pues el Convento, lo que queda al menos, es muy posterior a la iglesia, que con toda razón ostenta su cartel de «Iglesia románica de transición al gótico, Siglos XII‑XIII» que aquí ponemos.

La otra cara de este derrumbado Jano orlado de arboledas y silencios es la historia. Las fechas y los antiguos nombres dorados. La baraja de números y reyes, de victorias y llantos con que el tiempo indómito ha jugado su partida y malvendido el rico acervo de nostalgias que los dioses le dejaron. Alfonso VIII, el que cabalgó con alta frente las Navas de Tolosa, fundó este Monasterio en el año de 1164, aunque de precaria manera solamente. En 1175 lo donó definitivamente a la orden Cisterciense, por escritura fechada en Fitero. «Lo doy a Dom Munio, abad de Bona‑Val, a todos vuestros sucesores y a los monjes que allí vivan tanto presentes como futuros». La lista, de donaciones y reales favores a este sitio, que muchos monarcas, de seguro no llegaron a conocer, sería larga y nutrida, Enrique I, Fernando III, Alfonso X; nobles también; y Papas.

El Abad de Bonaval se escucha en reuniones y en Capítulos. En el general que las monjas cistercienses celebraron en 1189 en el burgalés Monasterio de las Huelgas, firma D. Sancho, abad de Bonaval.

Poco a poco se caen las hojas de su grande árbol plomizo y soleado. En 1464 se unió a la Congregación Cisterciense de Castilla, perdió su carácter de Abadía y quedó como Priorato, bajo la jurisdicción de la Abadía de Monte Sión, junto a Toledo. Pero a pesar de ser precaria, la vida entre aquellas paredes, bajo las blancas velas del anclado barco, continuaba. Se copiarían manuscritos, se cuidarían huertos, se pediría a Dios por el difícil sosiego de los cetrinos guerreros. En 1821 el Monasterio de Bonaval fue incautado por el Estado y vendido a un particular.

Después de todo esto, el moderno peregrino cogerá su concha y derramará sus cumplidas lágrimas en acción de gracia y desgracia por todo lo ocurrido. La religión de Dios levantando piedras, la religión de los hombres tirándolas, mantuvieron aquí su pelea. La otra religión, la supra y blanca, la del tiempo paternal e imperturbable, la de la sangre caliente y generosa, la de amebas y ángeles conscientes, hace levantarse cada día un palmo a estas ruinas. La primigenia fuerza de la tierra empujará a lo noble hacia lo alto, y Bonaval llegará al Cielo cualquier día. Completo y equipado con su lacrimario y su historia general de la alegría.